Guy Sorman - TORMENTA SOBRE LA DEMOCRACIA



¿Está la democracia estadounidense realmente en peligro desde el 6 de enero de 2021, cuando los partidarios de Donald Trump intentaron anular la elección de Joe Biden? En Estados Unidos, algunos en la izquierda quieren creerlo; otros en la derecha le restan importancia. Este asalto al Capitolio, que sigue estando poco claro y cuyos instigadores son esquivos, me recuerda un precedente algo olvidado en la historia de Francia. El 2 de diciembre de 1851, Luis Napoleón Bonaparte, elegido presidente de la República en 1848 en virtud de una Constitución inspirada en la de Estados Unidos, se proclamó Emperador, como lo había sido su ilustre tío, en lugar de someterse a la reelección.

Un puñado de parlamentarios republicanos trató de oponerse al golpe de Estado movilizando a los trabajadores de París; levantaron barricadas, una tradición francesa que perdura, incluso recientemente, con la llamada revuelta de los ‘chalecos amarillos’. De hecho, los trabajadores parisienses eran más bien bonapartistas y algunos alborotadores acusaron a los diputados de querer, ante todo, salvar sus dietas parlamentarias; entonces eran 25 francos diarios, el equivalente a 200 euros de hoy.

Alphonse Baudin, diputado por Ain, subió a una barricada bandera en mano, amenazó a la Guardia Nacional que la rodeaba y proclamó: «Vais a ver cómo se muere por 25 francos al día». Lo derribaron de un disparo en la frente. Con motivo del centenario de la Revolución Francesa, en 1889, su féretro fue trasladado al Panteón, donde reposa junto a otros héroes y heroínas de la historia francesa, la más reciente, Joséphine Baker, cantante, activista antirracista y miembro de la resistencia contra los nazis.

Lo que nos importa hoy es la interpelación de Baudin: cuál es el precio de la democracia, no para un parlamentario, sino para la sociedad en su conjunto. ¿Veinticinco francos? La democracia, cuya universalidad parecía adquirida después de la destrucción del Muro de Berlín en 1989 y la Primavera Árabe de 2011, está en retroceso en todas partes. Algunos ejemplos: en Rusia, Boris Yeltsin fue elegido indiscutiblemente; Putin no lo ha sido. En el mundo árabe, el único país que pareció haber pasado al campo democrático, Túnez, está volviendo a la dictadura. India, una democracia ejemplar desde su independencia, vira hacia la teocracia desde que su primer ministro fue divinizado por sus partidarios, que atacaron a musulmanes, cristianos y sijs. En China, donde en ausencia de elecciones, el presidente, después de diez años en el cargo, debía abandonar el poder, está regresando a la era maoísta del culto a la personalidad y a una presidencia vitalicia. En África, los movimientos democráticos están desapareciendo uno tras otro, con raras excepciones como Zambia y Ghana.

En la propia Europa, los líderes de Hungría y Polonia, inicialmente elegidos, están maniobrando para no irse nunca, destruyendo una a una las instituciones que son la base de toda democracia: una justicia y unos medios de comunicación independientes. Los dirigentes de la Unión Europea apenas reaccionan, aunque estos ataques a la democracia sean motivo de sanción o incluso de exclusión. ¿Y en Francia? En vísperas de una campaña presidencial, los alborotadores de extrema derecha planean, si son elegidos, dejar de respetar las leyes europeas y enviar a ciudadanos franceses de regreso a su ‘país de origen’ con el pretexto de que son musulmanes. Es verdad que los partidos republicanos y los medios de comunicación se indignan, pero sin más, y sin condenar ante los tribunales comentarios que nos devuelven al régimen de Vichy.

En Estados Unidos, más allá de la banalización del 6 de enero, hay analistas mediáticos que declaran que la vicepresidenta, Kamala Harris, no es realmente estadounidense, debido –ni que decir tiene– al color de su piel y a sus orígenes mestizos. Y hay que recordar que Donald Trump inauguró su carrera política cuestionando la ciudadanía de Barack Obama.

¿Cuál sería la alternativa a la democracia? ¿El modelo chino? Muchos grandes empresarios de Occidente creen que el régimen chino es más eficiente que la democracia de tipo occidental. Michael Bloomberg, que ha olvidado que fue alcalde de Nueva York, es uno de los portavoces de esta tesis: el Partido Comunista Chino serviría a los consumidores mejor que las democracias. El ensayista Jean-Marie Guéhenno, que fue secretario general adjunto de Naciones Unidas, imagina en su nuevo libro, ‘El primer siglo XXI’, un mundo donde el control de los datos de cada ‘ciudadano’ permitiría al Gobierno entregar productos y servicios que le harían feliz. En esta hipótesis, China, que ficha a todos sus habitantes y encarcela a los recalcitrantes, encarnaría este futuro sin democracia, que se ha vuelto superflua.

Dudo que este nuevo despotismo, iluminado por algoritmos, supere a todos los Alphonse Baudin. Baudin, en nuestro tiempo, es bielorruso, tunecino o hongkonés. Murió por menos de 25 euros al día. Arriesgó su vida por respirar el mismo aire que nosotros. Al vivir en una democracia, ya no sabemos apreciar su pureza. (ABC)