Título original:
Westsplaining: las tres fuentes de la incomprensión de la lucha de los ucranianos contra la dominación rusa
Posted on September 9, 2023 by observatoriomoviluprrp
Aportación de la Dra. Karen Entrialgo
Universidad de Puerto Rico en Arecibo
“Una indolencia que duele”. Así puso en palabras Fernando Mires lo que percibimos muchos de los que hemos estado, desde el día uno de los 558 días que lleva esta guerra, buscando hacer sentido de la tragedia ucraniana y advertir las consecuencias de la agresión rusa para el futuro de la democracia. Una indolencia cuyas fuentes son varias, pero que en estas líneas me limitaré a esbozar tres con énfasis en lo que se ha denominado el “westsplaining”; es decir, las explicaciones sobre la guerra que ignoran el carácter imperialista de la invasión rusa a Ucrania y privilegian el argumento (putinista) de la Rusia acorralada por la OTAN. La forma del westsplaining que más duele es la que propone, como solución pacífica, la concesión de territorios ocupados criminalmente. Pero antes de presentar ese esbozo con énfasis en el westsplaining y elaborar más sobre este término, quiero recuperar la cita de Mires pues ahí él identificaba ya, con otros énfasis, algunas fuentes de la indolencia (y porque comparto cada palabra y cada idea expresada por él en esas líneas):
Leo a gente que antes leía con interés y hoy cada vez menos. Los que mencionan ese drama de nuestro tiempo donde se juega gran parte del destino del mundo, son minoritaria excepción. En la mayoría de los que se pronuncian por la democracia, con relación a la tragedia ucraniana observo un silencio aterrador: una “indolencia que duele”. Incluso, no han faltado algunos que indirecta o directamente toman partido a favor del agresor. Entre ellos están por cierto los que padecen de ese cretinismo tan latinoamericano llamado anti-yanquismo (incluyo en ese grupo al papa Francisco). Para esa especie, EE UU no es una potencia que ha cometido grandes errores y grandes aciertos, sino la representación del mal sobre la tierra. Por el otro lado, no faltan los que se sienten agredidos por las luchas culturales de nuestro tiempo, sobre todo las sexuales que tienen lugar en los países occidentales, en su jerga, decadentes. No lo dicen, pero al igual que los antiguos derechistas otean a gobernantes como Putin y Xi como garantes del orden sexual y familiar puesto en cuestión por los movimientos identitarios. También hay que agregar a los analistas que se las dan de cientistas sociales objetivos, a los que no pronuncian jamás la palabra invasión, a los que proponen ceder parte de Ucrania a Rusia sin consultar a los ucranianos, a los que intentan disimular su adhesión putinista aduciendo que “el problema es muy complejo” para terminar con la vil coartada de “la neutralidad de valores” y otras hipocresías. Por último, no faltan tampoco los que piensan de acuerdo a los cánones de la inteligencia artificial. Para ellos, comunista o no, Xi, corresponde con la imagen del empresario exitoso de la era global. Son los mismos que ven a las naciones como grandes empresas y a los gobernantes como gerentes exitosos.” (“Maduro y el nuevo orden político mundial”, junio 17 de 2023).
El ensayo de Mires no tenía como objetivo principal abordar esas fuentes de la indolencia en relación a la guerra en Ucrania, pero así nos pasa a todos los que esa indolencia nos duele: no la podemos desvincular del resto de los desafíos que presenta la situación política internacional. Como sostiene el historiador Timothy Snyder en su nota del 23 de enero de 2023 “Why the world needs Ukrainian victory. Fifteen reasons”: “This is a once-in-lifetime conjuncture, not to be wasted. The Ukrainians have given us a chance to turn this century around, a chance for freedom and security that we could not have achieved by our own efforts, no matter who we happen to be. All we have to do is help them win.” Así, desde la razón #1 “detener un genocidio” a la #15 “afirmar el valor de la libertad”, pasando por la de prevenir la proliferación de armas nucleares, acelerar el abandono de fuentes de energía fósiles, garantizar la seguridad alimentaria mundial para evitar hambrunas o la que seguramente motivaba el ensayo de Mires, la #6: “debilitar el prestigio de los tiranos”, la indolencia no solo duele porque ignore la tragedia de los ucranianos, sino porque ignora lo que está en juego con esta guerra. En todo caso, Mires ya dibujaba tres de las fuentes de la incomprensión que podríamos resumir de la siguiente manera: una por la vía de las izquierdas latinoamericanas anti-yanquis, otra por la vía de las ultraderechas conservadoras y la tercera por la vía del pragmatismo, sea este científico-social, diplomático o geoestratégico al estilo tablero de ajedrez. Por supuesto, esto no agota los asuntos ni los ángulos que Mires ha estado explorando en su análisis de la guerra. Este pensador ha tenido la generosidad de ir compartiendo sus reflexiones según ha ido desarrollando sus conceptualizaciones, y la lectura de sus escritos nos ha permitido asistir a revisiones y reformulaciones muy fructíferas. Invito, pues, a visitar su portal Polis: política y cultura para conocer sus otros ensayos.
