El presidente francés, Emmanuel Macron decidió convocar elecciones legislativas para el 7 de julio pasado tras los pobres resultados obtenidos por su partido en las elecciones europeas de junio. La decisión buscaba, al parecer, conformar una mayoría presidencial utilizando para ello la amenaza de un posible triunfo del Rassemblement National (RN), que había resultado vencedor en estos comicios. Macron pensaba que el señuelo de una posible victoria del RN convocaría a los franceses en torno suyo, al margen de su ideología, en un movimiento de coalición negativa, tal como había ocurrido siempre que el Front National, después RN, había conseguido llegar a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. La jugada se le mostraba maestra porque hacía posible que el contratiempo de los resultados de las europeas se convirtiera en la mayoría legislativa que tanto deseaba. Poner a Francia al borde del abismo se le antojaba una ocasión de oro y para ello era necesario exagerar hiperbólicamente la situación. Algunos comentaristas han señalado que esta actitud es prueba evidente del aislamiento en el que vive el presidente, con ignorancia absoluta de su impopularidad.
Por su parte, el RN, ebrio de su éxito en las europeas, aceptó gustoso el papel de favorito que se le adjudicaba, como si su triunfo en unas elecciones con un sistema proporcional pudiera trasladarse a un sistema mayoritario a dos vueltas. Es más, como si el 31,37 por ciento obtenido entonces pudiera dar fundamento a una mayoría en la Asamblea Nacional o, al menos, a un triunfo tan rotundo que sirviera para hacer caer al presidente y convocar unas elecciones presidenciales en las que coronar su larga marcha hacia el poder. Nada de esto ha sucedido porque, visto a toro pasado, la cosa carecía de fundamento. El RN es un partido oportunista, que ha hecho del malestar francés su principal activo pero que, como todo partido populista, vive de la división y la confrontación con los que señala como enemigos del pueblo y, por tanto, carece de un discurso integrador que le permita alcanzar mayorías de gobierno, salvo en determinadas localidades sujetas a circunstancias particulares.
El RN nació como Front National (FN) de la mano de Jean-Marie Le Pen en 1972. Al fundador cabe reconocerle el mérito de haber construido un partido viable integrando en él a esa Francia de extrema derecha atravesada por divisiones sectarias. A diferencia de los nostálgicos de una Francia eterna anterior a la Revolución de 1789, el FN se convirtió en algo más que un grupito definido por su particularismo. Tuvo además cierta fortuna inicial porque nació en el momento de la primera crisis del sistema de bienestar europeo de la posguerra, el final en Francia de los '30 gloriosos', debido a la crisis del petróleo tras la guerra del Yom Kipur. Esta circunstancia le dio la oportunidad de manifestarse como algo distinto de los partidos del 'establishment'. No deja de ser irónico, al volver ahora la vista atrás, que el FN defendiera entonces los postulados de la Nueva Derecha de Reagan y Thatcher, esto es, la disminución del sector público y el Estado mínimo como recetas para una sociedad moralmente sana y económicamente próspera. Hoy el RN es defensor del estatismo intervencionista, del soberanismo político y económico y denuncia el capitalismo y el neoliberalismo como doctrinas tóxicas enemigas de la grandeza de Francia.
En cualquier caso, desde su fundación el FN se configuró como un partido distinto a los partidos sistémicos, y tuvo un reconocimiento internacional por parte de la Nueva Derecha, que vio en él su representante en Francia, lo que hizo que fuera invitado a las convenciones del Partido Republicano en los Estados Unidos. Sin embargo, su ambigua relación con la Francia de Vichy y los totalitarismos fascista y nazi, su expresa xenofobia y su racismo, junto al antisemitismo y negacionismo de su líder, hicieron que el FN se viera como un partido tóxico para la democracia y que los partidos del sistema establecieran un cordón sanitario que, hoy en día, aún se mantiene. El FN tenía una identidad diferenciada, pero carecía de credibilidad política. Esta búsqueda de la credibilidad política es lo que está en el origen del proyecto de desdemonización emprendido por Marine Le Pen cuando se hizo cargo del partido fundado por su padre. La primera manifestación de este proyecto fue la adopción de un perfil social, que lo convirtió en un partido gaullista, alejándolo en un giro de 180 grados del ideario fundador original; pero también, en lo formal, el partido se esmeró en atenuar su antisemitismo, que fue sustituido por el antislamismo, en el uso de un lenguaje político menos estridente; en la vestimenta y corte de pelo de sus candidatos y militantes; y finalmente en el cambio del nombre del partido, también con resonancias gaullistas. Lo que no cambió fue la idea fuerza nuclear que une al FN con el RN: el antieuropeísmo, manifestación de su soberanismo, ahora algo atenuado; y, sobre todo, la vinculación de la inmigración con delincuencia e inseguridad, su principal bandera política.
Pues bien, si algo han mostrado estas elecciones legislativas es que la credibilidad del RN alcanza apenas a un tercio de los electores y que la desconfianza hacia este partido es un poderoso motor de movilización política. Esto es lo que intentó utilizar Macron con su convocatoria anticipada, pero su falta de popularidad ha acabado por beneficiar a un tercero: el Nouvelle Front Populaire (NFP) en el que se reúnen la extrema izquierda y el Partido Socialista. Remedando la estrategia de Stalin de favorecer la constitución de frentes populares que sirvieran de freno al fascismo, el éxito del RN en las elecciones europeas, unido a la convocatoria inesperada de elecciones por Macron, produjo esta coalición electoral. El NFP está dominado por La France Insoumise de Jean-Luc Mélenchon, del que saldrán la mayoría de los diputados, el PS y los comunistas. El triunfo de esta coalición no es una buena noticia para Francia porque en muchos aspectos el proyecto populista de Mélenchon es idéntico al del RN: antieuropeísmo, populismo, soberanismo y antisemitismo. No es un proyecto de integración sino de división y confrontación.
El NFP ha obtenido 182 escaños, y la mayoría en la cámara está en 289; la coalición oficialista Ensemble, 168, y el RN, 143. Es decir, las únicas mayorías posibles necesitan contar con los partidos extremistas. En suma, las elecciones, lejos de 'clarificar' el panorama, lo han oscurecido al punto de que una Francia dividida ha de elegir entre la ingobernabilidad o la servidumbre a los extremismos. Como ha ocurrido tantas veces, el antifascismo ha servido de cortina de humo con la que tapar una amenaza no menos temible para la democracia. (Martes, 09/Jul/2024 ABC)
Ángel Rivero es profesor titular de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Autónoma de Madrid.