Fernando Mires - MORALIDAD NO ES MORALISMO

Un fragmento de mi libro sobre la filosofía política de Kant: EL FIN DE TODAS LAS GUERRAS, publicado originariamente por editorial LOM, Santiago de Chile, 2001



Particularmente antimaquiavélico fue Kant al formular su conocida diferencia entre dos tipos de políticos (y de política). Por un lado, el político moral. Por otro, el político moralista. "Yo me puedo imaginar un político moral, es decir uno que usa los principios de la astucia del Estado de tal modo que se puedan compatibilizar con la moral, pero no puedo pensar en un político moralista que forja la moral del modo que el hombre de Estado lo considere más conveniente" (1795, pág.314)

De acuerdo a Kant, el político moral se prueba en momentos de ruptura constitucional. En ese momento, dicho político está llamado a gobernar de acuerdo a normas de la razón y de la moral que provienen de un derecho natural no escrito, pero siempre, con el objetivo de dirigir sus actos preconstitucionales en función de un futuro orden constitucional. Más vale en ese caso, opina Kant, seguir rigiéndose por la antigua Constitución, aunque sea despótica, si es que no se tiene rápido a mano una nueva como alternativa. Incluso opina Kant que un Estado puede ser gobernado de modo republicano, aunque disponga de una Constitución todavía despótica. Luego, el político moral es el que prepara las condiciones para un mejor gobierno, aunque los fundamentos legales para ese gobierno no se encuentren todavía dados (Ibíd. pág.315)

En lo que se refiere a las relaciones políticas internacionales, Kant va todavía más lejos ya que, según él "ningún Estado puede ser exigido por otro a abandonar su constitución despótica (....) si con ello corre el peligro de ser devorado por otro Estado" (....). "En ese sentido ha de ser permitido un retardo en la introducción de ese principio (republicano) hasta una mejor oportunidad" (Ibíd. pág.316)

A través de estas reflexiones Kant muestra cuan política es su filosofía. Pues aquí nos encontramos muy lejos de cualquier rigorismo constitucional. Kant no es padre de ninguna teoría que avale el principio de la "dictadura de la Constitución". El no postulaba la introducción del republicanismo a cualquier precio, e incluso imaginaba como posibilidad, un gobierno republicano regido por un político moral, aunque sin constitución republicana. El republicanismo debe ser instaurado de acuerdo a condiciones de tiempo y lugar. En caso de guerra o de peligro externo, hay que postergar la hora republicana. Con ello Kant está revirtiendo una formulación anteriormente explicitada, a saber, que condición para la Paz Perpetua es una federación libre de estados republicanos. Ahora, en cambio, nos está diciendo, que el gobierno republicano sólo puede emerger en condiciones de paz (aunque no sea perpetua). En cualquier caso, Kant no ha incurrido en contradicción, pero sí, ha completado una idea que recién ahora es posible formular a través de la siguiente máxima: "república es condición de la paz del mismo modo que la paz es condición de república".

Por lo tanto, si el político moral es quien se comporta de modo republicano, aun en momentos no republicanos, el político moralista es todo lo contrario: en momentos republicanos, y aún sobre la base de una constitución republicana, quiere imponer una moral; su moral. Para el político moral, la moral es integrada en la Constitución. Para el moralista, la moral se encuentra por sobre la Constitución. La Constitución no es, para ese político, la instancia más alta, ni la más decisiva. Esa instancia es la moral. Y esa moral no puede ser otra que la moral del soberano. La razón de Estado maquiavélica no es sino la del estadista que habla en nombre del Estado. Por eso era, para Maquiavelo, la personalidad del príncipe el factor más decisivo en la formación del Estado moderno.

Cuando las nociones morales construídas a través de largos procesos "nosótricos" no están aseguradas por el Derecho quedan remitidas a la pura subjetividad de actores que las interpretan y formulan de acuerdo a lo que consideren más conveniente. En esas situaciones desraglamentadas surgen, evidentemente, discordancias entre la moral y la política pues tanto la una como la otra son intrepretadas subjetivamente, o como expone Kant, "no hay, objetivamente (en la teoría) ninguna discusión entre moral y política. Pero si las hay subjetivamente" (Ibíd. pág. 324).

Desde luego, ese "momento subjetivo" es imprescindible en toda formación discursiva pues si no existiera, no habría controversia, que es condición de cada discurso, o quizas el discurso mismo. Objetividad, ya lo he dicho en otros trabajos, es subjetividad colectiva y racionalmente acordada (Mires 2000 a). El peligro no lo ve por tanto Kant en el momento subjetivo, sino en que éste sea dominante en las decisiones, o lo que es igual, que cada Estado se deje guiar por decisiones desreglamentadas que al serlo tales son subjetivas y que, por lo mismo, no pueden encontrar otro signo de legitimación sino el moral. La razón subjetiva se transforma en razón de Estado, la razón de Estado en principio moral, y la moral, en la moral del estadista, instancia suprema a la que hay que apelar en los regímenes absolutos y personalistas, como hizo Maquiavelo - no tenía otra alternativa - respecto a la persona del Príncipe.