Aunque comparto su esbozo, estimo igualmente pertinente explorar las fuentes por la vía de tres formas que, a mis ojos, adopta el westsplaining. En primer lugar, la que viene por la izquierda campista y su herencia estalinista, pero que propongo rastrear a partir de las tesis de Engels sobre “los pueblos sin historia”. En segundo lugar, la que se desprende de la división Este-Oeste que ignora la experiencia histórica y cultural de Europa Central en el sentido que Milan Kundera describiera en su famoso ensayo de 1984: “A Kidnapped West: The Tragedy of Central Europe”. Para detectar esta fuente del westsplaining, los trabajos de Timothy Snyder, así como los de Ivan Krastev, aportan importantísimas claves. Por último, la que deriva de las simplificaciones que ha sufrido la teorización posmoderna de los años 80 y 90. Por esta otra vía se han demonizado las categorías de nación, identidad y fronteras. Sin embargo, estas categorías tuvieron un desarrollo muy singular en la experiencia de los países del Este. Si bien es cierto que mucho del progresismo posmoderno contemporáneo no tiene ya en su DNA la herencia de la izquierda política (incluso podríamos decir que la teorización posmoderna se erigió tomando una distancia muy crítica del marxismo en general), su problema radica en otro paraje: desconoce todo sobre la dominación rusa en la región donde esta guerra tiene lugar. A pesar de las oportunidades que la lucha de los ucranianos nos ofrece para remediar este desconocimiento, el mismo persiste. Si ello se debe a ignorancia o tozudez es lo que considero pertinente descifrar.
Antes de proceder a abordar las tres fuentes del westsplaining, quiero abundar un poco más sobre este término que apareció en las discusiones más tempranas sobre la guerra, en particular, como una crítica a los análisis y las soluciones propuestas por figuras que, en cualquier otra discusión, se hubiesen encontrado en las antípodas. Estamos hablando del lingüista y activista político de izquierda Noam Chomsky y el realista especialista en relaciones internacionales John Mearsheimer; el ex-ministro de finanzas griego que ganó la admiración de muchos por su verticalidad al no hacerle la más mínima concesión a la troika en las negociaciones sobre la deuda soberana de su país, Yanis Varoufakis, y el diplomático Samuel Charap, para quien todo sería negociable; el activista de los derechos humanos y candidato a la presidencia de Estados Unidos por el Green Party, Cornel West y… ¡Marjorie Taylor Green! También, para mi gran decepción, el filósofo de la complejidad Edgar Morin. Todos coincidiendo en varios de los siguientes puntos: que se trata de una guerra por procuración; que Estados Unidos la provocó (y que, aunque se trate de una agresión criminal por parte de Rusia a Ucrania y viole el derecho internacional, no deja de ser una reacción sensata); que hay que privilegiar la vía diplomática y ofrecerle a Putin una salida airosa; que quienes se deben sentar a negociar son Estados Unidos y Putin (Ucrania no tendría nada que decir al respecto de su futuro como nación); que las negociaciones deben contemplar la concesión de territorios ilegalmente anexados; que hay que mantener a Ucrania fuera de la OTAN; que Estados Unidos debe suspender la ayuda a Ucrania. Lo que tienen en común todos estos análisis es la negación de la agencia de los ucranianos y del derecho a la autodeterminación, el desdén en relación a sus fronteras territoriales y la ignorancia decidida de su historia, incluso del pasado reciente de esta guerra, pues no toman en cuenta los discursos de Putin desde 2012 en los que la retórica imperialista ya era evidente, ni que esta guerra comenzó en 2014 con la anexión ilegal de Crimea, ni las innumerables violaciones de acuerdos por parte de Putin en negociaciones previas (a comenzar por el Memorándum de Budapest de 1994). El ninguneo a la soberanía y a la integridad territorial de Ucrania, así como la subestimación del carácter histórico de la dominación rusa en la región, hace de estos acercamientos un flirteo a todas luces con el lenguaje genocida de Putin que sostiene que Ucrania es un artificio, que “el ser ucraniano” no existe pues todos pertenecerían al “Mundo Ruso” (el mito del “alma eslava” que Kundera aspiraba a deconstruir) y que todo el que no lo acepta es porque está poseído por Satanás o manipulado por Occidente. Basta con ver algunas de las traducciones de segmentos en televisión nacional rusa (Julia Davis de Russian Media Monitor es una fuente confiable) para entender que Satanás y Occidente están equiparados, tanto en la narrativa de Putin como en la de sus propagandistas. Al blanquear las mentiras de Putin (por la boca de influyentes intelectuales), el westsplaining contribuye a la posverdad, desalienta el estudio profundo de las causas de esta guerra y normaliza el crimen. El artículo de Jan Smolenski y Jan Dutkiewicz, “The American Pundits Who Can’t Resist ‘Westsplaining’ Ukraine” fue de los primeros en llamar la atención sobre el problema.
En relación a esta guerra y en particular con Ucrania, el desgano con la historia que muestra una parte de la izquierda contrasta con la especie de sentencia histórica que la condena a permanecer bajo el yugo de la dominación rusa -si no a la totalidad de Ucrania, al menos a los habitantes de los territorios ocupados. En la base de esta desidia selectiva por la autodeterminación de las naciones puede que se encuentren los prejuicios de Friedrich Engels producto de lo que él teorizó como “los pueblos sin historia”. Esta pista se la debo a mi colega, el historiador José J. Rodríguez Vázquez, quien en su libro Teorizando lo nacional desde el materialismo histórico: teoría política y cuestión nacional y colonial en Carlos Marx y Federico Engels (a ser publicado) aborda esta categoría de pueblos que Engels contempló al calor de las revoluciones de 1848. Según expone, ya en el Manifiesto, Marx y Engels habían establecido una distinción entre nacionalidades cuyas condiciones objetivas hacían posible y necesario sus transformaciones en estado-naciones modernas y otras nacionalidades incapaces históricamente de constituirse en naciones independientes. La crisis de los Estados absolutistas desató un movimiento revolucionario que sirvió de terreno para poner a prueba los planteamientos del materialismo histórico y practicar una estrategia política en relación con las luchas nacionales de los pueblos sometidos dentro de los imperios plurinacionales; particularmente, en el caso austriaco. Como elabora Rodríguez Vázquez, para Engels, la revolución del 48 colocaba a todos los pueblos de Europa en la obligación de asumir un lugar en el enfrentamiento de las fuerzas históricas de la civilización con la barbarie, por lo que la tesis de los pueblos sin historia es el enjuiciamiento de la actividad política de las nacionalidades eslavas en ese contexto:
¿Quiénes eran y por qué los llamados “pueblos sin historia”? Ya hemos señalado que para Marx y Engels no todas las nacionalidades poseen las condiciones objetivas necesarias para convertirse en estado-naciones modernos y que por lo tanto no creen en el principio abstracto de autodeterminación de las naciones. En este sentido los llamados “pueblos sin historia” son reflexionados dentro de la suma de sus carencias; es decir, a base de sus limitaciones poblacionales, geográficas, sociales, económicas, culturales y, sobre todo, al contexto y al carácter de sus luchas nacionales.
