Shaul Arieli - EL DISCURSO RELIGIOSO - MESIÁNICO NOS MATARÁ A TODOS


Una de las principales causas de las crecientes tendencias de radicalización en la sociedad israelí y palestina es la transición que se ha producido en el discurso sobre el conflicto en las últimas dos décadas desde un discurso nacional-territorial a un discurso religioso-mesiánico. El estancamiento político que rodea el conflicto con los palestinos como resultado de la política de Benjamín Netanyahu y la debilidad de la OLP y la Autoridad Palestina, sirvió fielmente a las corrientes fundamentalistas mesiánicas en ambas sociedades. El discurso político y público entre las dos naciones, cada una de ellas declarando a la otra como “no socio”, fue terreno fértil para los liderazgos religiosos de ambas partes profundizar la dicotomía entre ellos, cuando cada bando se considera creyente y justo y el otro como infiel y malvado.

En ambos lados, las corrientes fundamentalistas mesiánicas luchan contra la mayor amenaza a su doctrina: el proceso político y los acuerdos permanentes. La oposición a cualquier compromiso sobre la tierra no nació en los últimos años, existía ya al comienzo del conflicto que duró más de un siglo. Los fundamentalistas veían en los acuerdos políticos fenómenos mundanos ilegítimos, contradiciendo la recompensa que merecen por su fe y la intención divina, según su interpretación.

Así es según la Carta de Hamas (1987):

“La ideología secular es diametralmente opuesta a la ideología religiosa... No podemos convertir el Islam de Palestina en el presente o en el futuro y adoptar la ideología secular. El islamismo de Palestina es parte de nuestra religión”, por lo tanto, “las iniciativas y las llamadas soluciones de paz y las conferencias internacionales van en contra de los principios de Hamás”.

Y por la parte israelí, esto queda bien reflejado en las palabras de Menachem Felix, uno de los jefes de Gush Emunim, en respuesta a los Acuerdos de Oslo: “El actual gobierno del Estado de Israel no tiene ninguna autoridad para seguir gobernando en el Estado judío. Un gobierno... que desconecta al Estado de Israel de la historia del pueblo de Israel y de su misión, es un gobierno ilegítimo” (Nekuda, 173, diciembre de 1993). A esto hay que añadir uno de los tres elementos del kahanismo, procedente de la doctrina de Itamar Ben Gabir, que rechaza el laicismo, el liberalismo y la democracia, y afirma que el Estado democrático y laico de Israel es una entidad ilegítima, que será sustituida en el futuro por el estado bajo las leyes religiosas de la tradición judía.

De vez en cuando, a lo largo de la historia del conflicto, ambas partes aparentemente han expresado cierta voluntad de llegar a un compromiso mirando piadosamente hacia el zenith. Antes de las negociaciones de Camp David sobre el acuerdo permanente (julio de 2000), el líder de Hamás, Sheikh Ahmed Yassin, propuso que Hamás declarara una hudna, que significa un cese temporal unilateral de las hostilidades durante 10 o 20 años, a cambio del establecimiento de un Estado palestino con Jerusalén como capital en los territorios, “y la próxima generación decidirá si renovar la lucha”. En 2007, Musa Abu Marzouk, jefe adjunto del buró político de Hamás, declaró que “bajo ciertas condiciones, Hamás también puede reconocer la legitimidad de Israel, si se establece un Estado con Jerusalén como su capital dentro de las fronteras de 1967 de Cisjordania” y la Franja de Gaza, y a millones de refugiados se les permita regresar a sus hogares en Israel”.

Y por parte israelí, en respuesta a la retirada de la Franja de Gaza en 2005, Ze'ev Heber, director general de Amana, explicó la concesión que se hizo: “Se debe llegar a la conclusión de que bajo circunstancias muy difíciles hay que retroceder, pero la retirada se realiza interiorizando claramente que no hay en este momento alternativa pero sin dudar en el derecho a esas tierras. Y no hay que olvidar y decir: Mi derecho a estas tierras es absoluto y la justicia están de mi lado, pero en esta generación no tengo la fuerza para ejercerlos.”

Ambas partes vieron el compromiso sólo como un movimiento táctico, realizado sin renunciar a la afirmación de que “todo es mío”. El rabino Zvi Yehuda Kook, líder espiritual de la corriente nacionalista mesiánica, afirmó después de la Guerra de los Seis Días: “Esta tierra es nuestra, no hay aquí territorios ni tierras árabes, sino las tierras de Israel, es la eterna posesión de nuestros antepasados, y está demarcada dentro de todos los límites de la Biblia, por lo que pertenecen al gobierno de Israel.”

