La candidatura de
Henrique Capriles Radonski ha logrado unificar dos dimensiones que en la
historia reciente de Venezuela estaban separadas. Una es la lucha por las
libertades democráticas. Otra, la lucha por la justicia social. Esa es la razón
por la cual la de HCR no sólo es una candidatura. Además, es –o ha llegado a
ser- un movimiento nacional, político y social a la vez.
No toda candidatura posee esa doble
dimensión. Si analizamos elecciones recientes en América Latina, veremos que
las que dieron como vencedoras a Dilma Rousseff y a Cristina Fernández corresponden con una fuerte demanda social
iniciada durante los gobiernos de Lula y Kirchner respectivamente. La elección
que llevó a José Mujica al gobierno uruguayo fue también más social que
política pues las libertades democráticas estaban, antes de la elección,
plenamente garantizadas. La elección que dio triunfador a Humala en la segunda
vuelta fue, en cambio, más política que social puesto que para los partidos que
lo apoyaron se trataba de evitar lo que ellos consideraban un “mal peor”
(retorno del fujimorismo). A su vez, la elección que dio como vencedor al PRI
de Peña Nieto, corresponde más bien al modelo clásico mediante el cual diversas
opciones compiten entre sí, sin que ninguna logre perfilar una dirección muy
distinta a las demás.
En fin, en pocas elecciones la dimensión política y la
social han estado tan unidas como en la candidatura del HCR. Esa es quizás una
de las razones que explican por qué Capriles ya es considerado, y no por pocos,
como probable vencedor en las elecciones que tendrán lugar el 7-O. Estamos sin
dudas frente a un nuevo fenómeno político.
Para entender el nuevo fenómeno político hay que tomar en
cuenta que en todas las elecciones habidas durante su mandato, Chávez, elevado
a la categoría de campeón de la justicia social, pudo imponerse sobre una
oposición que si bien ha logrado erigirse como defensora de las libertades
políticas, no estaba todavía en condiciones de representar los intereses de los
sectores sociales más desposeídos.
Chávez, eximio populista, ayudado por la evidente
desvinculación entre “lo social” y “lo político” que caracterizó a la democracia pre-chavista, logró crear la imagen simbólica, todavía arraigada,
de una oposición “burguesa y oligárquica” opuesta a los intereses del pueblo,
frente a la cual, él, supremo justiciero, se erige como histórico vengador.
No importaba que gran parte del contingente chavista no
proviniera de ninguna izquierda social, sino de grupos de aventureros sin
pasado político, fragmentos adecos y masistas y, no por último, de los más
oscuros cuarteles. No importaba tampoco que en la oposición se encontraran
destacados luchadores sociales, partidos socialdemócratas, dirigentes obreros y
hasta antiguos guerrilleros. Mediante su demagogia, más el uso de dádivas,
misiones y concejos comunales, Chávez logró estatizar a diversas organizaciones
sociales, dando forma a un sistema corporativo que le permitió aparecer, en
el interior y en el exterior de la nación, como líder revolucionario de un
pueblo políticamente organizado. De esa falsa imagen ha vivido hasta ahora el
chavismo.
Fue así que Capriles, entre otros, entendió que Chávez no
podía ser más enfrentado oponiendo el principio de libertad al de necesidad.
Así también lo entendieron los electores de las primarias al elegir a Capriles
como su abanderado. Capriles, siguiendo ese mandato, decidió desafiar a Chávez
en los que se creía eran sus reductos inexpugnables: las aldeas y pueblos: allí
donde viven los pobres, los abandonados, los humillados y los ofendidos.
Falta de hospitales, de escuelas, de caminos, de agua,
casas de cartones, inseguridad, predios abandonados, ausencia de ayuda estatal,
solo una que otra misión donde son repartidos regalos en épocas electorales a
cambio de llevar una franela roja. En fin, la revolución social de Chávez nunca
había tenido lugar.
De todos los escándalos que ha vivido la Venezuela
chavista quizás no hay ninguno más grande que el de la revolución. Porque ni
siquiera en términos antimperiales ha realizado Chávez una revolución. Al
contrario, Venezuela –víctima del deterioro del aparato productivo- ha
llegado a ser uno de los países más dependientes de las importaciones norteamericanas de todo el continente. De las exportaciones, ni hablar. La independencia
económica no sólo no ha tenido lugar sino, además, ha sido fortalecida, y
todo eso, a costa de los productores y trabajadores venezolanos. Ese hecho, el
escándalo de una revolución que nunca fue, ha sido denunciado sistemáticamente
en el discurso político de Capriles.
Analizando videos de las masivas manifestaciones que se
desatan en todos los lugares donde aparece Capriles, es posible advertir que su
discurso emerge de un encuentro entre el candidato y la realidad que lo
circunda. Es por eso que, en primer lugar, el de Capriles es un discurso
descriptivo. Eso quiere decir que no es un discurso ideológico. En ninguna de
sus intervenciones vamos a encontrar frases dedicadas al capitalismo, al
comunismo, a la izquierda o a la derecha, al bien o al mal.
Capriles no habla de cambiar el orden económico mundial,
ni de salvar al planeta, ni de guerras en contra del imperio. Pero sí de
construcción de caminos y puentes, de escuelas y hospitales, en fin, de los
temas de la vida cotidiana. Y la gente así lo entiende y así lo siente. En
cierto sentido podríamos decir que Capriles está contribuyendo a
des-ideologizar el idioma político venezolano. ¿Será esa una de las razones por
las cuales sus enemigos dicen que es un mal orador? Sobre ese punto vale la
pena detenerse un instante.
