Sobre la libertad es el título del último libro escrito por el historiador norteamericano Timothy Snyder. No es un libro de historia, más bien podríamos considerarlo como uno de filosofía política. ¿Hay algo más filosófico acaso que el tema de la libertad? La misma palabra libertad puede definirse de diversas maneras dependiendo de quién, cómo, cuándo y dónde se define. Esa es una idea, no de Snyder sino de Isaiah Berlin quien antes de Snyder ya había propuesto la división entre libertad positiva y libertad negativa. Según Berlin, “toda libertad es una libertad con respecto a ….”, de modo que toda libertad es negativa si pierde conexión con ese “con respecto a ...”. Snyder acepta esa premisa. Pero va más allá. En su segundo pie de página del mencionado libro de Snyder (a veces hay que leer los pies de páginas) el autor nos hace saber que precisamente la diferencia que él mantiene con Berlin es la que lo motivó, usando las mismas nociones, a hacer otras distinciones entre ambas libertades.
LA NEGACIÓN SIN AFIRMACIÓN NO BASTA
Según Snyder, dicho taxativamente, no puede haber libertad con la simple desaparición del hecho que causa la no-libertad sin la formulación previa de las condiciones que llevarán a su reemplazo. “Toda noción de libertad es vacua sin alguna idea de libertad positiva”, nos dice. Una aspiración de libertad que se limite a la simple negación o rechazo, o sea, una libertad sin proyección positiva en el tiempo, carece de sentido y nunca podrá concretarse, opina Snyder. O lo que es igual, el simple rechazo a un impedimento de la libertad, lleva solo a su negatividad. A una negación sin afirmación, dicho en términos hegelianos. Indirectamente, aunque sin mencionarlo, Snyder estaba criticando al concepto marxista de libertad.
Los marxistas, como es sabido, proponían la negación revolucionaria del capitalismo por el socialismo, negación que, según el mismo Marx, se nos presenta como una necesidad histórica. Pero el mismo Marx rechazó cualquiera posibilidad -a diferencia de los socialistas que junto con Engels llamaron “utópicos”- para describir como iba a ser esa sociedad socialista limitándose en su Manifiesto a presentar un periodo de transición al que denominaron “dictadura del proletariado”. Quizás esta omisión de Marx, vale decir, la presentación de una forma de libertad sin mencionar los dispositivos que la asegurarían en el tiempo, sirvió de ideología a las dictaduras comunistas que se declaraban marxistas, las que se empantanaron en la pura dictadura sin avanzar nunca más allá. Fue así que dieron origen a una sociedad dictatorial en permanencia. La transición sin objetivos se convirtió en el objetivo.
La sociedades comunistas fueron sociedades históricamente estagnadas. El mismo régimen de Breschnev fue bautizado por los comunistas como “la estagnación”. Para Snyder, en cambio, no existen “necesidades históricas”. Solo existen las que se plantean los seres existentes y reales, tanto individual como socialmente, en distintos tiempos y espacios. Esa es a su vez, la segunda discrepancia que mantiene Snyder con Berlin.
Mientras que para Berlin la libertad tenía un destino que conduciría a alcanzar la naturaleza humana mediante la eliminación de las “interferencias” que se anteponen a ese proyecto, para Snyder el ser humano, al estar librado a su contingencia –o en sus palabras, a su imprevisibilidad– determina que la lucha por la libertad, en todas sus formas, sea también contingente y, por lo mismo, también impredecible.
El ser no es una cosa históricamente determinada, no es solo un “cuerpo”, argumenta Snyder. ¿Qué es lo que es entonces? La respuesta cree encontrarla Snyder en el idioma alemán al anotar la diferencia que se da entre dos palabras que aparentemente significan lo mismo: Körper (cuerpo) y Leib (“cuerpo con alma”). A fin de explicitar Snyder usa el siguiente ejemplo: un muerto es un cuerpo humano (Körper), un vivo es un ser viviente, un ser con alma, un animado. Por lo mismo, toda idea de la historia que prescinde del “Leib” es una idea o sobrehumana o inhumana.
Los seres reales, en su contingencia e imprevisibilidad son las que hacen la historia en el cada hora de sus días. O dicho en términos cristianos (que no son los de Snyder) “el mundo pertenece a los vivos”, no a las ideologías, no a las teorías. Toda teoría – y esas sí son palabras de Snyder- que pase por alto la contingencia, e incluso la “incomplitud” de lo humano, está destinada a fracasar.
La libertad negativa es una libertad incompleta, destinada a desaparecer en el tiempo. Para usar un ejemplo del joven Hegel (no lo usa Snyder sino el autor de estas líneas) el amor interhumano no nos libera en tanto no lo conquistamos. Pero para conquistar ese amor, necesitamos asegurarlo en el tiempo, pues si no es así, el amor nos abandona y no nos libera, o lo que es peor, nos libera del amor y en algunos casos nos lleva al desamor. Por eso, desde los románticos tiempos del joven Hegel, las mayoría de los amores son amores inconclusos, no materializados (Hegel pensaba en la familia y en los hijos).
