Gracias al Sr. Presidente, Pat Cox, y a este Parlamento en el que están representados muchos pueblos de Europa.
Ustedes han concedido el premio Andrei Sajárov al pueblo de Cuba; digo al pueblo cubano porque es el gran merecedor de este reconocimiento. Lo digo sin excluir a ninguno de mis compatriotas, sea cual sea su posición política, porque los derechos no tiene color político, ni de raza, ni de cultural.
Tampoco las dictaduras tienen color político: no son de derecha ni de izquierda, son sólo dictaduras. En mi país hay miles de hombres y mujeres que luchan por los derechos de todos los cubanos en medio de la persecución. Cientos de ellos están presos sólo por proclamar y defender estos derechos, por lo que yo recibo este reconocimiento en su nombre.
Digo que este premio es para todos los cubanos porque entiendo que, con este premio Europa quiere decirles: “Ustedes también tienen derecho a los derechos”. De esto siempre estuvimos convencidos, pero hubo etapas en las que parecía que esa verdad no era tan evidente para muchos en el mundo.
No vengo aquí a pedir apoyo para la oposición al gobierno cubano, ni a condenar a los que nos persiguen. No es una ayuda para Cuba que algunos en el mundo tomen partido por el gobierno cubano o por los que se le oponen, a partir de posiciones ideológicas. Nosotros queremos que se tome posición a favor del pueblo cubano, con todos los cubanos. Y eso significa apoyar el respeto a todos sus derechos, apoyar la apertura, apoyar la demanda de que se consulte a nuestro pueblo en las urnas sobre los cambios que estamos demandando. Pedimos la solidaridad para que se le dé la voz a nuestro pueblo en las urnas, como lo propone el Proyecto Varela.
Muchos han relacionado este premio con el Proyecto Varela, y tienen razón, porque los miles de cubanos que en medio de la represión han firmado esa petición de referendo están haciendo una contribución decisiva a los cambios que Cuba necesita. Estos cambios significarían participación en la vida económica y cultural, significarían derechos políticos y civiles y reconciliación nacional. Ese sería el verdadero ejercicio de la libre determinación de nuestro pueblo. Debe terminar el mito de que los cubanos tenemos que vivir sin derechos para sostener la independencia y soberanía de nuestro país.
El padre Félix Varela nos enseñó que la independencia y la soberanía nacional son inseparables del ejercicio de los derechos fundamentales. Los cubanos que viven en Cuba y en la diáspora, como un solo pueblo tenemos la voluntad y las capacidades para construir una sociedad democrática, justa y libre, sin odios ni revanchas y como lo soñó José Martí: “Con todos y para el bien de todos”.
No hemos escogido el camino pacífico como una táctica sino porque es inseparable de la meta de nuestro pueblo. La experiencia nos dice que la violencia genera más violencia y que cuando los cambios políticos se realizan por esa vía se llega a nuevas formas de opresión e injusticia.
Queremos que nunca más la violencia y la fuerza sean vías para superar crisis y gobiernos injustos. Esta vez realizaremos los cambios mediante este movimiento cívico que ya está abriendo una nueva etapa en la historia de Cuba, en la que prevalezca el diálogo, la participación democrática y la solidaridad. Así construiremos una paz verdadera.
Los héroes luchadores cívicos cubanos, los ciudadanos que firman el Proyecto Varela, no tienen armas en las manos. No tenemos un brazo armado. Tenemos los dos brazos extendidos, ofreciéndoles las manos a todos los cubanos, como hermanos, y a todos los pueblos del mundo.
La primera victoria que podemos proclamar es que no tenemos odio en el corazón. Por eso decimos a quien nos persigue y a los que tratan de dominarnos: tú eres mi hermano, yo no te odio, pero ya no me vas a dominar por el miedo. No quiero imponer mi verdad ni que me impongas la tuya; vamos juntos a buscar la verdad. Esa es la liberación que estamos proclamando.
