La expresión «arsenal de la democracia» se remonta a 1940 y fue utilizada por primera vez durante un discurso radiofónico del presidente estadounidense Franklin Roosevelt. ¿Está Europa preparada para recoger el testigo? En 1940, Estados Unidos mantenía una posición neutral en el conflicto que enfrentaba a la Alemania nazi con todos sus vecinos europeos; solo Gran Bretaña resistía. Roosevelt sabía que los estadounidenses se mostraban hostiles a una intervención directa, que los habría llevado a sacrificios comparables a los de la I Guerra Mundial; por otro lado, consideraba que correspondía a Estados Unidos luchar contra el nazismo. La solución a su dilema consistió en proporcionar a Gran Bretaña armas suficientes para resistir. Y este ha sido el modelo aplicado a Ucrania. Gracias a este arsenal, material y moral, de la retaguardia, los británicos resistieron hasta que Estados Unidos, después de Pearl Harbour, entró en guerra total.
Desde 1945, la paz relativa en el mundo y el equilibrio de poder se basan en esta noción de arsenal de la democracia 'Made in USA'. Estados Unidos dispone de unas reservas de armas que supuestamente le permiten librar dos conflictos al mismo tiempo en cualquier momento. Este arsenal y su tecnología constituyen la columna vertebral de la OTAN, un compromiso de Estados Unidos que permite a los miembros europeos de la alianza reducir su propia defensa, limitar sus industrias armamentísticas y contentarse con Ejércitos profesionales relativamente modestos. Pero sabemos que este reparto de papeles está cambiando.
El punto de inflexión se produjo en 2011, cuando el presidente Obama, el primer presidente estadounidense que no sentía especial afecto por Europa, decidió que Estados Unidos debía «girar» hacia Asia, ya que China se percibía ya como la principal amenaza para la supremacía de Estados Unidos. Este cambio estratégico es el que persiguen también Donald Trump y Joe Biden (nunca se insistirá lo suficiente en la continuidad de la política exterior y militar de EE.UU.). Europa va tomando conciencia de él poco a poco, una toma de conciencia evidentemente acelerada por la agresión a Ucrania. Así pues, EE.UU. se vuelve contra China, se preocupa por el destino de Taiwán y se acerca a Australia, India y Japón. ¿Es realista esta hostilidad hacia China? ¿No estamos asistiendo a una retórica artificial? En el lado chino, los dirigentes comunistas inventan un nacionalismo de pacotilla para perpetuarse en el poder. En el lado estadounidense existe realmente, como dijo Eisenhower, un «complejo militar-industrial» que necesita un enemigo. La invención de China como enemigo real o virtual da al complejo industrial-militar estadounidense una razón para perpetuarse. ¿Y qué hay de los europeos? No se les consulta.
Por lo tanto, Europa estará cada vez más sola, enfrentada a la amenaza rusa, que los estadounidenses, y el bando de Trump en particular, consideran un asunto regional. Vistos desde EE.UU., los rusos ya no amenazan al continente ni a los intereses estadounidenses, sino solamente a Europa Central. ¿Debe desplazarse el arsenal de la democracia de EE.UU. a Europa? ¿Se está desplazando? En parte, sí: los ejércitos y las industrias militares de Europa están desempeñando un papel cada vez más decisivo para ayudar a Ucrania e impedir que los rusos ataquen las antiguas posesiones de la URSS, como los Estados bálticos, Moldavia y el este de Polonia. Hasta ahora, los europeos se mantienen firmes, con la excepción de Hungría, a la que nadie escucha. Pero los europeos están descubriendo que no disponen de equipos suficientes para tomar el relevo de EE.UU. y poder salvar a Ucrania. La industria armamentística europea se ha ralentizado desde los noventa, teniendo en cuenta lo que se denominó el «dividendo de la paz» tras la caída de la URSS. Harán falta cinco años para que Europa alcance los niveles de producción estadounidenses y pueda convertirse en el arsenal de la democracia en lugar de EE.UU. ¿Resistirá Ucrania hasta entonces?
Por consiguiente, corresponde a Europa reconstruir su arsenal y convertirse en el nuevo faro de la democracia. La fuerza de EE.UU. no residía únicamente en su superioridad militar, sino también en su pretensión, más o menos fundada, de encarnar el concepto universal de democracia. Ahora que EE.UU. se retira tanto del terreno militar como del de las ideas, sobre todo con el liderazgo de Trump, ¿seguirá siendo capaz de simbolizar el concepto universal de democracia? Lo dudamos. Por lo tanto, Europa se enfrenta a una doble exigencia: reconstruir su industria y tener un espíritu y un funcionamiento suficientemente democráticos como para simbolizar la libertad de una manera atractiva y poder competir con las tentaciones antiliberales que ganan terreno.
Sin embargo, la democracia en Europa, al igual que en EE.UU., no goza de una aprobación unánime. La seducción totalitaria aumenta en Francia, Alemania, Italia, Hungría, Eslovaquia, Moldavia y España; nada que inspire a los disidentes democráticos de China o del mundo árabe. La propia UE no es un modelo; sabemos que las principales decisiones se toman en los pasillos de la Comisión de Bruselas y no en el Parlamento. Si Europa aspira a desempeñar el papel de arsenal de la democracia, los pueblos europeos deberían enfrentarse a algún gran debate público sobre lo que se espera de ellos: sacrificios económicos para reconstruir la industria armamentística y abnegación política para convertirse en ejemplares. Hoy, la pregunta no se plantea y el debate se silencia. Esto raya en la ceguera. ( ABC)