La Conferencia de Seguridad 2025 en Múnich es ya un hito. Con toda probabilidad, próximos historiadores afirmarán que el discurso pronunciado por el vicepresidente norteamericano, J. D. Vance, marcó, si no una profunda fisura en la OTAN, una ruptura política del gobierno de Trump con la Europa democrática. Fue un discurso inesperado, radicalmente ofensivo. Un balde de agua fría caída sobre las cabezas atónitas de los dignatarios presentes.
LA PROVOCACIÓN DEL VICE
Los representantes europeos esperaban, seguramente, una (justificada) crítica a los -según Trump- insuficientes aportes de las naciones europeas a la OTAN. Pero Vance casi no habló de la OTAN. Inesperadamente puso su acento en un tema que no tenía nada que ver con la seguridad nacional: la escasa libertad de opinión y de prensa en los países europeos, usando como ejemplo la no participación en la conferencia de los partidos “populistas” (es decir, de los putinistas). Todos entendimos que se refería a AfD el partido de la candidata a canciller Alice Waidel, financiada desde Moscú y desde los Estados Unidos de Elon Musk.
Entre otras perlas dijo Vance: “la mayor amenaza no proviene del exterior sino que se encuentra dentro de muchos estados europeos” (no se refería por supuesto a la ultraderecha homo y xenofóbica que él, Trump y Putin apoyan). Enseguida nombró como ejemplo el caso de Rumania donde fueron anuladas las elecciones, no por falta de democracia sino por la abierta intervención en ellas del gobierno Putin. “No se puede obligar a las personas a pensar, sentir o creer” ….. “Miro a Bruselas, donde los comisarios de la UE están advirtiendo a los ciudadanos que tienen la intención de cerrar las redes sociales en tiempos de disturbios civiles, una vez que descubran lo que clasifican como “contenido de odio””. …...Eso, por cierto, no ha sucedido en ningún país con excepción de Hungría cuyo gobierno es el más trumpista (y putinista) de Europa. Finalmente, Vance abogó por “la libertad religiosa” en un continente donde existe con creces, para terminar nombrando casos aislados no correspondientes con ninguna política de gobierno, salvo, repito, en Hungría. Como si estuviera describiendo al nuevo aliado del gobierno que representa la Rusia de Putin, pero adjudicándolo a los europeos, se atrevió a decir Vance: “no se puede ganar un mandato democrático censurando a tus oponentes o encarcelándolos, ya sea el líder de la oposición, una humilde mujer cristiana que reza en su propia casa o un periodista que intenta informar sobre las noticias” (no se refería a las mexicanos que, según Trump, “comen perros” sin tener ninguna prensa para defenderse; tampoco a la censura ideológica que comienza a imponer Facebook a sus seguidores)
Hablar de ausencia de libertad de prensa en Europa es un despropósito. Pero hacerlo justamente en un país en donde las apariciones de los partidos putinistas y/o trumpistas en la TV y otros medios han sido mucho más frecuentes que las de los partidos moderados, Vance mostró una ignorancia supina. Tanto Alice Weidel, desde la extrema derecha – con ella se entrevistaría después en privado- como Sarah Wagenknecht, desde la izquierda pro-Putin, son estrellas mediales en Alemania. Más aún: deben su carrera a los medios. Además sus partidos son financiados, de acuerdo a leyes, por el estado con el que quieren terminar. En fin, el discurso de Vance parecía el desvarío de un enajenado mental y no el de un vicepresidente norteamericano.
¿O fue simplemente una provocación? En un principio no parecía serlo, pero, poco a poco, diferentes opiniones posteriores de Trump fueron demostrando que, entre las palabras del vice y las del presidente, más opiniones pretéritas del consejero Elon Musk, había una concordancia no casual. Veamos:
Primero: El discurso de Vance no fue una mala humorada, fue más bien un producto neto del grupo Trump. La idea central, ahora está claro, era establecer que la contradicción fijada por los gobiernos anteriores a Trump, la de democracia- dictadura, ya no regía en los tiempos de Trump. Así se explica por qué, y de un modo perverso, Vance intentó mostrar que las democracias europeas -hasta ahora consideradas cuna y modelo de las democracias occidentales- eran simples semidemocracias, o dicho en la expresión retorcida de Vance: democracias con déficit democrático. El próximo paso, aún más perverso, lo daría Trump al designar a Zelenski como un dictador. Desde ese momento en adelante, Trump no traicionaría a la democracia, solamente mediaría entre dos autocracias: la rusa y la ucraniana. Un artilugio de tipo gobbeliano, sin duda.
