Manuel Valls - OCCIDENTE NO DEBE TEMER A APOYAR A UCRANIA HASTA EL FINAL

 

Un año después de que Rusia invadiera el territorio ucraniano, la guerra entra en una nueva fase. Tras el fracaso de la toma de Kiev y las victoriosas contraofensivas del ejército ucraniano, Putin ha lanzado una intensa campaña de castigo.

Se están utilizando drones y misiles contra la población civil y las infraestructuras energéticas con el único objetivo de hacer insoportable el invierno a los ucranianos. Según los expertos, el objetivo es preparar una nueva ofensiva terrestre esta primavera. Aunque la línea del frente es estable, los combates en el este de Ucrania están causando miles de muertos en ambos bandos. El ejército ucraniano, puesto a prueba por varios meses de combates, experimenta serias dificultades frente a la potencia de fuego rusa y las milicias del grupo Wagner. Es posible un nuevo frente en el norte con Bielorrusia y Moscú puede confiar en la “ley del número” mediante la movilización de masas.

¿Cómo podíamos imaginar que la guerra llegaría de nuevo a Europa con su reguero de víctimas, crímenes atroces, poblaciones desplazadas y destrucción? Una guerra del pasado con trincheras y combates cuerpo a cuerpo, que toma prestadas las armas de nuestro tiempo con drones, ciberataques y tecnologías avanzadas. Vuelve la Historia y su lado trágico.

Por supuesto, nadie puede olvidar los espantosos conflictos de Bosnia-Herzegovina -y el martirio de Srebrenica- y de Kosovo en los años noventa. Que, sin embargo, no pusieron en entredicho nuestra dulce comodidad y la nueva Europa surgida del hundimiento del bloque soviético.

Durante 25 años, la relación con Rusia se ha caracterizado por la dependencia energética y la diplomacia complaciente. El aplastamiento de Grozni en 1999 o de Alepo en 2016, el cuestionamiento de la integridad de Georgia en 2008, y luego en 2014 la anexión de Crimea y parte del Donbás no han cambiado sustancialmente la mentalidad occidental. Hubo discusiones en el llamado "Cuarteto de Normandía", gracias a los esfuerzos de Francia y Alemania, y el Protocolo de Minsk, pero no resolvieron nada sustancial. Se adoptaron las primeras sanciones económicas y diplomáticas contra Rusia, pero sus efectos fueron limitados.

Aún había tiempo para frenar el apetito del nuevo zar, que fascinaba a muchos -los nostálgicos de un líder poderoso, viril y brutal, decidido a llevar a cabo sus ambiciones para su país-, pero se impuso otra realidad: nuestra dependencia del gas y el petróleo rusos.

Un proyecto: la reconstitución del Imperio

El 24 de febrero de 2022, descubrimos brutalmente el verdadero proyecto de Vladímir Putin: la reconstitución del Imperio por la fuerza. En sus escritos y discursos sobre la nueva Rusia, el presidente de la Federación ya había anunciado antes de la guerra el carácter eternamente ruso de Ucrania y su necesaria "desnazificación", la indestructible unidad de los dos pueblos...

Aunque las ambiciones de Putin nunca estuvieron más que apenas veladas, la ofensiva contra el país vecino no fue menos inesperada y violenta, acompañada de amenazas de utilizar armas nucleares y de una propaganda delirante.

Es cierto que el Kremlin sobrestimó las capacidades de su ejército y la formidable resistencia ucraniana y la reacción de Occidente (EEUU, UE y OTAN), que ha recuperado la unidad real en lo esencial. Pero esto no cambia la nueva situación: la guerra se ha instalado desde hace tiempo en Europa del Este.

Debemos comprender que esta realidad significa para las democracias una larga fase de confrontación con regímenes autoritarios que interpretarán cualquier signo de debilidad por nuestra parte como un permiso para actuar en detrimento de las normas internacionales y de los derechos humanos fundamentales.

Por tanto, debemos mantener el apoyo económico que ofrecemos a Ucrania, preparar sincera y rápidamente su integración en la Unión Europea, intensificar las sanciones contra Rusia y coordinar mejor nuestras políticas de defensa. Estos esfuerzos no pueden ser eficaces sin un aumento significativo de los presupuestos de nuestros ejércitos.

