Fernando Mires – LAS CAUSAS DE LA GUERRA

 


Hay una relación directa entre hecho y causa, nos dice la historiografía convencional. Así lo aprenden la mayoría de los niños en sus días de escuela: Todo hecho tiene causas y efectos, y el que piense lo contrario, está destinado, ay, a reprobar en los exámenes. A pocos se les ocurre que esa supuesta verdad, como toda verdad, es relativa y no absoluta. 

Claro está, los profesores de escuela en su mayoría no han leído a un Karl Popper -para quien las verdades, al ser alguna vez refutadas, están condenadas a convertirse en falsificaciones- ni mucho menos a una Hannah Arendt, quien sigue escandalizando a sus lectores con su rotunda afirmación, “las causas no existen”. 

Quería decir Arendt que las causas no existen antes de que aparezca el acontecimiento de tal modo que no es la causa la que determina al hecho sino el hecho a sus causas, pues sin hechos no puede haber causas. Por eso Arendt, contraviniendo a la “causología” de Max Weber, quien inventó la palabra “causalización”, prefería hablar de los hechos como “apariciones” (eventos que ocurren de un modo imprevisto)


LAS CAUSAS Y LAS RAZONES

Determinar la causa de un hecho ha pasado a ser parte de un paradigma manifestado no solo en trabajos de índole científico, sino, además, en la vida cotidiana. Si alguien se suicida, por ejemplo, diremos que lo hizo por alguna causa (una desilusión amorosa, una pérdida económica, o qué se yo). Sin embargo, a muchos otros, en situaciones parecidas, lo menos que se les ocurre es suicidarse. Tuvo que aparecer un tal Sigmund Freud para explicarnos en su obra tardía que en cada ser viviente anidan dos principios opuestos, el de la vida y el de la muerte. En algunos se impone el de la vida, en otros el de la muerte. Para Freud, la causa de un suicidio (puede ser también la del asesinato) no está fuera sino dentro del ser que lo comete. Esa sería la razón profunda, a diferencia de la causa aparente, a la que por convenciones sociales preferimos otorgar más validez. 

Extrapolando a Freud hacia el espacio de las ciencias sociales –Freud no estaría de acuerdo– podríamos decir que en algunas sociedades, naciones o culturas -pienso en la Alemania nazi por ejemplo- puede ser activado durante un determinado periodo el principio de la muerte en desmedro de el de la vida.

De verdad, nos pasamos siendo cortejados por las damas de la muerte y de la vida, y a veces elegimos a la muerte y no a la vida. En estos casos la llamadas causas no son externas sino internas. La causa interna busca su razón externa, o lo que es lo mismo, cada causa busca a su razón, pero esa razón no está fuera sino dentro de la causa. Esa es la explicación (nótese aquí la diferencia entre razón y causa) por la que la historiografía no ha logrado descifrar las causas que dan origen a los grandes acontecimientos históricos.

Para seguir con el ejemplo del nazismo alemán. Algunos historiadores dicen que “la causa” fue el miedo ante el avance del comunismo, otros culpan a la inflación y a la desocupación laboral, otros aducen que fue el militarismo inculcado desde los días de Bizmark, y no faltan quienes afirman que hay una relación directa entre el tratado de Versalles que “humilló” a Alemania después de la segunda guerra mundial y el advenimiento de Hitler al poder. A pocos se les ocurre pensar que el nazismo hay que buscarlo no al exterior del nazismo sino en el alma de los nazis, sobre todo de los líderes que activaron en sus seguidores el principio de la muerte, hasta el punto que muchos sobrevivientes, incluyendo algunos hechores, tomándose la cabeza a dos manos se preguntaban después, horrorizados: “¿Cómo pudimos haber hecho esto? ¿Cómo pudimos haber creído en esto?”


