Fernando Mires – EUROPA BUSCA SU RENACIMIENTO POLÍTICO

 


Probablemente ni Trump ni Putin esperaban el enorme respaldo europeo que recibiría Zelenski después de la entrevista que tuvo lugar entre ambos en Alaska. Quizás tampoco los gobiernos europeos que acudieron junto con Zelenski habían presupuestado acudir “en masa” al encuentro con Trump. Podemos pensar incluso que tal acción fue concertada a última hora como un desenlace cuasi espontáneo surgido después de la cumbre de Alaska. Acontecimiento que había demostrado de modo claro una serie de hechos que al parecer serán constantes mientras gobierne Trump. El primero, el más evidente de ellos, fue que los Estados Unidos de Trump han renunciado a ser parte de la guerra habiendo cambiado el oficio de participante por el de mediador.


EL DILEMA DE UNA EUROPA UNIDA

La presencia europea en Washington (21.08.2025) fue una clara señal de que la alianza atlántica había sido, si no rota, al menos maltratada por Trump. Si llevará a una separación geoestratégica irreparable entre Europa y los Estados Unidos, no lo sabemos todavía. Acerca de cuáles serán las consecuencias que una deserción norteamericana traería consigo para el conjunto de la OTAN, lo sabemos aún menos. No obstante, ya hay algunas pistas que llevan a entender la presencia de los gobernantes europeos en los Estados Unidos, acompañados por Ursula von der Laien en representación de la UE y por Mark Rutte en representación de la OTAN.

La acción concertada de los principales exponentes de la Europa política parecía ser una maniobra destinada a buscar en conjunto “una estrategia de control de daños” con respecto a los Estados Unidos, una que dejara claramente establecido que, si bien el gobierno norteamericano ya no es un aliado militar, bajo ciertas condiciones podría seguir siendo un soporte en la contienda -por el momento política – que mantiene Europa con Rusia. O si se quiere, para los gobiernos europeos se trataría de buscar un modus vivendi con los Estados Unidos a fin de de que este siga manteniendo por lo menos un pie en su alianza histórica con Europa. Eso pasaba por demostrar a Estados Unidos que una Europa Unida no es un objetivo sino una realidad. Nueva realidad que pertenece a la cuenta negativa de Putin.

Desde el momento en que inició la ocupación de Ucrania, Putin contaba con la falta de unidad de Europa y, por ende, con su incapacidad para defenderse y actuar militarmente sin la dirección de los Estados Unidos. Hoy, salvo una que otra deserción (Hungría, Eslovaquia) la alianza política y militar inter-europea en un hecho indiscutible. Una alianza que no pasa siempre por la UE, creada por sus fundadores no para cumplir objetivos bélicos sino financieros y culturales. Pero sí una alianza que pasa por la asociación de los países más comprometidos con Ucrania -vale decir, la mayoría- en contra de la amenaza que, desde el momento del inicio de la guerra a Ucrania, representa la Rusia imperial de Putin para Europa.

Quizás, ante su propia sorpresa, Trump se encontró de pronto sentado frente a gobiernos de formatos ideológicamente disímiles, los que no son empero un obstáculo para entender que en estos momentos enfrentan una amenaza común y existencial. Una amenaza que no solo se yergue en contra de Ucrania sino en contra de la Europa democrática es lo que intentaron comunicar al presidente Trump los gobiernos europeos que peregrinaron hacia Washington,

Para Europa, a diferencias de Trump, Putin es un enemigo real. La guerra que tiene lugar en contra de Ucrania no solo afecta y compromete a Europa, también es una guerra en contra de Europa aunque Europa por el momento solo participe indirectamente. En palabras simples, es una guerra dirigida a Europa pues, pertenezca o no a la OTAN, Ucrania es por decisión mayoritaria de su pueblo, europea, de acuerdo al plebiscito nacional de 1991, decisión soberana refrendada en la revolución de Maidán del 2013, y esto quiere decir: un país europeo con los mismos derechos que corresponden a todo país europeo. Ese fue el mensaje llevado por los gobiernos europeos al presidente Trump: Ucrania pertenece a Europa y todo ataque a Ucrania es un ataque a Europa. Si Trump entendió o no ese mensaje, es harina de otro costal. Aunque después de la intervención europea, Trump parece haber entendido más de algo.

Trump debe haber entendido por ejemplo que los países europeos reunidos en Washington hicieron una demostración no solo de unidad sino de poder dentro de los propios Estados Unidos. “Estamos decididos a ser en conjunto una potencia militar de características mundiales”, pudieron haber dicho a Trump esos gobernantes si es que no existiera la diplomacia. Así es: a Trump se le pueden criticar muchas cosas, menos no entender el lenguaje del poder.

