Siempre me ha fascinado el modo en que los mitos y las leyendas, lejos de ser simples relatos del pasado, han servido como vehículos de pensamiento para explorar las grandes preguntas que nos plantea la existencia. Desde tiempos inmemoriales, los filósofos se han valido de estas narraciones simbólicas para indagar en la naturaleza del mundo, en la figura de los dioses y, sobre todo, en el misterio de la condición humana. En mi propia búsqueda, he encontrado en las metáforas míticas no sólo una forma de expresión, sino una herramienta de investigación filosófica, porque revelan, con claridad, cómo la razón a veces no alcanza a explicar cómo ha sido moldeada nuestra manera de concebir la realidad que habitamos. Pero antes de hablar de un mito específico, quisiera comentar unos antecedentes relevantes que destacan la importancia y el significado de mi conclusión.
A principios del siglo XX surgió, entre las disciplinas científicas, una nueva especialización llamada “Antropología Filosófica”. La antropología filosófica tiene como objetivo tratar de comprender la naturaleza del ser humano, examinando los factores biológicos y culturales que dan forma a sus experiencias y comportamientos. La antropología filosófica, específicamente, se ocupa de preguntas sobre el origen y desarrollo de los humanos, la naturaleza de la conciencia, la relación entre el cuerpo y la mente, el papel de la cultura y la sociedad en la configuración del comportamiento y el significado y propósito de la existencia. Con el fin de obtener una comprensión integral, la antropología filosófica se nutre de aportes proporcionados por otras disciplinas; como, por ejemplo, la biología, la psicología, la sociología, la antropología y los estudios culturales. Los antropólogos filosóficos han adoptado una visión holística que concibe al ser humano como una entidad integrada, donde la mente y el cuerpo no son sustancias distintas sino dos aspectos de una misma entidad. En otras palabras, rechazan el dualismo cartesiano.
Mi interés en la Antropología Filosófica se centra en su postulado que define a los seres humanos como animales inherentemente deficientes biológicamente y que deben depender de herramientas e instituciones culturales para sobrevivir y prosperar. Esta visión se contrapone directamente al enfoque biológico y psicológico tradicional que enfatiza el papel del instinto, la biología y los rasgos heredados en la vida humana.
En un escrito anterior al presente, recordaba lo siguiente: “ . . . la debilidad humana se ha podido compensar con la capacidad de la expresión lingüística porque en la naturaleza todo se contrapesa. El ser humano se vio obligado a inventar el lenguaje para adaptarse a su entorno, ya que sin el lenguaje el ser humano estaría apegado a nada y asegurado por nada”.
Como la oralidad es previa a la invención de la escritura, sabemos que los primeros mitos estaban enmarcados dentro de la tradición oral, y más tarde estos fueron escritos y, gracias a ello hemos podido acceder a las explicaciones mitológicas de las civilizaciones antiguas sobre los fenómenos naturales, creencias culturales y eventos históricos. Los mitos presentan a los dioses, diosas y otros seres sobrenaturales como controladores de las fuerzas de la naturaleza y gobernantes del destino humano. Además, las distintas mitologías a menudo brindan lecciones morales y sirven como una forma de reforzar las normas sociales y los valores culturales. Así que podemos afirmar que la riqueza que estas historias han aportado al conocimiento científico y en especial a la antropología filosófica para el entendimiento de los seres humanos es invaluable.
La epistemología de la Antropología Filosófica consiste en interpretar la historia del pensamiento occidental como un libro de la autoafirmación humana de cara a su cruda realidad. Sabemos que el desarrollo de la humanidad ha seguido un largo camino de adaptación y creación, y, por lo tanto, resulta esencial conocer sus más antiguos registros plasmados en estos mitos sobre el origen del hombre. Por ejemplo, el mito de Prometeos ha sido uno de los más estudiados a lo largo de la historia del pensamiento occidental. En el libro, Mitos y la ciencia humana, el profesor Angus Nicholls lo describe así:
“En Protágoras, Platón cuenta esta historia, más o menos, de la siguiente forma: Hipócrates despierta a Sócrates en las primeras horas de la mañana para informarle que Protágoras de Abdera está de visita en Atenas. El objetivo de Hipócrates es que Sócrates le presente a Protágoras, a quien considera un hombre sabio y el más inteligente de los oradores. El hecho de que Protágoras sea un sofista pronto se establece por la conversación subsiguiente entre Sócrates e Hipócrates, y esta conversación también revela la baja estima que se tiene de la profesión de Protágoras. Si bien Hipócrates no se avergonzaría de aprender a ser escultor de Policleto y Fidias, hay algo de vergonzoso en pagarle a Protágoras por lecciones en el arte de la sofística. En consecuencia, Sócrates advierte a Hipócrates acerca de los peligros y consecuencias de exponer su alma al cuidado de Protágoras. Si bien un sofista puede enseñar el arte de hablar con elocuencia, es el contenido de este discurso el que debe evaluarse de acuerdo con los daños o beneficios que puede causar al alma, y resulta que el supuesto conocimiento comunicado por los sofistas no es en absoluto fácil de definir en comparación con el de un pintor o un carpintero.” y continúa la historia:
“Sócrates e Hipócrates luego se dirigen al lugar en el que habla Protágoras, y se produce una discusión entre Sócrates y Protágoras. Cuando Protágoras afirma que enseña lo que Sócrates llama el arte de la virtud (arête) y de convertir a los hombres en buenos ciudadanos, Sócrates expresa su duda sobre si la virtud o la arête pueden enseñarse en absoluto, ya que todos los humanos lo poseen inherentemente. Al escuchar esta objeción, Protágoras responde proporcionando un mito y un logos, o relato lógico, en el que se complementa el contenido del mito, para persuadir a Sócrates de su caso.”
