Título original: «EL SUJETO DEL FEMINISMO DEBE SER LA CIUDADANÍA, NO SOLO LA MUJER»
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Jara Atienza (foto) entrevista a Loola Pérez Pérez (1991), que acumula más de 34.700 seguidores. Y lo cierto es que el día a día de esta filósofa, integradora social y sexóloga educativa se sucede con la misma intensidad que un ciclón tropical. Además de presidir y coordinar los proyectos de la entidad educativa Mujeres Jóvenes de la Región de Murcia (MIJOMUR) y de trabajar como asesora sexológica, Pérez estudia psicología y realiza las prácticas tratando con víctimas menores de abusos sexuales y ofensores menores de edad. Conversamos con ella, autora de ‘Maldita Feminista’ (Seix Barral), para conocer su punto de vista –cuando menos, polémico– sobre las corrientes del feminismo y el camino hacia la igualdad.
Ha pasado una semana desde el 8 de marzo, fecha que, en los últimos años, se ha convertido en la cita más importante y simbólica del feminismo. ¿De qué feminismo hablamos hoy?
De un feminismo cada vez más fragmentado y que ha perdido su poder revolucionario, conformándose con un posicionamiento cada vez más identitario. En este resurgir de lo identitario nos basamos cada vez más en la anécdota, no profundizamos en la realidad social del momento y no afrontamos muchos desafíos sobre los que el feminismo nunca había reflexionado.
¿Por ejemplo?
El impacto que la pandemia mundial ha tenido en las relaciones o en el aumento de la violencia en los ámbitos de la familia. O el hecho de plantearse si la crisis puede suponer un retroceso en derechos relacionados con las mujeres, como pueden ser los derechos sexuales y reproductivos, o que las mujeres asuman una mayor carga en los cuidados.
Este feminismo –según tu punto de vista– cada vez más fragmentado contrasta con la idea que defiendes en el libro de que el feminismo contemporáneo es un movimiento hegemónico. ¿Cómo se complementan?
Cuando hablo de un feminismo fragmentado me refiero sobre todo al movimiento social. Se ha perdido una reclamación conjunta y compartida de las cuestiones de justicia social. Históricamente, el feminismo siempre ha venido ligado a ciertas teorías y estrategias de intervención sociopolíticas y, ahora, dentro del feminismo hegemónico subyacen una serie de teorías mientras otras quedan excluidas.
¿Cuáles son esas corrientes predominantes?
El feminismo cultural y el feminismo radical. Ambas están muy ligadas a dos autoras, Andrea Dworkin y Catherine MacKinnon, que consideraban que la desigualdad respondía a una dominación social ejecutada por el hombre y que perseguía el dominio de las mujeres a través de sus cuerpos. Esta es una de las ideas más populares que tenemos hoy dentro del feminismo y que lleva a tener una visión reduccionista a la hora de abordar ciertas situaciones sociales. De ahí surge la idea de que la pornografía es una representación del dominio de las mujeres o que la prostitución es una expresión máxima del patriarcado. Además, el feminismo cultural lleva una esencialización de lo que significa ser hombre y ser mujer, y suele asociar al hombre con la violencia y el deseo, atribuyéndole el rol de la acción, y a la mujer, con el pacifismo y la sensualidad, vinculándola al rol del cuidado. Al final, lo que hacen estas teorías es reafirmar los tradicionales estereotipos y roles de género. Además, creo que inculcan un gran sentimiento de miedo en las mujeres y una sospecha continua en los varones. Por ejemplo, sostienen cuestiones tan peligrosas para la convivencia social como que «los hombres son violadores en potencia«. El miedo es una emoción que nos lleva a proteger nuestra propia vida, pero que también puede ser utilizado para volvernos manipulables, para someternos, para quitarnos libertad a la hora de tomar decisiones y relacionarnos con nuestros iguales.
