Guy Sorman - LOS MEGALÓMANOS QUE NOS GOBIERNAN


El terremoto de Marruecos ha puesto de manifiesto la extraña naturaleza de la monarquía del país. Lo lógico habría sido que Mohamed VI hubiera hecho alguna declaración inmediatamente después y acudido al lugar de la catástrofe, pero no ha sido así. Pasaron varios días antes de que apareciera fugazmente en televisión. Sin duda, no quería admitir que vive en Francia, en uno de sus numerosos castillos, y que ha confiado su frágil salud a los médicos de un hospital de París. Lo que resulta aún más sorprendente es que este soberano, que es uno de los hombres más ricos del mundo, recurra a la generosidad internacional sin que él retire un solo céntimo de sus cuentas bancarias para su pueblo. También ha rechazado la ayuda de expertos franceses que habrían podido socorrer a los supervivientes, sin duda para vengarse contra el antiguo colonizador, a pesar de vivir en su país.

El caso de Mohamed VI no es un caso aislado. Nuestro mundo está actualmente en manos de un número impresionante de dirigentes incompetentes, ausentes, megalómanos y cleptócratas. Sin duda, si echamos la vista atrás, no podemos echar de menos la época de Joseph Stalin o de Adolf Hitler. Ahora que han desaparecido, llevándose consigo su ideología, cabría esperar que la victoria intelectual de la democracia liberal se tradujera en la aparición de una clase dirigente política competente, racional e ilustrada. Pero dista mucho de ser así.

Si pensamos en las amenazas más graves para nuestro planeta y nuestra civilización, olvidémonos del clima y observemos más de cerca a quienes nos gobiernan. Deberían asustarnos, empezando por dos belicistas ofuscados por una bulimia imperialista: Vladímir Putin y Xi Jinping. En ambos casos, suponen un retroceso en comparación con sus predecesores, que eran más equilibrados: Gorbachov y Boris Yeltsin en el caso de Rusia, y Deng Xiaoping en el de China. Ninguno de ellos se planteó tomar por asalto Ucrania o Taiwán, a riesgo de desencadenar una guerra mundial.

La regresión mental afecta también a toda África, cuyos dirigentes son la principal causa del empobrecimiento del continente. Independientemente de que hayan sido elegidos o se hayan hecho con el poder por la fuerza de las armas, me cuesta nombrar a un solo dirigente africano (con la posible excepción del de Ghana y el de Zambia) que no utilice su poder para enriquecerse. En el mundo árabe, después de la breve esperanza de la Primavera árabe de 2011, a Mohamed VI le ha salido competencia en el ámbito de la cleptocracia. La palma se la lleva el mariscal Sissi, que está destruyendo el patrimonio arquitectónico de El Cairo para enriquecerse con la especulación inmobiliaria y enriquecer también a sus allegados. El vecino Israel, que era el único modelo de democracia en Oriente Próximo, está ahora al borde de la guerra civil porque su primer ministro, Benjamin Netanyahu, se cree el Mesías.

Otro ejemplo que cito a menudo es India, donde el primer ministro Narendra Modi está dilapidando el pasado democrático que surgió a raíz de la independencia en 1947. Para perpetuarse en el poder, fomenta una guerra religiosa contra la minoría musulmana y, al igual que Sissi en Egipto, está destruyendo el patrimonio cultural de su país con el pretexto de la modernización urbana. Cualquiera que visite Nueva Delhi puede comprobarlo por sí mismo. Ya no puede decirse que India sea la mayor democracia del mundo; se ha unido a las filas de los iliberales y los fundamentalistas perversos, junto con Pakistán, Hungría y Polonia. En Suramérica, el hecho de que Argentina sea una cleptocracia no es noticia. Y así sucesivamente.

Volviendo a Europa, resulta lamentable que Pedro Sánchez se aferre al poder en lugar de respetar la Constitución; un decepcionante paso atrás. ¿Y Francia? Tenemos un presidente tan narcisista que la mayoría de mis compatriotas no entienden ni sus discursos ni sus intenciones. Me temo que yo mismo pertenezco a esa categoría de personas a las que les gustaría entender su proyecto, pero no lo consiguen.

Haré una salvedad, evidentemente esencial: Joe Biden es sin duda el mejor presidente estadounidense desde Ronald Reagan. Y lo que es más, es honesto. Su política internacional, que nos concierne a todos, es excelente. Ha trazado líneas rojas en torno a los imperialismos ruso y chino. Considera que la democracia es una civilización que merece la pena salvar. Se dice que es impopular, pero el afán de popularidad no es el criterio que define a un gran estadista.

¿Cómo explicar la mediocridad general de todos estos líderes? La buena noticia es que esta mediocridad tiene menos consecuencias que antaño, porque la sociedad y las empresas constituyen contrapesos independientes, indiferentes ante las presiones de los jefes de Estado. La noticia menos buena es que esta mediocridad me parece la consecuencia de la falta de información de los ciudadanos. Están intoxicados y manipulados por las redes sociales, para las que lo verdadero equivale a lo falso. Las teorías de la conspiración son más populares que la pedagogía de la realidad.

El declive de los medios de comunicación serios puede explicar en parte las aberrantes apuestas de los votantes por Trump, Modi o Viktor Orbán. Es más, embarcarse en una carrera política, que en las democracias solía ser una profesión noble con la que no te hacías rico, resulta cada vez menos atractivo para las élites educadas. Prefieren crear empresas que cambien el mundo de forma más radical de lo que pueden hacerlo los políticos.

Los lectores, aunque compartan mi afirmación, me reprocharán que no proponga ninguna solución. Pero hacer una declaración y no dejarse engañar por los impostores más o menos peligrosos que nos gobiernan es el primer paso. El segundo es fortalecer el campo del conocimiento y la verdad. Para conseguirlo, será necesario reunir a las personas de buena voluntad, tanto de derechas como de izquierdas, que se identifican con la democracia liberal. Después habrá que desarrollar un proyecto con una estrategia y recursos. En este momento, no sé cómo pedir ayuda. Pero prometo pensarlo y volver sobre ello en una próxima columna.