Efectivamente, la ola iniciada
con las revoluciones democráticas- anticomunistas del siglo pasado, llegó en el
2011 al mundo árabe, el que durante 2012 continuará siendo escenario de
revueltas cuyos resultados son imprevisibles. Por otra parte, la vieja Europa,
en medio de una aguda crisis financiera, ve sus calles atestadas de
“indignados” sin representación política, creándose así un peligroso vacío que,
bajo determinadas condiciones, podría convertirse en tentación de infaltables
populistas. En fin, comparando la situación árabe, la europea y la
latinoamericana, habría que concluir que, a diferencias con lo ocurrido en años
anteriores, esta última parece una taza de leche. Pero quizás las apariencias
engañan.
1. La zona democrática
1. La zona democrática
Puede ser que 2011 haya sido en
América Latina el año en que las fuerzas en conflicto ordenan sus líneas para
las batallas políticas que tendrán lugar en el 2012. ¿Entre quienes? Todos lo
sabemos: a un lado, quienes apoyan proyectos autocráticos; al otro, los que
apoyan proyectos democráticos. Esa es, por lo demás, la marca que ha dividido
al continente en el último decenio.
En la zona democrática han tenido
lugar más cambios que en la autocrática. Ya en Enero, con el ascenso de Dilma
Rousseff, Brasil marcó ciertas distancias simbólicas con Venezuela. Por lo
menos, a diferencias de Lula, Rousseff no abraza a Chávez todas las semanas.
Mas, por otra parte, el gobierno brasileño no ha trasladado su supremacía
económica al terreno político. El proyecto Lula de convertir a Brasil en una
nación económica desarrollada, pero apolítica, ha terminado por imponerse. Lo
que no tendría mucha importancia si Brasil no hubiera ocupado un lugar en el
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas representando a Latinoamérica. Allí
no hubo debate importante en el cual Brasil no practicara la abstención. Es una
lástima: a diferencia del ALBA que sí tiene política internacional
–intensificación de relaciones con todas las dictaduras del mundo- las naciones
democráticas de América Latina carecen de política internacional.
Una segunda gran nación
latinoamericana, Argentina, ha experimentado otro cambio político importante.
Me refiero a la transformación del peronismo en kirschnerismo. Por cierto,
Cristina Fernández dice ser continuadora de tradiciones peronistas, pero estas
–si alguna vez existieron- se ven cada vez más lejanas.
Entre peronismo y kirchnerismo hay,
por cierto, semejanzas. Entre ellas, la viudez. Mientras el viudo de ayer
intentaba reencarnar el espíritu de Evita, la viuda de hoy porta los designios
celestiales de Nestor Kirchner. Pues, conociendo al dedillo el carácter
mitómano de la política de su país, Cristina, al igual que Juan Domingo, ha
divinizado a su cónyuge. Por ejemplo, cuando lo nombra dice “El”. “El” es el
presidente en el cielo. Ella, en la tierra de Argentina. Por si fuera poco, los
tutti fruttis ideológicos peronistas y kirchneristas son muy similares.
Así como Perón no tenía empacho en
declararse fascista, escribir cartas a Mao, apoyar a sus enloquecidos
montoneros, y agasajar a grandes empresarios, Cristina hace algo parecido:
cultiva cordial amistad con el “imperio”, abre sus manos al capitalismo chino,
y para compensar, nombra de vez en cuando a Che Guevara o elogia las horrorosas
pinturas de Chávez. No obstante, más allá de similitudes, las diferencias entre
peronismo y kirchnerismo son importantes. La más decisiva es que Perón era
populista y Cristina no lo es.
Mientras Perón gobernaba escuchando el
clamor de la calle, Cristina lo hace desde las pantallas. O, de modo parecido:
mientras en Perón lo importante era el discurso, en Cristina lo que importa es
el gesto. Mientras Perón nadaba en las masas como un pez en el agua, Cristina
se mueve muy fácil entre bastidores. Su habilidad para disolver y contraer
alianzas secretas en función de objetivos inmediatos, es asombrosa.