Antes que nada debe ser aclarado qué es lo que se
entiende por oratoria política. Se trata de algo muy simple: La oratoria
política consiste en decir las palabras precisas, en el momento preciso y en el
lugar preciso. Luego, el orador político debe ser antes que nada un
expositor. Y Capriles lo es. Ahora, desde ese punto de vista, y a diferencia de
lo que muchos creen, Chávez es un pésimo orador político. Chávez –eso es muy
diferente- es un excelente predicador. Es por esa razón que, cuando Chávez
habla, su oratoria adquiere el carácter de una prédica evangélica.
Chávez grita, gesticula, ríe y hace reír, llora y hace
llorar a los suyos. Sus fieles son transportados a una suerte de catarsis en
esas misas profanas en que convierte cada una de sus apariciones públicas. En
ese sentido Chávez apela al inconsciente religioso e incluso mágico de su
pueblo. Su mensaje, por lo mismo, no es político. Es, en gran medida, anti-político.
No así el de Capriles. Pues la política vive de los problemas concretos de la
polis, aunque esa polis no sea más que un poblado perdido entre los montes.
Decir las palabras precisas en el momento y en el lugar
preciso requiere de un arte que no domina Chávez: el de la brevedad. Capriles,
por su lado, sin aspavientos, ha sabido marcar con frases muy breves su
trayectoria electoral. “Yo no vengo aquí a quedarme para siempre”; “Mi gobierno
tendrá plazo de vencimiento”; “El proyecto que lidero no es contra nadie, es a
favor de todos ustedes”; “Con los recursos que tiene Venezuela es imperdonable
que haya ciudadanos que padecen hambre”. Cada una de esas frases impregna la
mente ciudadana de un modo mucho más profundo que un discurso de tres horas,
chistes viejos, canciones y bailoteos incluido.
Hay, además, otro punto que debe ser remarcado en la
sintaxis política de Capriles. En cada
lugar que visita no sólo él hace uso de la palabra. La “sociedad” a
través de sus representantes también habla con Capriles y al hablar se articula
consigo misma. Capriles hace entonces lo que Chávez nunca ha sabido hacer: escucha.
Luego, sobre la base de lo escuchado, Capriles interviene y expone. Su discurso
entonces no surge de una simple subjetividad narcisista. Es una respuesta “al
otro”. O dicho así: El discurso de Capriles -a diferencias de el de Chávez
que es monológico- es dialógico. De este modo la política recupera una de
las características sin la cual nunca habría nacido: la dialogicidad, única
posibilidad del humano para ser lo que bajo el imperio del monólogo es
imposible: un sujeto de sí mismo a través del espejo de los otros.
Que el discurso de Capriles sea dialógico no excluye por
cierto el antagonismo con el adversario. Antagonismo que al ser político no recurre
al lenguaje de la guerra el que a través de insultos innombrables maneja a la
perfección Chávez. “Yo no vengo a pelear aquí con nadie”- dice Capriles. Pero
sí, interpela directamente a Chávez. Por ejemplo, cuando comenzó su campaña se
refería sólo a “este gobierno”. Mas, poco a poco Capriles ha personalizado sus
ataques. Ahora habla de “el otro candidato”, o de “el candidato del gobierno”;
y más aún: de “el candidato del pasado”.
A veces, sin mencionar a Chávez, lo descoloca por completo. “Yo quiero ser
el presidente de todos los venezolanos, incluyendo a los rojos”. O cuando
refiriéndose a la gloriosa frase: “quien no es chavista no es venezolano”
responde de modo fulminante: “No es el presidente quien decide quien es
venezolano. Son los venezolanos quienes deciden quien es el presidente”. O
también cuando denuncia sin nombrarlas, las subvenciones de Chávez al corrupto
régimen cubano: “Venezuela no regalará una gota de petróleo más a nadie”.
Frases cortas, directas, muy claras. En breve: frases políticas
No deja de llamar la atención que Capriles, el candidato
de la derecha según Chávez, recurre a temas que tradicionalmente han sido
patrimonio de las izquierdas socialistas. En cambio, los de Chávez son más bien
propios a las más rancias derechas del continente. Así, mientras Capriles habla
del progreso, Chávez habla del pasado. Mientras Capriles habla al pueblo multicolor, Chávez se enreda en una
racista discusión en torno al rostro de Bolívar. Mientras Capriles habla de la
modernización económica, Chávez habla de las glorias militares de la nación.
¿Serán esas las razones por las cuales las marchas populares de Capriles han
despertado tanto entusiasmo?
La palabra “entusiasmo” significaba para los griegos
antiguos “llevar a un dios dentro de sí”. Traducido al lenguaje moderno,
entusiasmo significa transportar el principio de la vida, principio
representado en lo nuevo, en lo que aparece y no en lo que perece. Eso no tiene
nada que ver con el cuerpo –enfermo o sano- de Chávez. Tiene que ver sí, con un
espíritu que ya no es de este tiempo, con un pasado que no volverá, con una
ideología que ya está muerta. Capriles, en cambio, ha llegado a convertirse en
el significante personificado de un vasto movimiento social y político el que,
mientras más se articula consigo mismo, más desarticula al discurso adversario.
Para decirlo todo en una sola frase: Venezuela se
encuentra al borde de un nuevo comienzo.