Ya lo adelanté hace casi un año, en un artículo en el que llamaba a construir una verdadera defensa europea. Francia y Alemania se han comprometido a ello, al igual que la mayoría de los demás países como España. Polonia, que está en primera línea, dedicará el 4% de su PIB al presupuesto de defensa en 2023.

Debemos ser conscientes de las consecuencias que ello tendrá en términos de opciones presupuestarias, para nuestras finanzas públicas y, sobre todo, para nuestras sociedades. También hemos empezado a dejar de depender de los hidrocarburos rusos, a costa de grandes esfuerzos. Este cambio de paradigma requiere que seamos un actor activo de ese nuevo sistema, en lugar de un espectador doloroso.

Ucrania debe recuperar su plena soberanía

Como sabemos, la entrega de equipos y la formación de los soldados lleva su tiempo. Por tanto, nuestra prioridad debe ser mantener nuestro apoyo militar a Ucrania para que pueda hacer frente a posibles nuevas ofensivas rusas en las próximas semanas. La entrega de tanques pesados, misiles y cohetes de largo alcance, sistemas de defensa tierra-aire, aviones de combate, material logístico, piezas de repuesto y municiones permitirá a Ucrania resistir a tiempo y recuperar sus territorios perdidos.

"Les pido a ustedes y al mundo unas palabras sencillas pero muy importantes: aviones de combate para Ucrania, alas para la libertad", dijo Volodymyr Zelensky a los parlamentarios británicos el pasado miércoles.

Esta ayuda debe permitir a Ucrania recuperar su plena soberanía. Es la única manera de obligar a Moscú a negociar y poner fin a este conflicto.

¿El riesgo de una escalada?

Evidentemente, no se pueden ignorar los temores o el miedo al vacío expresados por algunos. Son muchas las voces preocupadas por el estancamiento del conflicto. Y alertan de sus posibles consecuencias:

1. Al suministrar armamento pesado a Ucrania, alegan algunos, estadounidenses y europeos correrían el riesgo de una "espiral" que nos conduciría inexorablemente hacia una tercera guerra mundial y un apocalipsis nuclear. Impensable ayer, el mero hecho de evocarlo hoy, como acaba de hacer el secretario general de la ONU, evidencia el cambio de paradigma.

2. Rusia, preparada para una guerra de larga duración, cuenta con que las capacidades del ejército ucraniano se agoten y en un frente cada vez más amplio. Lejos de servir a los intereses de Ucrania, la naturaleza a largo plazo del conflicto podría ir en contra del país y de sus aliados.

3. Al abstenerse de pedir a Ucrania que alcance un compromiso territorial con Rusia, Occidente estaría optando por la guerra en lugar de la diplomacia.

El antiguo secretario de Estado de Asuntos Europeos, Pierre Lellouche, especialista en cuestiones estratégicas, ha desarrollado estos argumentos en Le FigaroLe Monde y en numerosas plataformas de televisión. Las oigo retomadas o amplificadas aquí y allá en muchos círculos desde el mismo ángulo: el miedo a una espiral desastrosa, la irresponsabilidad de Zelensky, que querría llevar sus ejércitos a Moscú, la presión de los "va-t-en guerre" polacos y bálticos, una Francia que habría perdido su poder de equilibrio, una Europa que actuaría bajo la influencia americana...

Algunos, incluso, nos instan a no "humillar a Putin", argumentando que es necesario "ofrecerle una salida" negociada sobre la base de un acuerdo territorial. Él sería, pues, tanto la enfermedad como la cura. Obviamente, se nos invita a dar por perdidas las violaciones del derecho internacional, los crímenes de guerra, las violaciones y masacres, la crisis humanitaria, la destrucción de ciudades y de la economía ucraniana.

Estos mensajeros de la paz olvidan lo esencial: ¿cómo negociar? ¿Sobre qué base y con qué compromisos territoriales? ¿Qué futuro para Crimea? ¿Quiénes serían los mediadores capaces de hacerse oír por ambas partes? El misterio permanece.

¿Qué garantías tenemos que el presidente ruso aceptaría negociar y, sobre todo, de que respetaría el acuerdo? Ninguna. Siempre ha mentido.