Si miramos las cifras, quienes ocupan roles de liderazgo en prácticamente todos los ámbitos son los hombres y la brecha salarial es inapelable. ¿Por qué no tiene sentido hablar de patriarcado en la actualidad, tal y como sugieres en Maldita Feminista?
Creo que patriarcado se ha convertido en una palabra vacía. Siguiendo la línea de autoras como Gerda Lerner, el patriarcado es un sistema histórico que no viene determinado biológicamente, sino que es un reparto de los roles y de las funciones según seas hombre o mujer. Esa presentación ahistórica y transhistórica, que ha existido siempre y que no tiene fin, choca con una sociedad en pleno siglo XXI que dice hacer políticas feministas. ¿Cómo se pueden hacer políticas feministas dentro de un patriarcado? Otras autoras, como Celia Amorós, justifican la presencia del patriarcado en el presente diciendo que es metaestable. Si el patriarcado siempre se reinventa y se va adaptando a la cultura, ¿para qué luchamos? ¿Qué sentido tiene la lucha feminista si el patriarcado va a existir siempre? Cuando todo se justifica con el patriarcado le damos a la desigualdad una explicación monocausal, lineal, universalista y que no profundiza; basta con la etiqueta. Necesitamos hacer un mayor esfuerzo intelectual como feministas.
Ese esfuerzo del que hablas, ¿debe ser también político?
El feminismo siempre ha sido político. Sin embargo, ahora hay aprovechamiento por parte de ciertos partidos políticos –por no decir de todos– que se nutren del feminismo, ya sea a favor o en contra, para captar votos. Esto subraya la fuerza transformadora e influyente del feminismo. La pregunta es: ¿cómo la estamos usando? Quizá los planteamientos son reduccionistas o están enfocando problemas sociales solo desde la visión de que «el hombre vence a las mujeres» o «esto es el patriarcado y es así para siempre».
Todo esto me recuerda a lo que algunos denominan guerra cultural. ¿Crees que existe dicha guerra relacionada con el feminismo?
Precisamente, por la capacidad sin precedentes que tiene el feminismo de influir en la sociedad y de colocar en la agenda política ciertos temas sociales, hay una actitud complaciente con el statu quo. El feminismo hegemónico ha establecido lo que debe significar el feminismo, así como las reglas del debate y los temas sobre los que se puede debatir sin que traiciones a la causa. Esto es sumamente peligroso, no solo porque esas normas puedan ser malas, sino porque suponen un riesgo para la libertad de expresión. El feminismo debe abogar por un debate abierto y un discurso que no se preste ni a la censura ni a la autocensura, y mucho menos chantajeando en cierta medida a una élite cultural o académica. Creo que cada vez resulta más difícil dentro del feminismo tener debates justos y abiertos dada la distribución del poder que está haciendo o ha hecho.
¿Te refieres a la lógica de la confrontación de «o estás conmigo o contra mí»?
Sí, y en términos muy binarios, además: «O eres feminista o eres machista». Al final mucho del trabajo justificado en el feminismo o en la causa feminista se hace no en el discurso, sino con la trayectoria que tú tienes.
Normalmente se ridiculiza la «piel fina» del feminismo y de otras reivindicaciones como el antirracismo. ¿No crees que pecan de lo mismo quienes se quejan de la existencia de una nueva censura?
Totalmente. A unos les ofenden unos temas y a otros, otros. Yo, como feminista, no estoy en contra de que se ridiculice el feminismo. Al revés: creo que del humor pueden nacer nuevos planteamientos y la autocrítica. Lo que sí puedo pedir al feminismo es que tenga un compromiso responsable, que tenga acciones coherentes con la realidad social, que baje a las calles y no esté solo en el mundo de las redes sociales o la academia. En el primero, todo se magnifica y las reacciones son sumamente histriónicas e infantiles. En el segundo, todo se convierte en un gueto. Es lo que, por ejemplo, está pasando con los estudios de género.