Engels utilizaba el concepto de “pueblos sin historia” para referir a las nacionalidades eslavas (con excepción de Polonia) incluidas dentro del imperio austriaco. Se trataba de nacionalidades históricamente sometidas a la dominación económica, política y cultural de otras naciones más vigorosas (alemanes, húngaros, polacos y austriacos). Rezagados bajo formas sociales precapitalistas (sobre todo serviles y campesinas) y dominados históricamente por otras nacionalidades, las nacionalidades eslavas se mostraban sin vigor para constituirse en sujetos históricos.
Y, a continuación, cita a Engels:
Fuera de los polacos, los rusos y, a lo sumo de los eslavos de Turquía (serbios) ningún pueblo eslavo tiene futuro por la sencilla razón que a todos los restantes eslavos les faltan las primeras condiciones históricas, geográficas, políticas e industriales de la autonomía y la viabilidad.
Pueblos que jamás tuvieron una historia propia; que desde el instante en que ascienden los primeros y más toscos grados de la civilización ya se ponen bajo la férula extranjera o que sólo son compelidos a acceder a los primeros grados de civilización por obra de un yugo extranjero, no tienen ninguna viabilidad y jamás podrán llegar a autonomía alguna.
Y este fue el sino de los austroeslavos … (checos, eslovacos, moravos y eslavos meridionales) jamás tuvieron historia.” (“El paneslavismo democrático”)
Finalmente, destaco esta otra cita del libro de Rodríguez Vázquez en la que el historiador reúne varios fragmentos de “La lucha magiar” y “El paneslavismo democrático” para concluir:
… no deja de impresionar el desprecio y los métodos que ambos (Marx y Engels) consideraban pertinentes para solucionar la cuestión de las nacionalidades bajo el imperio austriaco. A estos “eslavos fanatizados”, “tribus separadas entre sí en todas partes, impotentes, despojadas de su fuerza nacional”, a estas “naciones taurocéfalas” que servían a la contrarrevolución sólo les quedaba como alternativa “hundirse en la tormenta revolucionaria mundial”, el “exterminio o la nacionalización”. Engels llega a recomendar una empresa de venganza histórica para hacer desaparecer los pueblos reaccionarios enteros. Más allá del carácter polémico de los escritos, son los sueños de la Razón los que claman por lo Absoluto. Los intereses de la revolución socialista mundial legitimaban esta sentencia histórica.
La indolencia de una buena parte de la izquierda en relación a la lucha de los ucranianos y el que solo puedan concebir como causa de la agresión rusa su voluntad de ingresar a la OTAN sugiere que ha tenido lugar un enjuiciamiento al estilo de lo que Engels entendía que merecían, en nombre de la revolución socialista, “los pueblos sin historia”.
Esta primera fuente del westsplaining que identifico con la izquierda y los prejuicios derivados de una concepción teleológica de la historia conecta con otra que rebasa a la izquierda: la que viene por la vía de la división Este-Oeste. El orden mundial que fue redefinido luego de la Segunda Guerra Mundial trazó una división que unificaba las diferencias históricas y culturales al interior de todo lo que quedó puesto bajo el signo del “Este”. De este modo, la división Este-Oeste ignoró otra división percibida histórica y culturalmente por los países de Europa Central respecto a la dominación soviética. El mito del “alma eslava” que hoy rehabilita Putin (ver su ensayo “Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos” publicado el 12 de julio de 2021) había sido objeto de un escrito de Milan Kundera quien, en plena Guerra Fría, cuestionaba la idea predominante de que, dentro de Europa, las naciones del bloque del Este compartían un “alma eslava” que las distinguía de Occidente y le daba a este bloque una coherencia cultural y cierta legitimidad. En su homenaje a Kundera, recientemente fallecido, Paul Berman llama la atención sobre el carácter visionario de su obra en relación a la lucha de los ucranianos contra la dominación rusa y sostiene que “El mayor conflicto en Europa desde la Segunda Guerra Mundial resulta ser una guerra kunderiana”. Según explica, el análisis clásico de la Guerra Fría describía un conflicto entre dos fuerzas, Oriente y Occidente, ajenas entre sí, o incluso la oposición entre dos imperialismos, dos alianzas militares o dos alianzas económicas, políticas e ideológicas. Pero en su ensayo “A Kidnapped West: The Tragedy of Central Europe” (1984), Kundera representó un conflicto estrictamente interno al bloque del Este. Este trataba de las resistencias de las frágiles naciones de Europa Central frente a la dominación rusa para defender sus lenguas, amenazadas de extinción por la lengua rusa, así como para defender su doble identidad cultural: nacional y occidental a la vez. La categoría de “Europa Central” que Kundera intentaba sacar a la luz en medio de la opacidad creada por la división Este-Oeste no debe entenderse en un sentido estrictamente geográfico, sino en un sentido histórico y cultural en el que se destacan las resistencias contra las relaciones coloniales que vinculaban a la región con Rusia. La tendencia en los “westsplainers” a ignorar la experiencia de los países del Este en relación a su pasado soviético acarrea una profunda incomprensión que se manifiesta en la crítica que hacen de las políticas sobre el idioma ucraniano, la manera en que interpretan el separatismo de los pro-rusos en el Donbás y, sobre todo, en la facilidad con la que contemplan concederle territorios a Putin condenando a sus habitantes al tipo de régimen y de cultura del que han querido apartarse. Como tantos otros escritores de Europa Central, Kundera tenía claro, por haberlo vivido de primera mano, lo que nosotros acá apenas comenzamos a asir con esta guerra: no solo el carácter histórico del imperialismo ruso, sino también, la impronta imperialista en su cultura. Así, refiriéndose a unos comentarios del escritor polaco Kazimierz Brandys en su Diario de Varsovia a propósito de la obra de Gogol, Kundera escribió:
That was also my response to Russian literature. It scared me. Even today I’m still horrified by certain stories by Gogol and by everything Saltykov-Shchedrin wrote. I would have preferred not to have known their world, not to have known it even existed. Brandys’s remarks on Gogol do not, of course, deny the value of his work as art; rather they express the horror of the world his art evokes. It is a world that —provided we are removed from it — fascinates and attracts us; the moment it closes around us, though, it reveals its terrifying foreignness. I don’t know if it is worse than ours, but I do know it is different: Russia knows another (greater) dimension of disaster, another image of space (a space so immense entire nations are swallowed up in it), another sense of time (slow and patient),
another way of laughing, living, and dying.