Rusia, "humillada" por la Historia

Rusia es una gran nación. No desaparecerá. Conozco su historia, su cultura, su geografía, sus antiguas raíces, su fascinación por Europa en el siglo XIX, sus antiguos lazos con Francia. Debemos mantener el diálogo con sus actuales dirigentes sin perder la lucidez.

Pero tampoco ignoro el nihilismo y las viejas obsesiones anti-occidentales que siempre la han atravesado. El comunismo y el putinismo las han acentuado para alejar a Rusia de cualquier tentación occidental. ¿Y su falta de cultura democrática? La sociedad civil ha vuelto a ser cercenada por Putin en los últimos años. Ya no se permiten medios de comunicación de la oposición.

Lejos de mi intención pasar por alto el sentimiento de humillación, ciertamente amplificado por la propaganda, que los rusos pudieron sentir en la década de 1990 como consecuencia de la pérdida de un imperio y de un desbarajuste económico que trastornó una sociedad rigidizada por 70 años de dictadura soviética. Y, por una proeza de la historia, sufrieron lo peor del comunismo y del capitalismo al mismo tiempo. Pero la responsabilidad recae principalmente en los líderes y las élites rusas.

La entrada en la Alianza Atlántica de los países del antiguo Pacto de Varsovia -educados por el pasado, deseosos de protegerse de su poderoso vecino- alimentó la teoría que siempre ha sido cara al nacionalismo ruso: la de la amenaza vital que supone el cerco de Occidente.

La intervención de la OTAN en la antigua Yugoslavia en 1999, la de Estados Unidos en Irak en 2003 o la de una coalición occidental (Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña) en Libia en 2011 se percibieron como un deseo de los estadounidenses y sus aliados de construir un nuevo orden mundial sin tener en cuenta la opinión y los intereses estratégicos de Rusia. Su brutal intervención en Siria para salvar al régimen de Bashar al Assad en 2013 también debe entenderse como una reacción a esta percepción.

Putin nunca ha soportado las torpes palabras de Obama calificando a su país de mera "potencia regional". ¿Es necesario recordar que la OTAN nunca tuvo la intención de invadir Rusia?

Sin embargo, fue durante estos años cuando Rusia también se convirtió en miembro del G8 y recibió un apoyo financiero masivo de las instituciones internacionales. Tras la desintegración de la URSS, la Federación Rusa recuperó todo el arsenal soviético de armas nucleares y su puesto como miembro permanente del Consejo de Seguridad.

El argumento victimista de la humillación tiene sus límites porque se utiliza con fines propagandísticos para justificar la violación de la integridad de un país soberano. Y nada justifica la intervención en Ucrania más que los designios de un nacionalismo desmedido y los sueños de grandeza de Putin, que no pueden seducir a nadie más que a los nostálgicos de los imperios, a los anti-atlantistas, a los antiamericanos. Y a los portavoces de la propaganda del Kremlin, tan numerosos en Occidente.

Negociar las fronteras de Ucrania sin los ucranianos

Puedo escuchar a los que son sinceros sobre evitar lo peor. Temen, con razón, las consecuencias para nuestras economías de un conflicto que se prolonga. Y la reacción de pueblos que viven en democracias consolidadas, acogedoras y pacíficas, pero que tienen dudas, y que están desgarrados por numerosas fracturas sociales, territoriales o identitarias.

Pero ninguno de ellos tiene una solución real que proponer que no sea abandonar a Ucrania a su suerte. O hacerle aceptar un territorio significativamente amputado. Sin embargo, esto no reduciría el apetito de Putin, que recuperaría sus impulsos conquistadores a la menor oportunidad, tras un respiro.

"Debemos dejar de negociar las fronteras de Ucrania en lugar de los ucranianos", como dijo el periodista y eurodiputado francés Bernard Guetta. Quieren restaurar la soberanía de su país. Los dirigentes de Kiev no piensan llevar la guerra a suelo ruso y los líderes occidentales han hecho de ello una línea roja.

