Fernando Mires – LAS CUATRO ESTACIONES (Damasco, Kiev, Europa y Caracas)


La llamada globalización no ha sido solo económica. Ha sido, hoy lo estamos viendo, política. Atrás quedaron los tiempos en que lo que acontecía en África o Europa no tenía nada que ver con América Latina. Hoy, en cambio, vivimos en un mundo inter-relacionado; en un país llamado Mundo donde los sucesos se conectan uno con otro a lo largo y ancho del globo y siempre de un modo inesperado. No se puede pensar en Siria sin pensar en Rusia y en Ucrania y en Europa y en los Estados Unidos e incluso en ese hasta ayer lejano Occidente latinoamericano. La reciente sublevación siria, para seguir con el ejemplo, tiene mucho que ver con Rusia, y Rusia con Ucrania y el resto de Europa, y por supuesto con China. América Latina tampoco está lejos: contiene a tres dictaduras dependientes del imperio ruso: las de Venezuela, Cuba y Nicaragua. Si en Moscú llueve, en esos países pueden desatarse tormentas. Cada acontecimiento, para seguir metaforizando, es como un tren que, puesto en marcha, se detiene en diversas estaciones. Lo estamos comprobando día a día.

LA ESTACIÓN DAMASCO

El año 2024 terminó inesperadamente bien para las luchas democráticas: nada menos con la caída de una las más despiadadas tiranías del Oriente Medio: la Siria de al-Assad. Ese hecho demuestra, una vez más, que en el trascurso de la historia la imprevisibilidad es la norma y la previsibilidad la excepción. Hace un mes nadie habría apostado un céntimo por la caída de la dictadura Siria. Pero ocurrió. Y gracias a que ocurrió podemos historiar su pasado reciente y comprender que, como todo lo que sucede, no se debe a la mala o buena suerte, sino a condiciones que de pronto se entrecruzan y abren el sendero para la toma de acciones. Pues, efectivamente, la caída de la dinastía Assad no ocurrió por sí sola. Fue el resultado de la acción no coordinada entre tres fuerzas históricas:

La primera, la guerra victoriosa de Israel en contra de Hamás, Hezbolah e Irán .

La segunda, el apoyo de Turquía a las fuerzas rebeldes, interesada en desbancar a su enemigo hegemónico, Irán y sus aliados del Hamás y de Hezbolah, y a liquidar a la que supone amenaza kurda al gobierno de Erdogan.

La tercera, la más importante, fue la existencia de milicias organizadas establecidas desde hace más de dos años en las regiones de Ilibid dirigidas por el carismático líder Mohammed al Jolan (hoy Hahmed al-Sharaa) quien ha dado a la gesta libertadora un carácter nacionalista y no religioso, ni mucho menos ideológico.

El que vive hoy la Siria post-Assad –esto es preciso entenderlo- no es un tránsito hacia la democracia sino uno todavía no iniciado hacia la formación de un Estado institucional y constitucional. Si se quiere, se trata de “una transición hacia la transición”. Sin embargo, ese solo y modesto objetivo, ha cambiado el mapa político del Oriente Medio. Razón de más para que sea apoyado por todos quienes están interesados en la derrota definitiva del eje Irán-Rusia, hasta ahora los dos grandes perdedores del proceso sirio. Pues bien: hay que tener en cuenta que ese eje ha sido levantado, pero no destruido. Al momento de escribir estas líneas, hay enfrentamientos militares en Tartus, entre las tropas rebeldes y grupos alauíes, partidarios de la dictadura derrocada. Las tropas insurgentes controlan por cierto el poder en las grandes ciudades, Hama, Alepo, Homs y Damasco; pero Siria es mucho más grande y profunda que esas ciudades. Los rebeldes sirios precisan todavía de ayuda militar y esta solo puede provenir desde el exterior, principalmente desde Israel y Turquía.

Sin la intervención de Israel y de Turquía, la victoria de los nacionalistas sirios nunca habría sido posible. Pero tuvo lugar no porque israelíes y turcos hubieran sido amigos de la oposición siria, sino porque perseguían intereses muy propios.