Kant, o mejor dicho su teoría política, aunque requiera de la presencia simbólica del soberano, prescinde de sus decisiones morales. El mejor de los príncipes es malo si se sobrepone al Derecho; el peor de los príncipes es bueno, si se atiene al Derecho, tanto público como internacional; así podría sintetizarse su posición frente a los gobiernos de su época.1 No se trata, por supuesto, de derrocar príncipes - Kant tenía cierta (justificada) alergia frente a las revoluciones - sino de constitucionalizarlos; o lo que es parecido: de convertir al gobernante en la máxima instancia moral, pero no en regente de la moral.

Así como ocurre con la moral, ocurre con la inteligencia. Desde luego, la política requiere de inteligencia (aunque tantos políticos insistan en probar lo contrario) y de astucia. Pero hacer depender los asuntos de gobierno de la inteligencia del estadista, es algo a lo cual Kant se opone con toda la fuerza de su filosofía, sobre todo cuando esa inteligencia lleva al gobernante a producir máximas morales destinadas a justificar alevosos actos frente a sus gobernados, o frente a otros estados. Cualquiera arbitrariedad puede ser convertida en máxima, sobre todo cuando se tiene poder para hacerlo. En este caso, la máxima pasa a ser legitimación del poder, así como el poder, sustento de la máxima. De este modo se explica porque Kant, en las páginas finales de su libro, desata una verdadera andanada filosófica en contra del "maquiavelismo político". Principios todavía considerados como virtudes entre los políticos, son negados por Kant radicalmente. Ni el fac et excusa, ni el si fecisti nega, ni el divide et impera son valores en sí, según Kant (Ibíd. págs. 317-318).

El político moralista no es moral, pues eleva su noción particular de la moral a moral universal. En lugar de hacer del cumplimiento de la Ley una obligación moral hace del cumplimiento de la moral, su moral, una obligación legal. El político moralista obliga así a regresar a la política a fases primitivas, cuando no habiendo leyes escritas, debía, la política, regirse de acuerdo a códigos morales sin más sustento que las leyes del honor. Se explica así porque la recurrencia al concepto de honor es tan frecuente entre déspotas y dictadores. El honor es norma de tiempos prepolíticos. El derecho, según Kant, es medio de regulación en tiempos políticos. Cada gobernante que pone su honor, incluso su palabra de honor sobre la Constitución, se desacredita, según Kant, tanto moral como politicamente.

El político moralista comienza justo ahí donde termina el político moral, afirma Kant. Ahí comienza también aquella "maldad" que se opone a la paz eterna - (Ibíd. pág.321) afirmación asombrosa, pero clave en la teoría kantiana, de la cual ya nos ocuparemos. Dicha "maldad" - en el fondo una regresión hacia aquella "condición natural" donde impera la violencia - se encuentra en el orígen de cada guerra. No hay guerra que no haya sido declarada justa por sus ejecutores, justicia que ha sido siempre fundamentada en términos moralistas. El moralismo, no la moral, es la base de cada guerra.

Kant no critica, por lo tanto, al político moralista su recurrencia a principios morales, sino el hecho de que los separa de la política. Política y moral no están en sí separados hasta que aparece el moralista que intenta convertir a la política en la mano ejecutora de la moral, es decir, de una instancia que se encuentra sobre, y por lo mismo, fuera, de la política. Kant: "La verdadera política no puede dar ningún paso antes de haber rendido honor a la moral, y si bien la política es un arte muy difícil, unir a la política con la moral no es ningún arte, pues ambas forman un nudo que no se puede desatar en tanto ambas (política y moral) no entren en controversia" (Ibíd. pág. 325). Sólo se puede separar aquello que está unido. Dicha separación es ejecutada por los moralistas cuando quieren hacer de la moral, la razón de la política.

Convertida la moral en razón política, y peor, de Estado, el político moralista subordina todos los medios a fines moralmente deducidos por el mismo, o por su partido o grupo. Esos fines frente a los cuales son morales todos los medios tenían en el pasado preconstitucional, un carácter religioso. Si la voluntad del monarca, o del sátrapa, u hoy, de algún ayatola, papa o pope, está avalada por Dios, el gobernante se convierte en ejecutor de la voluntad divina. Hoy todavía perviven algunos ejemplos del tiempo teocrático. La condena a muerte de Salman Ruschdie por ejemplo, no reside en que con sus "versos satánicos" hubiera atentado contra un orden constitucional, sino que contra uno supuestamente divino cuyo representante era la voz de un monje que tenía poder terrenal para hablar en nombre de Dios. Frente a la Constitución, Ruschdie podría haber apelado. La justicia de Dios, en cambio, es inapelable. Dios es un juez que no acepta abogados. Dios es el juez de un tribunal que condena pero no escucha.2

Las teocracias de la (pos)modernidad nos dan sólo una imágen pálida del poder absoluto que todavía pervivía en tiempos de Kant. Se comprende entonces porque la mayoría de los filósofos políticos de la actualidad conceden a Maquiavelo el honor de haber separado a la persona del Principe de la voluntad de Dios (Münkler 1987). El precio era alto: transferir la potestad divina al Principe. El Príncipe de Maquiavelo era el encargado de realizar la política de acuerdo a máximas deducidas de una razon de Estado que no podía ser sino la del propio Príncipe, o mejor: de los consejeros del Príncipe, esto es, de gente como Maquiavelo.