Lo planteas como si el feminismo fuese un algo elitista.
El feminismo hegemónico sí es elitista, no la idea general de feminismo, que se basa en la defender la igualdad entre mujeres y hombres y proclamar la liberación de las mujeres de las tradiciones y roles sexistas. El feminismo que tiene el poder de influencia ahora mismo es una élite que desde el sillón tiene un gran poder de influencia hacia chicas muy jóvenes que arrastran la complacencia y el miedo a ser rechazadas. El feminismo hegemónico las abraza y las acoge, convirtiéndose en la única opción y eclipsando muchas teorías políticas que son interesantes de conocer y reivindicar, aunque no sean las hegemónicas. Puede ser que un día el feminismo hegemónico sea precisamente un feminismo más disidente o liberal.
Una de las características que achacas al feminismo moderno es que favorece la cultura del victimismo.
Hablar de victimismo dentro del movimiento feminista no significa rechazar, invisibilizar o no reconocer que las mujeres han sufrido y sufren violencia o discriminación. Cuando hablo de victimismo dentro del feminismo hago referencia a ese enfoque que se le da a ciertos abordajes sociales. Por ejemplo, a lo que ellos llaman lenguaje inclusivo, aunque el lenguaje inclusivo es otra cosa. Cambiar la lengua no tiene sentido y el hecho de que estés en contra se convierte en una especie de ataque personal. O también la idea de que mirar a una mujer puede ser una forma de agresión. Eso es caer en el victimismo y reforzar una serie de estereotipos sociales que presentan a la mujer como un ser sumamente débil que no se puede enfrentar a una mirada. Cuando las mujeres quedamos representadas como seres débiles e indefensos quedamos, paradójicamente, sujetas a un salvador, y ese salvador ha pasado de ser el príncipe azul a ser el Estado y ahora parece que le ha tocado el turno al feminismo hegemónico. Esto, por supuesto, despierta en muchas mujeres un sentimiento tranquilizador: hay quien se siente protegida al tener el paraguas del feminismo hegemónico aún cuando muchas de sus proclamas se basen en la desinformación, los prejuicios y una visión de los hombres y las mujeres sujeta a la guerra de sexos.
Violencia machista, violencia vicaria… en más de una ocasión te has posicionado a favor de acabar con estos adjetivos que acompañan a la violencia. ¿No ayuda poner nombre y rostro a abordar un problema específico?
La violencia es multicausal. Creo que existen muchos tipos de violencia y muchas motivaciones para tener un comportamiento violento. Es algo que debemos poner sobre la mesa con mucha responsabilidad. Hay hombres que matan a sus parejas bajo la idea de «la mato porque es mía» o «si no es para mí, no es para nadie». Esto sería una violencia de género dentro del ámbito de la pareja. Sin embargo, hay violencias de género que no ocurren dentro del ámbito de la pareja y que son, muchas veces, practicadas por las propias mujeres. Por ejemplo, la mutilación femenina no es una violencia que ocurra generalmente en España, pero sí que es una violencia que se puede catalogar como violencia de género y que es practicada por otras mujeres. Se justifica dentro de una cultura donde la posición de la mujer está totalmente devaluada. Ocurre lo mismo en los crímenes de honor.
Según este punto de vista, ¿la violencia que ejercen los hombres dentro del ámbito doméstico a las mujeres no sería un problema concreto que se deba abordar como tal?
Toda la violencia que sucede dentro de la pareja y expareja no se puede catalogar como violencia de género. Pueden existir otro tipo de motivaciones como la venganza, una celotipia, un bajo control de los impulsos… Estos factores interaccionan, no se da uno aislado. La sociedad puede reforzar la conducta violenta e inhibirla en las mujeres, pero entran también las diferencias individuales, algo que muchas veces olvidamos. No todos los hombres son agresores ni todas las mujeres seres de luz. Y al revés, existen hombres que son víctimas y mujeres que no lo son por su condición de mujer. Deberíamos ser sensibles con las víctimas independientemente de su sexo. Las secuelas que un hombre puede experimentar después de sufrir violencia doméstica pueden ser tan graves como las que puede sufrir una mujer cuando sufre violencia de género. Decir esto es muy incómodo, pero hay que abandonar el discurso de lo políticamente correcto.
