Fernando Mires - TRUMP: ¿LOCURA TOTAL O CAMBIO DE PARADIGMA?


Escribo el presente texto a conciencia de que estoy recién en los en comienzos de una de las transformaciones más profundas experimentadas en la historia moderna. Una sobre la cual sería demasiado atrevido dar un veredicto y cuyos alcances y consecuencias no podemos medir a menos que pequemos de arrogancia. Lo único que podemos decir con cierta seguridad es que los antiguos paradigmas políticos se encuentran a la defensiva, si no en retroceso, frente al avance de la ofensiva putinista y trumpista, el que pone en entredicho toda la legislación que regía las relaciones políticas y económicas hasta entonces vigente. 

LA NUEVA AMISTAD GLOBAL

Reitero, putinista y trumpista, pues el iniciador de la transgresión del orden político internacional prevaleciente, fue Putin y no Trump. Desde esa mirada, Trump, en su ofensiva destructiva, no es más que un continuador de Putin. O para ser más claro: la guerra a Occidente la declaró primero Putin usando medios militares y la continúa Trump usando medios económicos. Así se explica la asociación -¿o alianza? - ya establecida entre ambos mandatarios con respecto a Ucrania, pero, sobre todo, con respecto a Europa y quien sabe si muy pronto, con respecto al mundo, incluyendo a China.

No quiero decir, téngase claro, que Putin y Trump persigan los mismos objetivos, pero sí digo que en esos objetivos hay puntos de concordancia. Los suficientes para que ambos entiendan que durante trayectos puedan caminar juntos, estableciendo relaciones de mutua cooperación. Debido a esa razón, la decisión todavía no bien analizada, de que Trump no impusiera ningún arancel a las exportaciones rusas, es simbólico. En esa decisión, para decirlo con Humphrey Bogart, yace "el comienzo de una maravillosa amistad". Pues bien, en el hecho de que haya nacido esa nueva amistad, algo hasta hace poco impensable, se encuentra el nudo del nuevo orden mundial, un orden nada parecido al que imaginaron los promotores del "sur global" cuyo proyecto, desde que USA y Rusia concordaron en contra de Europa, se encuentra en franca retirada. Este nuevo orden mundial nos señala que ha nacido un nuevo paradigma geopolítico al que es necesario descifrar si es que queremos entender a Trump y a su gobierno.

EL NUEVO PARADIGMA

¿Qué es un paradigma?  En la acepción del principal mentor del concepto de paradigma aplicado a las ciencias sociales y políticas, Thomas S. Kuhn, un paradigma puede ser entendido como una teoría o como un conjunto de teorías, las que coordinadas entre sí condicionan un modo de comprensión del mundo o de un segmento de mundo (Thomas Kuhn The Structure os Scientific Revolutions). Ahora, cuando una de esas teorías es modificada, aparecen los llamados cambios paradigmáticos, cuyos efectos se dejan sentir no solo en una teoría sino en  las formas más generalizadas del pensamiento compartido. Cambios paradigmáticos que,de acuerdo al microbiólogo Ludwik Fleck sobre cuya obra se basa Kuhn, modifican los "estilos del pensamiento" que a su vez surgen de las intercomunicación científica condicionada por el saber no científico. 

Un cambio de opinión compartido entre dos o más científicos (es decir, una comunidad) puede hacer estallar verdaderas revoluciones mentales las que después se integran en profundas modificaciones materiales y, de acuerdo con la dinámica de la razón comunicativa (Habermas), originan nuevos paradigmas que abarcan diversos espacios de la vida colectiva. Eso significa que nuestros modos de pensar están condicionados por paradigmas que preceden y en muchos casos originan nuestros pensamientos. Y si esos modos de pensar cambian rápidamente, estamos, en el sentido usado por Kuhn, en el medio de una revolución paradigmática. 