Segundo. El
discurso de Vance, pronunciado en un país dominado por una ardua
campaña electoral fue, además, una intervención mal velada a favor
del llamado nacional-populismo de la candidata Alice Weidel, favorita
de Elon Musk y de Vladimir Putin. Así se demuestra que la
administración Trump ha decidido intervenir en la política interior
de los países europeos, apoyando a los candidatos trumpistas, no por
casualidad, y todos sin excepción, caballos de Troya de la Rusia
dictatorial.
Tercero:
la insólita defensa de los partidos “populistas” -así los
denominó Vance– demuestra que el discurso de Vance era a la vez
una defensa de lo que los trumpistas (y putinistas) consideran un
nuevo tipo de democracia, una no concordante con la democracia
liberal (o constitucional) predominante en Europa. Se trata, la que
defiende el grupo Trump, de una democracia en donde el parlamento
juega un papel muy secundario con respecto a la voz del mandatario y
del grupo que lo rodea. Esa es la “democracia directa” y no
“delegativa” que en su tiempo propuso para la Alemania nazi el
destacado jurista Carl Schmitt, a saber: un ejecutivo fuerte y
autoritario y una masa aclamatoria con escasas mediaciones
institucionales entre ambas entidades.
Cuarto:
El gobierno republicano de Trump tiene poco que ver con el
republicanismo predominante en el reciente pasado estadounidense. Esa
fue quizás la principal conclusión que se deduce del discurso de
Vance: Trump, a diferencias de los presidentes republicanos
“clásicos” no es el presidente elegido por su partido sino su
partido es el elegido del presidente.
En
el hecho el trumpismo sobrepasa y trasciende al republicanismo. Este
último es solo una parte del trumpismo, y no siempre la más
importante. De ahí la poca importancia que conceden los trumpistas a
las instituciones y a las leyes. Por sobre la ley está el
presidente, y si el presidente es un hombre de negocios, la economía,
naturalmente, se encuentra por sobre la política.
Democracia
autoritaria, personalista y de masas, son las tres condiciones que
rigen en el concepto político de Trump y sus secuaces acerca de la
democracia norteamericana (y no solo de la norteamericana). La
defensa desembozada del "populismo de derecha", implícita
en el discurso de Vance, cabe en ese proyecto ideológico. La
democracia trumpiana no tiene que ver con la Constitución y las leyes, sino con el proyecto histórico representado en un líder.
Lo
dijo el mismo Trump después del discurso de Vance: “El que salva
su patria no viola ninguna ley”. Más claro no pudo ser:
extrapolando esa opinión de la política interior a la exterior, si
un presidente, en este caso Trump (puede ser también Putin)
encuentra que una ley está en contradicción con lo que en su
opinión significa “salvar a la patria”, el presidente debe
arrasar con esa ley. Pues bien, eso es lo que hizo Putin cuando al
invadir a Ucrania, el 2014 y el 2022, pasó por sobre toda la
legislación internacional.
Recordemos
que Trump llamó a asaltar el Capitolio para “defender a la
patria”. Y en materia de política internacional, recordemos sus
recientes deseos de expansión hacia Panamá, Groenlandia, e incluso,
Canadá. Cuando no hay ley que valga, de acuerdo a la posición de
Trump y Putin, todo está permitido para “salvar a la patria”.