En los términos de Snyder, no toda liberación nos lleva a la libertad, cuando más -para usar las palabras del estridente presidente de Argentina- nos lleva a un puro y burdo “libertarismo” que, al menos en las explicaciones de Milei, no es más que una caricatura de la libertad.
Para que la liberación se convierta en libertad con respecto a lo que la niega debe contener desde un principio, dentro de su negatividad, a su propia positividad. Esa es la principal propuesta de Snyder. Vale decir, la negación no es nada sin afirmación. O en otras palabras, la libertad no es la simple superación de una necesidad histórica abstracta.
Snyder ejemplifica la relación que se da entre la negación y la afirmación recurriendo al caso de la guerra en Ucrania.
Para los ucranianos su lucha es por la libertad y la libertad pasa por la negación del imperio ruso. Esa es la que Snyder llama libertad negativa. Pero la negatividad de esa libertad contiene a su propia positividad pues los ucranianos no luchan solo para no ser rusos sino, sobre todo, para ser europeos, decisión tomada en la revolución de Maidán del 2013. El “no” ucraniano es un “no” a Rusia. El “sí” es un “sí” a Europa. Y Europa significa para ellos, la libertad positiva. Por eso Zelensky y los suyos han insistido siempre en que su país, Ucrania, deberá ser, tarde o temprano, miembro de la UE y de la OTAN, instituciones que protegen política y militarmente a la gran mayoría de las naciones democráticas europeas. Pues los ucranianos no quieren ser europeos de segunda clase. Sus derechos y deberes deben ser los mismos que los que tienen todos los demás países europeos.
La libertad política niega a la opresión sobre todo cuando esta se presenta en su forma dictatorial. Sin embargo, diversos acontecimientos históricos han probado que el simple rechazo a una dictadura, si no contiene los “elementos” que lleven a su positividad, corre el peligro de convertirse en liberación negativa. El número de “revoluciones” antidictatoriales que han terminado con la instauración de nuevas o peores dictaduras, es sorprendentemente alto. Gaddafi, Hussein, Mugabe, los Castro, Ortega fueron alguna vez, cada uno en su tiempo, héroes de la libertad en contra de las respectivas dictaduras de sus países. Después, como es muy sabido, todos esos “héroes” llegaron a ser dictadores sanguinarios.
La historia mundial está llena de “revoluciones traicionadas”. En verdad, menos que traicionadas, han sido revoluciones carentes de positividad, las que al quedarse en el simple “no”, no han sido capaces de construir un “sí” posdictatorial y, por eso mismo, nunca pudieron avanzar más allá del simple acto de negación. En términos dialécticos, para que una libertad se convierta en positiva, su positividad debe estar contenida dentro de su negatividad. No antes ni después, repito: “dentro”.
LA LIBERTAD SE ELIGE
En las páginas finales de su libro, Timothy Snyder argumenta usando el ejemplo de las elecciones políticas. Según su opinión, la libertad, ya sea en su forma negativa como positiva, es elegida por los ciudadanos cuando estos se convierten en votantes. De ahí, deducimos, para acceder a la condición ciudadana es necesario luchar con el voto o, en su defecto, por la lucha a favor del voto. Al llegar a este punto, hasta a un lector no demasiado avisado le vendrán a la mente dictaduras como las de Rusia, Bielorrusia, Venezuela, en donde sus diversos regímenes celebran elecciones cuyo objetivo es robar los votos de los votantes y así convertirlos en no-ciudadanos, sometidos al arbitrio de sus respectivos tiranos. Cada una de esas dictaduras transforma a los ciudadanos en “cuerpos sin vida política” negando la posibilidad de elegir a sus gobiernos y otros representantes. Por lo mismo, cuando en esos países tienen lugar luchas por elecciones libres, se lucha también por una doble libertad: la negativa que rechaza los fraudes electorales y la positiva que es el establecimiento de un orden electoral soberano, donde el elector deja de ser un simple “Körper” y se convierte en un “Leib”.
Navalny, por ejemplo, entendió en Rusia que la lucha por elecciones libres era también una lucha por la democracia, o lo que es igual, que no puede haber democracia sin elecciones libres. Como en la Rusia de Putin los opositores o están en las cárceles, o en el exilio, o simplemente muertos, Navalny llamó a votar de “modo inteligente” proponiendo dar el voto a los menos putinistas, e incluso a los candidatos elegidos por el mismo Putin como opositores, pero que, al no ser oficiales, los votos que obtuvieran significarían menos votos para “Rusia Unida”, el partido personal de Putin. El dictador ruso entendió que en esa conjunción entre libertad negativa (rechazo a la persona de Putin) y libertad positiva (recuperar el orden electoral) latía un gran peligro. Esa fue también la razón por la que mandó matar a Navalny.