Nuevas teorías, cuando son aceptadas por las comunidades científicas, traspasan academias y laboratorios, e inundan el espacio no científico, entre ellos el político. La física de Newton, el evolucionismo darwiniano, la teoría de la relatividad de Einstein, los descubrimientos derivados de la física cuántica (que lleva a la filosofía a pensar en que el ser y el no-ser no son antinomias sino formas constitutivas de la vida), la dinámica de las motivaciones inconscientes detectadas por Freud, y otros "quiebres" interparadigmáticos, emergen de teorías que modifican y revolucionan los paradigmas no con menos fuerza e intensidad que el cambio copernicano, cuando llevó a pensar desde una concepción geocéntrica a una concepción heliocéntrica del mundo. "Los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres" reza un proverbio árabe. Así es: no somos tan autónomos ni libres como pensamos que somos. Nuestras ideas, comportamientos, acciones y reacciones, gustos, e incluso pensamientos, no son solo nuestros. Muchas veces, creyendo que pensamos, solo somos pensados. 

De acuerdo con el lenguaje cibernético, derivado del paradigma digital, cada pensamiento es un producto de programas de pensamiento, programas que cuando pierden sus relaciones de comunicación inter y extra programáticas, son o dejan de ser ideas y se convierten en ideologías. Las ideologías no son más que programaciones de teorías congeladas. Luego, una revolución paradigmática comienza con el descongelamiento de las teorías convertidas en ideologías. Si observamos desde esa perspectiva el periodo de tránsito que lleva  del orden socioeconómico industrial al orden socioeconómico digital veremos que está marcado por la sustitución del primero por un programa de pensamiento todavía no constituido, que es el digital, o lo que es igual, por un periodo de crisis intermedia entre los dos ordenes, uno programado y otros en vías de programación. Ahora bien, justo en ese periodo crítico, aparecen, y ahí es donde vamos, las políticas económicas que está llevando a nivel local y global el segundo gobierno de Donald Trump. 

LA LÓGICA DE LA LOCURA

Las vertiginosas acciones impuestas por el gobierno de Trump desde su decisión de apoyar a Putin en contra de Ucrania y Europa manifestada claramente por el ministro JD Vance en Münich, pasando por la erradicación forzada de emigrantes latinoamericanos, principalmente venezolanos, a las cárceles salvadoreñas, el propósito de anexar territorios y zonas ajenas a Estados Unidos, como son Groenlandia y el Canal de Panamá, hasta llegar al aumento de aranceles que ha provocado una crisis económica mundial, no aparecen como medidas aisladas, sino como partes aún no integradas de un nuevo paradigma. Creo que esta hipótesis merece una explicación. 

Tenemos, en efecto, dos posibilidades. O nos contentamos pensando que Trump es un loco desatado que se cree dueño del mundo, o pensamos que detrás de esa locura aparente o real, hay una lógica que obedece a un paradigma en vías de constitución del que por ahora conocemos solo algunas de sus aristas. De acuerdo a la primera posibilidad podemos creer que Trump es un caso aislado y, por lo mismo, un fenómeno transitorio. De acuerdo a la segunda posibilidad, podemos pensar que Trump no es sino un vocero de un programa que anuncia un nuevo paradigma aplicado a la política internacional. ¿Locura total o cambio de paradigma?  Ese es el dilema a dilucidar. 

Por de pronto hemos de constatar que Trump no es solo Trump. Detrás o junto a Trump, se encuentra un grupo muy hermético de tecnólogos y millonarios con ambiciones políticas, una nueva "clase" si usamos la terminología tradicional. O digamos casta o elite, si ustedes quieren. Por el momento no tiene importancia. Lo que sí importa es que ese grupo integra en sí el dinero y la nueva tecnología digital de donde es posible formular programas políticos atractivos para conquistar mayorías y lograr así lo que Hanna Ahrendt llamaba "alianza entre las elites y la chusma". Los creadores de este nuevo paradigma son en cierto modo hijos y financistas de la revolución digital de nuestro tiempo la que al ser revolución erosiona los pilares paradigmáticos del orden precedente. ¿Una nueva fase en la historia del capitalismo? preguntarán algunos.  ¿La era del imperialismo digital"? preguntarán otros. ¿Un "neo-feudalismo en donde los tributos al poder central se pagan en forma de aranceles y otras rentas como suponen algunos teóricos post-marxistas, entre otros Yanis Varoufakis?