¿De dónde crees que sale entonces la idea de que existe un tipo de violencia estructural de los hombres que matan a mujeres?
De la idea de patriarcado, un patriarcado que lo explica todo. ¿Para qué vas a hacer un estudio si ya tienes la respuesta? Si los hombres no buscan dominar a las mujeres, ¿para qué vas a hacer un estudio de por qué los hombres consumen prostitución? Si crees que toda la pornografía es violenta, ¿para qué vas a hacer un estudio de por qué la gente ve pornografía? Ya tienes la respuesta: todo es el patriarcado. En definitiva, realidades sociales como la violencia contra las mujeres, la prostitución o la pornografía están condicionadas por el discurso político. Posiblemente, ante ello, las políticas aplicadas responden a intereses ideológicos y dan la espalda a la ciencia, al conocimiento científico de estas problemáticas. Aquí hay una responsabilidad de las instituciones, pero también de todas aquellas personas que se tildan como feministas y justifican esas decisiones políticas.
¿Propones un feminismo basado en hechos empíricos y en la ciencia?
Yo propongo un feminismo que sea responsable, que sea comprometido con la situación social y que se base en una perspectiva científica en los temas de violencia, educación o liderazgo de las empresas. A través de la ciencia no vamos a tener una verdad, pero sí una aproximación. Vamos a poder obtener datos, arrojar conclusiones y hacer propuestas de mejoras. Sin embargo, el feminismo hegemónico se basa en reaccionar, en la emotividad y en la creación de eslóganes o discursos muy sensacionalistas a veces asociados al pánico moral. ¿A dónde nos lleva esto? A un ambiente totalmente histriónico en el que perdemos credibilidad. Además, la manipulación y el abuso que hace el feminismo hegemónico de la categoría de víctima no asegura la emancipación de las mujeres.
Esto que explicas, en tu opinión, ¿resta o suma empoderamiento a la mujer?
Las dos cosas a la vez. Estamos defendiendo un feminismo que no se busca la igualdad de mujeres y hombres, sino la perspectiva de la mujer. Si hay una supremacía de la perspectiva de la mujer, las mujeres se empoderan, porque son el único discurso y la única voz. No se debate ni se intercambia el enfoque con el igual, que es el varón. Esto muchas veces se traduce en la creencia de que uno mismo tiene la razón. Ahí hay mucha soberbia y deja una imagen de las mujeres totalmente devaluada en cuanto a la defensa y la respuesta.
¿Cómo plantear el debate de la igualdad cuando el punto de partida de las mujeres es distinto al de los hombres?
Tenemos que ser más operativas entre nosotras y crear pactos de mínimos. Por ejemplo, para crear un pacto de mínimos con el debate sobre la prostitución tendrían que participar asociaciones en contra y asociaciones formadas por trabajadoras sexuales. Esto se ha propuesto, pero hay desequilibrio de poder. Es lo que decía al principio sobre cómo el feminismo hegemónico distribuye el poder y atesora el discurso. No hay un pacto de mínimos, pero ni siquiera existe un reconocimiento social de que el otro puede sentarse en la misma mesa que yo. Directamente se le excluye.
En el libro sostienes que falla la ley actual contra la violencia de género. ¿Por qué crees que no protege a las víctimas y qué propones para acabar con la violencia contra las mujeres?
La ley de violencia de género ha tenido un impacto positivo en la sociedad en cuanto a sensibilización social. Muchas mujeres han puesto un marco al infierno que sucedía en sus casas. Ahora estaría la cuestión de la prevención. Las acciones preventivas se han quedado en una foto. La prevención necesita una estrategia, una continuidad, una evaluación de la intervención que estás haciendo y una apuesta por los profesionales. No es un trabajo meramente de voluntariado.
