En los albores de la globalización, de la que se comenzó a hablar con insistencia después del derrumbe del comunismo, no fueron pocos quienes pensaron en que el mundo, sin una contradicción fundamental que lo atravesara de lado a lado, como fue la de capitalismo versus comunismo, comenzaba por primera vez a reconciliarse consigo mismo. El siempre hegeliano Francis Fukuyama -recordemos-no se cansaba de decir que su “fin de la historia” no significaba que la historia de la humanidad había terminado, sino que la dialéctica (afirmación-negación) que hasta entonces había dado sentido a la historia universal, ya no era vigente.
SOBRE IMPERIOS Y COMPARSAS
Aún sin decirlo, los teóricos de la globalización, al imaginar que por primera vez el mundo era uno solo, postularon el cumplimiento de la utopía negativa del marxismo, a saber, que sin el advenimiento del comunismo el mundo estaba condenado a caer bajo la barbarie representada en la subordinación absoluta del trabajo por el capital. Aún todavía hay autores como Janos Varoufakis que imaginan que la historia de la humanidad, ahora dominada por la inteligencia artificial, ha creado una “clase global” que domina al mundo desde laboratorios tecno-económicos. El ingreso del millonario Elon Musk a la nomenklatura política del poder norteamericano parecía ser la comprobación de esa profecía.
El fracaso político de Musk nos ha demostrado lo contrario. El poder nacional y nacionalista de Trump se permitía expulsar de sus filas al excéntrico potentado global. Tarde comprenderían los del grupo Musk (Bezos, Zuckerberg, entre otros) que la hora política del capital tecno-económico todavía no había llegado y que la política, en formato nacional o internacional, era regida por normas diferentes a la economía, por más poderosa que esta fuera.
Los estados-naciones continúan existiendo, lo intuía Donald Trump y lo sabía Xi Jinping. Por eso Trump quiere hacer a América grande otra vez. Por lo mismo Xi quiere hacer de China la más grande potencia mundial de la historia universal. ¿Qué nos dice esa comprobación? Primero: las naciones continúan siendo actores mundiales, más allá de supuestas entidades económicas globales. Segundo, y esto es quizás lo más importante, el mundo nuevamente aparece dominado por dos imperios mundiales, el de Xi, ocupando el lugar vacío que dejó “el fin del comunismo” y el de Trump intentando recuperar “la grandeza de América”. Lo escrito no quiere decir por supuesto que la globalización sea una ficción.
La economía de China es muy globalizada y la de los EE UU se defiende, a través de Trump, de una globalización que puede empujar a su nación a ocupar un lugar secundario. Ninguno de los dos presidentes lucha en contra de la globalización, sino por un objetivo muy distinto: acerca de cuál de sus respectivas naciones será el hegemon de la economía global. En este sentido, ambos gobernantes se entienden perfectamente: la lucha es entre sus dos países; los demás son comparsas. ¿Rusia como comparsa?, preguntará más de alguien. Aquí hay que ser precisos: nadie niega que Rusia es una potencia militar de primer orden y, desde ese punto de vista es un imperio. Pero aparte de poderío militar, Rusia no puede ofrecer demasiado al mundo en términos económicos, políticos y culturales. Rusia, como hemos dicho en otras ocasiones, es un imperio del siglo XlX con las armas del siglo XXl y, por si fuera poco, dependiente en términos casi absolutos de la economía china. Sin el apoyo chino en su guerra a Ucrania, Rusia ya estaría arruinada.
A partir de ahora, y eso fue lo que quedó muy claro en la cumbre de la OCS de septiembre del 2025, en China, presenciaremos una nueva guerra fría en el marco de un mundo bipolarizado entre dos imperios. En palabras más breves: el mundo continúa siendo bipolar. Eso significa, digamos directamente, que toda la parafernalia puesta en práctica por XI en la cumbre de la OCS en torno a la multipolaridad, es pura hipocresía.
El presidente chino sabe edulcurar ideológicamente sus ambiciones geopolíticas. Pero para quienes no se fijan tanto en las palabras como en las intenciones, está claro que la metáfora “multipolaridad”, a la que tanto recurre Xi en sus discursos, oculta el antagonismo que se da entre dos imperios nacionales y globales a la vez.
Los objetivos de Xi y y Trump son parecidos, y eso es precisamente lo que los convierte en antagónicos. El mundo, para ambos presidentes, no puede tener más de un amo. En lo que sí ambos se diferencian, es en las estrategias para conseguir el mismo objetivo. Las de Trump las conocemos mejor. Para el caudillo del movimiento MAGA, se trata en primer lugar, de rehabilitar la economía norteamericana, desligándola de sus obligaciones con otras naciones, principalmente las euro-occidentales. Todos sus esfuerzos, en efecto, van dedicados a fortalecer la economía norteamericana, apelando si es necesario, a los métodos más heterodoxos que uno pueda imaginar. A esos métodos pertenecen la reducción del tamaño económico del estado, la entrega de poder a las principales empresas norteamericanas siempre que operen en y desde su propio país, y la deportación en masa de una parte de la población (la emigrante) considerada por Trump y sus economistas, como improductiva.
