Un escrito de Cioran que anticipaba demasiado sobre la guerra: "Rusia y el virus de la libertad" (1957)
Si necesitábamos una ocasión para desempolvar este ensayo de Cioran, la guerra de Putin nos la ha presentado. Publicado junto con otros cinco escritos en un libro titulado Historia y utopía (Gallimard, 1960), desarrollaba la tesis que resumo a continuación. El cansancio y el agotamiento que Occidente manifestaría producto de haber alcanzado e incluso abusado de la libertad, propiciaría el escenario (¿futuro?) en el que sus adversarios, reapropiándose sus ideologías, buscarían redirigirlas contra él. Una nación en particular, entendía Cioran, reunía las condiciones históricas y de carácter para lanzarse en una empresa de tal magnitud: Rusia. Este argumento con el que Cioran arranca no solo se revela pertinente para entender la agresión de Putin contra Ucrania y su guerra declarada contra Occidente, sino que también arroja luz sobre las tendencias autocráticas que hoy amenazan la democracia. El lector contemporáneo advertirá que "el virus de la libertad" no se esparce sin consecuencias.
El estilo punzante y sin concesiones de este escritor de origen rumano desluciría cualquier intento de resumir sus elaboraciones. Invito, pues, a la lectura del ensayo y solo colocaré aquí algunos fragmentos del mismo. Sin embargo, me parece relevante mencionar que este texto de Cioran comporta posibilidades de diálogo con otro ensayo al que me referí recientemente en otra entrada(https://observatoriomovil.com/2023/09/09/westsplaining-las-tres-fuentes-de-la-incomprension-de-la-lucha-de-los-ucranianos-contra-la-dominacion-rusa/). Al igual que Cioran, Milan Kundera adoptó el francés como su lengua de escritura y se radicó en Francia. En su famoso ensayo de 1984: "A Kidnapped West: The Tragedy of Central Europe", el escritor de origen checo evocaba la desmesura del espíritu imperialista ruso y su marca indeleble en tantos de sus escritores. Además del tema de la religión (que Kundera destacaba como uno de los tonos que definían las diferencias históricas y culturales de la Europa Central en relación a Rusia), el tema de la literatura también había quedado bien subrayado por Cioran en su escrito. Quiero entonces recuperar la cita de Kundera que me parece iniciar un diálogo con el texto de Cioran y, luego, dejar que sea Cioran quien tome la palabra. En esta cita, Kundera se refiere tanto a la fascinación como a la atracción que ejerce el horror de un mundo con tales ambiciones. Aludiendo a unos comentarios del escritor polaco Kazimierz Brandys en su Diario de Varsovia a propósito de la obra de Gogol, Kundera dice:
That was also my response to Russian literature. It scared me. Even today I'm still
horrified by certain stories by Gogol and by everything Saltykov-Shchedrin wrote. I would have preferred not to have known their world, not to have known it even existed. Brandys's remarks on Gogol do not, of course, deny the value of his work as art; rather they express the horror of the world his art evokes. It is a world that —provided we are removed from it — fascinates and attracts us; the moment it closes around us, though, it reveals its terrifying foreignness. I don't know if it is worse than ours, but I do know it is different: Russia knows another (greater) dimension of disaster, another image of space (a space so immense entire nations are swallowed up in it), another sense of time (slow and patient),
another way of laughing, living, and dying.
Cioran, por su parte, abraza la fascinación que ejerce ese mundo y desde las primeras líneas confiesa:
...sólo me interesan las naciones exentas de escrúpulos tanto en pensamientos como en actos, febriles e insaciables, siempre a punto de devorar a las otras y de devorarse a sí mismas, pisoteando los valores contrarios a su ascenso y a su éxito, reacias a la sensatez, esa llaga de los pueblos viejos cansados de sí mismos y de todo, y como gustosos en su olor a moho.
También es inútil que deteste a los tiranos, pues no dejo de comprobar que constituyen la trama de la historia, y que sin ellos no sería posible concebir ni la idea ni la marcha de un imperio. Superiormente odiosos, de una bestialidad inspirada, los tiranos evocan al hombre llevado a sus extremos, la última exasperación de sus ignominias y de sus méritos. Iván el Terrible, por citar sólo a uno de los más fascinantes, agota los recovecos de la psicología. Igualmente complejo en su demencia y en su política, hizo de su reino y, hasta cierto punto, de su país, un modelo de pesadilla un prototipo de alucinación viva e inagotable, mezcla de Mongolia y de Bizancio, acumulando los defectos y las cualidades de un kan y de un basileo, monstruo de cóleras demoníacas y de sórdida melancolía, dividido entre el gusto por la sangre y el gusto por el arrepentimiento, con una jovialidad enriquecida y coronada por risas burlonas. Tenía la pasión del crimen, y todos, mientras existimos, la experimentamos, ya sea atentando contra los otros o contra nosotros mismos. Sólo que en nosotros permanece insatisfecha, de manera que nuestras obras, cualesquiera que éstas sean provienen de nuestra incapacidad de matar o de matarnos. No siempre estamos de acuerdo con esto, ya que desconocemos a propósito el mecanismo íntimo de nuestras debilidades. Si los zares, o los emperadores romanos, me obsesionan, es porque esas debilidades, veladas en nosotros, aparecen en ellos al descubierto.
