Putin, que amenaza con anexionar Ucrania después de haber recuperado Crimea e interviene en los asuntos internos de Bielorrusia y Kazajstán, es sospechoso de querer reconstituir la Unión Soviética. Sin duda, la echa de menos y nunca lo ha ocultado. Pero para comprender las ambiciones territoriales de la Rusia actual, es necesario remontarse mucho más allá de la Unión Soviética y preguntarse dónde está Rusia. ¿Cuáles son sus fronteras naturales? ¿Qué significa ser ruso?
La respuesta es vaga, porque Rusia nunca ha tenido fronteras naturales, y tampoco es una etnia. ¿Una religión? Sería olvidarse de las importantes poblaciones musulmanas, armenias y judías, que siempre han contribuido a la historia de Rusia. Alexander Solzhenitsin dedicó uno de sus libros a los judíos de Rusia, porque consideraba que su papel era histórico, esencial en la historia de su pueblo. Recordemos que la figura más impresionante del Imperio Ruso fue Catalina II; sin embargo, Catalina la Grande era de origen alemán. El más venerado de los poetas rusos, Alexander Pushkin, era negro, descendiente de un esclavo africano. En un famoso discurso de 1962, De Gaulle, entonces presidente de la República francesa, imaginó la creación de una UE desde el Atlántico hasta los Urales. De hecho, se suele ver en los Urales la frontera natural entre Europa y Asia. Pero los rusos, que son europeos y siempre se han considerado tales, ignoran los Urales, que para ellos nunca han sido una frontera. Al sur la frontera tampoco es evidente. El Mar Negro y el Cáucaso han sido durante siglos objeto de disputa entre rusos, otomanos, chechenos y georgianos.
Al oeste, ¿dónde comienza Rusia? En 1772, Catalina II se adueñó de la mitad de Polonia, gran parte de la cual permanece hoy encerrada en Ucrania y Bielorrusia. En el XIX, la expansión rusa alcanzó el Pacífico, en la misma época en que los pioneros estadounidenses llegaron a California. Pero ni el Pacífico detuvo a los rusos, que aún ocupan la isla de Sajalín, a tiro de piedra de Japón. Colonizaron Alaska. En el norte de California, muchos lugares llevan nombres rusos.
Esta Rusia, que no tiene una periferia bien definida, tampoco tiene un centro fijo; se considera que la nación rusa y su lengua nacieron en Kiev, en Ucrania. La capital se trasladó de Kiev a Moscú y luego a San Petersburgo. Rusia, en pocas palabras, es un pueblo que se desplaza continuamente. Durante siglos ha caminado hacia todos los puntos cardinales sin dejar de ser europea. Recuerdo que en la isla de Sajalín, completamente al este, por lo tanto, charlé con algunos de sus habitantes, que me explicaron que en Sajalín se estaba bien, porque allí los salarios eran altos (por los pozos de petróleo), pero, en realidad, estaba «lejos de casa». Los colonos de Sajalín acostumbran a ser enterrados «en casa» en Europa.
Al consultar la historia rusa comprobamos que el ruso avanza de frente hasta que se le detiene. Catalina II se apoderó de Polonia y Asia Central porque nadie se le resistió lo suficiente. Pero cuando los rusos intentaron colonizar Manchuria y Corea, el Imperio Japonés se interpuso, en 1895: tras terribles combates, los japoneses prevalecieron y los rusos no fueron más allá. Contaré una anécdota familiar sobre esta guerra ruso-japonesa. Un tío lejano mío fue alistado en Varsovia, entonces perteneciente a Rusia, en el Ejército del Zar, para ir a luchar contra los japoneses. Fue allí a pie, como los soldados de Napoleón; cuando llegó al frente seis meses después, la guerra había terminado. Regresó en tren, en el recién inaugurado Transiberiano.
El ruso se detiene cuando le detienen. Así fue como una coalición de otomanos, franceses y británicos les impidió llegar a Constantinopla durante la Guerra de Crimea, de 1853 a 1856. Faltó poco para que la ciudad se volviera rusa. En el Cáucaso, el Ejército ruso tuvo que enfrentarse a la resistencia de los chechenos (relatada por Tolstoi, que participó como oficial, en 1851), para que el Cáucaso se impusiera como otro límite imposible de franquear. Lo mismo sucedió, en 1969, en el río Ussuri, que separa Rusia de China; los chinos resistieron y hoy los rusos se preguntan cuándo invadirán Siberia los chinos.
Stalin dio un nuevo significado a esta incansable marcha rusa; la conquista por la ideología comunista tomó el relevo de la colonización a pie. Pero el principio seguía siendo el mismo: el ruso avanza cuando nadie lo detiene. Después de los japoneses, los turcos y los chinos, fueron los estadounidenses quienes trazaron la línea roja que debía delimitar el avance ruso; es lo que, después de la Segunda Guerra Mundial, se denominó estrategia de contención. La línea a veces era fría y en otros momentos estaba ensangrentada por los conflictos de Corea y Vietnam o las guerrillas de Angola y Nicaragua. Cuando Carter renunció de hecho a la contención, los rusos se pusieron de nuevo en marcha y se apoderaron de Etiopía y Afganistán. Le tocó a Reagan volver a trazar la línea, con éxito. Los rusos se detuvieron. Entonces, con un golpe de efecto, Yeltsin, que se había convertido en el primer presidente electo en la historia de Rusia, decidió que los rusos se habían aventurado demasiado lejos y que debían volver a casa. Yeltsin había adoptado el análisis de Solzhenitsin: «Los rusos han sido las principales víctimas de la URSS».
En 1991 el pueblo ruso estaba agotado por esta carrera sin fin, iniciada bajo el régimen de Catalina II. Putin es, por lo tanto, el heredero de la emperatriz imperialista; ciertamente subestima el agotamiento de su propio pueblo o le es indiferente. De modo que Putin avanzará mientras nadie le diga «¡alto! esta línea es infranqueable». Sin embargo, no oímos ninguna voz con autoridad, ni en la OTAN ni en Washington. Por lo tanto, Rusia avanzará, porque nosotros retrocedemos.