Tarde o temprano tenía que suceder. Los acontecimientos
iniciados en la mal llamada Primavera
Árabe, el genocidio que lleva a cabo en Siria Bashar el-Asad, y las tensiones
que tienen lugar entre suníes y chiís, tenían que
hacerse presente en el Líbano, hermoso país en donde desde tiempos remotos tienden a concentrarse todos los odios y amores de la
región.
El Líbano, crisol de religiones, culturas y cedros cuyo
aroma de inciensos penetra en ciudades como Bcharre de la cual se dice que no
hay nada más bello en el mundo, o Ihden a la que llaman –por algo será- “la
novia de las noches”, es otra vez sangriento testimonio de matanzas entre
quienes hasta el día de ayer compartían amistosamente en las múltiples y
tranquilas casas de té de Beirut o Trípoli.
La guerra ha comenzado. ¿Entre quienes? Pregunta difícil
de responder. Por el momento entre libaneses quienes, como ya es tradicional,
actuarán en representación de diversos intereses situados más allá de Líbano.
Para entender el problema hay que partir de una premisa.
En Líbano hay dos conflictos que se inter-determinan. Uno es la presencia de Siria cuyos militares consideran Líbano como una prolongación
geográfica de su país. A esa presencia se oponen numerosos sectores de la población libanesa. Es por eso que
para esta última, la oposición en contra del gobierno libanés, aliado de Siria,
adquiere la forma de una lucha de liberación nacional. Pero el tema es más
complicado debido a otro conflicto: el religioso.
Copartícipe del gobierno es Hezbollah, partido populista y militar dirigido por miembros de la confesión islámica chií, razón
por la cual es considerado como punta de lanza de la teocracia
persa en territorio libanés.
Ahora, si hoy Hezbollah defiende intereses sirios ocurre
porque el-Asad (de confesión alauí) es apoyado por la teocracia de Irán (y
desde más lejos por la Rusia de Putin). Mas, y para complicar el problema, la
confesión mayoritaria en Siria es suní, razón que explica por qué la rebelión
siria es apoyada desde Arabia Saudita.
Sin embargo la del Líbano no es una “clásica”
confrontación religiosa pues en contra de la presencia siria confluyen suníes y
cristianos (maronitas). A la vez hay cristianos y suníes que apoyan al
gobierno y a Hezbollah. De tal modo que para simplificar podríamos decir que la
variable fundamental por el momento es la presencia de Siria en Líbano.
Así se explica por qué el detonante del conflicto (¿o
guerra civil?) fue el asesinato perpetrado en un barrio cristiano, mediante un
coche-bomba, en la persona del general anti-sirio Wissan El Hasam
(Octubre del 2012) quien continuaba la línea política del también asesinado ex
ministro Rafik Harin (Febrero del 2005). De este modo el movimiento
nacionalista libanés no se equivoca cuando sindica como culpables del asesinato al ministro pro-sirio Nayib Mikati y al jefe de la seguridad Alí Mammuk: “la mano larga del tirano el-Asad” en el Líbano.
La guerra civil en el Líbano ha adquirido ya su forma
“natural: la de lucha de barrios. Así se explican las ejecuciones cometidas por el ejercito en barrios sunitas, sobre todo en Tarik el Yadid, mientras los barrios chiís se
constituyen como bastiones políticos y militares del Hezbollah.
Lamentablemente para los libaneses el conflicto no
termina ni comienza en Líbano. Mas bien los libaneses serán usados como carne
de cañón en el marco de una lucha por la hegemonía regional.
En el fondo, para
la gran mayoría de los gobiernos árabes, revolucionarios o no, se trata
de romper la alianza Siria-Irán, apoyados ambos desde Rusia. Para los gobiernos
suníes es fundamental en ese sentido derrocar la tiranía de el-Asad mediante
la combinación de una sublevación nacional y de un cerco militar internacional.
Arabia Saudita y Katar ya están actuando de modo indirecto, prestando ayuda a
la sublevación siria. Turquía actúa de modo directo pues su presidente Erdogan
teme, y con buenas razones, el regreso de la hegemonía rusa en la región. Y si
se toma en cuenta que Turquía es miembro activo de la NATO, el escalamiento del
conflicto ya está programado.
EE UU por su cuenta, no tendrá mucho que elegir. Es
cierto que enemigos jurados de los EE UU pululan en filas suníes. Incluso Al
Quaida es predominantemente suní. Pero el enemigo principal de los EE UU en la
región es, en estos momentos, Irán, más por su alianza con Rusia que por su
potencial atómico.
Para Israel el conflicto es más complejo. Por una parte,
su enemigo directo es Irán y por supuesto el gobierno israelí estará muy
interesado en que las tropas pro-iraníes de Hezbollah sean derrotadas en
Líbano. De ahí que, quiera o no, Israel se verá obligado a apoyar a algunos
gobiernos suníes, sobre todo al de Egipto, si es que ese país entra
directamente en litigio. Mas, por otro lado, el segundo enemigo directo de
Israel es el Hamas palestino, y el Hamas es principalmente suní. En cualquier
caso, si ocurriera un acercamiento entre Israel y Hamas no sería la primera
vez. Recordemos que en un pasado no muy lejano Israel contrajo alianzas con el
Hamas para combatir al PLO de Yaser Arafat apoyado militarmente por la ex URSS.
Para enredar todavía más, recordemos que Arafat era cristiano.
En caso de que el conflicto siga escalando, estaremos sin
duda no frente a una guerra mundial, pero sí frente a una guerra de
connotaciones mundiales en la cual como siempre las grandes potencias
estrenarán sus nuevas armas. Los libaneses, como ya es tradición, pondrán los
muertos. Así sucedió una vez en la España de la Guerra Civil. Así sucedió en Vietnam.