La siguiente cita anuncia el carácter visionario de este escrito:
... Rusia no se ha contentado nunca con desgracias mediocres. Lo mismo ocurrirá en un futuro. Se dejará caer sobre Europa por fatalidad física, por el automatismo de su masa, por su superabundante y mórbida vitalidad, tan propicia a la generación de un imperio (en el cual se materializa siempre la megalomanía de una nación), por esa salud tan suya, llena de imprevistos, de horror y de enigmas, destinada al servicio de una idea mesiánica, rudimento y prefiguración de conquistas. Cuando los eslavófilos sostenían que Rusia debía salvar al mundo, empleaban un eufemismo: no se lo salva sin dominarlo. Por lo que respecta a una nación, ésta encuentra su principio de vida en sí misma o en ninguna parte: ¿cómo podría ser salvada por otra? Rusia ha pensado siempre -al secularizar la lengua y la concepción de los eslavófilos- que le incumbe asegurar la salvación del mundo, la de Occidente en primer lugar, frente al cual, por otra parte, nunca ha experimentado un sentimiento claro, sino atracción o repulsión, celos (mezcla de culto secreto y de aversión ostensible) inspirados por el espectáculo de una podredumbre tan envidiable como peligrosa, cuyo contacto hay que buscar, pero mejor aún evitar.
Sobre el rol de la religión y su especificidad en Rusia:
Al divinizar la historia para desacreditar a Dios, el marxismo sólo ha conseguido volver a Dios más extraño y más obsesionante. Todo se puede sofocar en el hombre, salvo la necesidad de absoluto, que sobrevivirá a la destrucción de los templos, e incluso a la desaparición de la religión sobre la tierra. Y como el fondo del pueblo ruso es religioso, este fondo tomará inevitablemente su revancha. Razones de orden histórico contribuirán en gran medida a ello.
La conclusión que parece compartir Kundera:
Al adoptar la ortodoxia, Rusia manifestó su deseo de separarse de Occidente; era su manera de definirse desde el principio.
Finalmente, otros fragmentos que anticipaban la guerra de Putin:
Mientras más fuerte se haga, más conciencia adquirirá de sus raíces, de las que, en cierta forma, el marxismo la habrá alejado; después de una cura forzada de universalismo, se rusificará de nuevo en provecho de la ortodoxia.
Reacia a definirse y a aceptar límites, cultivando el equívoco en política, en moral y, lo que es más grave, en geografía, sin ninguna de las ingenuidades inherentes a los «civilizados», que se han vuelto opacos a lo real a causa de los excesos de una tradición racionalista, Rusia, sutil tanto por intuición como por experiencia secular del disimulo, quizás históricamente hablando sea un niño, pero de ninguna manera lo es psicológicamente. De ahí su complejidad de adulto con instintos jóvenes y viejos secretos; de ahí también las contradicciones, llevadas hasta lo grotesco, de sus actitudes. Cuando se le ocurre profundizar (y lo consigue sin esfuerzo), desfigura el menor hecho, la mínima idea. Se diría que tiene la manía de la gesticulación monumental. Todo es vertiginoso, horrible e inasible en la historia de sus ideas, revolucionarias o de cualquier índole. Es todavía un incorregible aficionado a las utopías; ahora bien, la utopía es lo grotesco en rosa, la necesidad de asociar la felicidad, es decir lo inverosímil, al devenir, y de llevar una visión optimista, aérea, hasta el límite en que se una a su punto de partida: el cinismo que pretendía combatir. En suma, un cuento de hadas monstruoso.
Que Rusia sea capaz de realizar su sueño de un imperio universal, es una eventualidad, pero no una certeza; por el contrario, es obvio que puede conquistar y anexionarse toda Europa, e incluso que lo hará, aunque sólo sea para tranquilizar al resto del mundo… Se satisface con tan poco. ¿Y acaso no es ésa una prueba de modestia, de moderación?: ¡un pedacito de continente! En la espera, lo contempla con el mismo ojo con que los mongoles contemplaron a China y los turcos a Bizancio, con la diferencia, no obstante, de que ya ha asimilado un buen número de valores occidentales, mientras que las hordas tártaras y otomanas no tenían sobre su futura presa más que una superioridad material. Es sin duda lamentable que Rusia no haya pasado por el Renacimiento: todas sus desigualdades vienen de ahí. Pero con su capacidad para quemar etapas será, dentro de un siglo, o menos, tan refinada y vulnerable como lo es Occidente, quien ha alcanzado un nivel de civilización que sólo se sobrepasa descendiendo. Ambición suprema de la historia: registrar las variaciones de ese nivel. El de Rusia, inferior al de Europa, sólo puede elevarse, y ella con él, o sea que está condenada a la ascensión. Sin embargo, ¿no se arriesga, a fuerza de subir, desbocada como está, a perder el equilibrio, a estallar y a arruinarse? Con sus almas modeladas en las sectas y en las estepas, da una singular impresión de espacio y de encierro, de inmensidad y de sofoco, de norte, en suma; pero de un norte especial, irreductible a nuestros análisis, marcado por un sueño y una esperanza que hacen temblar, por una noche rica en explosiones, por una aurora de la que se guardará memoria.
E.M. Cioran, "Rusia y el virus de la libertad", Historia y Utopía (Tusquets, 1988).
Entrada
Observatorio móvil para el estudio de la violencia
Karen Entrialgo
7 de septiembre de 2023
Eje investigativo: Guerra y nuevos conflictos bélicos
Tipo de documento: artículos académicos
Aportación de Karen Entrialgo, Universidad de Puerto Rico en Arecibo
7 de septiembre de 2023