Bajo esas condiciones, el de Cristina
Kirchner no será un modelo democrático a seguir, pero tampoco ha caído en el
autocratismo de los gobernantes del ALBA. Los intereses de la política
argentina son demasiado intrincados como para situarse sobre ellos. En cierto
modo –quizás ahí reside el secreto- “ella” siempre deja una puerta abierta para
convertir al enemigo de hoy en un amigo de mañana. La terrible enfermedad que
amenaza a Cristina Fernández -de la cual hoy me he enterado con mucho pesar-
contribuirá sin duda a reforzar el mito de su figura. Puede ser así posible que
un día el kirchnerismo se transforme definitivamente en cristinismo.
Pero a quien desde un punto de vista
democrático importaba transformar no era a Cristina Fernández sino a Ollanta
Humala. Habiendo aparecido en la política como militarista y racista y luego,
en las elecciones de 2006 como confeso admirador del “chavismo”, ha pasado a
convertirse en demócrata ejemplar. La metamorfosis de Ollanta Humala obedece
por supuesto a razones de poder, lo que desde un punto de vista puramente
político no siempre es criticable.
Fue Mario Vargas Llosa uno de los
primeros que advirtió la metamorfosis de Humala, razón por la cual no dudó en
darle su apoyo frente al peligro dictatorial que representaba el regreso de
Fujimori y sus secuaces, hecho que costó al premio Nobel los más histéricos
ataques de la derecha peruana y venezolana.
Hoy el peligro en Perú es otro. Ante
la ausencia de apoyo de parte del centro y del centro-izquierda, Humala podría
buscarlo –hay ya algunos signos- en la ultraderecha militarista y fujimorista,
abandonando así su programa destinado a compatibilizar desarrollo económico con
reformas sociales. Por el momento la posibilidad neo-fujimorista no se ha
concretado, pero la expectación se mantiene. Si por algún extraño motivo Humala
se inclinara hacia el “chavismo” –mediante la vía antichilena de Evo Morales,
por ejemplo- sus días políticos estarán contados. Al revés también es cierto:
si se inclina hacia el “fujimorismo”, puede desatarse en el Perú una crisis
política de grandes proporciones. Humala, avezado político, debe saberlo. Su
lugar está en el centro, su programa es de centro, y por eso mismo fue elegido.
Su gobierno tiene que ser “bonapartista” o no ser.
Sin embargo, la más grande crisis
política no ha sobrevenido en el Perú de Ollanta Humala, sino donde nadie creía
que podía aparecer: en el próspero Chile de Sebastián Piñera.
Aparentemente la crisis política que
tiene a Piñera en los subterráneos de todas las encuestas ha sido provocada por
el vigoroso aparecimiento del movimiento estudiantil. Pero si se tiene en
cuenta que la ausencia de popularidad de Piñera corre paralela con la de la
oposición, tenemos que concluir que el movimiento estudiantil, menos que un
generador de la crisis, es sólo una de sus consecuencias más visibles. Visto
así, la que vive Chile en estos momentos es una muy profunda crisis de
representación. Así se explica por qué el movimiento estudiantil, pese a que
enfrenta al gobierno Piñera, nunca se identifica con la oposición.
En cierto modo los estudiantes
chilenos –muy divididos entre sí- se encuentran situados entre una oposición
desarticulada y un gobierno que confunde la razón política con la empresarial.
Pero los estudiantes, así como otros sectores de la ciudadanía, no están
todavía en condiciones de darse una representación política propia. En ese
sentido los estudiantes chilenos podrían cumplir un rol parecido al de los
“indignados” de España: dar a los “progres” el último empujón hacia el abismo,
asegurando así el futuro gobierno de los “conservadores”.