Para Israel lo más importante era y es desarticular militarmente a Irán. Por eso ha seguido bombardeando instalaciones estrategias iraníes en Siria, lo que hasta ahora podría convenir al nuevo gobierno. Para Turquía en cambio, lo más importante es liquidar la presencia kurda en Siria. El problema es que, para ambas potencias, cumplir sus proyectos pasa por la ocupación de territorios sirios, es decir, por poner en juego a la soberanía territorial de la nación.

En ninguno de esos casos el gobierno nacionalista de Siria puede estar interesado en que el país se convierta en un campo de operaciones para israelíes y turcos en contra de sus respectivos enemigos. Más todavía si consideramos que Israel y Turquía están muy lejos de ser dos países amigos. La amenaza que significaría convertir a Siria en un espacio de conflicto entre Israel y Turquía, no es una posibilidad efímera. Por eso, para reivindicar sus propios intereses, la nueva Siria requiere de aliados adicionales, y ellos solo pueden provenir de los Estados Unidos y de Europa.

Del próximo Estados Unidos de Trump no sabemos que política tendrá hacia el Oriente Medio, si es que llega a tener una que no sea avalar cada sílaba pronunciada por el gobierno de Netanyahu. De Europa cabe esperar ayuda económica y diplomática al nuevo gobierno sirio. Sobre ese punto ya hay conversaciones. El borrón feo lo ha puesto, para variar, la política alemana, cuyo único interés parece ser que los sirios asilados en Alemania regresen cuanto antes a Siria. O cuando la eterna principiante, la ministra del exterior Annalena Baerbock, de regreso a su viaje a Turquía, manifestara que el imperativo ahora es “desarmar a los kurdos”, olvidando que las armas kurdas han sido hasta ahora el único baluarte con el que ha contado Occidente para detener a los avances del IS en la región. Eso lo sabe hasta Trump.

Evidentemente, hay gobiernos europeos, sobre todo el alemán, que imaginan vivir en medio de una guerra que tiene lugar en sus inmediaciones, en un paraíso sin conflictos. Con ellos el gobierno sirio no podrá contar demasiado. En su proceso de “transición a la transición” el gobierno sirio no parece hasta ahora estar muy acompañado. Tendrá Siria que contar con sus propias fuerzas, que no son muchas, y con su hasta ahora efectiva capacidad diplomática hacia Occidente.

LA ESTACIÓN KIEV

La derrota de Irán-Rusia en el Oriente Medio fue desde el punto de vista occidental más simbólica que real. Cierto es que de ahora en adelante Irán se verá privado de su puente terrestre directo con el Líbano y el Mediterráneo. Cierto es que Rusia todavía está retirando sus fuerzas aéreas en la costa mediterránea. Mas cierto todavía es que la imagen de Rusia como potencia global en un mundo global, aparece hoy deteriorada. Sin embargo, todos sabemos que Putin no da puntada sin hilo.

Sabiendo que en estos momentos, no solo Europa, Rusia también, se encuentra viviendo una feroz crisis económica, Putin ha percibido que el tiempo ya no corre totalmente a su favor.

En otras palabras: para Putin lo más importante es robar la cantidad más grande de territorio ucraniano para después llegar a la mesa de Trump y quedarse con la parte del león. Sus planes hacia el Oriente Medio pueden ser entonces postergados. Quizás espera que una Siria aislada se verá de nuevo obligada a requerir ayuda rusa. Pero por el momento, lo más importante para el tren de Putin, es llegar a la estación Kiev.

La abstinencia que promete Trump en sus envíos de armas a Ucrania parece ser muy favorable para el objetivo, por ahora principal, de Rusia. Enredarse en una guerra sin fin en el Oriente Medio, arriesgando un conflicto directo con Israel o Turquía, o con los dos, no le conviene en estos momentos. Cada cosa a su tiempo, debe pensar el maligno dictador.