UN IMPERIO ES UN IMPERIO

Hoy, antes de que la guerra de Rusia a Ucrania esté cerca de terminar, no faltan quienes se preguntan acerca de “la causa” que indujo a Putin a cometer tan horrenda barbaridad. Como ocurrió entre quienes han intentado explicar “la causa” del advenimiento del nazismo y de Hitler, hay quienes compiten en encontrar "la causa verdadera" de la guerra, creyendo incluso que del conocimiento de esa causa podemos encontrar la solución al problema. Algunos nos hablan de la humillación de Rusia por Occidente, entendiendo la invasión a Ucrania como una respuesta del orgullo ruso frente a la supuesta prepotencia occidental. No faltan los economicistas (post-marxistas y neo-liberales) aduciendo que la invasión rusa tiene una causa económica, a saber, apropiarse de las materias primas y energéticas de Ucrania. Y no por último, están los que hacen coro a la razón dada por Putin, la de que la causa es la expansión de la OTAN frente a la cual Rusia se ha visto obligada a defenderse. Esta última tesis ha sido presentada incluso por geoestrategas norteamericanos de renombre como John Mearsheimer y Henry Kissinger, ambos pertenecientes a la, por algunos académicos mal llamada, “escuela realista”. Para el primero la causa está en EE UU al haber sugerido incluir a Ucrania en la OTAN (argumento que ha hecho suyo Putin). El segundo ha agregado que hay que acceder a las ambiciones de Putin y concederle los metros cuadrados de Ucrania que él reclama, en aras de la paz mundial. A casi ningún “causólogo” se le ocurre pensar en que las causas de la invasión no deben ser encontradas fuera de Rusia y de Putin sino en Rusia y en Putin, vale decir, en el hecho indiscutible de que Rusia ha sido, es, y probablemente seguirá siendo, un imperio territorial y que, al serlo, estará obligado por su propia condición a actuar como lo que es: como un imperio territorial.

Imposible no recordar aquí la muy conocida fábula del sapo y del escorpión. Un escorpión es un escorpión y no podía actuar sino como un escorpión cuando mordió al sapo que lo llevaba a cuestas para atravesar un río, aún sabiendo que eso significaba morir ahogado junto con el sapo. Putin es como el escorpión. En contra de todo principio moral, en contra de toda racionalidad económica, en contra de cualquier cálculo estratégico, aún a riesgo de arruinar económicamente a Rusia, aislarla del mundo y convertirla en un paria internacional, Putin no puede actuar en contra de su propio ser histórico y político: el de un imperialista gobernando a una nación imperial. 

Las causas de la invasión no están fuera de Putin y Rusia, sino en Rusia y en Putin. Una Rusia que nunca, con la excepción de un breve periodo, en lo comienzos del gobierno de Yelzin, ha conocido algo parecido a la democracia.


LA MODERNIZACIÓN DEL PASADO

Imaginemos por un momento que todas las naciones de Europa comenzaran a reclamar territorios perdidos en algún momento de sus historias. Europa entera sería ahogada bajo la sangre. Y bien, esa es la diferencia entre Rusia y las naciones europeas. Estas últimas, incluyendo a las que fueron más imperialistas, han optado por dejar atrás su pasado imperial y optar por la forma democrática de gobierno. Rusia es un imperio del pasado con el armamento nuclear del siglo XXl. Putin es, o quiere ser, un nuevo Pedro el Grande (con quien él se ha comparado) pero con una bomba atómica en vez de una espada en cada mano.

Por lo demás ha sido el mismo Putin quien nos ha revelado con insistencia su visión de Rusia. Que no lo hayamos sabido o querido escuchar es problema nuestro, no de Putin. El hecho de que para él, el fin de la URSS hubiera sido la catástrofe histórica más grande del siglo XX, nos dice muchísimo. Pues ¿qué era la URSS sino un imperio territorial y militar?