Por último, la tercera fuente del westsplaining también arroja luz sobre lo anterior. En el centro de la teorización posmoderna se encontraba la crítica al occidentalocentrismo (así como al humanismo en general) por sus concepciones generalmente monolíticas y esencialistas en torno a categorías como nación, identidad y fronteras. Otro de sus temas focales era la problematización de la democracia liberal. Específicamente, los consensos que se vehiculizaban en su nombre y que resultaban contrarios a los procesos reales de democratización. Si bien es cierto que en los años 80 y 90 esta crítica resultaba pertinente para el “Occidente logrado”, no lo era para los países del bloque del Este que aún luchaban por alejarse de su herencia comunista y miraban hacia el “Occidente logrado” desde sus dobles identidades, nacionales y occidentales, producto de su situación centroeuropea. A este problema de entrada, se le sumó la domesticación e institucionalización del campo teórico en las universidades, lo que propició incontables simplificaciones. Estas desembocaron en una especie de rechazo automático a todo lo que se hiciera en nombre de identidades culturales o nacionales. El tema de las fronteras tampoco quedó indemne, pues terminó reducido a una obsesión malsana por definir los límites con el otro. La lucha de los ucranianos nos está mostrando las múltiples maneras en que la teorización posmoderna dio por superados asuntos que apenas teníamos descifrados. Como si las únicas interpretaciones posibles de la cuestión nacional fueran las modernas (marxistas o liberales), se renunció a seguirle la pista a las experiencias posmodernas de lo nacional. No obstante, el caso de Ucrania ilustra una nación posmoderna que se ha ido constituyendo privilegiando los referentes cívicos y políticos (y no los étnico-lingüísticos que son los que, en su forma esencialista, resultan políticamente peligrosos). Según lo explica Volodymyr Kulyk, investigador del Instituto de Estudios Ucranianos de la Universidad de Harvard (Le Monde, 18 de marzo de 2022):
La nacionalidad ucraniana contemporánea se construye sobre una base cívica. En la independencia, todos los residentes del país pudieron convertirse en ciudadanos. Entonces, no hablamos del “pueblo ucraniano”, sino del pueblo de Ucrania. Fue una membresía inclusiva que se enriqueció gradualmente con contenido etnocultural ucraniano basado en el folclore, la literatura y la historiografía nacional. Y también sobre el idioma ucraniano que se ha extendido a comunidades donde no era el idioma nativo. Este desarrollo ha llevado a la desaparición gradual de una definición étnica y a la noción de “ucraniano” simplemente designando a los ciudadanos de Ucrania. En el mismo movimiento, el término “ruso” dejó de ser una categoría de identificación en Ucrania y ya no designaba únicamente a los ciudadanos de la Federación Rusa.
De no haber sido interrumpida por la guerra de agresión e invasión rusa, la experiencia ucraniana sería el exhibit idóneo para la construcción de nuevos imaginarios de nación. Estos se anuncian acuciantes para enfrentar los problemas que comporta la globalización. Entender las fuentes del westsplaining podría contribuir a delinear nuevos itinerarios investigativos, pero, sobre todo, a evitar el blanqueamiento de la propaganda rusa en boca de estudiosos, académicos e intelectuales.
Documentos incluidos:
Timothy Snyder, “Why the world needs Ukrainian victory. Fifteen reasons”, January 23, 2023 (PDF).
Jan Smolenski y Jan Dutkiewicz, “The American Pundits Who Can’t Resist ‘Westsplaining’ Ukraine”, The New Republic, March 4, 2022.
Milan Kundera, “A Kidnapped West: The Tragedy of Central Europe”, New York Review of Books, Volume 31, Number 7 · April 26, 1984 (PDF).
Paul Berman, “Le plus grand conflit en Europe depuis la seconde guerre mondiale se révèle être une guerre kundérienne”, Le Monde, 19 juillet 2023 (PDF).
Volodymyr Kulyk, “La guerre est en train de diviser Ukrainiens et Russes pour toujours”, Le Monde, 18 mars 2022 (PDF).
