Publicado en Le Monde el 8 de enero de 2025, traducción Karen Entrialgo
El "cool" finlandés: un arma poderosa que intriga y que los europeos acaban de descubrir. La reacción fría y decidida de los agentes de policía, tacaños en sus comentarios a la prensa pero perfectamente seguros de su actuación en la investigación llevada a cabo sobre la rotura, el día de Navidad, de cables eléctricos submarinos puede haber sorprendido al sur del Báltico. Sin embargo, es una segunda naturaleza en un país que comparte no sólo un mar sino también 1.300 kilómetros de frontera con Rusia. Cuando hay que inspeccionar un petrolero procedente de un puerto ruso y se sospecha que ha cortado cables, en Helsinki no se contentan con palabras: se suben a bordo.
En la región, todo el mundo sabe que este tipo de cables que conectan Escandinavia con los países bálticos, Polonia o Alemania pueden dañarse accidentalmente. Pero todo el mundo también sabe que, en los últimos años, y más aún desde la invasión rusa de Ucrania en 2022, estas valiosas infraestructuras de electricidad y comunicaciones se encuentran entre los objetivos de otra guerra que Rusia está librando contra Europa: la guerra híbrida.
“Cool, calm, collect." Reaccionar con calma, reunir todos los datos y luego “una vez que los tengas, coordinar estrechamente con tus aliados”: esta es la instrucción dada, en septiembre de 2024, por el presidente finlandés, Alexander Stubb, advirtiendo a los expertos en seguridad reunidos en Helsinki del previsible aumento en “ataques híbridos: guerra de información, sabotaje, ciberataques, ataques a infraestructuras civiles”.
Instrumentalización
No pasa una semana sin que un líder europeo aluda a esta forma de agresión. El lunes 6 de enero, el presidente Emmanuel Macron habló a los embajadores sobre “la aceleración y transformación de la amenaza” y enumeró las diferentes formas de agresividad rusa en Europa, incluidos los intentos de desestabilizar el proceso electoral en Moldavia y Rumania y la falsificación de resultados en Georgia.
A esto se suma la instrumentalización de hileras de inmigrantes, empujadas por Moscú y Minsk para cruzar ilegalmente la frontera con Polonia, Lituania o Finlandia. En noviembre de 2024, el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, acusó a Rusia de llevar a cabo "una campaña cada vez más intensa de ataques híbridos en territorios aliados, utilizando interferencia directa en nuestras democracias, sabotaje industrial y actos de violencia".
Rusia no tiene la exclusividad de la guerra híbrida -China e Irán también han enriquecido su panoplia -, pero es contra la Europa solidaria con Ucrania que el Kremlin concentra sus esfuerzos. El periódico alemán Die Zeit ha elaborado un inventario, ilustrado mediante un mapa bien nutrido, de las principales acciones llevadas a cabo desde 2022 en el continente. La atribución no siempre es obvia, pero cada vez que se arresta o identifica a los perpetradores, la investigación conduce a los servicios secretos militares o civiles rusos, GRU o FSB. El objetivo de Moscú, según Die Zeit, es “probar las capacidades de defensa de los países de la OTAN, probar las debilidades de la infraestructura, sobrecargar los servicios de investigación y crear caos. Cuantos más ataques siembren dudas e inseguridad, mejor”.
A los gobiernos occidentales, paralizados por el temor a una escalada del conflicto en Ucrania, Vladimir Putin les está imponiendo, de hecho, una forma de escalada desde abajo.
Insidiosa, multifacética, ambigua, la "híbrida" es una guerra que preferimos etiquetar con un calificativo indefinido para evitar llamarla por su nombre. Siempre ha existido, pero la tecnología digital la ha multiplicado por diez: “La caja de herramientas sigue creciendo”, reconoce Teija Tiilikainen, directora del Centro europeo de excelencia para contrarrestar las amenazas híbridas en Helsinki. El Mar Báltico se ha convertido, dice un oficial danés, en “una especie de zona gris entre la guerra y la paz”. El campo de la información es verdaderamente un campo de batalla.
