Timothy Garton Ash - Una amenaza existencial contra Ucrania y toda Europa

La primera víctima del segundo mandato de Donald Trump como presidente de Estados Unidos será probablemente Ucrania. Los únicos que podemos evitar ese desastre somos los europeos, pero nuestro continente está en plena confusión. El Gobierno de coalición de Alemania ha elegido precisamente el día en que nos despertamos con la noticia del triunfo de Trump para caer despedazado por viejos resentimientos. Si no conseguimos hacer frente a esta amenaza, nos encontraremos con una Ucrania y una Europa débiles, divididas y rabiosas, justo cuando entramos en un nuevo y peligroso periodo de la historia europea.

En Ucrania, la gente lleva tiempo tratando de encontrar algo positivo en esa nube naranja que se acercaba a toda velocidad a Washington. Al fin y al cabo, estaban cada vez más frustrados con la disuasión que se había impuesto a sí mismo el Gobierno de Joe Biden. La tenue esperanza incipiente se refleja a la perfección en un mensaje de texto que me envió un comandante ucranio desde el frente. Trump, escribió, “es un hombre de sorpresas, quizá las cosas mejoren”.

En mi opinión, hay entre un 5% y un 10% de posibilidades de que el “hombre de las sorpresas”, el 47º presidente de Estados Unidos, aumente su apoyo a Ucrania para obligar a Vladímir Putin a firmar un acuerdo de paz, que es lo que han pedido algunos de sus partidarios proucranios más destacados, entre ellos el ex secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo. Como dice atinadamente el presidente ucranio Volodímir Zelenski, lo que más aborrece Trump es parecer un perdedor. Sin embargo, hay un 90-95% de posibilidades de que haga exactamente lo que ha dicho muchas veces que va a hacer e intente acabar con la guerra imponiendo un acuerdo a Ucrania. En julio declaró a Fox News: “Yo le diría a Zelenski que se acabó, que tiene que llegar a un acuerdo”, aunque añadió que amenazaría con dar a Kiev “mucho más” para forzar a Putin a negociar. Ahora bien, las condiciones previstas por su vicepresidente, J. D. Vance, que incluyen aceptar la división territorial actual de Ucrania y obligar al país a ser neutral, serían una enorme victoria para Putin.

En realidad, probablemente no hay ninguna solución en la que puedan hoy estar de acuerdo Putin y Zelenski. En un infrecuente momento de sinceridad, el portavoz de Putin, Dimitri Peskov, ha dicho que “no se puede acabar con el conflicto de Ucrania de la noche a la mañana”. Pero lo que sí puede hacer el nuevo presidente de Estados Unidos es reducir la ayuda económica y militar a Ucrania de forma tan drástica que Kiev no tenga más remedio que buscar un alto el fuego desde una posición de debilidad. Peor aún, de ahí podría derivarse lo que el experto militar Jack Watling ha llamado una situación Brest-Litovsk: Ucrania tendría que apresurarse a conseguir un pacto en una situación tan débil que la mera amenaza de una nueva ofensiva enemiga la obligaría a hacer más concesiones, como le ocurrió en 1918 a la propia Rusia cuando negoció el tratado de Brest-Litovsk con la Alemania imperial y sus aliados.

Sin embargo, incluso en las hipotéticas situaciones de “paz mediante la fuerza” que prevén los pocos halcones con que cuenta Trump a propósito de Ucrania, Europa tendría que hacer mucho más de lo que hace. En un artículo coescrito por Pompeo, titulado Un plan de paz de Trump para Ucraniaque se publicó en The Wall Street Journal a principios de este año, se proponía que los aliados europeos de la OTAN aumentaran su gasto en defensa al 3% del PIB y financiaran el 80% de un fondo de 100.000 millones de dólares para dotar de armas a Ucrania. Y, por supuesto, que las armas y las municiones se compraran a Estados Unidos. Robert O’Brien, exconsejero de seguridad nacional de Trump, escribió en Foreign Affairs que “la estrategia de Trump sería seguir proporcionando ayuda letal a Ucrania, financiada por los países europeos, sin cerrar la puerta a la diplomacia con Rusia” (la cursiva es mía).

