Porque esta es la verdad y el sabor de Chile: un mismo hombre reaccionando frente a ‘países’ diversos que son Chile y que no lo son, ya que, instintivamente, ponemos el acento nacional en uno de ellos, y según sea el que elegimos como padrón, aparece un Chile diverso y susceptible de las más variadas combinaciones. En realidad, hay tantos ‘Chiles’ como chilenos repartidos por su vasto territorio”. -Benjamín Subercaseaux, Chile o una Loca Geografía (1946, p. 263).
Treinta años
Uno de los resultados más llamativos de las transformaciones experimentadas por Chile durante los últimos 30 años es la aparición de una nueva geografía político-electoral e ideológica, que aún no termina por asentarse.
Por lo pronto, el propio léxico que usamos para describir el terreno donde se asienta la polis —nuestro país político— se ha vuelto inestable. Andamos a la caza de palabras y conceptos que nos permitan nombrar y entender los diferentes campos de fuerza y las fuerzas que en ellos disputan el poder. Las antiguas dicotomías —derecha/izquierda, burguesía/proletariado, fascismo/comunismo, estatal/privado, reformista/revolucionario, conservador/liberal y así por delante—, pilares del mapa mental del siglo XX, están mudando o desapareciendo rápidamente.
Hoy hablamos, más bien, de fachos pobres y ricos; de sectores, capas y estratos en vez de clases sociales; de fuerzas constituyentes y destituyentes; de lo líquida que se ha vuelto la realidad social y de cómo fluye en diversas direcciones, sin que haya forma de hacer vaticinios o adelantar resultados electorales.
Más se habla de revoluciones tecnológicas e industriales que de aquellas otras de carácter épico, como la revolución soviética que, justamente hace treinta años, colapsó junto con el imperio de hierro al que había dado nacimiento. Y el año 2022 se cumplirán treinta años también desde la publicación del famoso libro de Francis Fukuyama sobre el fin de la historia, donde sostenía que, junto con la victoriosa universalización de la democracia liberal occidental, la humanidad había alcanzado el punto final de su evolución ideológica, consagrando a aquella como la forma culminante de gobierno de la sociedad humana. Como está de moda decir: Fukuyama no vio venir a China ni el peso ascendente de los Asian values; tampoco a las democracias iliberales de Occidente ni a aquellas otras fallidas de varias partes del ‘tercer mundo’; ni vio tampoco levantarse la luna nueva y la estrella frente a la cultura popular norteamericana.