La diferencia entre las fuerzas de
gobierno y los partidos de la Concertación es que mientras los primeros viven
una situación desoladora, los segundos viven una catastrófica. La verdad es que
la Concertación después de haber administrado el Chile post-pinochetista no
tiene ninguna otra misión que cumplir. La única alternativa que muchos ven hoy
para subsistir es levantar en las próximas elecciones la candidatura de
Michelle Bachelet. Pero ni siquiera la “vía chilena al matriarcado” asegurará
posibilidades de éxito. Si Bachelet acepta el ofrecimiento, dejará de ser la
candidata política que en un momento fue, para convertirse en un personaje
mítico, “más allá de la política”. Y eso es justamente lo que no necesita
Chile. En fin, todo hace presumir que Chile arrastrará la crisis política por
un periodo más largo que corto, en esa, su siempre tan tortuosa historia. Ello
puede tener costos para –como dicen los autómatas chilenos- “el modelo”.
2. La zona autocrática
2. La zona autocrática
Si en materia de política
internacional la zona democrática de América Latina está políticamente
neutralizada, la de la zona autocrática no está mejor, hasta el punto que es
posible afirmar que la expansión ideológica y política del ALBA alcanzó ya sus
límites existenciales. Quiero decir: de aquí en adelante lo único que espera al
ALBA es retroceder.
Los autocracias electorales, o
democracias híbridas –dentro de las que además de los gobiernos del ALBA hay
que contar a la mayoría de los euroasiáticos y caucásicos, con Rusia a la
cabeza- son formaciones políticas que se quedaron “a medio camino” en el
proceso de evolución política que alguna vez debe culminar en la democracia.
Propio a todos esos regímenes es introducir elementos democráticos formales,
pero puestos al servicio de un gobierno uni-personal. Las características de
esos gobiernos son, por lo demás, conocidas: identificación total entre
gobierno, Estado y líder supremo; subordinación del poder judicial al
ejecutivo, control del aparato militar y policial, partido único de Estado,
ideología única, e inclusión corporativa (desde el Estado hacia abajo) de los
llamados organismos populares. En fin, sin ánimo de establecer tipologías, es
evidente que todos esos regímenes se parecen entre sí como una gota de agua a
la otra. En el ALBA la única diferencia la marca Cuba; mientras los demás
miembros son autocracias electorales, la cubana es una dictadura total, es
decir, totalitaria.
Cuando el “chavismo” vivía su periodo
de gloria, algunos analistas imaginaron que el ALBA podía llegar a ser una
asociación hegemónica en América Latina. Durante el año 2011 ha quedado claro,
en cambio, que el ALBA comienza a vivir el comienzo de su descenso. La razón es
la siguiente: Si bien gobiernos como el ecuatoriano y el nicaragüense –más por
debilidades opositoras que por méritos- se mantienen firmes en la silla, los
dos ocupan dentro del ALBA un lugar periférico. El eje central del ALBA
constituido por Cuba, Venezuela y en menor medida Bolivia, ha comenzado a
mostrar grietas que anuncian un eventual derrumbe. Y eso no es banal. Cuba es
el proveedor ideológico, Venezuela es el proveedor económico y Bolivia es el
proveedor mítico del ALBA.
Cuba ya no tiene vuelta. Sólo quedan
dos preguntas en torno al futuro de ese enflaquecido país: una, es la de quien
morirá primero: si el oprobioso sistema o Fidel Castro. Ambos están íntimamente
ligados, de modo que es difícil predecirlo. La otra pregunta es si el derrumbe
cubano precipitará el fin del chavismo o el fin del chavismo (al menos como
gobierno) precipitará el derrumbe cubano. En este caso, como en las
matemáticas, el orden de los factores no alterará el producto final el que deberá
anunciarse –si los astros no me engañan- el 2012. Como diría un cubano: “Esto
se acabó”.