En cualquier caso hay razones para pensar que las antiguas teorías sobre el imperialismo, desde Hilferding pasando por Lenin hasta llegar a Wallerstein, han perdido toda validez pues lo que presenciamos no es solo la fusión entre el capital industrial y el capital financiero sino la fusión entre el capital financiero con el capital digital. Pues bien, de esos y otros más cambios epocales, es vocero Trump. Entonces no estaríamos frente a un caso de locura (independientemente a que Trump esté loco de verdad) sino frente a un cambio paradigmático al que debemos prestar mucha atención, 

¿Qué es lo que persigue Trump? La respuesta la ha dado el mismo Trump. Como el homo economicus que es, Trump quiere hacer a Estados Unidos económicamente grande. Para aumentar la grandeza económica de los Estados Unidos es necesario aumentar el capital interno o nacional. Ese capital nacional debe predominar a escala mundial sobre los capitales nacionales chinos y europeos. Hasta ahora, parece que estamos frente a un clásico defensor del capitalismo nacional, como había tantos en el siglo XlX. Pero hay algo nuevo.  Esa novedad no reside en los objetivos sino en los medios. 

El fin justifica los medios, frase atribuida a Maquiavelo (la verdad, nunca la dijo) es un dictum que tiene que ver no solo con la era pre-política que sí fue la de Maquiavelo, sino también con la era post-política, la que para muchos, entre otros para Putin y Trump, es la que estamos viviendo. A saber: una era en donde la fuerza y la violencia predominan sobre el poder político basado en la razón y en los argumentos.  

Trump, efectivamente, no es un político. Lo ha dicho el mismo "yo no soy un político, soy un hombre de negocios": Pues bien, y aquí voy, ese saber pre-político, o post-político, en los dos casos ausente de política, es el poder de la llamada inteligencia artificial la que, en términos instrumentales, es muy superior a la de los seres humanos. Un saber que explica, por qué cuando aparece un enemigo político -puede llamarse Polikòvskaya, Prigoshin, Navalni- Putin los manda a asesinar, sin escrúpulo ninguno. Un saber que explica por qué si Trump (o Musk) consideran que debajo de los hielos de Groenlandia hay minerales preciosos para la expansión norteamericana, debe, si es que puede (y puede) anexar a esa nación. O lo que es peor: cuando ve el corredor de Gaza y no se le ocurre otra cosa que deportar a todos sus habitantes para construir una nueva Riviera. Para la inteligencia artificial el fin sí justifica a los medios. Esos medios pueden ser personas, países, territorios; no importa. Para los programas de la IA son solo números. Nada más.No hay nada más inhumano que la IA librada a su propio arbitrio.

La IA carece de sentimientos, no se enamora, no se enoja, no sufre, no siente dolores, no entiende de poesía, es una inteligencia "pura" y por lo mismo, no humana. E incluso, si esas cualidades (defectos para los seres instrumentales) les fueran trasplantadas a las máquinas digitales, las utilizarían siempre en un sentido instrumental. De ahí que el dilema que nos plantea la IA no es si será más inteligente que nosotros (en un sentido instrumental siempre lo será) o si llegará a dominarnos, sino si nosotros llegaremos al punto en que comenzaremos a convertirnos en seres programáticamente digitalizados, como parecen ser los cerebros de Putin y Trump. En ese sentido la IA opera de un modo parecido a las religiones. 

Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza, nos dicen cristianos y judíos. Quiere decir que Dios nos dio el pensamiento y la palabra para que alguna vez accedamos a su divinidad pensando en Dios. Los ateos invierten esa lógica y nos dicen "los seres humanos crearon a Dios a su imagen y semejanza". Razones no les faltan, entre otras porque los humanos somos los únicos animados capaces de pensar en Dios y, luego, sin los humanos no habría Dios. Puede que una de esas dos tesis sea la cierta; puede incluso que las dos sean ciertas, como ocurre en el caso de esa nueva diosa llamada IA.  El humano creo la IA para que la IA creara otros humanos.

La IA, en efecto, fue creada por los humanos a su imagen y semejanza, pero luego la IA comenzó a pensar a los humanos a su imagen y semejanza. De ahí que puede llegar el momento -en el caso de Putin y Trump y sus secuaces, ya llegó - en el que la mayoría de los humanos comenzarán a pensar en los términos dictados por la IA. Nuestra inteligencia puede llegar a ser un producto artificial. Ese es el peligro sobre los que nos advirtieron filósofos, cada uno a su modo, como Nietzche, Heidegger y Arendt, sin que ninguno de ellos tuviera la más mínima idea acerca de lo que significa la IA.

