Fernando Mires: EL ÍNTIMO SECRETO DE LA ECONOMÍA

Hay momentos en que uno tiene la impresión de que los "opinólogos", incluyendo algunos muy notables, se ponen de acuerdo para escribir disparates. Uno de esos momentos está ocurriendo hoy en día a propósito del liderazgo que, según muchos, está ejerciendo Alemania en el marco del proyecto destinado a superar la crisis financiera en la llamada “eurozona”. Quizás ese hecho tenga que ver con los prejuicios que todavía despierta la sola mención de Alemania, como si se tratara de un país de otro planeta, radicalmente diferente a todos los demás.
Leo por ejemplo en un artículo de una revista, dícese seria, que Alemania está exenta de la crisis porque es una nación formada por luteranos austeros y no por ciudadanos perezosos, irresponsables y festivos como españoles, griegos o italianos. Como es ya costumbre, entran a relucir falsos estereotipos relativos a la puntualidad, la capacidad de trabajo, la disciplina de los trabajadores alemanes –según he podido comprobar tan flojos o tan laboriosos como la mayoría de los trabajadores del mundo-. La versión negativa de la misma leyenda –leo en otra revista- nos habla a su vez de autómatas prusianos, hombres de corazón de hierro, cabezas de computadora, "zombies" sin emocionalidad ni sentimientos cuyo único objetivo es trabajar hasta la muerte por el bien de la nación. A toda esa sarta de estupideces, mentiras, y blabláes, se han sumado, como si fuera poco, los infaltables ideólogos de la izquierda europea.
Como ya parecen haber agotado el  tema de la crisis final del capitalismo con la que cada cinco años nos aburren, y como la tesis del “neoliberalismo global” de tanto servir para todo ya no sirve para nada, los ideólogos de la izquierda europea se han dado ahora a la tarea de desempolvar desde sus baúles la teoría del “imperio alemán”. De acuerdo a esa “nueva” teoría la señora Angela Merkel estaría llevando a cabo -mediante créditos, ajustes monetarios y presiones financieras- el proyecto imperial que no logró realizar Hitler mediante la vía militar, a saber: convertir a Europa en un “Lebensraum” (espacio vital) para la insaciable “burguesía” alemana.
Aparte de que la delirante tesis de la resurrección del imperio alemán tiene la virtud de dejar por unos momentos en paz a los EE UU o hacer olvidar por algunos minutos el eterno cliché del “peligro amarillo” (chino), no tiene el más mínimo sustento. La crisis financiera golpea con la misma violencia a Alemania que a otras naciones europeas, y quien no lo crea, observe la caída del DAX (índice de acciones alemanas), o entérese de la noticia relativa a que el “Deutsche Bank” está al borde de la insolvencia total. Alemania, hay que agregar, es una de las naciones más endeudadas del mundo: ocupa el tercer lugar con  5.208.000$ milllones USD$, y el cuarto lugar en la deuda per cápita  con $ 63.350 USD$.
Es cierto que hay una notable baja en la demanda ocupacional, pero ella obedece a dos razones. La primera: la crisis del mercado de trabajo que hoy experimenta Europa del Sur ya la experimentó Alemania durante los gobiernos de Helmuth Kohl y Gerhard Schröder (¡cinco millones de parados!). A esa fase de contracción la ha sucedido una de expansión, como ocurrirá pronto en España, Italia y Portugal. La segunda razón: la disminución del paro se ha dado, en gran parte, sobre la base del crecimiento de empleos temporarios (Jobs), mal remunerados y casi siempre ejercidos por mujeres y extranjeros.
No obstante, hay que reconocer que efectivamente en Alemania reina una situación de “paz social” que le permite navegar con cierta tranquilidad en las tormentosas aguas de la crisis mundial. Al no estar sometidos a tensiones internas los representantes alemanes pueden, además, desenvolverse en la arena internacional con mayor soltura que sus pares europeos del sur. Pero aún en ese punto debe ser subrayado de que no se trata de un fenómeno puramente alemán. Ni Suecia, ni Dinamarca, ni los Países Bajos, ni Austria ni Suiza, más aún: ni naciones post-comunistas como Polonia o Checoeslavaquia, son escenarios de grandes conmociones sociales o de crisis apocalípticas como nos es presentada la de Grecia. Todas ellas, al igual que Alemania, parecen resistir los embates de la crisis sin caer en histerias colectivas. En fin, Alemania está muy lejos de ser un “caso especial” en Europa.
Por cierto, el lugar hegemónico que corresponde a Alemania en el contexto europeo debe ser mayor –obvio- que el de Suiza o Austria, para no hablar de Luxemburgo. Pero eso siempre ha sido así: antes, durante y, seguramente, después de la crisis. De ahí que el hecho de hablar de la “expansión del imperio alemán” debe ser anotado en la ya larguísima lista de falsificaciones que adornan el prontuario académico de los ideólogos de la “izquierda europea”.
Ahora, ¿qué tienen de común todos los países nombrados? Por una parte, un orden económico conocido como “economía social de mercado”. Por otra, una notable estabilidad política. En cierto modo se trata de las dos caras de una misma moneda. La economía social sólo puede funcionar sobre la base de un mínimo consenso político y la estabilidad política sólo puede ser erigida sobre la base de una mínima solidaridad social. La pregunta entonces es ¿por qué los países del Sur europeo no adoptan ese modelo? La respuesta no puede ser más sencilla, Watson. Pues ese no es un modelo. Es el resultado de constelaciones históricas y políticas muy particulares, irrepetibles e intraspasables.