Amenaza tomada en serio
La expresión "guerra híbrida" fue introducida en el vocabulario militar en 2005 por el general estadounidense Jim Mattis -que doce años después se convertiría en secretario de Defensa del presidente Donald Trump -, y por Frank Hoffman, analista del Pentágono.
En aquel momento, el mundo político occidental no estaba realmente preocupado por ello. Dos años más tarde, cuando Estonia, pionera en tecnología digital pública, quedó paralizada por un ciberataque de una escala sin precedentes, el representante del pequeño país báltico en la OTAN intentó alertar a sus colegas sobre este nuevo tipo de conflicto. “Un embajador de otro país, que probablemente ni siquiera era capaz de distinguir una tostadora de un ordenador, lo desestimó, atribuyéndolo a la rusofobia y a la inexperiencia”, afirma el entonces presidente de Estonia, Toomas Hendrik Ilves.
Hoy en día, la amenaza se toma en serio y se estudia de manera rigurosa. ¿Pero cómo combatirla? ¿Cuándo la guerra híbrida es solo guerra? Con lucidez, Mark Rutte ve una “extensión del frente de guerra en Ucrania, más allá de las fronteras”, hacia la región del Báltico e incluso hacia Europa Occidental. Esto ciertamente entra dentro del artículo 4 del tratado fundacional de la OTAN, por el cual un Estado miembro puede consultar a los demás si su seguridad se ve amenazada. ¿Pero sería también el caso del artículo 5, que prevé la defensa colectiva en caso de un “ataque armado”? Los europeos no tienen ni doctrina ni estrategia común a este respecto. El futuro presidente de los Estados Unidos, quien lidera su propia ofensiva poniendo sus ojos en Groenlandia, no será quien nos ayude a formularlas. Allí, al menos, el rey de Dinamarca está tomando medidas preventivas: en los últimos días modificó el escudo real para incluir, majestuoso, el oso polar, símbolo de Groenlandia.
El "cool" finlandés: un arma poderosa que intriga y que los europeos acaban de descubrir. La reacción fría y decidida de los agentes de policía, tacaños en sus comentarios a la prensa pero perfectamente seguros de su actuación en la investigación llevada a cabo sobre la rotura, el día de Navidad, de cables eléctricos submarinos puede haber sorprendido al sur del Báltico. Sin embargo, es una segunda naturaleza en un país que comparte no sólo un mar sino también 1.300 kilómetros de frontera con Rusia. Cuando hay que inspeccionar un petrolero procedente de un puerto ruso y se sospecha que ha cortado cables, en Helsinki no se contentan con palabras: se suben a bordo.
En la región, todo el mundo sabe que este tipo de cables que conectan Escandinavia con los países bálticos, Polonia o Alemania pueden dañarse accidentalmente. Pero todo el mundo también sabe que, en los últimos años, y más aún desde la invasión rusa de Ucrania en 2022, estas valiosas infraestructuras de electricidad y comunicaciones se encuentran entre los objetivos de otra guerra que Rusia está librando contra Europa: la guerra híbrida.
“Cool, calm, collect." Reaccionar con calma, reunir todos los datos y luego “una vez que los tengas, coordinar estrechamente con tus aliados”: esta es la instrucción dada, en septiembre de 2024, por el presidente finlandés, Alexander Stubb, advirtiendo a los expertos en seguridad reunidos en Helsinki del previsible aumento en “ataques híbridos: guerra de información, sabotaje, ciberataques, ataques a infraestructuras civiles”.
Instrumentalización
No pasa una semana sin que un líder europeo aluda a esta forma de agresión. El lunes 6 de enero, el presidente Emmanuel Macron habló a los embajadores sobre “la aceleración y transformación de la amenaza” y enumeró las diferentes formas de agresividad rusa en Europa, incluidos los intentos de desestabilizar el proceso electoral en Moldavia y Rumania y la falsificación de resultados en Georgia.