En todo eso meditaba mientras leía la más reciente novela del ya connotado escritor chileno Benjamín Labatut, titulada Maniac

MANIAC

Benjamin Labatut, a diferencias de los escritores de distopías realistas, pienso en Orwell o Atwood, no imagina un futuro cercano o lejano. Más bien extrae sus materiales distópicos del pasado reciente. En una de sus novelas anteriores Un verdor terrible, por ejemplonos da a conocer detalles de los descubrimientos físico-cuánticos en directa relación con las personalidad de sus creadores, texto al que  me he referido en un comentario anterior. 

En Maniac, el centro está puesto en la personalidad del genio matemático  John von Neumann, de la que dan constancia las personas que lo conocieron e incluso amaron. Pero no voy a comentar aquí el magnífico libro, dejando esa tarea para otra ocasión. Lo que me interesa por ahora resaltar es el tema de la breve segunda parte del libro cuyo "personaje principal" es la IA. O mejor dicho, las máquinas de jugar ajedrez y Go, en condiciones de derrotar a los mejores jugadores del mundo. 

En esa segunda parte, hay otra segunda parte, referente a la competencia en cinco partidas entre el genio del Go, Lee Sedol y la máquina AlphaGo. De esas cuatro partidas Lee Sedol ganó una sola, un premio de consuelo que Labatut regala a sus lectores acerca de la posibilidad de que alguna vez, sobre la base de nuestra propia inteligencia, estaremos en condiciones de derrotar a las criaturas producidas por la IA. Lee Sedol estaba feliz, escribe Labatut: "como si no hubiese logrado esa victoria para sí mismo, sino para todos los miembros de nuestra especie".  

Fue, efectivamente una batalla desigual. Lee Sedol "había sido triturado por la máquina durante sus enfrentamientos y sabía muy bien cuan perturbador era jugar contra un oponente sin sentimientos, emociones o compasión". La única posibilidad para derrotar a la máquina habría sido pensar como la máquina, o peor, convertirse uno mismo en máquina. En esos momentos, créanme, pensé otra vez en Putin y  Trump. 

Luego, seguí pensando en Trump cuando el escritor nos describe cómo la máquina realizaba de pronto movimientos aparentemente torpes, aburridos y sobre todo, para los iniciados en el juego, muy feos (hay que tener en cuenta que el Go, para los chinos, es un juego muy elegante y estético). En breve: la máquina tenía solo un objetivo en su "mente": ganar como sea sin fijarse en los medios y atendiendo solo a los objetivos. Al fin Labatut llegó a la triste conclusión: la máquina ganaba a los humanos porque había convertido al juego en algo no humano. Podría agregarse incluso, anti-humano. Pensé entonces nuevamente, ya no en Trump sino también en Putin, mejor jugador de ajedrez que Trump de golf.

En la misma posición de juego que Lee Sedol se encuentra hoy Europa frente a Putin y Trump, volví a pensar. Los gobiernos europeos de hoy creen en derechos humanos, en el valor de la diplomacia y en el diálogo, en la legislación internacional, en la cooperación entre partidos contrarios. Pero por otro lado Putin piensa en kilómetros cuadrados, en armas mortíferas, en cantidades inmensas de cadáveres. Y Trump en dólares; en millones y millones de dólares. Se trata, para volver a decirlo, de una lucha entre dos paradigmas: uno, el del europeo de hoy, que considera al ser humano un fin, y el otro, el de Putin y Trump, que consideran al ser humano un medio para cumplir objetivos que van más allá de lo humano. 

Existen entonces tres posibilidades: La primera es que, como ocurrió ayer con Atenas, Europa sea derrotada y la democracia postergada en siglos. La segunda, que Europa, para defenderse, asuma la lógica de sus enemigos, aunque eso signifique que en lugar de ser asesinada deba cometer suicidio. La tercera, es poner la IA al servicio de lo humano y luego, someterla a layes y reglas como cada uno de nosotros está sometido por el bien de todos.

La tercera parece ser la más utópica, hay que decirlo, aunque duela. Pero también, esa, la tercera, es la más irrenunciable.

REFERENCIAS

Ludwik Fleck - Enstehung und Entwicklulng einer wissenschaftlichen Tatsachen

Thomas Kuhn - The Structure os Scientific Revolutions

Benjamin Labatut - Maniac

Fernando Mires – LA METAFÍSICA DE LA FÍSICA