El colapso de democracias, en la América Latina del siglo XXI, es cada vez más frecuente y enrevesado y no encaja bien en esa cápsula narrativa. Las alianzas de empresarios, bancos, ejércitos, Iglesia católica, embajada de Estados Unidos y medios de comunicación, como tándems golpistas, no se reproducen de la misma forma en nuestros días.
Hay gobiernos de izquierda, como el mexicano, el chileno, el colombiano y, muy pronto, el brasileño, que sostienen buenas relaciones con el empresariado, Estados Unidos, las iglesias y los ejércitos. Sin embargo, algunos de esos gobiernos promueven la simplificación narrativa e interpretativa de fenómenos como la caída de la presidencia de Evo Morales en 2019, en Bolivia, o el intento de autogolpe y luego detención de Pedro Castillo, en Perú.
Lo que generalmente se llama “golpe contra Evo” fue, en sentido estricto, la renuncia del presidente en noviembre de 2019, luego de un intento de tercera reelección, que carecía de respaldo constitucional y fue rechazado en el referéndum de 2016. Un Tribunal Constitucional, leal al mandatario, facultó la tercera reelección del presidente, pero la propia contienda electoral estuvo llena de denuncias de irregularidades en el conteo, que obligaban a una segunda vuelta.
En medio de protestas populares y demandas de segunda vuelta, Morales, inicialmente, llamó a unas nuevas elecciones y luego renunció. ....... SEGUIR LEYENDO>>
Siempre que se produce un diferendo entre poderes, en algún gobierno de América Latina, se activa una cápsula narrativa que reduce el conflicto a la expresión “golpe de Estado”. El término carga, a su vez, con toda la historia del golpismo latinoamericano del siglo XX, desde el que derrocó a Francisco I. Madero en México, en 1913, hasta el que costó la vida al presidente chileno Salvador Allende, en 1973.