Luchan por su patria, mueren por nosotros

El pueblo ucraniano afirma su identidad, su vocación europea y occidental. Miran con lucidez su pasado soviético. Conmemoran crímenes antisemitas como los de Babi Yar, la mayor masacre de la Shoah ucraniana a balazos llevada a cabo por los Einsatzgruppen en la URSS. No podemos olvidar esta feroz vocación europea a pesar de las enormes dificultades y desafíos que aún nos esperan en este conflicto y en su reconstrucción.

Paradójicamente, al provocar esta guerra, Rusia ha contribuido a consolidar el destino occidental de los ucranianos. Es Occidente y sus valores democráticos lo que Putin y sus aliados ultranacionalistas atacan a través de Ucrania.

Esta última es ahora una de esas naciones centroeuropeas que se saben perecederas, como las definió Milan Kundera (Un Occidente secuestrado: La tragedia de Europa Central, 1983 & 2021). Ahora renace en su destino europeo a través de la historia, la cultura y la democracia. Hoy, los ucranianos luchan por su patria y por Europa, así que también mueren por nosotros.

¿Qué queremos?

Hagámonos esta pregunta para arrojar luz sobre estos últimos meses dolorosos y sobre el futuro. ¿Dónde estarían Europa y todas las democracias si la inteligencia estadounidense, las primeras entregas de armas, las palabras movilizadoras de Zelenski y la heroica resistencia de los ucranianos no hubieran impedido que Putin tomara Kiev? Porque ese era su objetivo, en contra de lo que muchos de nosotros pudiéramos pensar.

Reforzado en su idea de la debilidad y decadencia de Occidente -debido al "LGBTI y al wokismo", según sus estándares propagandísticos- Putin se habría anexionado toda o parte de Ucrania. La amenaza para Moldavia y los países bálticos habría aumentado.
Estados Unidos habría actuado en su retirada, la Alianza Atlántica estaría clínicamente muerta y la Unión Europea, minada por el auge de la tentación neutralista, habría tenido que renunciar a cualquier proyecto de defensa común.

Se habría demostrado que las democracias no defienden la democracia.

Una guerra de influencia en el mundo

La victoria de Putin sería una onda expansiva planetaria con inmensas consecuencias para la estabilidad y la gobernanza mundial.

En primer lugar en África, donde Francia ya se encuentra en dificultades en Mali y Burkina-Faso ante el agresivo regreso de Rusia, que se apoya en el grupo Wagner y sus abusos. África Occidental es el objetivo de Moscú, que intenta extender su influencia en el continente. Los últimos viajes del jefe de la diplomacia rusa, Sergei Lavrov, dan fe de ello. Ya es hora de reaccionar.

En América Latina, el sátrapa Ortega está en proceso de convertir a Nicaragua en la base de retaguardia rusa para toda América Central, con la ayuda de Venezuela e Irán, con el fin de eludir las sanciones económicas, espiar y desinformar en una región especialmente estratégica para los norteamericanos.

La China de Xi Jinping se animaría finalmente a lanzar un día una invasión de Taiwán y a prever un enfrentamiento directo con Estados Unidos, ya debilitado por su desastrosa retirada de Afganistán.

No sucumbir al miedo a la escalada

Estos escenarios acechan, y la más mínima postura de debilidad dará a Moscú la capacidad de llevarlos a cabo. La paz y la estabilidad estarán entonces fuera de nuestro alcance.

Sólo la firmeza nos llevará allí. Dado que hemos optado por ayudar a los ucranianos y que ellos han resistido e incluso reanudado la ofensiva, ya no tenemos elección. Nuestra civilización, nuestra libertad y nuestra influencia están en juego.

No debemos sucumbir al miedo pegajoso de la escalada. Debemos explicarlo en un lenguaje de verdad a opiniones que no han conocido la guerra durante generaciones.
La presencia del presidente Zelensky en Londres, París y Bruselas en las últimas horas nos ha recordado lo esencial que es nuestro apoyo.

El conflicto será largo, existen grandes riesgos. Debemos rearmarnos, nuestra economía dependerá de ello. Hará falta un gran esfuerzo colectivo, pero no hay otro camino. No hay otro camino: o la resistencia y la victoria, o la decadencia y la sumisión.

Manuel Valls fue primer ministro francés entre 2014 y 2016.


Este artículo se publicó originalmente en El Español.