Según los estatutos de Hamás, “la tierra de Palestina es la tierra sagrada del Islam y seguirá siendolo durante generaciones de musulmanes hasta el Día del Juicio Final”.

En ambos lados, la corriente fundamentalista se basa en una promesa supuestamente hecha por Dios. En julio de 1979, en una audiencia ante la Corte Suprema (Corte Superior de Justicia 390/79), el rabino Félix explicó los motivos del asentamiento judío en Israel de la siguiente manera: “Nos asentamos... porque se nos ordenó heredar la tierra que Dios entregó a nuestros antepasados... quien en efecto así lo ordenó, “Y heredaste la tierra y habitaste en ella porque te otorgué la tierra para que seas su dueño”. Y Rashi lo interpreta como patrimonio de las generaciones venideras. Por lo tanto, cualquier compromiso sobre parte del territorio de la tierra prometida es una violación de la promesa divina. La oposición de Agudat Israel al plan de partición en 1947, por ejemplo, fue justificado por uno de sus líderes, el rabino Menajem Zemba, sosteniendo que la Tierra de Israel a la que le faltase una parte, sería como un rollo de la Torá al que le faltase una letra (que por lo tanto invalida a todo el texto bíblico).

Y por otro lado, Hamas presenta en sus estatutos el territorio de la Tierra de Israel como un territorio dedicado a los musulmanes por el sucesor musulmán Omar bin Al-Khattab, quien conquistó la Tierra de Israel en 638 DC, y por lo tanto nadie tiene la autoridad para abandonar o renunciar a parte alguna de ella: “No se debe descuidar [Palestina] o una parte de ella ni abandonarla o una parte de ella. No hay permiso para hacerlo para ningún país árabe, ni para todos los países árabes, ni para cualquier rey o presidente, o ni para todos los reyes y presidentes... Los propietarios de la tierra podrán disfrutar de sus frutos, pero la tierra permanecerá exclusivamente en posesión musulmana.”

Estos planteamientos mesiánico-religiosos acompañaron al conflicto desde sus albores. El Muftí Amin Al Husseini comprendió inmediatamente después de la Declaración Balfour de 1917 el poder de la religión como el denominador común más amplio y sencillo a fin de movilizar a las masas árabes en Palestina-Eretz Israel para la causa nacional, e incluso amplió el reclutamiento fuera de Palestina tratando de convencer al mundo árabe que el sionismo pretende utilizar la Tierra de Israel como base para la conquista de todos los países árabes, y al mundo musulmán con la afirmación de que los judíos buscan destruir la mezquita de Al-Aqsa y construir su templo sobre sus ruinas.

La propuesta de la Comisión Peel para la división del país en 1937, y la aceptación de la idea de división (aunque sin aceptar el mapa propuesto) por parte del Congreso Sionista y la Agencia Judía, por primera vez desde la Declaración Balfour , fueron el primer hito en el que se reveló la negativa a llegar a compromiso alguno por ambas partes religiosas. En agosto de 1937, se publicó una proclamación “contra cualquier propuesta de partición de cualquier tipo” en nombre de los dos rabinos principales, Yitzhak Herzog y Yaakov Meir, y representantes de la Histadrut “HaMizrachi” y la Histadrut “HaPoel HaMizrachi”. La proclamación establecía una posición política sin plantear argumentos basados en la ley religiosa: “Por la presente declaramos nuestra posición firme y absoluta contra cualquier propuesta que implique reducir las fronteras de la Tierra de Israel o dividirla de cualquier manera... Declaramos con toda fuerza y pleno derecho eterno de la nación a su patria dentro de sus fronteras históricas, rechazamos categóricamente cualquier intento de acordar la división de la tierra u otras propuestas que perjudiquen nuestro derecho a hacerlo”. Más tarde en ese mismo año, en la Conferencia de Mizraji, se anunció que “el pueblo judío nunca aceptará ningún intento de reducir las fronteras históricas de la Tierra de Israel, como se prometió al pueblo de Israel, de boca de Dios”. Los principales rabinos agregaron un razonamiento de la Torá a esta objeción: “Desde un punto de vista puramente religioso... cualquier renuncia consciente [de territorios en Israel, SA] constituye una profanación deliberada de la santidad de la tierra y del pacto con Dios.”