Westsplaining: las tres fuentes de la incomprensión de la lucha de los ucranianos contra la dominación rusa
Posted on September 9, 2023 by observatoriomoviluprrp
Aportación de la Dra. Karen Entrialgo
Universidad de Puerto Rico en Arecibo
“Una indolencia que duele”. Así puso en palabras Fernando Mires lo que percibimos muchos de los que hemos estado, desde el día uno de los 558 días que lleva esta guerra, buscando hacer sentido de la tragedia ucraniana y advertir las consecuencias de la agresión rusa para el futuro de la democracia. Una indolencia cuyas fuentes son varias, pero que en estas líneas me limitaré a esbozar tres con énfasis en lo que se ha denominado el “westsplaining”; es decir, las explicaciones sobre la guerra que ignoran el carácter imperialista de la invasión rusa a Ucrania y privilegian el argumento (putinista) de la Rusia acorralada por la OTAN. La forma del westsplaining que más duele es la que propone, como solución pacífica, la concesión de territorios ocupados criminalmente. Pero antes de presentar ese esbozo con énfasis en el westsplaining y elaborar más sobre este término, quiero recuperar la cita de Mires pues ahí él identificaba ya, con otros énfasis, algunas fuentes de la indolencia (y porque comparto cada palabra y cada idea expresada por él en esas líneas):
Leo a gente que antes leía con interés y hoy cada vez menos. Los que mencionan ese drama de nuestro tiempo donde se juega gran parte del destino del mundo, son minoritaria excepción. En la mayoría de los que se pronuncian por la democracia, con relación a la tragedia ucraniana observo un silencio aterrador: una “indolencia que duele”. Incluso, no han faltado algunos que indirecta o directamente toman partido a favor del agresor. Entre ellos están por cierto los que padecen de ese cretinismo tan latinoamericano llamado anti-yanquismo (incluyo en ese grupo al papa Francisco). Para esa especie, EE UU no es una potencia que ha cometido grandes errores y grandes aciertos, sino la representación del mal sobre la tierra. Por el otro lado, no faltan los que se sienten agredidos por las luchas culturales de nuestro tiempo, sobre todo las sexuales que tienen lugar en los países occidentales, en su jerga, decadentes. No lo dicen, pero al igual que los antiguos derechistas otean a gobernantes como Putin y Xi como garantes del orden sexual y familiar puesto en cuestión por los movimientos identitarios. También hay que agregar a los analistas que se las dan de cientistas sociales objetivos, a los que no pronuncian jamás la palabra invasión, a los que proponen ceder parte de Ucrania a Rusia sin consultar a los ucranianos, a los que intentan disimular su adhesión putinista aduciendo que “el problema es muy complejo” para terminar con la vil coartada de “la neutralidad de valores” y otras hipocresías. Por último, no faltan tampoco los que piensan de acuerdo a los cánones de la inteligencia artificial. Para ellos, comunista o no, Xi, corresponde con la imagen del empresario exitoso de la era global. Son los mismos que ven a las naciones como grandes empresas y a los gobernantes como gerentes exitosos.” (“Maduro y el nuevo orden político mundial”, junio 17 de 2023).
El ensayo de Mires no tenía como objetivo principal abordar esas fuentes de la indolencia en relación a la guerra en Ucrania, pero así nos pasa a todos los que esa indolencia nos duele: no la podemos desvincular del resto de los desafíos que presenta la situación política internacional. Como sostiene el historiador Timothy Snyder en su nota del 23 de enero de 2023 “Why the world needs Ukrainian victory. Fifteen reasons”: “This is a once-in-lifetime conjuncture, not to be wasted. The Ukrainians have given us a chance to turn this century around, a chance for freedom and security that we could not have achieved by our own efforts, no matter who we happen to be. All we have to do is help them win.” Así, desde la razón #1 “detener un genocidio” a la #15 “afirmar el valor de la libertad”, pasando por la de prevenir la proliferación de armas nucleares, acelerar el abandono de fuentes de energía fósiles, garantizar la seguridad alimentaria mundial para evitar hambrunas o la que seguramente motivaba el ensayo de Mires, la #6: “debilitar el prestigio de los tiranos”, la indolencia no solo duele porque ignore la tragedia de los ucranianos, sino porque ignora lo que está en juego con esta guerra. En todo caso, Mires ya dibujaba tres de las fuentes de la incomprensión que podríamos resumir de la siguiente manera: una por la vía de las izquierdas latinoamericanas anti-yanquis, otra por la vía de las ultraderechas conservadoras y la tercera por la vía del pragmatismo, sea este científico-social, diplomático o geoestratégico al estilo tablero de ajedrez. Por supuesto, esto no agota los asuntos ni los ángulos que Mires ha estado explorando en su análisis de la guerra. Este pensador ha tenido la generosidad de ir compartiendo sus reflexiones según ha ido desarrollando sus conceptualizaciones, y la lectura de sus escritos nos ha permitido asistir a revisiones y reformulaciones muy fructíferas. Invito, pues, a visitar su portal Polis: política y cultura para conocer sus otros ensayos.