Todavía hay quienes sostienen el mito de la disyuntiva entre los derechos políticos y civiles, por una parte, y la capacidad de una sociedad para construir la justicia social y lograr el desarrollo, por la otra. No son excluyentes. La ausencia de derechos civiles y políticos en Cuba ha tenido graves consecuencias, como la desigualdad, la pobreza de la mayoría, los privilegios de una minoría, el deterioro de algunos servicios, aun cuando estos están concebidos como sistemas humanos y positivos.
De esta manera, aunque muchos cubanos han trabajado durante años con amor y buena fe, hoy existe una grave situación en materia de derechos civiles y políticos, además de una creciente desigualdad y deterioro de la calidad de vida para las mayorías. Inclusive se les atan las manos a los ciudadanos, neutralizando las inmensas potencialidades de creatividad y laboriosidad de los cubanos. Esa es la principal causa de nuestra pobreza.
No se puede justificar esta realidad afirmando que el pueblo cubano escogió libremente ese sistema. Ustedes saben que ningún pueblo de los representados en este Parlamento, ni ningún otro pueblo del mundo, renunciaría jamás al ejercicio de sus derechos fundamentales. Cada vez queda más demostrado que el bienestar y el progreso en materia económica y social son frutos del ejercicio de los derechos. De igual manera, una democracia no es verdadera o no es completa si no es capaz de iniciar y sostener un proceso de elevación de la calidad de vida de todas las personas. Porque tampoco ningún pueblo ejerce su voto libremente para optar por la pobreza y la desigualdad que reduzcan a las multitudes a una situación de desventaja y marginación.
Nuestros pueblos latinoamericanos están reclamando la democracia real, que es aquella en la que se puede construir la justicia. Es escandaloso que en nombre de la eficacia se apliquen métodos que pretenden superar crisis y acabar con la pobreza, pero que, en la práctica, amenazan con aniquilar a los pobres.
No pretendo anunciar nuevas posiciones o modelos, pero nuestro pueblo ha vivido y sufrido diversos sistemas políticos y económicos. Hoy sabemos que cualquier método o modelo que, en una supuesta búsqueda de la justicia, el desarrollo o la eficacia, se sitúe por encima de la persona o anule cualquiera de los derechos fundamentales, conduce inevitablemente a alguna forma de opresión, a la exclusión, y sumerge a los pueblos en la calamidad.
Queremos expresar desde aquí nuestra solidaridad con todos los que sufren cualquier forma de opresión y de injusticia, con los que están silenciados y marginados en el mundo. La causa de los derechos humanos es una sola, como una sola es la humanidad. Si hoy se habla de globalización, anunciamos y denunciamos que si no se globaliza la solidaridad no sólo peligran los derechos humanos, sino el derecho a seguir siendo humanos. Sin solidaridad humana tampoco conservaremos un mundo limpio donde siga siendo posible la vida para los seres humanos.
Por eso, humildemente, creo que más que nuevos modelos, tanto en las sociedades como en las relaciones entre los países, lo que se necesita es un nuevo espíritu. Este nuevo espíritu debe expresarse en la solidaridad, la cooperación y la justicia en las relaciones entre los países, y no será un freno al desarrollo. Porque si se subordinan las políticas y los modelos a la realización de la persona, a la construcción de la justicia y la democracia, si se humanizan las políticas, entonces se superarán los abismos que separan a los pueblos y seremos una verdadera familia humana.
Llegue desde Cuba nuestro mensaje de paz y solidaridad a todos los pueblos. Todos los cubanos reciben este premio con dignidad y proclamando nuestra esperanza de reconstruir nuestra sociedad con el amor de todos, como hermanos, como hijos de Dios. Los cubanos somos sencillos y sólo queremos vivir en paz y progresar con nuestro trabajo, pero no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad.
Ante el Señor de la historia, que fue acostado en un humilde pesebre, depositamos este homenaje y nuestras esperanzas.
Gracias y feliz Navidad.
Estrasburgo, 17 de diciembre de 2002