Fernando Mires, DERROTAS ELECTORALES Y TERAPIA POLÍTICA



Me había propuesto escribir sobre las elecciones de Abril en Francia. Mas, ¿podía decir algo nuevo después que miles ya han escrito sobre el mismo tema?
Ya todo el mundo sabe que las elecciones francesas trajeron consigo tres grandes noticias. La primera, la derrota de un mandatario que había logrado mantener a flote la economía del país en medio de una feroz crisis mundial. La segunda, el amenazante avance del “lepenismo”, variante post-moderna del fascismo del siglo XX. La tercera, el hasta hace poco inesperado repunte de los socialistas.
De esas tres noticias, el repunte socialista parece ser un acontecimiento que puede tener cierta relevancia en otros países europeos. Los socialdemócratas alemanes, quienes ya estaban resignados a ser derrotados por el pragmatismo inclaudicable de la Merkel, los socialistas escandinavos, e incluso los socialistas españoles por quienes nadie da un “duro”, han sentido revivir en sus venas ese oscuro deseo del poder. El mismo poder sin el cual un político no merece ejercer su profesión.
No todo está entonces perdido para la “causa socialista”; esa es hoy una de las opiniones predominantes.
El tema también puede ser reformulado así: es posible que el proyecto (estatista, obrero, industrial) del socialismo democrático se haya hundido junto con la modernidad, pero los partidos socialistas sobreviven y, en algunos casos, gobiernan en medio de una era post-industrial que tal vez no entienden. Incluso la oportunidad de que tales partidos realicen una apertura hacia nuevos temas -los de la ecología, los de género, los de las “indignaciones” frente a la extrema racionalización de la vida, los de la digitalización de las relaciones humanas, y muchos más- no hay que descartarla del todo.
No son pocos los socialistas que hablan, por ejemplo, de una “cuarta vía”, una que cursará ya no entre capitalismo y socialismo (léase: libre mercado o estatismo) como fue el propósito de “la tercera” -la de Tony Blair, la de Anthony Giddens- sino “más allá” de las tres: en esa superficie marcada por una realidad cuyos actores y temas no son los mismos que signaron las terribles tragedias del siglo XX.
Al haber sido desalojados de diferentes gobiernos, los socialistas han tenido la oportunidad de renovar discursos, personas, e incluso rígidas estructuras internas. En ese sentido el lugar de la oposición les ha ofrecido una posibilidad terapéutica que no habrían podido obtener de otro modo. Ese es justamente el sentido de la rotación en el poder en torno a ese “vacío” (Lefort) que ninguna fuerza humana puede –ni debe- llenar totalmente
Nadie tiene derecho a ocupar el poder durante una eternidad. Mas aún, en una democracia el poder es ejercido no sólo desde el gobierno sino también desde la oposición. En Europa hay incluso partidos que para seguir manteniéndose en el gobierno aplican los programas de la oposición. Lo dicho es también válido en algunos países latinoamericanos. Para poner dos ejemplos: José Mujica en Uruguay realiza un programa de derecha en nombre de la izquierda y Juan Manuel Santos realiza un programa de izquierda en nombre de la derecha. Lula, a su vez, realizó ambos al mismo tiempo.
También tiene validez latinoamericana el hecho de que la oposición, bajo condiciones democráticas, sea el lugar de la recomposición de partidos que en algún momento ocuparon el poder político y desde ahí fueron desalojados portando el estigma de la más alta y posible corrupción. El caso más espectacular ha sido sin duda el del retorno político del PRI, en México.
Efectivamente, cuando en México el monopartidismo estatal de tipo soviético y/o otomano que ejerció durante tantas décadas el PRI, se vino abajo (2006), muchos pensamos que el PRI sucumbiría junto con su mafioso “sistema”. Hoy, sin embargo, asistimos al retorno del PRI reunificado en torno a su candidato, líder, y probablemente futuro presidente: Enrique Peña Nieto. Mas, ese PRI ya no es el de antes. El de ahora no es un partido despótico, y no lo es no porque sus dirigentes no quieran sino porque no pueden. El PRI es uno entre otros, uno que compite en el marco de un orden muy distinto al que ese mismo partido impuso en un no tan lejano pasado.
Los pueblos, se dice, tienen mala memoria. O tal vez son condescendientes con aquellos que, después de haber sido derrotados son capaces de levantarse y aceptar nuevas condiciones del juego. Lo vimos recientemente en el Perú. Si no hubiera sido por la rápida decisión de sus más lúcidos políticos, quienes decidieron cerrar filas en torno a Ollanta Humala, hasta el “fujimorismo”, con toda su tenebrosa historia a cuestas, y con la mayoría de sus antiguos dirigentes en puestos decisivos, habría  podido retornar en gloria y majestad. Probablemente eso ocurrirá alguna vez, pero antes el fujimorismo deberá pagar algunas penitencias, renovar sus cuadros políticos y transformarse, como sucedió con el PRI, en un partido verdaderamente constitucional.
En una democracia la posibilidad del retorno no está negada a nadie. La transformación de un partido autocrático en uno democrático, tampoco. Incluso en Venezuela, país donde ha emergido una combativa y organizada oposición al régimen pro-totalitario que allí impera, la posibilidad de que el chavismo, cuando sea desalojado del poder, regenere sus “podridas cúpulas” y retorne a la competencia política, no está del todo negada.
En relación con este último caso, mi tesis es la siguiente: “Solo una derrota electoral puede salvar políticamente al chavismo”. ¿Salvarlo de qué? La respuesta es muy simple: de sí mismo.
Sobre la base de esa tesis, escribiré muy pronto un nuevo artículo.