El segundo hito en la oposición al compromiso se produjo en relación con la decisión de partición de noviembre de 1947, que fue aceptada por la Agencia Judía y el pueblo judío residente en Palestina. En el sermón pronunciado por el rabino Kook el Día de la Independencia de 1967, habló de la agonía que sintió cuando se enteró de la decisión de la partición: “Cuando toda la nación acudió en masa para reunirse en una multitud de ruidos de alegría, no pude salir y unirme a la alegría... No podía aceptar lo que estaba pasando, era una terrible noticia. En ese estado, sacudido por todo mi cuerpo, herido por todas partes y cortado en pedazos, entonces no pude ser feliz”. El rabino Meir Berlin, líder del movimiento Mizraji y del sionismo religioso, escribió sobre el acuerdo de la decisión de partición: “Por lo tanto decidieron... perder el pueblo y la tierra juntos a la par que la pérdida de su conciencia y voluntad. Dicho sencillamente, en lugar de continuar con la lucha y prepaerarse para el sufrimiento y la angustia hasta que Dios bendiga a su pueblo y su herencia, escribieron, en cambio, y firmaron una escritura de renuncia a la mayor parte de la Tierra de Israel... ¿Está permitido eso a los representantes del pueblo incluso si han sido designados para ese fin, para transferir la herencia de los antepasados ​​y transgredir el mandato celestial, y voluntariamente entregar a otro pueblo lo que no es de ellos sino del nuestro?”

La negativa a un compromiso no fue sólo acerca de los territorios de la Tierra de Israel, sino en todos los territorios que Israel conquistó en guerra. En respuesta al acuerdo de paz firmado con Egipto en 1979, en 1981 se creó el Consejo Judea y Samaria, como sucesor de Gush Emonim, y en sus estatutos se afirmaba: “El Consejo considera cualquier propuesta que tienda a entregar partes de Egipto a un soberano extranjero es una negación de la misión del pueblo judío, de los objetivos de la empresa sionista y un acto ilegal”. Los grupos de derecha establecieron el “Movimiento contra la retirada del Sinaí”, y en abril de 1982 comenzó la lucha por la evacuación de Yamit, en la que miembros de Gush Emunim se atrincheraron en el tejado de una de las casas de la ciudad. Los soldados que intentaron llegar al techo usando una escalera se toparon con violencia por parte de los hombres del grupo, que incluyeron lanzamientos de arena y golpes. Más tarde, el Consejo Yesha emitió una declaración en 1986, que decía: “Devolver territorios en Judea, Samaria y Gaza es un crimen” y “Trataremos a cualquier gobierno de Israel que cometa uno de los crímenes antes mencionados como un gobierno ilegal”tal como lo hizo De Gaulle con el régimen de Vichy del mariscal Paten cuando traicionó al pueblo francés y firmó una renuncia a la mayor parte de los territorios de la Francia histórica” ​​(“Rabin, Biography, Yossi Goldstein, Shoken).

En 1993, Israel firmó los Acuerdos de Oslo con la OLP. Los rabinos de la corriente mesiánica-nacionalista negaron la legitimidad de las decisiones de las instituciones electas de la democracia israelí con respecto a la devolución de territorios. El rabino Shlomo Aviner escribió: “E incluso si resulta que la mayoría del pueblo apoya este proceso vergonzoso y peligroso [la evacuación de territorios, Judea y Samaria] — No hay ninguna justificación moral para hacerlo. No basta con que la decisión sea tomada por un aparato político para que sea moral. 'No seguirás a los muchos para pastar' (Éxodo 23:2)” (“El pueblo y su país”, parte 2. La manifestación más aguda de oposición a los Acuerdos de Oslo fue el asesinato del Primer Ministro Yitzhak Rabin por parte de Yigal Amir, miembro del movimiento nacionalista mesiánico.