La violencia de género no es un problema estructural, pero sí es un problema donde hay una tendencia. Las tendencias criminales son variables, algo que el feminismo hegemónico no termina de entender. En los casos de violencia sexual o física, el victimario es varón y las víctimas son mujeres, pero ojo con otro tipo de violencias: tenemos una gran cantidad de estudios empíricos que hablan de que la violencia psicológica en parejas adolescentes y adultas es bidireccional. La cuestión preventiva debe contemplar muchos matices y no solo un mero eslogan. ¿Qué necesitamos contemplar? En primer lugar, que tanto hombres como mujeres pueden ser víctimas y victimarios. En segundo lugar, que existen diversos factores de riesgo a la hora de sufrir violencia… Por ejemplo, predictores significativos a la hora de sufrir violencia en la pareja, independientemente del sexo, son la ira o la hostilidad.
¿Cómo crees que debe abordarse?
Primero demos ver si nos estamos basando en una ética de igualdad o en una ética del poder sobre el otro. Se puede hacer prevención con un abordaje profesional e ideológicamente neutral, basándote en estudios científicos, datos, estadísticas y recomendaciones. ¿En qué basas sino esa prevención? ¿En literatura gris? ¿En un estudio del Ministerio de Igualdad que ya parte sesgado? Si solamente preguntas a las mujeres sobre violencia, vas a obtener datos de mujeres y de cómo viven ellas la violencia. En cambio, en las revistas científicas de impacto encontramos muchos estudios empíricos que preguntan a mujeres y a hombres. A partir de ahí podemos trabajar con una visión global e integral de lo que significa la violencia dentro de la pareja.
¿Hacia dónde crees que se dirige el feminismo?
Vaticino que puede convertirse en una caricatura y perder el poder transformador y la seriedad como movimiento social. La principal amenaza ahora mismo para la democracia liberal la representa la ultraderecha y los movimientos conservadores, que son quienes atizan y ridiculizan el movimiento feminista atribuyéndoles una serie de pánicos morales, atacando también derechos fundamentales de las mujeres como el derecho al a interrupción voluntaria del embarazo. Creo que las nimiedades en las que se centra el feminismo son aprovechadas por la ultraderecha para devaluar el movimiento y obtener una ventaja a nivel político. Yo reforzaría esta tendencia a la fragmentación de la que creo que formo parte. No considero que la fragmentación per se sea mala en el feminismo: de ella surgen voces muy críticas. Quizá pueda servir para tener nuevos referentes, abrir debates que no se quieren abrir y hacer un abordaje alternativo de realidades que nos preocupan a todos. El hecho de que el feminismo hegemónico pueda proponer estrategias sin una evidencia empírica detrás no significa que no esté preocupado por las realidades sociales. En el feminismo hegemónico hay interés por salvar a muchas mujeres, pero se equivocan, porque ya no se conforma con reflejar la realidad y reivindicar transformaciones sino que pretende configurarla y hacerla panfletaria.
Victoria Camps y Amelia Valcárcel decían que para que el feminismo funcionase tenía que ser universal. ¿Qué opinas al respecto?
Yo defiendo que el sujeto del feminismo es la ciudadanía y no solo la mujer, porque esta idea de la igualdad de mujeres y hombres nos atraviesa a todos en la convivencia social. Aquí entra la pregunta de qué papel juegan los hombres y qué papel juegan las mujeres en esta lucha, pero desde luego también pienso que la idea del feminismo tiene que ser universal. La filosofía nos puede ayudar mucho a destejer este enredo, pero es una lástima que, a grandes rasgos, la sociedad se conforme con líderes de opinión, de uno u otro polo ideológico, más interesados en el poder que en el reparto del mismo.