La disolución de los lazos que unían a los EE UU con las naciones occidentales es, en cierto modo, la reproducción ampliada de la política interior de Trump. Y eso significa: todo lo que no produzca ganancias contantes y sonantes, deberá ser, de acuerdo a la lógica trumpista, eliminado. Podríamos decir que Trump, más que competir con China está solo creando condiciones para alguna vez competir con China desde una posición más favorable. No obstante, el momento autárquico, previo a su apertura al mercado mundial, ya lo vivió la China durante Mao. Trump está trabajado en una dirección autárquica para preparar a los EE UU en la confrontación con China y, desde ese punto de vista, está corriendo detrás de Xi. Pero la maratón no ha terminado, más bien está recién comenzando
DOS ESTILOS DE LUCHA
A partir de esa premisa entendemos los diferentes estilos de lucha que emplean en estos momentos los gobiernos de Trump y Xi. Expliquemos:
Para restaurar el papel dominante de los Estados Unidos, el gobierno Trump, en aras de una acumulación nacional de capitales, considera necesario desligarse de compromisos con sus aliados. Incluso parece que, desde esa perspectiva, Trump está decidido a renunciar al lugar político hegemónico que había ocupado EE UU en Occidente. Por ejemplo: Rara vez o nunca, a diferencia de todos sus predecesores, Trump pronuncia la palabra Occidente. Habla solo de América. Y, para el efecto, no vacila en desligarse de sus (ex) aliados.
El daño hecho por Trump a la OTAN puede llegar a ser irreversible. Su política ofensiva en contra de la UE solo es comparable a la que despliega Putin. Pero Putin es un enemigo de guerra de la OTAN y los EE UU fueron el aliado histórico de Europa. Podríamos decir que Occidente está representado para Trump solo por Europa, algunas naciones del Indopacífico, más un par de países latinoamericanos. Trump, efectivamente, está des-occidentalizando económicamente a los Estados Unidos. Pues bien, Xi Jinping está haciendo todo lo contrario. A diferencias de Trump, no hay discurso en el que el jerarca chino no pronuncie la palabra Occidente, entendiendo por Occidente solo a los Estados Unidos. Por eso, en lugar de desconectar a su país de sus aliados, como hace Trump, Xi está formando una suerte de “bloque histórico anti-occidental” esencialmente anti-norteamericano.
Una esperanza de Xi es atraer a su bloque, por la vía económica, a países occidentales anti-europeos. No hay que pasarlo por alto: los presidentes de Eslovaquia y Serbia fueron recibidos con honores en Beijing. Si la ultraderecha lográ imponerse en otros países europeos, Trump puede lograr el objetivo de construir un Estados Unidos sin Occidente.
La cumbre en Tiangin y la parada militar en Beijing fueron señales que envió Xi a Trump y al mundo. Efectivamente, Xi necesita de Occidente como polo negativo o como enemigo figurado para dar vida a una alianza de muchas naciones dirigidas por la batuta económica, militar y política de China. Por eso Xi está reconstruyendo un Occidente a su medida, secundado por ese trío de bárbaros formado por Putin, Kim Jong Un y los ayatolas iraníes. En ese sentido, mientras Trump “individualiza” a los Estados Unidos, Xi construye una gran alianza internacional hegemonizada por China. Trump piensa tal vez en que aislando a los EE UU puede derrotar a China. Xi, en cambio, piensa al revés: solo conectando alrededor de China a muchas naciones puede derrotar a los EE UU. Por lo mismo, Trump casi no hace política internacional. Xi, en cambio, está muy dedicado a la política internacional
La reunión de la cumbre de la OCS no fue decisiva pero fue muy simbólica. En primer lugar demostró que las naciones dispuestas a reconocer el rol directriz de la China de Xi, son muchas. En segundo lugar, que la mayoría de las naciones que conforman el bloque Xi, son -por ahora- asiáticas, hecho que permite entender la permanente recurrencia de Xi al término Occidente. Orginariamente la OCS (Organización de Cooperación de Shanghái) era una institución dedicada a regular relaciones comerciales entre sus países fundadores: China, Rusia, Kirguistán y Uzbekistán además de India, Pakistan e Irán desde 2023, más Bielorrusia. En la cumbre de la OCS de agosto-septiembre 2025, la alianza comercial adquiere, por decisión de Xi Jinping, un formato político internacional abiertamente anti-occidental.