Para Trump, Putin, así como para sus antecesores nazis y estalinistas
del siglo XX, “la patria” está por sobre la ley y la “patria
es lo que ellos deciden que sea “la patria”. Con toda razón
escribió el ex ministro del exterior alemán, Joschka Fischer: “A
partir de ahora, Rusia, no la Unión Europea, será el socio cercano
de Estados Unidos. Ya no es la solidaridad de las democracias lo que
cuenta en Washington, sino el acuerdo de los gobernantes autocráticos
de las potencias globales; la fuerza vuelve a prevalecer sobre la
ley”.
Quinto:
el discurso de Vance solo adelantó algunos puntos del discurso
político general de Trump. La democracia del caudillo y el pueblo es
la que debe predominar y no la democracia liberal y legalista de los
europeos. La democracia, de ahora en adelante, deberá ser
nacionalista y de masas (nacional-populista). No extraña así que
Trump, en sus conversaciones telefónicas con Putin, haya descubierto
que las concordancias entre él y el tirano ruso, no son pocas.
Gobierno fuerte y autoritario, no parlamentario sino decisionista, no
político sino económico y/o militar. Eso no quiere decir por
supuesto que Trump sea (ya) un dictador. La Constitución, una
oposición muy numerosa y las instituciones norteamericanas, todavía
lo impiden. Pero sus impulsos dictatoriales son evidentes. Como
destacó hace algún tiempo el analista conservador norteamericano Robert Kagan: “no está excluido que un gobierno de Trump pueda convertirse en
una dictadura”. Esas palabras, en los días de su publicación (2024) parecieron aventureras. Hoy no parecen imposibles.
LA
TRAICIÓN DE TRUMP
J.
D. Vance al devaluar a la democracia europea, estaba adelantando la
posibilidad de una democracia antiliberal, anticonstitucional y
anti-occidental, más parecida a la dictadura de Putin que a la
democracia llamada liberal. Con el fin de imponer esa visión, Trump
ha optado por otorgar un sentido orwelliano a la gramática de su
gobierno. Así como en la clásica obra de Orwell las palabras
adquieren un significado inverso a lo que en el pasado significaban, hoy
Trump hace lo mismo con respecto a Ucrania.
“Zelinski
no llama a elecciones, luego es un dictador” dijo sin ningún
desparpajo, callando que en un país militarmente ocupado no puede
haber elecciones, como nunca las hubo en los países que en la
segunda guerra mundial ocupó Hitler. Luego agregó, “Zelenski
provocó la guerra”, como si Zelenski hubiera invadido a Rusia. En
otras palabras: para Trump, la Rusia de Putin es una víctima, la
Ucrania de Zelenski es un agresor. Ergo: hay que defender a la pobre
víctima y atender a sus reivindicaciones.
Joschka
Fischer nos habla en su citado texto de la traición de Trump. Es
cierto, Trump ha traicionado a Ucrania al aceptar la narración de
Putin y no la ucraniana-europea. Ha traicionado, por cierto, a la
OTAN, nacida para frenar al comunismo y utilizada por Estados Unidos,
contando con el apoyo de los principales países europeos. Nos
referimos también a esa OTAN manipulada por los Bush para combatir al
“terrorismo internacional”. A la misma OTAN que decidió apoyar a
Ucrania, por ser europea, y que, según Biden, era la principal
arma para defender a la democracia mundial de dictaduras también
mundiales. Sin la OTAN, o simplemente sin esa OTAN que contaba con el
apoyo de los Estados Unidos, la democracia mundial, la
liberal, la constitucional, la que todos conocemos, se encuentra
enfrentada, dicho sin dramatizar, a su muerte.
Con
una OTAN amputada, con una Ucrania a punto de desaparecer, la
democracia mundial entra a una fase de sobrevivencia. Visto desde esa
perspectiva, Trump ha traicionado, y no por último, a “la idea de
Occidente”. La malintencionada crítica de Vance a la democracia europea
por no haber invitado a los partidos antidemocráticos a participar
en el evento de Múnich, fue, en esencia, una crítica al propio
concepto occidental de democracia. Con razón dijo el ministro de
defensa alemán Pistorius, “eso es inaceptable”.
