“El mejor candidato de la oposición será aquel que logre descifrar el signo de un nuevo comienzo”.
Por cierto, no todas las elecciones decisivas abrigan la esperanza de un nuevo comienzo. Para remitirme a un hecho histórico que conozco bien, recuerdo que en las primeras elecciones que tuvieron lugar en Chile después de la abdicación de Pinochet (Diciembre de 1989), el signo predominante era el de “la restauración de la democracia”. De acuerdo a ese signo el primer presidente post-dictadura tenía que ser, por lo tanto, un hombre del pasado pre-pinochetista. Patricio Alwyn no sólo por sus virtudes sino también por sus defectos simbolizaba mejor que nadie ese pasado. Con Alwyn comenzó la restauración pues, para quienes no lo recuerdan, hay que decirles que esa y no otra fue la tarea encomendada a la concertación, hoy tan denostada en Chile.
Quiero remarcar, en consecuencias, lo siguiente: el mejor candidato político no siempre es el más idóneo, tampoco el más competente, pero sí es, y tiene que ser, el más representativo. La razón es obvia: política es representación, toda representación contiene un significado (signo) y todo significado se expresa en un símbolo, el que en la política sólo puede ser un símbolo antropomórfico..
La política, sobre todo en momentos cruciales –y Venezuela comienza a vivir uno- es antes que nada, lucha simbólica. Eso lo sabe quizás mejor que nadie el Presidente Chávez quien tendrá muchos defectos, pero que es un excelente manejador de símbolos, nadie lo puede negar.
Queda quizás responder la pregunta del porqué las próximas elecciones venezolanas estarán marcadas por el signo del “nuevo comienzo”. La verdad es que ese signo político no lo impuso la oposición sino el propio Chávez. Desde el momento en que ganó las primeras elecciones, Chávez ha buscado erigirse como “el representante del futuro” en contra de la oposición, a la que Chávez adjudicaba el rol de representar un pasado, según él, oprobioso (“cúpulas podridas”). Aún hoy, después de tantos años, Chávez insiste en adjudicarse los símbolos de un futuro promisorio. Pero a diferencias del primer Chávez, el de 1998, el Chávez del 2012 tiene detrás de sí un largo pasado presidencial. De tal modo que, quiera o no, él deberá dar cuenta a los votantes no sólo de las obras que hará en el futuro sino de las que no ha hecho en el pasado (y son muchas). En fin, aparecerá en un rol que no es el que más le acomoda: como representante del pasado. Los candidatos de la oposición, por el contrario, tienen vía libre hacia el futuro.
Pero hay, además, otras respuestas a la pregunta relativa a la razón de un “nuevo comienzo”. Una de ellas es que durante el pasado chavista emergieron a la escena pública nuevas formaciones políticas las que, aún manteniendo débiles conexiones con el pasado pre-chavista, apuntan hacia la reconstrucción de un futuro post-chavista.
Nuevo Tiempo, Primero Justicia, Voluntad Popular, Proyecto Venezuela, son partidos políticos nacidos bajo las condiciones impuestas por el chavismo. Si a ellos agregamos los partidos disidentes Podemos y Patria Para Todos, emergidos desde el propio chavismo, advertiremos que Venezuela ya cuenta con una estructura política de reemplazo, presta para asumir tareas de gobierno en cualquier momento.
Chávez insistirá sin duda en su conocido “después de mí el diluvio”. Pero frente a una oposición políticamente estructurada esa consigna perderá credibilidad. En otras palabras, Chávez no enfrentará esta vez al pasado pre-chavista, sino a un conglomerado anti-chavista surgido y estructurado bajo su actual mandato. Si a esos partidos sumamos los clásicos del pasado, como son COPEI y Acción Democrática, hemos de convenir en que uno de los éxitos involuntarios de Chávez ha sido el de haber posibilitado la regeneración de la estructura política venezolana, aunque por supuesto, en contra suya.
