La figura de María Corina Machado, que en su momento encarnó la esperanza de la oposición venezolana, hoy se presenta disminuida por su radicalismo estéril, confrontaciones improductivas y una obstinada visión mesiánica alejada de la realidad nacional. Su hiperliderazgo excluyente, sumado a una sumisión absoluta a la política dictada desde la Casa Blanca, la ha conducido a graves errores estratégicos y a un rumbo político sin dirección.
La ausencia de un plan de contingencia el 28/7 ante el desconocimiento de los resultados electorales, su renuncia a la ruta electoral, sus exhortaciones delirantes a un quiebre del estamento militar, así como su respaldo a una imaginaria intervención militar extranjera, figuran entre los tantos errores políticos de MC. A ello se suma el anuncio público -errático, imprudente y contraproducente- de transformar su plataforma electoral, los comanditos, en una estructura de carácter subversivo. Decisiones de esa envergadura no se proclaman: se ejecutan con absoluta reserva. Como decía el fallecido Luis Miquelena: ¿Con qué se come eso?
MC no solo ha interpretado erróneamente la coyuntura política, sino que su visión anclada en la posverdad la está llevando a dilapidar su capital político, arrastrando a la oposición hacia un callejón sin salida. Hoy es una figura testimonial, cada vez más desconectada de la realidad y con signos evidentes de desgaste. La participación victoriosa opositora en 50 de las 335 alcaldías en las elecciones del 28/7, pese a la campaña abstencionista y descalificadora de MC y al ventajismo oficialista, evidencia el surgimiento de liderazgos que se apartan del simplismo y de la antipolítica que ella ha promovido. Este giro en el mapa político también ha tenido repercusiones entre los principales actores opositores, como lo demuestra el documento publicado por la Plataforma Unitaria, en el cual finalmente se desmarca de su política subversiva y suicida.
El país está exhausto de mentiras, análisis simplistas y quimeras. Ya no se deja seducir por discursos altisonantes ni por la política del espectáculo, que solo llevan a la parálisis y al fracaso. Venezuela exige resultados y liderazgos capaces de construir, no solo de resistir. La gente está hastiada de aventuras condenadas al desastre y demanda menos dogmas y fanatismos, y más política real; busca referentes que escapen del maniqueísmo de “buenos” y “malos”, de esperanzas ficticias y de escenarios donde verdad y mentira se confunden.
El discurso repetitivo y fantasioso de MC ya no cala en quienes padecen hambre, inseguridad, exclusión social, hiperinflación, represión y control social, ni en aquellos que han sido engañados una y otra vez. Su liderazgo se reduce a la fe ciega de un sector fanatizado de la oposición y a un enjambre de propagandistas que, desde la comodidad del exterior, lucran con la desesperanza ajena. A través de monetizados canales de YouTube, venden humo, fabrican relatos y sostienen, sin escrúpulo alguno, una épica que se derrumba ante la realidad. Mientras tanto, el chaveco-madurismo no solo consolida su dominio territorial -como se evidenció el 25/5 y el 27/7-, sino que ha arrebatado a la oposición toda iniciativa política, incluso en medio de sus propias fisuras internas, cada vez más irreconciliables.
La oposición debe romper con la estrategia del “todo o nada” y el abstencionismo perpetuo impuesto por MC. No se trata de legitimar al régimen, sino de disputarle, palmo a palmo, el terreno político, simbólico y social allí donde aún sea posible. La reconstrucción democrática exige recomponer la disidencia, abandonar el proyecto mesiánico y personalista de MC y construir un verdadero proyecto de nación: amplio, inclusivo, democrático y con una estrategia propia, independiente de la agenda de la Casa Blanca.
No permitamos que la apatía y la frustración nos paralicen, que la abstención se vuelva norma y que el autoritarismo bolivariano siga robándonos el presente y condenando nuestro futuro. Cada elección, cada sindicato, cada gremio, cada espacio de debate es una trinchera que debemos defender. Es hora de organizarnos, movilizarnos y recuperar uno a uno los espacios arrebatados. La Venezuela democrática no se rinde ni se resigna: se levanta, resiste y lucha hasta vencer.