Occidente significa también para la mayoría de las naciones subordinadas a China, asiatismo. Y el asiatismo para afirmarse a sí mismo necesita, obvio, de la existencia de un Occidente. Occidente, según la identificación de sus enemigos, es una “cultura”. Eso no quiere decir que todos los participantes en la cumbre sean incondicionales de China, pero sí significa que en un punto están todos de acuerdo: la lucha principal es en contra de Occidente, entendiéndolo cada uno a su manera.
Con su reconocida habilidad diplomática, en su discurso inaugural dijo Xi que tanto China como la India son los dos países más grandes del mundo y al mismo tiempo son depositarios de las tradiciones provenientes de las dos culturas más antiguas de la historia universal. Como todos los tiranos, Xi suele definir sus estrategias en términos culturales. Por esa razón el anti-occidentalismo es la ideología oficial de los países alineados alrededor de China. A ellos se agrega Trump, negando la existencia política de Occidente.
Hay un tercer punto a destacar, y este es muy importante: todas, o casi todas las naciones organizadas geo-economicamente por y alrededor de China, están gobernadas por tiranías, dictaduras, autocracias. Xi, a pesar de todos sus malabarismos destinados a disfrazar su lucha en contra de Occidente como un gran conflicto cultural, no puede ocultar que tanto la Cumbre de la OCS, como su pantallesco “Sur Global”, o su corporación financiera global llamada BRICS, son asociaciones que reúnen a la gran mayoría de las dictaduras del mundo y, por lo tanto, la que lidera China no es más que lo que es: una alianza antidemocrática a escala global. Invitados a la cumbre de la OCS emTiangin fueron, además, Erdogan de Turquía, Madbouly de Birmania y Subianto de Indonesia.
UCRANIA EN LAS TENAZAS DE UNA GUERRA MÁS CALIENTE QUE FRÍA
Lo indiscutible es que la hegemonía de China en el nuevo frente anti-occidental creado por Xi, es absolutamente incuestionable. Cierto es que XI necesita de algunas sub-potencias para dominar regionalmente en el mapa mundial. Cierto es también que Xi está dispuesto a apoyar con decisión a esas sub-potencias en iniciativas que no solo son de China. Por cierto, esa disposición tiene sus precios. El apoyo a Irán le cuesta a Xi arriesgar sus excelentes relaciones económicas con Israel. El apoyo a India lo puede llevar a distanciarse un tanto de Pakistán. Y, sobre todo, el apoyo de China a Rusia en la cuestión ucraniana podría llevar a China a debilitar sus relaciones políticas con un campo imprescindible para su expansión económica: Europa Occidental.
El caso de Ucrania es muy importante destacar, toda vez que en las fases preliminares de la invasión rusa, China se ofreció, e incluso parecía ser (junto con Brasil y la India) un mediador entre ambas naciones en guerra. Hoy el panorama ha cambiado. La China de hoy no oculta su apoyo militar abierto a la Rusia de Putin, de tal manera que la heroica resistencia de Ucrania ya no es solo en contra de Rusia sino también en contra de naciones gobernadas por enloquecidos dictadores atómicos: Rusia, Corea del Norte, Irán, por ejemplo. Por eso mismo Ucrania ha pasado a convertirse en un foco de resistencia occidental.
A primera vista podríamos pensar en que Putin ha logrado arrastrar a China a su guerra criminal en contra de Ucrania y Europa. Pero tal vez no sea así: Xi, más bien, parece haber entendido que una derrota de Putin en Ucrania no solo sería una derrota de Rusia sino una derrota del bloque anti-occidental. Lo que menos podría agradar a la nueva política internacional de China sería, en efecto, que Occidente emergiera de esa guerra como una potencia militar unida y decidida a defender sus límites, tanto territoriales como políticos. Pero a la vez el tirano chino es demasiado inteligente para dejarse conducir por Putin en aventuras que podrían reducir los espacios de expansión económica de China en Europa. Mucho menos está dispuesto a tolerar que algunos de sus desquiciados secuaces intente jugar alguna carta nuclear. Para que eso no ocurra, Xi necesita mantenerlos algo amarrados, ya sea desde China ya sea dentro de las instituciones económicas y políticas creadas por China en un orden económico mundial que lejos de ser plural es cada vez más bi-polar.
Puede que sea una “astucia de la historia” el hecho de que China mantenga amarrado a sus perros de presa. Sin proponérselo, Xi podría pasar a la historia como el hombre que impidió una guerra nuclear a nivel mundial. Sería una tremenda ironía. Pero, a fin de cuentas, entre un orden bipolar como es el que practica pero no predica China, y un orden multipolar como es el que predica pero no practica China, es preferible un orden bi-polar deben pensar algunos observadores. Si es así, no dejan de tener razón. Un orden multipolar podría convertirse perfectamente en una guerra de todos contra todos, lo que llevaría al mundo a convertirse en un verdadero manicomio global.
Lo importante es poner atención. Cuando Xi dice multipolar hay que leer bipolar. Así nos entendemos mejor.