Aunque comparto su esbozo, estimo igualmente pertinente explorar las fuentes por la vía de tres formas que, a mis ojos, adopta el westsplaining. En primer lugar, la que viene por la izquierda campista y su herencia estalinista, pero que propongo rastrear a partir de las tesis de Engels sobre “los pueblos sin historia”. En segundo lugar, la que se desprende de la división Este-Oeste que ignora la experiencia histórica y cultural de Europa Central en el sentido que Milan Kundera describiera en su famoso ensayo de 1984: “A Kidnapped West: The Tragedy of Central Europe”. Para detectar esta fuente del westsplaining, los trabajos de Timothy Snyder, así como los de Ivan Krastev, aportan importantísimas claves. Por último, la que deriva de las simplificaciones que ha sufrido la teorización posmoderna de los años 80 y 90. Por esta otra vía se han demonizado las categorías de nación, identidad y fronteras. Sin embargo, estas categorías tuvieron un desarrollo muy singular en la experiencia de los países del Este. Si bien es cierto que mucho del progresismo posmoderno contemporáneo no tiene ya en su DNA la herencia de la izquierda política (incluso podríamos decir que la teorización posmoderna se erigió tomando una distancia muy crítica del marxismo en general), su problema radica en otro paraje: desconoce todo sobre la dominación rusa en la región donde esta guerra tiene lugar. A pesar de las oportunidades que la lucha de los ucranianos nos ofrece para remediar este desconocimiento, el mismo persiste. Si ello se debe a ignorancia o tozudez es lo que considero pertinente descifrar.
Antes de proceder a abordar las tres fuentes del westsplaining, quiero abundar un poco más sobre este término que apareció en las discusiones más tempranas sobre la guerra, en particular, como una crítica a los análisis y las soluciones propuestas por figuras que, en cualquier otra discusión, se hubiesen encontrado en las antípodas. Estamos hablando del lingüista y activista político de izquierda Noam Chomsky y el realista especialista en relaciones internacionales John Mearsheimer; el ex-ministro de finanzas griego que ganó la admiración de muchos por su verticalidad al no hacerle la más mínima concesión a la troika en las negociaciones sobre la deuda soberana de su país, Yanis Varoufakis, y el diplomático Samuel Charap, para quien todo sería negociable; el activista de los derechos humanos y candidato a la presidencia de Estados Unidos por el Green Party, Cornel West y… ¡Marjorie Taylor Green! También, para mi gran decepción, el filósofo de la complejidad Edgar Morin. Todos coincidiendo en varios de los siguientes puntos: que se trata de una guerra por procuración; que Estados Unidos la provocó (y que, aunque se trate de una agresión criminal por parte de Rusia a Ucrania y viole el derecho internacional, no deja de ser una reacción sensata); que hay que privilegiar la vía diplomática y ofrecerle a Putin una salida airosa; que quienes se deben sentar a negociar son Estados Unidos y Putin (Ucrania no tendría nada que decir al respecto de su futuro como nación); que las negociaciones deben contemplar la concesión de territorios ilegalmente anexados; que hay que mantener a Ucrania fuera de la OTAN; que Estados Unidos debe suspender la ayuda a Ucrania. Lo que tienen en común todos estos análisis es la negación de la agencia de los ucranianos y del derecho a la autodeterminación, el desdén en relación a sus fronteras territoriales y la ignorancia decidida de su historia, incluso del pasado reciente de esta guerra, pues no toman en cuenta los discursos de Putin desde 2012 en los que la retórica imperialista ya era evidente, ni que esta guerra comenzó en 2014 con la anexión ilegal de Crimea, ni las innumerables violaciones de acuerdos por parte de Putin en negociaciones previas (a comenzar por el Memorándum de Budapest de 1994). El ninguneo a la soberanía y a la integridad territorial de Ucrania, así como la subestimación del carácter histórico de la dominación rusa en la región, hace de estos acercamientos un flirteo a todas luces con el lenguaje genocida de Putin que sostiene que Ucrania es un artificio, que “el ser ucraniano” no existe pues todos pertenecerían al “Mundo Ruso” (el mito del “alma eslava” que Kundera aspiraba a deconstruir) y que todo el que no lo acepta es porque está poseído por Satanás o manipulado por Occidente. Basta con ver algunas de las traducciones de segmentos en televisión nacional rusa (Julia Davis de Russian Media Monitor es una fuente confiable) para entender que Satanás y Occidente están equiparados, tanto en la narrativa de Putin como en la de sus propagandistas. Al blanquear las mentiras de Putin (por la boca de influyentes intelectuales), el westsplaining contribuye a la posverdad, desalienta el estudio profundo de las causas de esta guerra y normaliza el crimen. El artículo de Jan Smolenski y Jan Dutkiewicz, “The American Pundits Who Can’t Resist ‘Westsplaining’ Ukraine” fue de los primeros en llamar la atención sobre el problema.
En relación a esta guerra y en particular con Ucrania, el desgano con la historia que muestra una parte de la izquierda contrasta con la especie de sentencia histórica que la condena a permanecer bajo el yugo de la dominación rusa -si no a la totalidad de Ucrania, al menos a los habitantes de los territorios ocupados. En la base de esta desidia selectiva por la autodeterminación de las naciones puede que se encuentren los prejuicios de Friedrich Engels producto de lo que él teorizó como “los pueblos sin historia”. Esta pista se la debo a mi colega, el historiador José J. Rodríguez Vázquez, quien en su libro Teorizando lo nacional desde el materialismo histórico: teoría política y cuestión nacional y colonial en Carlos Marx y Federico Engels (a ser publicado) aborda esta categoría de pueblos que Engels contempló al calor de las revoluciones de 1848. Según expone, ya en el Manifiesto, Marx y Engels habían establecido una distinción entre nacionalidades cuyas condiciones objetivas hacían posible y necesario sus transformaciones en estado-naciones modernas y otras nacionalidades incapaces históricamente de constituirse en naciones independientes. La crisis de los Estados absolutistas desató un movimiento revolucionario que sirvió de terreno para poner a prueba los planteamientos del materialismo histórico y practicar una estrategia política en relación con las luchas nacionales de los pueblos sometidos dentro de los imperios plurinacionales; particularmente, en el caso austriaco. Como elabora Rodríguez Vázquez, para Engels, la revolución del 48 colocaba a todos los pueblos de Europa en la obligación de asumir un lugar en el enfrentamiento de las fuerzas históricas de la civilización con la barbarie, por lo que la tesis de los pueblos sin historia es el enjuiciamiento de la actividad política de las nacionalidades eslavas en ese contexto:
¿Quiénes eran y por qué los llamados “pueblos sin historia”? Ya hemos señalado que para Marx y Engels no todas las nacionalidades poseen las condiciones objetivas necesarias para convertirse en estado-naciones modernos y que por lo tanto no creen en el principio abstracto de autodeterminación de las naciones. En este sentido los llamados “pueblos sin historia” son reflexionados dentro de la suma de sus carencias; es decir, a base de sus limitaciones poblacionales, geográficas, sociales, económicas, culturales y, sobre todo, al contexto y al carácter de sus luchas nacionales.