“Cuando, explica Protágoras, los dioses decidieron crear criaturas mortales, encargaron a los hermanos Epimeteo (‘pensamiento tardío’) y Prometeo (‘pensamiento previo’) la tarea de dotarlos de las cualidades que necesitan para sobrevivir. El tonto Epimeteo sería el distribuidor de estos dotes, y Prometeo llevaría a cabo una inspección después de la distribución inicial. Pero mientras a los animales se les otorgaban diversas cualidades como alas, pelaje espeso y pezuñas duras y afiladas, la inspección de Prometeo reveló que Epimeteo se había olvidado de los seres humanos, que quedaron desnudos, descalzos y sin medios de vuelo o defensa. Para ayudar a los seres humanos, Prometeo robó el fuego y las artesanías de Hefesto y Atenea, y por ese robo fue castigado más tarde. Si bien la posesión del fuego y de la artesanía permitió inicialmente a los humanos sobrevivir, pronto descubrieron que aún eran débiles en comparación con los animales, y por lo tanto necesitaban agruparse en asentamientos en aras de la auto preservación. Pero esta nueva forma de organización social trajo consigo nuevos problemas, ya que vivir muy cerca unos de otros llevaron a los humanos a tratar injustamente a sus vecinos. Cuando Zeus vio este estado de desorden político que amenazaba la vida, envió a Hermes para impartir justicia y virtud (arête) a los seres humanos. Cuando Hermes le preguntó a Zeus a quién se le deberían asignar estas habilidades, Zeus respondió que todos los humanos deben tenerlas. Por lo tanto, mientras que solo los carpinteros pueden hablar con sentido sobre la carpintería o los pintores sobre la pintura, todos los humanos tienen la capacidad de conocer la arête y tienen derecho a hablar sobre los asuntos del estado. Esta habilidad de conocer la arête no es una posesión natural inherente como las alas, el pelaje o las pezuñas que pertenecen a ciertos animales o las diversas artesanías asignadas a seres humanos particulares antes de que llegaran a existir; porque fue dado por Zeus después de la creación de los seres humanos; es mucho más que una capacidad general que debe ser enseñada y practicada, y este modo de instrucción, es decir, enseñar el arte de la virtud política o arête, es lo que constituye la profesión de Protágoras. (Myth and the Human Science, Angus Nicholls)”
El estatus ontológico de la virtud o arête es la cuestión clave en el Protágoras. ¿Es que todos los seres humanos tienen arête por naturaleza? ¿Todos los seres humanos tendrán la misma capacidad para la arête? ¿O es que la arête puede desarrollarse en unos seres humanos más que en otros? Obviamente, Protágoras no quiere que todos los seres humanos tengan una capacidad igual e inherente para la arête. En otras palabras, tener arête no es como tener manos o pies. Si este fuese el caso, significa que el sofista no tendría ningún trabajo por hacer, ya que todos los humanos, por naturaleza, ya tendrían arête. Esto significa efectivamente que arête es y no es naturaleza. Es naturaleza en el sentido en que Zeus ha dado a todos los seres humanos una capacidad para desarrollar la arête. Pero no es enteramente naturaleza porque esa capacidad es sólo una especie de latencia que debe ser sacada a la luz a través de la cultura y la educación. En otras palabras, arête existe en el límite entre la naturaleza y la cultura, sin caer nunca completamente en ninguno de los lados de ese límite y este es precisamente el punto que nos interesa resaltar en este relato.
No es difícil ver el paralelismo entre la génesis del relato de Protágoras y la tradición de la antropología filosófica, según la cual la cultura compensa la falta de equipamiento biológico del ser humano para enfrentar su realidad. Este es precisamente el espíritu bajo el cual debemos leer el texto de Platón: Protágoras representa el antagonismo potencial entre el sofismo y toda la filosofía de tipo platónico. Prometeo, tal como lo presenta Protágoras, ofrece nada menos que un marco antropológico que caracteriza a la retórica (y su capacidad para cultivar la arête) como una solución de emergencia a un problema existencial. De acuerdo a esta concepción antropológica, se sostiene que el hombre echa mano a los medios disponibles (verdades subjetivas) porque no está dotado del conocimiento de los fines (verdades absolutas) y, por razones existenciales, no puede esperar a que se encuentre ese conocimiento. Esta formulación hace eco a la retórica de Hans Blumenberg en el ensayo de antropología de 1971, en la cual la retórica se corresponde con lo que él llama el “principio de razón insuficiente”: la necesidad de encontrar una justificación provisional para la acción cuando no se dispone de una justificación final o verdad absoluta, ya que los seres humanos están irrevocablemente situados fuera del reino de las Ideas, formas y todos los llamados entes sobrenaturales.
En conclusión, el diálogo de Platón, Protágoras, y su interpretación del mito de Prometeo es un punto crucial en el pensamiento occidental, ya que marcó el comienzo del cuestionamiento de las afirmaciones sobre la verdad de los mitos tradicionales y el desarrollo de la investigación filosófica. En él podemos ver la figura de Protágoras en el diálogo como un símbolo del deseo humano de dominio y control sobre la realidad, así como los límites del conocimiento y la comprensión de los humanos. Igualmente, Prometeo es el puente entre la deficiencia humana y la cultura que lo asiste y complementa. Podemos decir que ese diálogo plantea preguntas importantes sobre la naturaleza de la verdad, la moralidad y la relación entre los humanos y lo divino.