Guy Sorman - HACIA LOS ESTADOS UNIDOS DE EUROPA


¿Quién planteó por primera vez en nuestra historia el proyecto de una alianza política entre todos los países de Europa? En 1790, en una carta a Lafayette, George Washington imaginaba unos Estados Unidos de Europa, basados en la democracia, según el modelo estadounidense. Imaginó dos Estados Unidos, a ambos lados del Atlántico. En otro momento fundacional, durante una conferencia sobre la paz en 1849, le tocó a Víctor Hugo defender unos Estados Unidos de Europa, democráticos y pacifistas; la expresión, desde entonces, ha permanecido unida a su aura. El poeta no imaginaba entonces que el siglo siguiente sería el más sangriento, el más fratricida de la historia de nuestro continente.

Luego, después de la Segunda Guerra Mundial, apareció un modesto comerciante de coñac francés que había hecho fortuna en Estados Unidos, aprovechando la Ley Seca: Jean Monnet. Miembro de la resistencia frente al nazismo, se unió al general De Gaulle en Londres, lo que afirmó su legitimidad política. Monnet es lo contrario de Víctor Hugo y de todos los soñadores de Europa. Señala, y lo dice muy alto, que todos los diplomáticos y estadistas siempre han fracasado en su intento de unificación. Se debe, cree Monnet, a que entendieron la cuestión al revés. En su opinión, primero había que crear lo que él llamaba «solidaridad concreta» entre comerciantes, entre empresarios; la unidad europea nacería entonces a través del comercio y no a través de la diplomacia.

Así, después de la aplicación de su método, Jean Monnet se convirtió efectivamente en ‘el padre de Europa’, a través de la unificación progresiva del mercado europeo. Su intuición no fue heroica, pero, al ser concreta, triunfó donde todos los políticos habían fracasado. Jean Monnet se benefició también de una feliz coincidencia: los tres jefes de Gobierno a los que había que persuadir -Robert Schuman por Francia, De Gasperi por Italia y Konrad Adenauer por Alemania- eran católicos, piadosos y germanohablantes. Iban juntos a misa e inspiraron la bandera europea, azul y tachonada de estrellas. Era, sin anunciarlo, una referencia directa y hoy poco conocida al velo de la Virgen María. Desde entonces, Europa ha sido discretamente cristiana.

Del mercado unificado ha surgido todo lo que hace hoy a Europa: la libre circulación de personas y mercancías, la moneda única, la solidaridad entre países ricos y pobres y, desde luego, la paz. Evidentemente, esta Europa materialista irrita a los idealistas. Quizás esta Europa ha llegado a una etapa que debe ser superada. Tal vez haya llegado el momento del idealismo, anclado en la única base material: después de la Europa de los mercados, ha llegado la hora de los Estados Unidos de Europa, o sea, una unión política basada en la defensa y la ilustración de la democracia. Es lo que acaba de proponer Emmanuel Macron, en Estrasburgo, el 9 de mayo: una comunidad política europea, que no necesariamente coincidiría con la Unión Europea actual. Sería más amplia, e incluiría, por ejemplo, a Ucrania, Moldavia, Serbia y Georgia.

Su fundamento sería no solo la economía de mercado, sino sobre todo la democracia. Nos sumamos al sueño de George Washington, pero no al de Víctor Hugo, porque esta comunidad política, no pacifista, debería disponer necesariamente de un ejército. Sin ejército, seguiría siendo un apéndice dependiente de los Estados Unidos de América y sus reuniones serían sólo académicas.

¿No deberíamos combinar esta comunidad política europea con el proyecto de Joe Biden para crear un frente unido de democracias contra autocracias? No, porque para que una comunidad funcione es indispensable cierta unidad cultural y porque Europa tiene mejor reputación en el mundo que los Estados Unidos de América. Y estos tampoco son un aliado fiable. Los europeos no abandonan a sus amigos y aliados; los estadounidenses, sí, como han demostrado desde Vietnam hasta Afganistán.

Obviamente, este proyecto europeo surge del drama ucraniano, el cual revela hasta qué punto la paz, el civismo y la prosperidad son conquistas muy recientes y frágiles, algo que habíamos olvidado. Nos veíamos amenazados por el terrorismo islámico, pero no era más que una picadura de avispa en comparación con el Ejército ruso, por no hablar de lo que China, quizá, nos tiene reservado.

Pensándolo bien, sin partidismo ni sesgo nacionalista, el llamamiento de Macron es sensato, oportuno y debe ser escuchado. Pero no lo será, me temo, o al menos, no de inmediato. Para que conste, entre el discurso de Víctor Hugo y la fundación de la Comunidad Económica en Roma por los seis países iniciales en 1957, transcurrió aproximadamente un siglo. Ahora somos 27, pero dudo que dispongamos de un siglo para aprender las lecciones de la guerra contra Ucrania y pasar de una unión económica a una unión estratégica. ABC