De una u otra manera, Trump ha dado a entender en distintas declaraciones que una amistad demasiado intensa con Rusia puede llevar a los Estados Unidos a una separación radical con Europa. ¿Le conviene dar ese paso? Por el momento al menos, no. Si Trump saca sus cuentas, una Europa militar, económica y militarmente unida podría llegar a ser un socio interesante para las pretensiones hegemónicas norteamericanas, no solo en contra de Rusia sino también en el contexto mundial, sobre todo frente a China. Así al menos intento hacerlo saber el gobierno alemán, ahora conducido por un estadista de verdad, como está probando ser Merz quien, junto a Macron, Meloni, Stubb, conforman un conjunto que debe ser escuchado con mucha atención por los Estados Unidos.


CHINA ANTE RUSIA Y OCCIDENTE

Es importante recordar que, mientras Merz estaba en los Estados Unidos, el gobierno alemán, a través de su ministro del exterior Johann Wadephul se permitió, en su viaje a Japón, y por primera vez en la historia de las relaciones chino-alemanas una crítica, no a la ausencia de los derechos humanos en China, como acostumbraba hacer vagamente Angela Merkel, sino al peligro militar que representa el gran imperio en la estabilidad del Indopacífico, sobre todo en los mares de China Oriental y Meridional. Una crítica que puede ser interpretada como un apoyo verbal a Japón, pero que evidentemente va más allá. Con esas palabras Wadephul estaba diciendo a Trump que, en caso de un conflicto entre los Estados Unidos y China, Alemania, como miembro de la comunidad occidental (la que para los gobiernos europeos sigue existiendo aún sin la presencia de los Estados Unidos) se pondría al lado de los Estados Unidos, de la misma manera (esto no lo dijo, pero se infiere) que espera, si se da un conflicto militar entre Europa y Rusia, que los Estados Unidos deberán ponerse al lado de Europa. En cierto modo, para usar las palabras de Trump (a quien Merz parece haberle tomado ya el pulso), Alemania sugiere a Trump un buen deal.

“Cualquier escalada en ese centro sensible (Indopacífico) del comercio internacional tendría graves consecuencias para la seguridad global y para la economía mundial”, dijo Wadephul en dirección a Beijing y en representación de Merz. El primer sorprendido ante tales declaraciones debe haber sido el gobierno chino el que por intermedio del ministro del exterior Mao Ning se apresuró a declarar que la situación en la región se mantiene estable, y llamó a Berlín a “no generar tensiones”. No menos deben haber sorprendido esas palabras al gobierno norteamericano. Trump, si es que piensa, puede haber llegado a la siguiente conclusión: estas palabras alemanas son muy importantes. Alemania, pese a su intenso comercio con China, está a nuestro lado y espera que nosotros estemos a su lado en su rivalidad con Rusia.

El mensaje de Wadepuhl-Merz no estaba dirigido tanto a Beijing como a Washington. Más todavía si se tiene en cuenta que Wadephul aprovechó su visita en Tokio para criticar a China su apoyo militar a Rusia en contra de Ucrania. Su palabras fueron en ese punto muy terminantes: “Sin ese apoyo de agresión contra Ucrania (la guerra de Putin) no sería posible”. (…..) “China es el mayor proveedor de bienes de doble uso para Rusia y su mejor cliente de petróleo y gas”. Así, el gobierno alemán estaba indirectamente diciendo al gobierno norteamericano que Rusia no es un rival aislado, sino parte de una alianza estratégica cuyo principal actor es China. O más directamente: no se puede aceptar la postura rusa y al mismo tiempo, como hace Trump, atacar a la postura china. China y Rusia conforman en estos momentos una unidad histórica anti-occidental. En eso Wadephul y Merz tienen razón.

China y Rusia forman un solo bloque anti-occidental, tanto en los terrenos comerciales, políticos y militares. Si Trump es benévolo con respecto a la política internacional de Putin, estaría ayudando nada menos que, al por él mismo definido, enemigo principal de los Estados Unidos. A buen entendedor pocas palabras. Puede que para Trump no exista Occidente. Pero para Xi y Putin sí existe. Esto debe ser lo decisivo para los Estados Unidos.