La lectura que ha hecho Putin de la historia de la URSS fue incluso inversa a la de la mayoría de los socialistas europeos. Mientras para estos Stalin traicionó a Lenin, para Putin, Lenin traicionó a Rusia al destruir el imperio de los zares. A Stalin, por el contrario, lo ve Putin –pese a algunas “exageraciones”– como el gran continuador del destino imperial de Rusia. Desde la perspectiva de Putin la invasión a Ucrania es parte de una obra restauradora, misión recibida desde el pasado histórico de Rusia. Por eso afirmó en su ya divulgado ensayo del 2021, que Ucrania pertenece por derecho histórico y por “lazos de sangre”, a Rusia. Luego, si los ucranianos no quieren ser rusos, hay que obligarlos a serlo. No otra es la razón oculta de los genocidios que está cometiendo en diversas ciudades de Ucrania. Pues la enorme cantidad de civiles muertos no son daños colaterales para Putin y su banda. Esa pobre gente está pagando con sus vidas la supuesta traición cometida por Ucrania a su madre, a la Madre Rusia. Putin no solo es un restaurador del imperio. Es además, o quiere serlo, el gran vengador de la historia rusa.

El historiador británico Robert Skidelsky, en una muy interesante entrevista publicada en  Project Syndicate, nos habla de un un supuesto “camino de Rusia a la premodernidad”. Según Skidelsky “Rusia nunca experimentó el periodo de civilización burguesa que en Europa estableció los contornos del estado nacional”. “Rusia siempre fue un imperio, nunca un estado-nación”. El historiador aduce razones a las que podríamos denominar, desde una perspectiva histórica, como filo-genéticas. Rusia no ha conocido una reforma religiosa, ni una ilustración, ni siquiera un capitalismo liberal. De acuerdo a Skydelski, la invasión de Rusia a Ucrania sería un equivalente de esa conducta humana a la que los psicoanalistas llaman regresión, vale decir, un retorno a fases históricas superadas.

A mi juicio la tesis de Skydelski es cierta. Pero solo en parte. Hay una objeción. ¿Puede hablarse de regresión si nunca se ha salido de la fase a la que se supone regresar? Visto así, Rusia no ha recaído en su pasado, no ha regresado a su historia primaria, solo ha seguido siendo lo que es: una nación que no ha podido o no ha querido ingresar de pleno a la modernidad política, habiéndolo solo logrado en los espacios tecnológicos, científicos y militares. 

La obra de Putin no sería entonces la de haber transitado desde el pasado a la modernidad sino, lo que es diferente, haber modernizado a un pasado del que nunca ha salido. Desde esa perspectiva, así como Stalin fue la continuación del zarismo por otros medios, Putin sería la continuación del zarismo y del estalinismo por otros medios.

El poder personal de Putin no está basado en una nobleza feudal como en Pedro el Grande, ni en una nomenclatura burocática e ideológica como en Stalin, sino en tres pilares consustanciales a su sistema de dominación. Estos pilares son: el aparato represivo del estado (militar, policial, y los servicios secretos), una ideología religiosa cuya depositaria es la iglesia ortodoxa rusa (ayer combatida por la iglesia comunista de Stalin), y una clase capitalista oligárquica a la que está permitido enriquecerse hasta el exceso, siempre y cuando no intente acercarse a los recintos de la política estatal controlada por Putin. El primer pilar ha sido una constante en la historia de Rusia bajo el zarismo y bajo el comunismo. El segundo es propio al zarismo. El tercero es la innovación putinista de Putin: un capitalismo salvaje y mafioso, alejado y a la vez amparado por el estado.

En cierto sentido el sistema de dominación ruso podría ser visto como una combinación perfecta del pasado más arcaico con el presente más moderno. Se trataría en este caso de una paradoja: de un pasado modernizado e incluso posmodernizado. En cualquier caso, un sistema de dominación radicalmente antidemocrático.


IMPERIALISMO Y DEMOCRACIA

Hay una relación casi directa entre imperialismo y anti-democracia, algo que no pudieron entender los teóricos mas importantes de la teoría del imperialismo post- Marx: Rudolph Hilferding (“El Capitalismo Financiero”) y Vladimir Lenin (“El imperialismo, fase superior del capitalismo”). Para ambos el imperialismo fue concebido como una fase del capitalismo, interpretación naturalista y economicista a la vez. Sin embargo, antes que ellos hubo otro teórico del imperialismo el que hoy, en tiempos posmarxistas, debería ser leído con suma atención. Me refiero a John A. Hobson.