En un plano intelectual, muchos europeos reconocen que, encerrada entre una Rusia que avanza de forma agresiva y unos Estados Unidos que se retiran de forma radical, Europa debe responsabilizarse más de su propia defensa. El intelectual francés Emmanuel Macron, que además es el presidente de Francia, reaccionó a la victoria de Trump informando en X (antiguo Twitter) de que había hablado con el canciller alemán Olaf Scholz y que iban a colaborar estrechamente por “una Europa más unida, más fuerte y más soberana en este nuevo contexto”. Lo malo es que, como consecuencia de la propia soberbia de Macron, Francia tiene hoy un Gobierno débil e inestable, que en la práctica solo puede sobrevivir con el apoyo de la populista Marine Le Pen, afín a Putin. Y el Gobierno de Scholz se desmoronó pocas horas después, de modo que la potencia central de Europa se ha quedado en un limbo pre y poselectoral, que tal vez se prolongará varios meses, en un momento crucial de transición geopolítica. Entre las causas manifiestas de la caída de la coalición está la negativa del líder de los liberales y ministro de Finanzas, Christian Lindner, a aprobar una nueva ayuda urgente de 3.000 millones de euros para Ucrania, dentro de un paquete de gasto de emergencia de 9.000 millones de euros.

Europa también está muy dividida respecto a Trump. Entre los más de 40 países europeos representados en la cumbre de la Comunidad Política Europea celebrada en Budapest, en muchos hay fuerzas políticas de peso que lo apoyan con entusiasmo; algunas de ellas están en el poder. La lista la encabeza el anfitrión de esa reunión, el líder húngaro Viktor Orbán, pero le acompañan figuras como Robert Fico en Eslovaquia, Aleksandar Vučić en Serbia y Geert Wilders, cuyo partido forma parte de la coalición gobernante en Países Bajos. La italiana Giorgia Meloni podría inclinarse también en esa dirección. Sin cargos oficiales en el gobierno nacional, pero con influencia política, en el grupo están Le Pen en Francia, Nigel Farage en el Reino Unido, la AfD en Alemania, el partido Ley y Justicia en Polonia y Vox en España. Según un estudio de Europe Elects, en siete países europeos —Eslovenia, Eslovaquia, Moldavia, Bulgaria, Hungría, Georgia y Serbia—, la mayoría de los encuestados habría votado a Trump si hubiera tenido la oportunidad. Coinciden con el 78% de los rusos. Sí, Trump es el favorito de Rusia.

Luego está el Reino Unido. Algunos altos cargos del gabinete del primer ministro Keir Starmer arrojaron contra Trump los insultos más mordaces (sociópata simpatizante de los neonazis), pero, ahora, la transcripción que ha ofrecido el 10 de Downing Street de la llamada telefónica de Starmer al presidente electo dice que le felicitó “efusivamente” y que recordaron “con afecto” la cena en la que se conocieron a principios de este año. Por supuesto, se trata de la hipocresía habitual de las relaciones internacionales, pero hay una genuina posibilidad de que, teniendo en cuenta la peligrosa situación económica de Reino Unido después del Brexit y 14 años de austeridad conservadora, el Gobierno tenga la tentación de alegar la “relación especial” para tratar de evitar los drásticos aranceles que Trump amenaza con imponer a Europa. Sin embargo, como dijo hace poco el que probablemente será el próximo canciller de Alemania, Friedrich Merz, para que Europa salve a Ucrania y pueda defenderse en un mundo peligroso, va a hacer falta la máxima cooperación entre Alemania, Francia, Polonia y el Reino Unido, como mínimo. ¿Es posible conseguir la unidad diplomática y de defensa cuando hay semejante desunión política y económica?

Hay dos meses de tiempo, hasta la toma de posesión de Trump el 20 de enero, para encontrar una solución mejor. Tenemos que hacerlo. (Pero eso no significa que lo vayamos a hacer).

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos de la Universidad de Oxford e investigador sénior de la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro, Europa: una historia personal (Taurus), ha sido galardonado recientemente con el premio Lionel Gelber. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

  El País