El siguiente hito fue la retirada de la Franja de Gaza y el norte de Samaria. La oposición se expresó en una larga serie de medidas, desde la retirada del gobierno de la Unión Nacional y de las Fuerzas Federales de Defensa a finales de 2004, pasando por diversas organizaciones de protesta civil, hasta un llamamiento de un gran grupo de rabinos de la comunidad religiosa nacional encabezada por el rabino Avraham Shapira a rechazar la orden de evacuación. Hillel Weiss, profesor de literatura en la Universidad de Bar-Ilan, una figura prominente entre el público nacionalista religioso, dijo en una entrevista: “No tenemos otra opción que decirles: este país no es nuestro país, y sus leyes no son nuestras leyes... Estoy de acuerdo con usted en que bajo las circunstancias que han surgido, Lapid y Olmert son peligrosos para la existencia espiritual del pueblo judío, más que Barghouti, Arafat y Abu Mazen... Estoy de acuerdo contigo en que el secularismo es el enemigo” (“En las salas ultraortodoxas”, 27 de enero de 2005).

Incluso el plan Trump, lanzado en enero de 2020 y que prometía mantener los asentamientos bajo soberanía israelí, fue rechazado por los círculos de derecha. Por ejemplo, el presidente del Vonsejo de Yesha, David Alhiani, dijo: “El plan Trump es un fraude, Netanyahu lo sabía y nos engañó descaradamente” (Haaretz, 17/06/2020).

Y los fundamentalistas de ambos lados saben delinear lo que consideran la “imagen final”, que expresará la decisión del lado opuesto y la realización del “todo es mío”. Este es el caso, por ejemplo, del “Plan de decisión” de Bezalel Smotrich, cuyo objetivo es: “No más el manejo en curso del conflicto bajo diferentes intensidades, sino una guerra decisiva. No más soluciones cosméticas y de confusión para perseguir a los mosquitos, sino secar el pantano, llendo hasta el final, a las raíces mismas del problema” (The Shiloh 6, septiembre de 2017). El plan ofrece tres opciones a los palestinos: “Aquellos que quieran huir — huirán; aquellos que quieran reconciliarse con nosotros – se reconciliarán; aquellos que quieran hacer la guerra — la harán”, y pagarán el precio bajo la forma de una segunda catástrofe, una “Nakba 2”.

Por el otro lado, como era de esperar, la solución es la misma. En el programa “Fin de los días” presentado en la conferencia “La Promesa del fin de los tiempos” celebrada en Gaza en septiembre de 2021 bajo los auspicios del líder de Hamás, Yahya Sinwar, el presidente de la conferencia, Dr. Essam Adwan, presentó las siguientes alternativas a los judíos: los que bregan entre ellos por la paz, los que decidan rendirse, podrán ser absorbidos en Palestina, o recibirán una prórroga para que puedan emigrar; Quien intente escapar, debe ser dejado en libertade o perseguido para procesarlo por sus crímenes; Quien decida seguir luchando, debe ser combatido y Palestina debe quedar purificada.

Los difíciles acontecimientos ocurridos el 7 de octubre y después de él no cambiaron en lo más mínimo estas opiniones fundamentalistas. Razi Hamed, portavoz de Hamás, prometió que “Hamás llevará a cabo muchos más ataques como el del 7 de octubre para lograr sus objetivos” (Ynet, 1.11). Por otro lado, Smotrich declaró en una entrevista con el canal de TV “Kan 11”: “Quizás deberíamos haber recibido este terrible y doloroso golpe para recordar por un segundo quiénes somos y qué somos” (Haaretz, 2.11), y el profesor Yoel Elitzur escribió que la masacre llevada a cabo por Hamas en el sur es parte del plan divino para los israelíes que “provocan desastres al pueblo de Israel y frustran el plan divino con su laicismo”. Es una conexión entre la masacre y el secularismo y el no avance de la idea de “una Tierra de Israel Indivisa” (Sruguim, 13,10).

Comprender la totalidad, el fanatismo fundamentalista y la voluntad de sacrificio de estas corrientes en la sociedad israelí y en la sociedad palestina, requiere descartarlas tanto como una forma político-estatal de resolver el conflicto como una forma de conducir la sociedad. Las decisiones que piden estos extremistas no son viables, excepto a un precio social y moral inaceptable en general, y en el siglo XXI en particular. Lamentablemente, los acontecimientos del 7 de octubre ilustran esto. La posibilidad de un compromiso basado en el derecho internacional y en los valores democrático-liberales debe buscarse en los elementos seculares de ambas sociedades, que son capaces de aceptar la percepción de “parte del logro pero no todo”. El público de cada uno de los dos lados debe abrir los ojos y desilusionarse con la idea de una solución total, porque si tal solución se realiza, uno de los lados podría desaparecer. 
14 de diciembre de 2023

El Dr. Arieli es el director (asociado) del proyecto “Tamrur” en la Universidad Reichman