En definitiva, Rusia ha concentrado todos sus efectivos en la conquista de Ucrania. Sin Ucrania, eso lo sabe Putin, su plan de guerra permanente a Occidente se iría al suelo. De este modo, en contra del triunfalismo de no pocos comentaristas, si bien, la concentración de fuerzas rusas en Ucrania ayudó a liberar a Siria, la derrota rusa en Siria no lleva a liberar a Ucrania. Más bien puede ocurrir lo contrario. Como apunta Joschka Fischer en un reciente artículo: “Independientemente de lo que nos digamos, los europeos no podremos compensar la pérdida de la ayuda financiera y militar estadounidense a Ucrania. No tenemos ni la voluntad ni la capacidad para hacerlo. Y aunque muchos han descrito los recientes acontecimientos en Siria como una pérdida para Putin, eso no los convierte en una victoria para los ucranianos y Europa”.

LA ESTACIÓN EUROPA

Europa, no se necesita mucha agudeza para captarlo, no solo vive una crisis económica y política, sino, y sobre todo, una crisis de liderazgo.

El eje conductor de la Europa económica y política reciente había sido el formado, en ausencia de Inglaterra, por los gobiernos de Francia y Alemania. Ahora bien, hasta ahora no ha aparecido un tercero que pueda sumarse al liderazgo y así permita paliar la crisis de conducción política que padecen, cada una a su modo, Francia y Alemania. España, si no fuera porque el principal oficio de sus subdesarrollados políticos es insultarse mutuamente, podría haber ocupado ese lugar. Pero cuando no hay gente apropiada no se puede esperar nada. La política es humana, muy humana, diría Nietzsche.

Tal vez, observando ese vacío de conducción que padece la política europea, la italiana Giorgia Meloni ha pronunciado palabras que ya no son posibles de escuchar de las bocas de Macron y Scholz. Así, hace un par de días, asombró a Europa construyendo frases que bien podrían haber sido de Zelenski. Dijo entre otras cosas: "Sobre la amenaza rusa, tenemos que entender que la amenaza es mucho más amplia de lo que imaginamos. Tiene que ver con nuestra democracia, con la influencia sobre nuestra opinión pública, con lo que ocurre en África, con las materias primas, con la instrumentalización de la migración".

Si las palabras de Meloni son sinceras, y no tenemos ninguna posibilidad para dudarlo, significa que Meloni ha visto que, además de líder italiana, podría llegar a ser una de dimensiones europeas. Eso significaría, además, que Italia se desgranaría del bloque pro-ruso de la UE, dirigido por la Hungría de Orban, y se distanciaría nacionalmente del bloque putinista dirigido por Matteo Salvini en Italia.

Ni Macron ni Scholz -el primero a punto de ser derrocado en Francia por uno de los dos extremos o por los dos a la vez; el segundo, prácticamente ya derrocado- pueden ser hoy líderes europeos en contra de la amenaza rusa.

La ausencia de liderazgo se manifiesta por supuesto en la ausencia de líderes. Y para ser líder internacional se requiere en primera línea de un liderazgo nacional. Macron no lo tiene. Scholz no lo ha tenido nunca. Meloni, junto a Donald Tusk en Polonia, más los gobernantes de los países escandinavos y bálticos, se encuentran en condiciones de suplir la ausencia del liderazgo político franco-alemán dentro de la UE. Ese bloque puede que no sea suficiente, en ausencia de los Estados Unidos, para detener a la amenaza rusa. Pero por lo menos Putin ya debe saber que Europa es capaz de renovarse y resistir.

De hecho, en tres años, Rusia no ha podido hacerse con más del 20% de territorio ucraniano. Puede que Putin presienta que, aún haciéndose de toda Ucrania, nunca podrá ganar el corazón europeo de esa nación. Por el contrario, hoy vemos en las calles a las ciudadanías de Georgia, de Rumania, de Serbia, de Eslovaquia, como una vez lo estuvieron durante la revolución de Maidán las de Ucrania, protestando en contra de la amenaza de Rusia y exigiendo más y más europeización. Putin, en otras palabras, está destinado a ser derrotado en Europa. Pero el precio puede ser muy alto.

