La memoria traumática de la expulsión sefardí, la conversión forzada, los estadios y caracteres del marranismo, las vicisitudes de los criptojudios y los derroteros dramáticos de los anusim, han configurado uno de los mayores aportes históricos a la compleja subjetividad moderna. Implicaron una escisión psíquica y una negatividad visionaria, condiciones fundamentales para esa “cultura de la extrañeza” que el filósofo Manuel Reyes Mate registró como un acceso implícito a la modernidad. Puede considerarse un exilio interior que replicó ecos históricos, y abrió el espacio propicio para una alteridad europea, renovada y de carácter humanista. El filósofo citado había advertido que la historia judía, y en especial el tenaz rechazo cristiano, que tuvo su ápice en la expulsión de 1492, guardaba una vasta “zona ciega” de la cultura, una suerte de negativo revelador de las creencias. Esa otredad que constituía el judío, el sitio ignoto del mal, retenía los irritantes sedimentos de apertura que renegaba la historia europea. Para el entusiasta epistemólogo Edgard Morin, el marranismo, que guardaba la riqueza del Otro omitido, se deslizaba excediendo por varios siglos al resplandeciente y ambiguo “Siglo de Oro” español. Morin considera “marranos” a Marx, Freud e incluso a Heinrich Heine. Nos sugiere que los saltos y rupturas epistemológicas, que habían categorizado minuciosamente Bachelard o Foucault, requieren asimismo un cambio particular en el mobiliario subjetivo que luego habitará el epistema. Lo cierto es que la idea de epistema, como un conjunto cultural que imprime la modernidad, no da cuenta de los procesos singulares de grupos e individuos. Una disposición psicológica para gestar nuevos pensamientos demanda una microhistoria de la subjetividad. Entre los rasgos de esta hospitalaria interioridad, se advierte una transformación de la distancia que media la presencia mítica y cultural con el pensamiento, del pensamiento con la palabra, y entre la palabra y su expresión material, claves que podrían escucharse como nuevos susurros entre el ser y el parecer. El cambio del vínculo expresivo entre representaciones, la transformación de signos y símbolos, fermentaría, entre otros efectos, nuevas ideologías. Por mi parte, en una investigación anterior ( “ Los fantasmas precursores”, F Yurman, Debate, Random House Mondadori,Caracas,2010) había podido advertir, en esta silente y tumultuosa metamorfosis, la específica influencia sefardí en las ideas precursoras de la Independencia en América Latina. En aquella oportunidad, repasando características coloniales y sefardíes, había considerado la importancia de la memoria traumática de la Inquisición en muchas formulaciones libertarias. En la presente ensancharé este foco, procuro señalar que un efecto de aquella expulsión, enmudecido pero vivo, como suele ocurrir con los traumas, fue también una mayor conciencia individual, una renovada reflexión política y social y un aumento cualitativo de la intimidad. Mas allá del tema americano, esta dimensión nutrió una conciencia que habría de tener su ejercicio en el siglo XVIII europeo. Se gestó una nueva identidad, replegada e implícita, pero extraordinariamente porosa y apta para los cambios culturales, técnicos y cognoscitivos heredados del Renacimiento. Este empeño requería una subjetividad que tratase de otro modo las creencias ajenas y las propias, privilegiando las convicciones racionales y permitiendo un suspenso identificatorio extremadamente fértil, una inédita soltura para dejar las esferas cognoscitivas girando libremente.
Los manifiestos de la conciencia moderna
La conciencia moderna se ha vinculado muchas veces al nacimiento de la novela moderna, a su nueva organización del tiempo narrativo, que reclama la declara