Desde cualquiera perspectiva que no sea política, Rusia y
Venezuela no tienen nada en común. Pero desde la política tienen algo que las
une: las dos naciones son gobernadas por autocracias electoralistas; un nuevo
tipo de dominación que ha hecho escuela en el primer decenio del siglo XXl. De
ahí que no deba extrañar que en ambas ocurran acontecimientos similares,
y en el caso del cual nos ocupamos, paralelos. En efecto, los dos autócratas,
Putin y Chávez, se encuentran enfrentando movimientos sociales caracterizados
por un mismo signo: El de la desobediencia civil.
Cabe precisar: Desobediencia civil significa, aunque
parezca redundancia, la realización de actos que no contravienen a la ley, sino
que simplemente surgen frente a una mala o injusta aplicación de la ley. Eso es
lo que ocurrió en Rusia con la protesta del grupo “punk”, Pussy Riot.
Como es ampliamente conocido, las integrantes del grupo
Pussy Riot, María Aliójina, María Yaketerina Samukevich y Nadia Tolokónnikova, han
sido condenadas a dos años de prisión por el “delito” de haber cantado en
contra de Putin en la Catedral del Cristo Redentor de Moscú. Frente a tan
arbitraria medida se ha pronunciado la gran mayoría de los intelectuales,
artistas, políticos y gobiernos civilizados del mundo.
Efectivamente, ninguna de las tres niñas
cometió, desde el punto de vista religioso, legal y político, nada que
contravenga a la ley, a la moral, a las creencias y a las costumbres de su
nación
Desde el punto de vista legal ellas hicieron uso del
derecho a la libertad de expresión garantizada por la Carta de las Naciones
Unidas y subscrita por el propio gobierno de Rusia. Desde el político,
realizaron una manifestación pública en un lugar público (una iglesia). Y desde
el religioso, han pedido a Dios, en su post-moderno estilo (Dios no sólo es
barroco) que las libere de lo que ellas consideran –y con buenas razones- de un
“mal”: Putin
Putin, sin vacilar, las envió a prisión. Los objetivos
del autócrata son, en este punto, muy claros. Se trata de aplastar, en estilo
zarista y estalinista, cualquiera oposición. Pero hay algo más. A través de la
injusta condena, Putin, a diferencia de Stalin quien persiguió a la Iglesia,
intenta aparecer como protector de la religión ortodoxa. Con ello está diciendo
a los fieles: “ustedes a rezar, yo a gobernar”. Gran parte de la ortodoxia,
acobardada después de tantas persecuciones, acata el dictado de Putin. No así
el mundo político civilizado en el cual el mismo Putin quisiera ser aceptado. De
ahí se explica que las chicas de Pussy Riot reciban más apoyo en el exterior
que en el interior de Rusia.
Porque si hay alguien que ha abusado de los símbolos
nacionales ese es Chávez. No sólo porque se embute en la bandera venezolana. No
sólo porque ha cambiado el escudo nacional, torciendo el pescuezo al caballo de
la nación. No sólo porque ha manoseado el cadáver del Gran Libertador. No sólo
porque considera a Bolívar un profeta de Chávez. No sólo porque ha mutilado el
rostro del héroe a “su imagen y semejanza”. No sólo porque ha regalado la
espada de Bolívar a cuanto criminal anda suelto por el mundo. No sólo porque no
considera ciudadanos a quienes no lo siguen (“Quien no es chavista no es
venezolano”)
Fueron esas y otras más las razones por las cuales la
mayoría del pueblo democrático sintió la prohibición de usar la gorra tricolor
como una radical injusticia. De ahí que en lugar de acatar la orden del
oficialismo, los seguidores de Capriles han hecho uso del derecho a la
desobediencia. La gorra ha llegado a ser así, símbolo de las marchas y
concentraciones de Capriles.
La desobediencia civil venezolana se dirige, para ser más
preciso, en contra de tres grandes injusticias. La primera, en contra del
grosero ventajismo electoral de un presidente que cuenta con todo el aparato
comunicacional del Estado. La segunda, en contra de la abierta parcialidad del
organismo electoral. La tercera –la más importante- en contra de la apropiación
indebida de los símbolos patrios que ha hecho suya el chavismo.
La política, lo sabemos todos, supone la lucha por la
apropiación de símbolos. De ahí que Chávez, a través de una orden injusta,
convirtiera los colores de la bandera en un símbolo de la desobediencia civil.
En cambio, el color de Chávez seguirá siendo el rojo: el mismo de tantas
revoluciones traicionadas.
La canción de Pussy Riot y los colores de la gorra de
Capriles son símbolos de la desobediencia civil de nuestro tiempo. Así sucedió una
vez con la melena de Ángela Davis, con el signo inconfundible del nombre
Solidarnosc en Polonia, con los pañuelos de las Madres de la Plaza
de Mayo, con los vestidos blancos de las damas que hoy protestan en las calles
de La Habana. Y con tantos, con tantos otros más.