Recordemos simplemente que cuando Chávez accedió al gobierno, la oposición era una ruina. Hoy la oposición venezolana -si la comparamos con la de los países del ALBA, o con la desastrosa oposición argentina, e incluso con la que intenta ejercer la desvencijada izquierda chilena en contra de Piñera- es una de las mejores constituidas de América Latina.
Las condiciones para un cambio de gobierno en Venezuela están dadas. Después de Chávez no habrá diluvio ni abismo. La política continuará bajo otras formas. En fin, lo más probable es que emergerá la posibilidad de un nuevo comienzo.
A las razones señaladas hay que sumar otra de mucha validez. Durante el largo mandato de Chávez ha surgido una nueva generación de electores que no recuerdan haber visto otro Presidente que no sea Chávez, ni otro gobierno que no sea el chavista. Esa nueva generación no tiene como referencia al pasado y los ataques del chavismo a la “cuarta república” no le interesan. El socialismo del siglo XXl no pasa de ser para esos jóvenes una frase, y si van a votar, lo harán más por un futuro que cada vez menos representa Chávez, y cada vez más los cuatro candidatos opositores.
Tanto Pablo Pérez, como Henrique Capriles, María Corina Machado y Leopoldo López, son candidatos jóvenes (para la política; como futbolistas serían ancianos). Los cuatro tienen apostura política. Hay dos que no son grandes oradores, pero tienen obras públicas y mucho trabajo social que mostrar. María Corina destaca por su coraje ciudadano y podría concitar más voto femenino que sus competidores. Leopoldo López destaca por su tesón; además tiene mucha empatía entre la juventud, sobre todo universitaria, y Chávez, sin duda, le teme. Los principales partidos de oposición ya están alineándose alrededor de Henrique Capriles y de Pablo Pérez, pero en las primarias no sólo participarán militantes disciplinados. Hay quienes dicen que Capriles tiene más entrada entre los “indecisos” que Pérez, pero también hay otros que opinan que Pérez tiene más sintonía con el pueblo que Capriles, incluyendo sectores que hasta ahora han sido clientes tradicionales del chavismo.
En fin, cada uno de los cuatro candidatos a las primarias tiene lo suyo, y lo que le falta a uno lo tiene el otro. Razón de más para pensar que las primarias de Febrero serán muy disputadas. Tanto mejor. Cuando aparezca el representante del “nuevo comienzo”, la calle ya estará calentada por la oposición. Y si después los tres perdedores cierran filas alrededor de la figura vencedora en las primarias, la oposición tendrá muy buenas cartas para librar en Octubre del 2012 “la madre de todas las elecciones”. Ese será entonces “el comienzo del nuevo comienzo”
La noción del nuevo comienzo tiene su fundamento en la propia condición humana, y por ende, en la condición política. El ser humano es transitorio y luego la política también lo es. La inmortalidad no se hizo para nosotros y por esas misma razón nos vemos obligados a comenzar de nuevo cada cierto tiempo. Porque no sólo somos mortales: además somos natales. Cada nacimiento significa un nuevo comienzo. Esa es –ya se adivina- una de las formulaciones más caras al pensamiento político de Hannah Arendt quien, a diferencia de la mayoría de los filósofos existencialistas -tradición a la que Arendt pertenece sólo en parte- puso el acento no en la mortalidad sino en la natalidad de la condición humana.
El nacimiento, no la inmortalidad, es la alternativa que tenemos para oponer a la mortalidad. El totalitarismo, las dictaduras, y no por último, los gobiernos autoritarios, basan su existencia en la noción de inmortalidad. No hay ningún déspota o dictador que no haya creído en su inmortalidad, si no en la biológica, en la de sus ideologías. De ahí que el principio del nuevo comienzo forma parte de la lucha por la libertad del ser. Ese principio nos dice que, aún en las peores condiciones, siempre existirá la posibilidad de comenzar de nuevo. No hay al fin ninguna ley histórica que lo impida. Así ha sido, así es y así será.