Según el liberal Hobson, en su libro “Imperialismo, un estudio” (1902), el imperialismo no es una fase del capitalismo. Mas bien es una distorsión negativa que debe ser erradicada de Europa, no solo por el daño que causa en las naciones colonizadas, sino en las propias naciones colonizadoras o imperialistas. Para Hobson una nación no podía ser imperial y a la vez democrática pues el empleo de la violencia externa sería tarde o temprano convertida en violencia interna. Mirándolo así, recomendaba a las naciones europeas deshacerse de sus colonias y dedicar sus energías a crear formas de convivencias democráticas en sus respectivas naciones. Según Hobson, entre imperialismo y democracia había que elegir a la democracia. Que Hobson en líneas generales tenía razón, lo estamos observando en estos mismos momentos en Rusia. Mientras más encarnizada es la guerra a Ucrania, más autoritarias, despóticas e incluso totalitarias, son las formas de dominación ejercidas por Putin en el interior de Rusia.


EL PELIGRO DE UNA UCRANIA DEMOCRÁTICA

Para Putin, la Ucrania de hoy, más que un enemigo geopolítico es un enemigo político. Una Ucrania occidental y democrática significaría un enorme desafío frente a un imperio ruso por definición autocrático y no democrático. Hay que evitar esa posibilidad a cualquier precio, aunque ese precio sea, como dice esa marioneta de Putin llamada Viktor Medvédev, destruir a Ucrania.

En virtud de estas reflexiones generales he llegado a pensar que no es casualidad que Putin haya elegido estos momentos para invadir a Ucrania. ¿Por qué no lo hizo en el pasado cuando Ucrania era regida por gobiernos inestables como el de Yuchenko y sobre todo corruptos, como los de Timochenko o Porochenko? La respuesta solo puede ser una: precisamente por eso.

Putin, en el pasado reciente, conservaba posibilidades para acceder a Ucrania por medios políticos apoyando a los separatistas pro-rusos o a gobiernos pro-rusos como fue el de Janukovich al que quizás vio como un perro servil, al estilo de Lukachenko en Bielorusia. La decisión de invadir a Ucrania ocurrió en cambio cuando, ya bajo el gobierno de Zelenski, Ucrania comenzó a ser construida como una república en forma, con parlamento y partidos bien constituidos, sin fraudes electorales y con menos corrupción que en el pasado reciente

Solo cuando las vías políticas de penetración en Ucrania le fueron cerradas, Putin decidió actuar militarmente pensando quizás en que los ucranianos, a los que él considera rusos, iban a recibir a su soldadesca como emisarios de un ejército de liberación. Nunca imaginó que esos ucranianos, bajo la dirección decidida de su presidente Zelensky, se levantarían en contra de la ocupación imperial rusa, librando una heroica lucha militar en perspectiva anti-colonial y democrática. Ucrania, una nación que quería ser nación, no cabía en la visión del mundo de Putin.

Hay un hecho histórico que no parece haber sido captado en toda su importancia. Ucrania también es parte del acontecimiento que tuvo lugar con la revolución anti comunista y democrática de 1989-1990. Desde esa perspectiva la destrucción de Ucrania por Putin debe ser vista por nosotros, occidentales, como una contrarrevolución anti-democrática. Así al menos parecen haberlo entendido algunos gobernantes europeos. Ya deben intuir por lo menos que esa contrarrevolución no termina en Ucrania y que, si no es detenido ahora, Putin continuará habitando en ese oscuro (e inconsciente) pasado de donde nunca ha salido. Poco a poco parecen haber llegado a la conclusión de que intentar convencer a Putin para que en aras de la paz y una convivencia civilizada ponga punto final a su criminal invasión a Ucrania, es como intentar convencer a un escorpión de que no muerda al sapo que le está salvando la vida.

Dicho ahora todo en términos muy breves: la causa de Putin, es Putin.