Justo en los momentos en que Merz intentaba trazar una raya de demarcación política con China (los negocios son los negocios y la política es la política) Macron no se cansaba de repetir que era imposible confiar en las palabras de Putin y, a diferencias de Trump, recalcaba que a Putin no le interesa la paz. Por lo menos en estos momentos, no. Naturalmente las palabras de los europeos no pasarían desapercibidas a los rusos.


SOBRE GATOS Y RATONES

Rápidamente Putin se dió cuenta de que su alianza estratégica con Trump estaba comenzando a fallar. Al comienzo parecía estar de acuerdo con Trump en que en las supuestas conversaciones orientadas a la por ellos llamada "paz en Ucrania" había que excluir a Europa de todo tipo de conversaciones. Después de la presencia europea en Washington, eso ya no parece ser posible. La reacción del ministro Lavrov fue inmediata.

En su siempre retorcido estilo, Lavrov indicó que cualquiera conversación de paz en torno a Ucrania debe incluir a Rusia, algo que por lo demás nadie ha negado. Luego afirmó Lavrov que esas conversaciones deben incluir a Ucrania, China y los Estados Unidos, es decir, deben prescindir de Europa. Sobre ese punto no podrá haber un acuerdo. Para los europeos, incluyendo a los ucranianos, Ucrania es parte de Europa. Para Putin y Lavrov, Ucrania no pertenece a Europa. La paz, en contra de lo que esperan los optimistas, no asomará entonces muy pronto. ¿Cuándo será posible? En el llamado Occidente, incluyendo a los Estados Unidos de Trump, hay dos posiciones frente a esa pregunta.

Una es la posición que representa la escuela académica “realista ofensiva” formada por ideólogos como John Mearsheimer, Robert Gilpin, Randal Schwelle. Algunos de ellos tienen incluso acceso directo a las oficinas del gobierno de Trump. Según esta escuela, la guerra fue provocada por los Estados Unidos y la OTAN y Rusia (algo muy difícil de entender) actúa de un modo defensivo dentro de Ucrania. Siguiendo a esta tendencia, pacificar a Rusia presupone someterse a sus pretensiones, luego hay que acceder a sus demandas territoriales en Ucrania y reiniciar la lucha por la paz en conversaciones directas con Putin, con exclusión de Europa. La otra tendencia representada por académicos europeos, entre ellos Anne Applebaum, Tymothy Snyder, Herfried Münkler, sostiene que Putin conoce solo el idioma de la guerra y que su lógica es militar y, solo muy después, política.

Putin es “un señor de la guerra” y gobierna en un estado militarizado, y sobre la base de una economía de guerra. De acuerdo a esa, su “naturaleza”, Putin, como todo geoestratega militar, solo puede aceptar la paz cuando esté convencido de que el mantenimiento de la guerra, en este caso a Ucrania, llevará a Rusia a mayores pérdidas que beneficios. Solo en ese momento Putin accederá a negociar. Por eso ahora, en nombre de la paz, Putin plantea condiciones imposibles de ser aceptadas por Ucrania y Europa, entre otras, que pasen a ser territorio de Rusia regiones de Ucrania que nunca Putin ha podido conquistar, o el desarme absoluto de Ucrania, o la ausencia radical de Europa dentro de las garantías de seguridad en la post-guerra.

Rusia, y eso debe saberlo Putin, es una potencia de primer orden solo en el terreno militar. En un mundo sin guerras Rusia solo sería una potencia de tercera o cuarta clase. Sin una guerra de por medio, Rusia quedaría subordinada no solo a Europa, sino a China (en el hecho, económicamente, e incluso logisticamente, ya lo está). A la vez China utiliza a Rusia como perro de presa en contra de Occidente. Ahí reside el nudo de la “amistad eterna” que se juraron Xi y Putin. Por eso la idea alemana de presentar a Rusia como un brazo armado de China en Ucrania, podría surtir efecto en las relaciones de Estados Unidos con Rusia si es que Trump sacara las cuentas correctas.

Las inversiones de China en Rusia, según el tratado de mayo de 2025, ascenderán a los 200.000 millones de dólares. Mucho más que las inversiones de China en toda Europa. Ahí no hay por donde perderse. Además, China es el país-líder de los BRICS, organización destinada a desplazar al dólar como moneda internacional y, de hecho, a los EE UU como potencia económica mundial. Ninguno de los miembros de los BRICS, de los que Brasil es un caballo de Troya latinoamericano, ha condenado la invasión de Rusia en Ucrania.

A Trump no le interesa para nada el occidente cultural, eso está claro. Hablemos entonces del occidente económico, deben haber pensado los gobiernos europeos reunidos en Washington. Al fin, a los gatos importan los ratones y a los ratones el queso.