Engels utilizaba el concepto de “pueblos sin historia” para referir a las nacionalidades eslavas (con excepción de Polonia) incluidas dentro del imperio austriaco. Se trataba de nacionalidades históricamente sometidas a la dominación económica, política y cultural de otras naciones más vigorosas (alemanes, húngaros, polacos y austriacos). Rezagados bajo formas sociales precapitalistas (sobre todo serviles y campesinas) y dominados históricamente por otras nacionalidades, las nacionalidades eslavas se mostraban sin vigor para constituirse en sujetos históricos.
Y, a continuación, cita a Engels:
Fuera de los polacos, los rusos y, a lo sumo de los eslavos de Turquía (serbios) ningún pueblo eslavo tiene futuro por la sencilla razón que a todos los restantes eslavos les faltan las primeras condiciones históricas, geográficas, políticas e industriales de la autonomía y la viabilidad.
Pueblos que jamás tuvieron una historia propia; que desde el instante en que ascienden los primeros y más toscos grados de la civilización ya se ponen bajo la férula extranjera o que sólo son compelidos a acceder a los primeros grados de civilización por obra de un yugo extranjero, no tienen ninguna viabilidad y jamás podrán llegar a autonomía alguna.
Y este fue el sino de los austroeslavos … (checos, eslovacos, moravos y eslavos meridionales) jamás tuvieron historia.” (“El paneslavismo democrático”)
Finalmente, destaco esta otra cita del libro de Rodríguez Vázquez en la que el historiador reúne varios fragmentos de “La lucha magiar” y “El paneslavismo democrático” para concluir:
… no deja de impresionar el desprecio y los métodos que ambos (Marx y Engels) consideraban pertinentes para solucionar la cuestión de las nacionalidades bajo el imperio austriaco. A estos “eslavos fanatizados”, “tribus separadas entre sí en todas partes, impotentes, despojadas de su fuerza nacional”, a estas “naciones taurocéfalas” que servían a la contrarrevolución sólo les quedaba como alternativa “hundirse en la tormenta revolucionaria mundial”, el “exterminio o la nacionalización”. Engels llega a recomendar una empresa de venganza histórica para hacer desaparecer los pueblos reaccionarios enteros. Más allá del carácter polémico de los escritos, son los sueños de la Razón los que claman por lo Absoluto. Los intereses de la revolución socialista mundial legitimaban esta sentencia histórica.
La indolencia de una buena parte de la izquierda en relación a la lucha de los ucranianos y el que solo puedan concebir como causa de la agresión rusa su voluntad de ingresar a la OTAN sugiere que ha tenido lugar un enjuiciamiento al estilo de lo que Engels entendía que merecían, en nombre de la revolución socialista, “los pueblos sin historia”.
Esta primera fuente del westsplaining que identifico con la izquierda y los prejuicios derivados de una concepción teleológica de la historia conecta con otra que rebasa a la izquierda: la que viene por la vía de la división Este-Oeste. El orden mundial que fue redefinido luego de la Segunda Guerra Mundial trazó una división que unificaba las diferencias históricas y culturales al interior de todo lo que quedó puesto bajo el signo del “Este”. De este modo, la división Este-Oeste ignoró otra división percibida histórica y culturalmente por los países de Europa Central respecto a la dominación soviética. El mito del “alma eslava” que hoy rehabilita Putin (ver su ensayo “Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos” publicado el 12 de julio de 2021) había sido objeto de un escrito de Milan Kundera quien, en plena Guerra Fría, cuestionaba la idea predominante de que, dentro de Europa, las naciones del bloque del Este compartían un “alma eslava” que las distinguía de Occidente y le daba a este bloque una coherencia cultural y cierta legitimidad. En su homenaje a Kundera, recientemente fallecido, Paul Berman llama la atención sobre el carácter visionario de su obra en relación a la lucha de los ucranianos contra la dominación rusa y sostiene que “El mayor conflicto en Europa desde la Segunda Guerra Mundial resulta ser una guerra kunderiana”. Según explica, el análisis clásico de la Guerra Fría describía un conflicto entre dos fuerzas, Oriente y Occidente, ajenas entre sí, o incluso la oposición entre dos imperialismos, dos alianzas militares o dos alianzas económicas, políticas e ideológicas. Pero en su ensayo “A Kidnapped West: The Tragedy of Central Europe” (1984), Kundera representó un conflicto estrictamente interno al bloque del Este. Este trataba de las resistencias de las frágiles naciones de Europa Central frente a la dominación rusa para defender sus lenguas, amenazadas de extinción por la lengua rusa, así como para defender su doble identidad cultural: nacional y occidental a la vez. La categoría de “Europa Central” que Kundera intentaba sacar a la luz en medio de la opacidad creada por la división Este-Oeste no debe entenderse en un sentido estrictamente geográfico, sino en un sentido histórico y cultural en el que se destacan las resistencias contra las relaciones coloniales que vinculaban a la región con Rusia. La tendencia en los “westsplainers” a ignorar la experiencia de los países del Este en relación a su pasado soviético acarrea una profunda incomprensión que se manifiesta en la crítica que hacen de las políticas sobre el idioma ucraniano, la manera en que interpretan el separatismo de los pro-rusos en el Donbás y, sobre todo, en la facilidad con la que contemplan concederle territorios a Putin condenando a sus habitantes al tipo de régimen y de cultura del que han querido apartarse. Como tantos otros escritores de Europa Central, Kundera tenía claro, por haberlo vivido de primera mano, lo que nosotros acá apenas comenzamos a asir con esta guerra: no solo el carácter histórico del imperialismo ruso, sino también, la impronta imperialista en su cultura. Así, refiriéndose a unos comentarios del escritor polaco Kazimierz Brandys en su Diario de Varsovia a propósito de la obra de Gogol, Kundera escribió:
That was also my response to Russian literature. It scared me. Even today I’m still horrified by certain stories by Gogol and by everything Saltykov-Shchedrin wrote. I would have preferred not to have known their world, not to have known it even existed. Brandys’s remarks on Gogol do not, of course, deny the value of his work as art; rather they express the horror of the world his art evokes. It is a world that —provided we are removed from it — fascinates and attracts us; the moment it closes around us, though, it reveals its terrifying foreignness. I don’t know if it is worse than ours, but I do know it is different: Russia knows another (greater) dimension of disaster, another image of space (a space so immense entire nations are swallowed up in it), another sense of time (slow and patient),
another way of laughing, living, and dying.
