Observe las nubes en el cielo. ¿Bajo qué hechizo se mantienen en lo alto, si el agua es más densa que la composición atmosférica terrestre? Quizá pensemos en las corrientes de viento ascendentes y descendentes, en el movimiento browniano de partículas, en las interacciones entre las moléculas del vapor de agua y las gotas en suspensión, en las fuerzas intermoleculares. Lo cierto es que en esta respuesta intervienen, al menos, todas estas causas. Porque al igual que sucede con las nubes, una amplia mayoría de fenómenos que suceden a nuestro alrededor, desde el comportamiento de la naturaleza hasta las actitudes humanas, son el producto de varias razones combinadas y rara vez de una causa única.
Sin embargo, a la hora de estudiar los motivos que han producido ciertas consecuencias nos decantamos por causas únicas o, al menos, la que más pensemos que ha contribuido a producir lo sucedido. ¿Estamos olvidando la complejidad del mundo? ¿Nos obsesionan los culpables solitarios?
Los seres humanos partimos de una tabula rasa epistémica: debemos reflexionar para descubrir los secretos entresijos de la realidad que nos rodea, incluida la de nuestra propia existencia, y aprender lo más posible del conocimiento que nuestros predecesores hayan cosechado. O de lo que creemos que sabemos, se revele o no definitivamente cierto. La realidad, por su parte, suele ser extremadamente compleja. La materia interactúa entre sí en cadenas de interacción difíciles de aprehender. La circunstancialidad esboza el continuo vaivén de la existencia: unas cosas afectan a las otras, y los efectos se concatenan entre sí.
A la hora de estudiar los motivos nos decantamos por causas únicas o, al menos, la que más pensemos que ha contribuido a producir lo sucedido
Sin embargo, nuestra mente relaciona estímulos y contenidos de manera lineal, aunque construya complejas redes donde unos vinculan con otros. Esto produce una preferencia y una necesidad en el habitual enfoque de nuestro pensamiento hacia la unicidad. Al reflexionar sobre un fenómeno, el primer intento consiste en otorgar una causa sólida. Aunque parezca una paradoja, así es como surgieron las primeras vinculaciones entre la idea abstracta de «lo divino» y la fenomenología humana y natural. Por ejemplo, ante la fiereza de una tormenta es más sencillo atribuirle un rol divino que comenzar a desentrañar su razón científica.
En las culturas donde las primitivas religiones animistas dieron lugar a una temprana discusión filosófica y ascética, como en el caso de India, o a un culto humanizado, como en la antigua Grecia, la necesaria vinculación de los fenómenos bien con la voluntad caprichosa de una deidad o bien como emanación de un ser abstracto ayudaron a investigar en busca de causas mesurables, que se puedan relacionar entre sí y que no dependan, si es que no lo hacen por su naturaleza, de la voluntad de ningún ser. Así surgieron la filosofía de la naturaleza y la ciencia.
Y, a medida que el refinamiento intelectual consecuencia del análisis filosófico junto con los éxitos en predicción del método científico han ido calando en ...........
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