A esto se suma la instrumentalización de hileras de inmigrantes, empujadas por Moscú y Minsk para cruzar ilegalmente la frontera con Polonia, Lituania o Finlandia. En noviembre de 2024, el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, acusó a Rusia de llevar a cabo "una campaña cada vez más intensa de ataques híbridos en territorios aliados, utilizando interferencia directa en nuestras democracias, sabotaje industrial y actos de violencia".
Rusia no tiene la exclusividad de la guerra híbrida -China e Irán también han enriquecido su panoplia -, pero es contra la Europa solidaria con Ucrania que el Kremlin concentra sus esfuerzos. El periódico alemán Die Zeit ha elaborado un inventario, ilustrado mediante un mapa bien nutrido, de las principales acciones llevadas a cabo desde 2022 en el continente. La atribución no siempre es obvia, pero cada vez que se arresta o identifica a los perpetradores, la investigación conduce a los servicios secretos militares o civiles rusos, GRU o FSB. El objetivo de Moscú, según Die Zeit, es “probar las capacidades de defensa de los países de la OTAN, probar las debilidades de la infraestructura, sobrecargar los servicios de investigación y crear caos. Cuantos más ataques siembren dudas e inseguridad, mejor”.
A los gobiernos occidentales, paralizados por el temor a una escalada del conflicto en Ucrania, Vladimir Putin les está imponiendo, de hecho, una forma de escalada desde abajo.
Insidiosa, multifacética, ambigua, la "híbrida" es una guerra que preferimos etiquetar con un calificativo indefinido para evitar llamarla por su nombre. Siempre ha existido, pero la tecnología digital la ha multiplicado por diez: “La caja de herramientas sigue creciendo”, reconoce Teija Tiilikainen, directora del Centro europeo de excelencia para contrarrestar las amenazas híbridas en Helsinki. El Mar Báltico se ha convertido, dice un oficial danés, en “una especie de zona gris entre la guerra y la paz”. El campo de la información es verdaderamente un campo de batalla.
Amenaza tomada en serio
La expresión "guerra híbrida" fue introducida en el vocabulario militar en 2005 por el general estadounidense Jim Mattis -que doce años después se convertiría en secretario de Defensa del presidente Donald Trump -, y por Frank Hoffman, analista del Pentágono.
En aquel momento, el mundo político occidental no estaba realmente preocupado por ello. Dos años más tarde, cuando Estonia, pionera en tecnología digital pública, quedó paralizada por un ciberataque de una escala sin precedentes, el representante del pequeño país báltico en la OTAN intentó alertar a sus colegas sobre este nuevo tipo de conflicto. “Un embajador de otro país, que probablemente ni siquiera era capaz de distinguir una tostadora de un ordenador, lo desestimó, atribuyéndolo a la rusofobia y a la inexperiencia”, afirma el entonces presidente de Estonia, Toomas Hendrik Ilves.
Hoy en día, la amenaza se toma en serio y se estudia de manera rigurosa. ¿Pero cómo combatirla? ¿Cuándo la guerra híbrida es solo guerra? Con lucidez, Mark Rutte ve una “extensión del frente de guerra en Ucrania, más allá de las fronteras”, hacia la región del Báltico e incluso hacia Europa Occidental. Esto ciertamente entra dentro del artículo 4 del tratado fundacional de la OTAN, por el cual un Estado miembro puede consultar a los demás si su seguridad se ve amenazada. ¿Pero sería también el caso del artículo 5, que prevé la defensa colectiva en caso de un “ataque armado”? Los europeos no tienen ni doctrina ni estrategia común a este respecto. El futuro presidente de los Estados Unidos, quien lidera su propia ofensiva poniendo sus ojos en Groenlandia, no será quien nos ayude a formularlas. Allí, al menos, el rey de Dinamarca está tomando medidas preventivas: en los últimos días modificó el escudo real para incluir, majestuoso, el oso polar, símbolo de Groenlandia.