LA ESTACIÓN CARACAS

Si Putin es el gobernante más detestado de Europa, ese mismo lugar lo ocupa el gobierno pro-ruso de Nicolás Maduro en América Latina. El fraude cometido por su gobierno en contra de su pueblo, no tiene parangón. No hay nadie que no sepa que Maduro y su grupo robaron las elecciones presidenciales. Con toda razón los gobernantes democráticos latinoamericanos han decidido no asistir al llamado cambio de gobierno, o por lo menos no personalmente, a fin de legitimar ese fraude criminal: uno de los más evidentes de la historia latinoamericana.

Más allá de la inmoralidad que representa, hay una razón geoestratégica que obliga a las democracias latinoamericanas a distanciarse lo más posible de la dictadura venezolana; es la siguiente: en un continente en donde la mayoría de sus países se encuentran en una fase de consolidación de la democracia constitucional, la aceptación de Maduro como presidente legítimo, sentaría un peligroso precedente a nivel continental. Si Maduro es reconocido como presidente legítimo podría significar que cualquier maleante sudamericano, contando con destacamentos armados, puede hacerse del poder cómo y cuándo quiera. Así como Putin, al invadir a Ucrania, cruzó todas las líneas rojas del derecho internacional, Maduro al robar las elecciones de su país, cruzó todas las líneas rojas que separan a un estado constitucional de una dictadura anticonstitucional. Maduro ha roto incluso hasta con su predecesor, Chávez, no un demócrata, pero tampoco un ladrón de votos.

El clima que vive Venezuela es asfixiante. Todos los derechos humanos han sido conculcados. Los servicios de espionajes exportados desde Cuba vigilan los barrios, los medios de comunicación, los tuits. Cada miembro de la dictadura es observado por los sabuesos del grupo adueñado del poder. La desconfianza, el recelo, el miedo, se han instalado entre los propios chavistas y probablemente, los que detestan a Maduro, se ven obligados a aparecer ante la luz pública demostrando absoluta fidelidad.

Maduro debe ser uno de los hombres más desdichados de la tierra. Sabe que es un criminal. El tribunal interno que cada ser porta en su alma, ya lo ha condenado. Ni siquiera sus desvaríos lo salvarán: Hitler creía en el Dritte Reich; Stalin en el comunismo; Castro en la revolución, Franco y Pinochet en la religión y Putin en el regreso de la Rusia zarista. Maduro (así como Cabello, Saab, los Rodríguez, y otros) no tiene en qué creer.

¿Dónde está el límite de soportabilidad en una dictadura? Nadie sabe; ese límite varía de país a país. Solo sabemos que ese límite existe. En Siria, los rebeldes que se levantaron en contra del sanguinario al- Assad vieron ese límite y decidieron actuar en el momento preciso. La tarea de la oposición venezolana es estar preparada cuando ese límite aparezca en el horizonte. Fueron unidos a las elecciones y ganaron. Las elecciones y no los fusiles tienen a Maduro con la espalda en la pared y no hay ninguna razón, de ahora en adelante, para no defender a la vía electoral e, incluso, si se dieran algunas condiciones, volver a participar (en política todo es posible).

La oposición ha sabido hasta ahora reconocer y oír el llamado popular. Probablemente ha entendido que no hay que caer en aventuras precipitadas y que los finales cinematográficos no se dan en la vida real. No puede, por lo mismo, solo confiar en la presión internacional. Esta existe, sin duda; pero sola, no sirve mucho. Los rebeldes sirios actuaron de acuerdo a las tradiciones nacionales de su propio país y no esperaron que todo el mundo condenara a al-Assad. No llamaron al boicot económico, sabiendo que eso solo proporciona argumentos a favor de las dictaduras, además de dejar caer todo el peso sobre los sectores más humildes. Cuba, basta recordar, cayó en los brazos de la URSS gracias al bloqueo norteamericano. De la misma manera, Maduro estaría dispuesto a caer totalmente en los brazos de Putin y de Xi, convirtiendo a Venezuela en un peligro geopolítico para el mundo occidental y trasladando a sus cercanías problemas que nadie necesita en América Latina. En breve, la oposición venezolana está obligada a actuar con el corazón caliente y con la cabeza fría. Pero nunca al revés.

No me atrevo a decir, Feliz 2025; la felicidad nunca será para todos. Solo me atrevo a desear un año más democrático que el que se nos va. Y eso ya es demasiado.