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La experiencia ha enseñado que cuando un político, en este caso Barack Obama, es atacado
desde los extremos, es señal de que va caminando por la correcta senda.
En América Latina lo estamos viendo: los
gobernantes del ALBA, siguiendo las diatribas que desde su lecho mortal envía
Fidel Castro, insisten en declarar que entre Bush y Obama no hay diferencias,
probando que añoran a Bush como a un amor que se fue para nunca más volver.
Los comentaristas de derecha tampoco se
quedan cortos. Acusan a Obama de débil y vacilante; insisten en que debe
aumentar las sanciones en contra de Cuba; se quejan porque ha retirado sus
tropas de Irak; presionan para que declare cuanto antes la guerra a Irán; lo
acusan de alimentar el auge del islamismo y, más recientemente, de no enviar marines
a Siria. Añoran, en fin, al igual que sus epígonos izquierdistas, los tiempos
de Bush (Jr.) cuando todo era fácil, cuando una línea recta separaba a los
malos de los buenos, y cuando los esquemas de la Guerra Fría continuaban
vigentes.
Son pocos los observadores que han leído el presente
de acuerdo a perspectivas amplias. Uno de ellos es, a mi juicio, Shlomo Ben
Ami, ex ministro israelí de Asuntos Exteriores.
Ben Ami fue uno de los primeros en señalar que el
peligro que hoy se cierne sobre los países del Oriente Medio no reside en los
regímenes islámicos sino en la contrarevolución de los militares. En su más
reciente artículo (El País, 8 de enero de 2012) Ben Ami aconseja, además, a los
EE UU, disminuir su obsesión por el Oriente Medio. El argumento de Ben Ami es
muy fino: Si EE UU logra liderar un fuerte polo democrático mundial, los
gobiernos árabes tenderán a orientarse en esa dirección y no, por ejemplo,
hacia Rusia (o China). Eso es, por cierto, lo que Obama ha venido
intentando desde los días en que pronunció su ya legendario discurso de El
Cairo (2009) Releyendo ese discurso –según la visión literaria de Carlos Fuentes: profético- es posible detectar a la luz de acontecimientos recientes, tres
líneas centrales:
1.- No existe ninguna contradicción fundamental entre
el Islam y los EEUU. El entendimiento sobre bases políticas y no militares es
posible. Ello implica un terminante rechazo a cualquier intento por revivir la
tesis de la “guerra de las civilizaciones”
2.- El gobierno de los EE UU se compromete a corregir
errores cometidos en el pasado, cuando apoyó, por razones geopolíticas, a
implacables dictaduras militares.
3.- Pero un nuevo comienzo exige un compromiso
tácito. Así como los EE UU se comprometen a disminuir la presión militar, los
gobiernos de la región islámica deben aceptar dos condiciones: La primera: no
habrá ninguna concesión en la lucha en contra del terrorismo internacional. La segunda: reconocimiento del Estado de Israel.
A primera vista pareciera que estuviéramos frente a
una reedición de la polémica norteamericana entre un “poder duro” y un “poder
suave”, términos que popularizó el ex consejero de Clinton, Joseph S. Nye, en
su todavía actual libro Soft Power (2004). Sin embargo, la posición del
gobierno de Obama va más allá de un cambio de método. Se trata de un giro
trascendental en la política internacional. Estamos hablando –ese es el punto-
de un cambio que implica sustituir el primado de la guerra por el de la
política. O dicho en los términos de Joseph S. Nye: el objetivo es convertir
una potencia imperial en una nación políticamente hegemónica.
De acuerdo a la línea Bush, los EE UU requerían de
una presencia militar directa en el mundo islámico (Arabia Saudita es un aliado
comercial mas no político). De acuerdo a la línea Obama, en cambio, los EE UU
privilegian la presencia política (la que no es física) por sobre la dominación
militar, apoyando a todos los gobiernos
dispuestos a ampliar las libertades democráticas en sus respectivos
países.
Como estamos hablando de dos tipos de hegemonía, hay
que destacar que la de Obama es una inversión a largo plazo. La primera
hegemonía -Bush- está basada en la capacidad de fuego, la que no ha disminuído
durante Obama. La segunda -Obama- en el liderazgo político internacional.
Tengo la impresión de que la que más asusta a los
tiranos de la tierra es la segunda hegemonía. Frente a ella no tendrían armas
–ni rusas ni chinas- que oponer.