En Bielorrusia a su vez, la lucha fue perdida físicamente por la oposición. Los opositores están todos en el exilio. Las elecciones son allí solo un ritual al cual nadie rinde tributo. Después de todo Bielorrusia no es más que una colonia rusa, debe pensar cada bielorruso cuando le ordenan ir a votar por Lukashenko.
Venezuela en cambio es un caso parecido pero en algunos puntos, distinto al de Rusia y UIcrania. Expliquemos: Después del monstruoso fraude del 28-J, la oposición dirigida por su líder María Corina Machado fue policial y militarmente acosada y las cárceles se llenaron de presos políticos. En esas condiciones de terror, Machado ha llamado dos o tres veces a las calles, y el día de la juramentación de Maduro a una masiva concentración, la que en medio de esbirros armados no podía ser tan multitudinaria como quizás ella y los suyos imaginaron.
Es verdad, la dictadura militar de Maduro es repudiada por todo el orbe democrático; sus únicos apoyos son dictaduras sangrientas, tan ilegítimas como la de Maduro. Sin embargo, la oposición a Maduro no es como la oposición armada de Siria. Por el contrario, todos sus triunfos han sido electorales y pacíficos. La única arma que tiene son los votos, y con los votos logró derrotar a Maduro ese mítico 28-J. De allí que, muchos venezolanos que acompañaron a Machado durante toda la gesta electoral, manifestaran por los medios sus serias preocupaciones cuando la líder, en lugar de llamar a una discusión entre todos los dirigentes de la oposición sobre la política a seguir bajo las condiciones impuestas por la dictadura, descartó de raíz la continuación de la vía electoral.
Participar en elecciones, a sabiendas que son fraudulentas no es una vía para derrocar a Maduro (en Venezuela eso es por ahora imposible) sino para mantener viva la unidad política, actuando activamente en las calles por sus candidatos y al mismo tiempo dejando en claro que si la dictadura usa medios anticonstitucionales, la oposición no debe rendirse siguiendo el mismo ejemplo. Más todavía si se tiene en cuenta que el régimen prepara una Constitución dictatorial para asegurar “constitucionalmente” el poder de modo indefinido.
En efecto, no se puede defender una Constitución usando medios no constitucionales, y las elecciones pertenecen a la Constitución, aunque esa constitucionalidad no sea respetada por Maduro. La oposición venezolana debe ser constitucional o no ser. Abandonar la lucha constitucional es perpetuar a Maduro.
De acuerdo al tema que nos ocupa -y para continuar utilizando la terminología de Snyder- la oposición venezolana ha demostrado por enésima vez poseer una vía negativa que solo contempla el rechazo a Maduro, dejando de lado una vía positiva que incluya los medios para luchar en contra de la dictadura. Porque seamos sinceros: Aparte de la presión internacional que al principio puede ser muy fuerte pero alguna vez declina, y de la posibilidad efímera de un levantamiento militar ¿cuál es la vía que seguirá esa oposición, aparte de abstenerse de la lucha política que solo es posible en un marco electoral? El silencio, frente a esa pregunta, es estridente.
La libertad negativa es la norma, no solo en Venezuela, y la libertad positiva es la excepción. La lucha por la libertad supone, en consecuencias, mantener ambas libertades vivas. Sin negación o rechazo, es lo que hemos querido decir, no puede haber libertad positiva. Pero sin libertad positiva la libertad negativa, al quedar encerrada en sí misma, termina por destruirse.
EL PRECIO DE LA LIBERACIÓN NEGATIVA
Trump, este es otro ejemplo, quiere “liberar” a los Estado Unidos de emigrantes ilegales, incluyendo la activación de las siniestras prisiones de Guantánamo. ¿Sabrá el agresivo presidente el precio que tendrá que pagar su país por tomar esas decisiones “libertarias”? ¿Puede ser grande un país si su gobernante pasa por alto el sufrimiento de seres humanos? ¿Cuál es la alternativa que ofrece aparte de la no misericordia de la cual habló desde su cargo obispal la pastor Mariann Edgar Bude frente a las deportaciones forzadas de seres vivientes que pretende realizar Trump?
El capital de una nación no solo es monetario, también existe el capital moral, el capital político, el capital cultural, el capital humano y otros más. Pues bien, de la conjunción de todos esos capitales y no de la subordinación de ellos a uno solo, depende la grandeza de las naciones. Del abandono de esos capitales, depende en cambio su decadencia.
El mundo democrático necesita de los Estados Unidos pero Estados Unidos también necesita del mundo democrático. Con el abandono de los valores que se desprenden de la solidaridad de especie (amor al prójimo la llaman los creyentes) los norteamericanos serán condenados a aislarse del “nosotros” democrático mundial. Y sin ese nosotros, pueden llegar a ser “otra vez” un formidable imperio económico y militar, como lo es hoy China. Pero una nación líder, nunca más.
REFERENCIAS
Isaiah Berlin, CUATRO ENSAYOS SOBRE LA LIBERTAD, Madrid 2003
Timothy Snyder, SOBRE LA LIBERTAD, Madrid 2024