En 2018, se publicó un libro de Daniel Innerarity dirigido a los perplejos, según propias palabras del autor. Por perplejidad entendía el catedrático, una situación social en la cual lo que puede ser posible se ha ampliado de tal modo que los cálculos con relación al futuro son singularmente dudosos. Las sociedades previas a la nuestra, al contrario, vivieron en condiciones vitales estables; gracias a esto, el futuro no traía consigo asombro ni ambigüedad. La incertidumbre, en consecuencia, no formaba parte de sus vidas, afirmaba. Hoy no podemos decir lo mismo. Nuestra época está signada por la duda y la palabra incertidumbre se ha convertido en la palabra clave para definir el presente desde hace varias décadas. Si alguna seguridad tenemos hoy, es que el territorio de las certezas se escurrió de nuestros mapas existenciales.
En Política para perplejos, que así se llama el texto, el filósofo político español invita a la reflexión, a tratar de entender lo que está ocurriendo en vez de movilizarnos improductivamente. De modo que la primera tarea en este sentido, consistiría en registrar y hacernos conscientes de las profundas mutaciones que están teniendo lugar en el planeta. Ya en los 90, mucho se habló del fenómeno globalizador y como el mismo afectó a las soberanías de los estados nacionales. Pero no solo eso; la mundialización también incidió en nosotros como individuos en virtud de las descomunales transformaciones tecnológicas operadas cuya más reciente expresión es la inteligencia artificial. En este contexto, la estructuración de la sociedad en clases, definibles y diferenciadas nítidamente, como la conocíamos, terminó desdibujándose completamente. Ello volvió nebuloso lo social haciéndose su lectura cada vez menos inteligible. De una diferenciación rotunda, se pasó a una diferenciación nebulosa de los grupos sociales. En adelante, al liderazgo político se le ha hecho cuesta arriba interpretar y satisfacer los reclamos y expectativas de una sociedad cada vez más fracturada y exigente. De modo que no solo la gente común está en estado de perplejidad. También los políticos lo están.
Los indignados en España, las fuertes sacudidas de los descontentos en Francia o las protestas que se suceden diariamente en el resto de países, todas estas manifestaciones están cruzadas transversalmente por una profunda insatisfacción con las elites gobernantes y con la política en general.
El mundo ha dejado atrás la simplicidad de la era industrial taylorista para estar dominado ahora por la complejidad. En este punto, también Innerarity nos pone al día. Un sistema es complejo, nos explica, cuando es imposible describir enteramente el número de sus elementos, “su pluralidad, entrelazamientos e interdependencias”. Y añade: “la densidad de las interacciones que califican a una sociedad como compleja no ha sido entendida fácilmente por la política tradicional”. Estas nuevas condiciones exigen gobiernos con gestión coordinadora en sentido horizontal, en tanto que el mando vertical ya no puede acompasarse con esta realidad. “El mundo no puede ser gobernado por el Comité Central, por Google, por los expertos o por el Ejército de Liberación Nacional… porque su estructura para procesar la información y gobernar, no se corresponde con la riqueza de los elementos, valores, información e inteligencia distribuida de una sociedad compleja”, argumenta en otra de sus obras.
Este imperativo, no obstante, pareciera ser desconocido por el liderazgo político clásico. Sobra decir que esto ocurre, en especial, con los nacional populistas, quienes personifican una visión jerárquica, autoritaria del poder. Marine Le pen puede ser citada como uno de los casos más notorios de Europa. Euroescéptica, como ella misma se define, insiste en que la nación es el corazón político de su proyecto y el de su partido. Rechaza y milita políticamente en contra de la Unión Europea. Desconoce, o quiere desconocer, que la misma es una entidad política sin centro, poliárquica, la cual recoge la pluralidad de países que la integran. Su arquitectura institucional obedece a la coordinación y cooperación entre sus miembros. No por otra razón, la Unión Europea es percibida como el ensayo más avanzado de gobernanza global en un mundo imposibilitado de sustraerse a la complejidad. Le Pen es uno de los mejores ejemplos de populismo de derecha. Empero, es necesario recordar aquí que el presidente Emmanuel Macron recién acaba de promulgar una reforma jubilatoria de forma ejecutiva, ignorando tanto al parlamento como a los sindicatos. Hay que hacer diferencia, sin embargo, entre populistas autoritarios y demócratas. A los primeros les basta actuar eliminado contrapesos y castigando duramente la disidencia con lo cual reducen al máximo complejidad. Los segundos, tienen que habérselas con la dinámica de la democracia, elecciones libres y las iniciativas ciudadanas para protestar y hacerse oír. Lo que nos interesa destacar es que, en general, los políticos parecieran estar lejos de ubicarse y actuar en sincronía con las nuevas coordenadas que signan el ritmo de estos tiempos. Dentro de la vorágine de los cambios, la política es la instancia de la realidad que menos ofrece señales de transformación, anota Innerarity.
“Quien se desentiende de la complejidad termina gobernando ineficientemente”. Solo la complejidad es capaz de reducir complejidad; la democracia es el mejor sistema para lidiar con ella. Su dinamismo interno y su capacidad de transformarse a sí misma, la convierten en la forma de gobierno con más calificación para gestionarla, señala.
Bibliografía
Fitoussi, Jean Paul y Rosanvallon, Pierre (1996) La nueva era de las desigualdades, Manantial, Buenos Aires.
Innerarity, Daniel (2020) Una teoría de la democracia compleja Galaxia Gutenberg, Barcelona.
-------------- Política para perplejos (2018), Galaxia Gutenberg, Barcelona.