Si hay una palabra –he llegado a esa conclusión- que debería ser erradicada para siempre de las teorías económicas, esa es la palabra “modelo”. Yo no sé en verdad de donde los cientistas sociales sacan la soltura para hablarnos de “modelos” con tanta naturalidad. Da la impresión de que en alguna parte, nadie sabe donde, hay supermercados en donde se venden “modelos de desarrollo” posibles de ser aplicados en cualquier tiempo, en cualquier lugar y en cualquier país. A muy pocos se les ha ocurrido que esos llamados modelos no son tales, sino resultados de circunstancias históricas muy particulares, y por lo mismo, intransferibles.
¿Le gusta el modelo sueco o el de los Países Bajos? Pues cómprelo con toda su historia, con una larga monarquía constitucional, con largas luchas de campesinos en tierras áridas, con todas las alianzas que se dieron entre los gremios y las corporaciones y, no por ultimo, con una ética protestante del trabajo; de otro modo el modelo es inaplicable. ¿Le gusta el modelo alemán? Pues, cómprelo con una post-guerra, con un fuerte sindicalismo obrero industrial (carbón, hierro, construcción y automóviles), con dos partidos con sensibilidad social como el democratismo social de Willy Brandt y el cristianismo social de Konrad Adenauer, y sobre todo, con un genio de las finanzas como Ludwig Erhard; de otro modo el modelo es inaplicable. ¿Y en América Latina, le gusta el modelo chileno? Pues cómprelo con Pinochet, con cárceles y torturas, con asesinatos y violaciones; de otro modo el modelo es inaplicable. 
Los llamados “modelos”, y eso es lo que quiero destacar, son “formaciones histórico- políticas”, derivaciones de procesos no exentos de traumas, a veces de tragedias colectivas. En algunos países, Alemania es uno de ellos, esos resultados históricos han derivado en la formación de una estructura política que cubre gran parte del espectro social. Hay otros países, en cambio, en los cuales franjas considerables del espectro social no encuentran todavía ninguna representación política. El caso español es notorio. El derrumbe del PSOE no fue sucedido por el aparecimiento de ningún nuevo partido político que ocupara su lugar quedando así un enorme espacio vacío, sin representación política alguna. Ahí aparecieron –algo tenía que aparecer- los “indignados” cuyo verdadero nombre debería haber sido los “no-representados”. Evidentemente, España, por lo menos la de Zapatero, atravesaba por una grave crisis de representación política. De ahí que la pregunta más pertinente es la siguiente: ¿Puede un país con una manifiesta crisis de representación política ser un lugar adecuado para realizar inversiones económicas a largo plazo? (las a corto plazo no tienen ninguna relevancia en tiempos de crisis)
En Alemania, para seguir con el ejemplo, el sector conservador está representado en gran parte por la Democracia Cristiana. La “clase obrera” tradicional, la de la antigua industria pesada, sigue siendo predominantemente socialdemócrata. Los Verdes y más recientemente Los Piratas, se hacen cargo de las protestas sociales en el lado occidental del país. La “Linke” (La Izquierda) a su vez, se encarga de representar los profundos resentimientos sociales que todavía anidan en el Este. En breve: casi no hay en Alemania un espacio social que no tenga su correspondiente cobertura política. Ello explica por qué en tal país, aún en medio de una aguda crisis, hay empresarios que se atreven a realizar inversiones a largo plazo. Ese es, en fin, el secreto político de toda economía nacional.
Para los que no han entendido bien es quizás necesario insistir en un punto: la estabilidad política no tiene nada que ver con extremo centralismo, autoritarismo o dictadura. Tampoco con consensos destinados a petrificar la dinámica de la vida social. Todo lo contrario. En Alemania, los políticos, como ocurre en todas partes, se dan duro, a veces muy duro. Pero se dan duro en el Parlamento; no en la calle. ¿Se entiende? Lo que quiero insinuar puede entonces resumirse en la siguiente frase: la estabilidad política sólo puede ser alcanzada mediante el ejercicio de la actividad política.
Póngase usted mismo estimado lector en el caso de un inversionista. ¿Invertiría usted a largo plazo en un país dominado por una dictadura la que, como ocurre con casi toda dictadura, puede ser de pronto derribada mediante una insurrección popular? ¿O en un país en donde hay contínuas crisis de gobierno? ¿O en un país gobernado por un presidente excéntrico que actúa por instinto y de acuerdo a sus últimas ocurrencias? Por supuesto que no. Si usted va a invertir lo hace en un país que le dé las mínimas garantías de estabilidad política en el plazo más largo posible.
La estabilidad política es la mejor garantía para la reproducción de la vida económica del mismo modo que la estabilidad emocional es la mejor garantía para la reproducción de la vida personal y social. Por cierto, ella no inmuniza en contra de ninguna crisis. Pero sí, crea, al menos, posibilidades para su superación. Y esa estabilidad –he tratado de demostrar- no se compra en las farmacias. Suele suceder incluso que ella sea alcanzada mediante circunstancias puramente contingenciales o, como señalaba Hannah Arendt al referirse al momento fundacional que dio origen constitucional a la nación norteamericana: mediante un simple “golpe de suerte”. Pero a esa esquiva dama, la suerte –agrego yo- hay que saber ayudarla.