Mientras
escribo este texto, los gobiernos europeos, como si no hubieran
estado avisados con mucha antelación de los destructivos planes de
Trump, llaman a reuniones de urgencias. El problema que tienen por
delante parece imposible de resolver. ¿Cómo ayudar a Ucrania con
recursos puramente europeos? No hay ninguna respuesta a esa pregunta
esencial.
El
revisionismo trumpi-putinista no se contentará por cierto con
entregar Ucrania a Rusia; gran parte de las líneas fronterizas entre
Rusia y Europa serán reclamadas por Putin. Basta recordar que en su
libelo del 2021 afirmaba el tirano ruso que no solo Ucrania, también
los países bálticos son miembros de la “Rusia histórica”.
¿Estará Europa bajo las presentes circunstancias en condiciones de
defender sus propias fronteras? Permítanme dudarlo.
La
democracia europea, la occidental, está enfrentada a peligros
externos e internos. En cierto modo los primeros son el resultado de
los segundos. No es un misterio para nadie que el crecimiento de los
partidos nacional populistas, todos putitrumpistas, viene ocurriendo
desde hace por lo menos dos décadas. No vamos a analizar aquí el
proceso socioeconómico que explicaría ese fenómeno; es demasiado
complejo y tiene mucho que ver con la transición que lleva desde la
sociedad industrial a la sociedad digital. Lo cierto es que existe, y
como tal hay que enfrentarlo. La misma opinión pública se ha dado
cuenta de ello. Cada elección que tiene lugar en un país europeo,
aún en los que hasta hace poco eran considerados políticamente
insignificantes, es seguida por los medios con mucha atención.
Putin
y Trump también -lo evidenció Vance en su discurso de Múnich-
apoyan a los partidos nacional-populistas con grandes sumas de
dinero. Los partidos democráticos deberán enfrentarlos en sus
propias naciones. Así como la elección de Trump fue un regalo para
las ambiciones de Putin (y probablemente también para las de Xi),
para las democracias del mundo ese es un dilema existencial. Hasta
ahora, siguiendo los ejemplos de Francia y Alemania, diversos países
europeos los han enfrentado con éxito mediante la formación de
grandes coaliciones de centro. Pero eso no basta.
Algunos expertos dicen, en Europa falta un liderazgo democrático. Probablemente es
cierto, pero todo liderazgo, para existir, debe estar fundamentado
sobre la base de “ideas fuerzas”, para usar una expresión de
Gramsci. La crisis de las ideas democráticas denuncia de hecho una
crisis de la intelectualidad política (no solo europea). Lo que
verdaderamente falta, ya es un grito silencioso, es una renovación
de la idea de la democracia, en continuidad con la tradición liberal
existente pero adaptada a la era digital, una idea que se oponga a la
dominación mundial ejercida por una tecno-economía disociada de
toda razón política. Los próximos gobiernos de los países
europeos estarán, por eso mismo, obligados, a asumir el papel de
líderes en defensa de las democracias. Aunque no lo sean. Europa
necesitará, más que de armas, de una mística democrática
(“patriotismo constitucional” en las palabras de Habermas). Las
condiciones para que aparezca ese milagro, están dadas. Eso, claro
está, no garantiza el milagro. La contradicción
democracia-dictadura trazada por Biden es la más viva de nuestro
tiempo, pero el agravante actual es que los EE UU se encuentran,
gracias a Trump, más al lado de las dictaduras que de las
democracias.
Churchill
dijo que la democracia es la peor forma de gobierno con excepción de
todas las demás. Si hoy estuviera vivo, tal vez diría: la
democracia constitucional (a la que otros llaman liberal) es la peor
forma democrática, con excepción de todas las
demás.
A Europa solo le espera la noche. Una larga y oscura noche. Pero amanecerá.
Referencias:
Carl
Schmitt – Legalität und Legitimität, Berlin 1998
Joschka Fischer - EL ATAQUE SORPRESA DE TRUMP CONTRA EUROPA
Robert
Kagan – Rebellion: How Antiliberalism is Tearing America Apart
Again, New York 2024