Fernando Mires - RECUERDOS IMAGINARIOS












Osvaldo Monsalve, Oda Saturnina


MÁS ALLÁ

Yo estaba predicando en los jardines de piedra

de la cárcel estatal

“Donde me trajeron o me llevaron los que viven

fuera de la caverna oscura de Platón”

Hasta que – era hora de visitas - apareciste 


Tú, con tu vestido transparente del verano

El mismo de tu juventud, el que llevabas

En el más acá

Traías una botella de vino tinto acunada en tus brazos

Como si fuera el bebé de Rosemarie 

Y me la diste, triste


Con un gesto hecho de relámpago y azúcar

Haciendo una leve inclinación suiza con tus tobillos

A punto de ser quebrados por el brillo del aire


era un vino argentino, agrio, de rojo mendoza,

cavernet, chirac, no sé, y yo continué mi prédica,

rodeado de maleantes, incrédulos, ateos y mendigos

hasta que me di cuenta: estaba rezando el madre nuestra


Con la botella en las manos

Agarrado a su cisne cuello negro

Como quien sostiene un hilo de fuego

Tan cerca del abismo, pero en el más acá


Tu me miraste, reíste. Estabas linda como el sol


Yo analizo siempre los sueños de los demás

Los míos, nunca: Nunca, jamás


LA ROCA

La Reina estaba sentada, no en su trono, en una silla

de ruedas miraba a través de la ventana

sus ojos de agua fueron los mas lindos del lugar

azules como el mar cuando el mar era azul

te acuerdas hermano que tiempos aquellos se agrupaban

todos para verla bailar no era la rubia mireya

y bailaba muy mal pero sus ojos venían del mar.


Dije adiós a La Reina y a su vacío tan lleno de vacío

Y me fui despacito y silbando por la orilla del mar:

había espuma, había ola, había también una roca

cagada por gaviotas, meada por perros y borrachos

Azotada por las olas

Entonces fue cuando hablé a Dios


mire usted Señor,

cuando yo nazca de nuevo

suponiendo que eso no ha ocurrido todavía

haga usted el favor de no hacerme humano

haga de mí plis una roca grande y dura

llena de riscos y hendiduras

haga de mí una roca fuerte donde reviente el mar

hasta que el mar lleno de furia, sangre con su sangre


Una roca que resista el paso y el peso de los tiempos

haga por favor de mí una roca llena de cangrejos

almejas erizos y cholgas y todo lo que a Usted se le ocurra

Una roca que no se mueva que no tema a ninguna ola

Una roca tozuda frente al mar que todo se lo lleva

Una roca que no piense y por lo mismo no recuerde nada

Ni a nadie, ni siquiera a Usted, Señor.

Una roca nada más que una roca.

Creo haber sido lo suficientemente claro.


LA MONEDA Y EL SIGNO

En una cosa yo podría estar de acuerdo, Borges

todo lo ido retoma su río, el de su heráclito 


Pero el Signo de la moneda perdida bajo las dunas de un desierto

fue el mismo por el cual murieron de sed furiosas legiones

de combatientes asirios, o quizás solo fueron caldeos

Sin dejar siquiera un recuerdo. O un verso tallado

en piedra o una huella borrada por el viento


creyeron hallarla dicen, siglos después en la biblioteca 

de un anciano ciego en una casa abandonada

en esa calle perdida en una noche de Buenos Aires 

cuando a lo lejos pueden escucharse, así fuera certeza irrefutable, 

aullidos de perros aún no decapitados por los torvos 

presidarios europeos que cuelgan desde

los mástiles de sus barcos


Demasiado tarde

de la moneda había sido borrado con alevosía el Signo.

Si fueron los siglos, los tiempos o los vientos, nadie lo supo

la moneda ya no era más que una moneda,

no valió la pena al fin y al cabo tanto esfuerzo.


No necesitará entonces convencerme Borges

si el mensajero asesinado por la espalda

en un callejón de Nipur

era usted mismo sangrando en la pampa 

por un falso orgullo,

por una bandera rasgada

por una traicionera mujer

o por cualquiera otra cosa.


Lo que vuelve, si me perdona usted,

no solo ha sido ni solo será lo que fue, ni piedra ni metal.

El problema es otro: usted nunca ha dejado de estar aquí  

no estoy hablando desde su tiempo, entienda Borges, 

aunque parezca afrenta, podría ser el tiempo de Dios


Puede que ese sea, pudo haber dicho

El poeta adivino ciego de nuestro tiempo.

Puede ser también que ese hubiera sido el Signo,

De la moneda perdida  en el desierto.

El mismo por el cual murieron de modo tan cruel todos

Los que intentaron conocer el origen de sus enigmas.

LA TORRE

Ya ni sé cuantos son los años, 

hace tiempo que me encerraron en esta torre,

ni me acuerdo de la razón, 

si fue por el reloj de oro que nunca robé 

o por una de las tantas revoluciones

venidas del Oriente

O simplemente porque me confundieron con otro


¿Cómo voy a saberlo yo si hasta olvidar se me olvidó?

Hoy no hay más desobediencia ni rebelión 

La linterna que robé esa vez al guardia

- el mismo que todavía yace acuchillado 

debajo de las baldosas de mi celda - 

solo sirve para facilitar desde mi ventana 

la ruta de los murciélagos, cada noche.


No, no necesito aquí televisores ni computadores, 

las historias me las cuento a mí mismo,

la más cierta, ¿no la conoces?

Razón de más para que te pregunte ahora

¿Por qué has venido a golpear tan tarde

la puerta de mi celda?


¿A qué has venido si yo nunca te he llamado?

Y sobre todo ¿qué haces tú, ahí parada, 

llorando a mares con todos tus mocos colgando 

como si yo fuera la tumba de mi tumba

encerrado en esta torre a la que tú misma me llevaste?