Por último, la tercera fuente del westsplaining también arroja luz sobre lo anterior. En el centro de la teorización posmoderna se encontraba la crítica al occidentalocentrismo (así como al humanismo en general) por sus concepciones generalmente monolíticas y esencialistas en torno a categorías como nación, identidad y fronteras. Otro de sus temas focales era la problematización de la democracia liberal. Específicamente, los consensos que se vehiculizaban en su nombre y que resultaban contrarios a los procesos reales de democratización. Si bien es cierto que en los años 80 y 90 esta crítica resultaba pertinente para el “Occidente logrado”, no lo era para los países del bloque del Este que aún luchaban por alejarse de su herencia comunista y miraban hacia el “Occidente logrado” desde sus dobles identidades, nacionales y occidentales, producto de su situación centroeuropea. A este problema de entrada, se le sumó la domesticación e institucionalización del campo teórico en las universidades, lo que propició incontables simplificaciones. Estas desembocaron en una especie de rechazo automático a todo lo que se hiciera en nombre de identidades culturales o nacionales. El tema de las fronteras tampoco quedó indemne, pues terminó reducido a una obsesión malsana por definir los límites con el otro. La lucha de los ucranianos nos está mostrando las múltiples maneras en que la teorización posmoderna dio por superados asuntos que apenas teníamos descifrados. Como si las únicas interpretaciones posibles de la cuestión nacional fueran las modernas (marxistas o liberales), se renunció a seguirle la pista a las experiencias posmodernas de lo nacional. No obstante, el caso de Ucrania ilustra una nación posmoderna que se ha ido constituyendo privilegiando los referentes cívicos y políticos (y no los étnico-lingüísticos que son los que, en su forma esencialista, resultan políticamente peligrosos). Según lo explica Volodymyr Kulyk, investigador del Instituto de Estudios Ucranianos de la Universidad de Harvard (Le Monde, 18 de marzo de 2022):
La nacionalidad ucraniana contemporánea se construye sobre una base cívica. En la independencia, todos los residentes del país pudieron convertirse en ciudadanos. Entonces, no hablamos del “pueblo ucraniano”, sino del pueblo de Ucrania. Fue una membresía inclusiva que se enriqueció gradualmente con contenido etnocultural ucraniano basado en el folclore, la literatura y la historiografía nacional. Y también sobre el idioma ucraniano que se ha extendido a comunidades donde no era el idioma nativo. Este desarrollo ha llevado a la desaparición gradual de una definición étnica y a la noción de “ucraniano” simplemente designando a los ciudadanos de Ucrania. En el mismo movimiento, el término “ruso” dejó de ser una categoría de identificación en Ucrania y ya no designaba únicamente a los ciudadanos de la Federación Rusa.
De no haber sido interrumpida por la guerra de agresión e invasión rusa, la experiencia ucraniana sería el exhibit idóneo para la construcción de nuevos imaginarios de nación. Estos se anuncian acuciantes para enfrentar los problemas que comporta la globalización. Entender las fuentes del westsplaining podría contribuir a delinear nuevos itinerarios investigativos, pero, sobre todo, a evitar el blanqueamiento de la propaganda rusa en boca de estudiosos, académicos e intelectuales.
Documentos incluidos:
Timothy Snyder, “Why the world needs Ukrainian victory. Fifteen reasons”, January 23, 2023 (PDF).
Jan Smolenski y Jan Dutkiewicz, “The American Pundits Who Can’t Resist ‘Westsplaining’ Ukraine”, The New Republic, March 4, 2022.
Milan Kundera, “A Kidnapped West: The Tragedy of Central Europe”, New York Review of Books, Volume 31, Number 7 · April 26, 1984 (PDF).
Paul Berman, “Le plus grand conflit en Europe depuis la seconde guerre mondiale se révèle être une guerre kundérienne”, Le Monde, 19 juillet 2023 (PDF).
Volodymyr Kulyk, “La guerre est en train de diviser Ukrainiens et Russes pour toujours”, Le Monde, 18 mars 2022 (PDF).