El proyecto totalizador que a través
del MAS y Evo ha intentado introducir Alvaro García Linera en Bolivia podría,
bajo determinadas condiciones, sobrevivir a la desarticulación del eje La
Habana/ Caracas. Sin embargo, enormes errores de cálculo en la cúpula dirigente
han determinado que el 2011 no haya sido un año de repunte gubernamental sino,
como dice la mayoría de los analistas, “un punto de inflexión”. Primero fue el
“gasolinazo” de Diciembre de 2010. Después la represión despiadada a los indios
y campesinos que se oponían a la construcción de la carretera del Tipnis
(Septiembre de 2011). En ambos acontecimientos Morales y García Linera
mostraron una insensibilidad que en nada tiene que envidiar a la de los
gobiernos más reaccionarios de la historia de Bolivia. El resultado: Evo
Morales ha bajado 50% en su apoyo popular, hecho que no tendría mayor
importancia –al fin, todos pueden repuntar en las encuestas- si el mismo Evo
Morales no hubiese anunciado la descomposición de su proyecto. ¿Cómo? En el
mejor estilo chauvinista de los gobiernos del pasado: Reclamando a Chile la
validez de acuerdos limítrofes suscritos por el propio Estado boliviano (1904),
en territorios habitados por una población “recontra” chilena. No deja de ser
sugerente que Morales haya decidido usar esa carta marcada justo en los
momentos cuando el “bloque indígena-plebeyo” (García Linera) acusa notorios
signos de fractura.
Una notoria fractura no ha alcanzado
todavía al régimen que impera en Venezuela, capital económica del ALBA. Pero
allí está ocurriendo algo distinto. Allí se está formando una oposición
política que, a estas alturas, debe ser la mejor organizada de todo el
continente. Coordinados por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), los
partidos de la oposición, muchos surgidos durante el largo mandato de Chávez, y
con una evidente hegemonía de la centro-izquierda, se aprestan a realizar
primarias, contrastando con la candidatura única del partido único, propiedad
única del líder único.
Las primarias venezolanas, gracias a
la cerrada contienda que mantienen cuatro candidatos con posibilidades de
vencer, han logrado rebalsar el interés de la simple oposición. Chávez, a su
vez, se apresta a dar la gran batalla y nadie duda, recurrirá a todos los
medios para imponer su victoria. Miles de neveras, televisores, casas
pre-fabricadas, inusitados y repentinos aumentos de sueldos y salarios, inicios
de cientos de obras públicas, el erario fiscal, más represión policial o
intimidaciones de pistoleros encapuchados y –no hay que descartar-
manipulaciones en los recuentos electorales, todo eso, será puesto al servicio
de la reelección presidencial. Mas, por otra parte, hay que tener en cuenta que
nunca el gobierno de Chávez ha estado peor situado frente a la opinión
pública.
Quien sea el vencedor en las
primarias, deberá enfrentar a un implacable adversario. Si el candidato de la
oposición logra derrotar a Chávez, sólo podrá hacerlo sobre la base de dos presupuestos:
levantar un programa de inclusión social que penetre en las filas del chavismo
y representar un ideal de reconciliación nacional que termine de una vez por
todas con esa división absurda que atraviesa a la nación de punta a cabo. En
cualquier caso, del resultado de esas elecciones dependerá gran parte de la
futura arquitectura política de América Latina.
3. Una declaración acuática
3. Una declaración acuática
La futura arquitectura política de
América Latina intentó ser diseñada en la primera reunión de CELAC, en Caracas,
Noviembre de 2011. Allí se enfrentaron tácitamente dos tesis: la de una CELAC
en contra de los EE UU o la de una CELAC sin los EE UU. La primera, sustentada
por las autocracias del ALBA, en cuyo interior hay gobiernos que no sólo
mantienen, además intensifican excelentes relaciones comerciales con los EE UU.
Como era de esperarse, ninguna tesis se impuso. De modo que los presidentes
acordaron redactar una declaración muy parecida al agua: inodora, incolora e
insípida.
Ahora, cuando un comunicado firmado por
diferentes gobiernos es tan ambiguo, sólo hay dos posibilidades: están de
acuerdo en todo o no están de acuerdo en nada. Es evidente en este caso que la
segunda posibilidad está mucho más cerca de la verdad que la primera. En fin, en América Latina la política del 2011 fue llevada a cabo como
siempre: avanzando dos pasos y retrocediendo otros dos.