No es, sin embargo, la de Maquiavelo, una restauración del reino platónico de los filósofos Se trata más bien la suya de una construcción mediante la cual el Principe, al mismo tiempo que es personificación del poder, es también intermediario entre el saber y el poder. Pero es un saber que no viene de Dios, sino que de la Razón, que al ser del Estado, no puede ser de los súbditos. La razón de Estado está más allá del Bien y del Mal; se deduce de sí misma. El poder viene del poder pero, ¡que importante! no más de Dios.

Kant no sólo rompió entonces con la lógica de Maquiavelo, sino que también la completó. Para que el poder del Principe sea aceptado, el Principe deviene representante del pueblo soberano. Pero no se trata del poder divino del pueblo que forjaron los jacobinos (una suerte de absolutismo puesto de cabeza) sino del pueblo que se expresa a través del Derecho, depositario de una razón y moral colectiva de la cual el gobernante ha de ser su primer servidor. Con esas ideas, el contrincante de Kant más que Maquiavelo, es uno de sus indirectos continuadores a quien Kant siempre tenía presente cuando escribía sobre política. El enemigo literario de Kant, su "Maquiavelo contemporáneo" digamos, o mejor: su doble negativo, era Christian Garve, autor, entre otros textos famosos, del Tratado sobre la relación entre moral y política (1788), en el cual Garve pone la razón de Estado por sobre todas otras razones.3 Garve fue, en efecto, uno de los precursores de esas especie tan proliferante de la modernidad tardía que es el Realpolitiker; un verdadero Kissinger del siglo XVlll.

El político moral de Kant, a diferencias del político moralista de Garve, actúa en función de fines sujetos a normas y leyes. El moralista, actúa de acuerdo a un fin que genera sus propias normas y leyes. Por lo tanto, el campo de realización política del segundo no se encuentra en el presente, sino que está pospuesto hacia un supuesto futuro.

El político moralista es casi siempre visionario, utópico o profético. Por supuesto, el político moral también tiene objetivos, pero éstos no lo esperan en ninguna tierra prometida, y por lo mismo no obliga a ningún pueblo a seguirlo en un éxodo a través del tiempo. Los objetivos del político moral se van realizando de acuerdo a conflictos que se presentan de modo inentiligible y que son inteligibizados por medio de la razón y, por cierto, de la política. En cambio, para el moralista, el futuro es inteligible. En los términos de Kant, el futuro aparece como inteligibilidad apriorizada. O dicho de modo más simple: mientras para el político moral el fin se encuentra en los medios, para el moralista, el fin se encuentra no sólo después sino que antes y sobre los medios. Es por eso que el político moralista no es moral; en verdad, en nombre de la moral, de su moral, es esencialmente inmoral.

En relación a la violencia y la guerra, el político moralista las presenta como un medio con arreglo a un fin. Lo que no dice, es que su único fin es la violencia y la guerra, es decir, el reino del terror, el único que puede reinar cuando la moral ha destruído la política en nombre de la moral. "El político moralista no puede llevar a cabo una Paz Perpetua. Su paz permanece, si es que alguna vez es ocasionalmente alcanzada, marcada por la casualidad" (Malter 1996, pág.80).

El político moralista de los tiempos de Kant apoyaba su práctica de acuerdo a fines religiosos hasta Maquiavelo, y simplemente estatales, después. Todavía no se producía aquella nefasta fusión de ambos que Kant no alcanzó a conocer y que fue el totalitarismo moderno. Porque para los mentores del totalitarismo, aquella contradicción entre razón teológica y razón de Estado que Maquiavelo resolvió a favor del Estado, se convirtiría en unidad indisoluble. Es decir, el político totalitario logró la reunificación de dos términos que parecían antagónicos: la razón metafísica y la razón de Estado. Pues, tanto para Hitler como para Stalin, el reino que representaban no era de este mundo. El reino del primero, ario, y del segundo, proletario (la rima es casual, pero interesante) se encontraba prescrito en un futuro al que había que alcanzar haciendo uso de cualquier medio. La profunda inmoralidad de ambos residía en el moralismo que ostentaban; verdadera metafísica del poder. Pues ese político moralista que denuncia Kant se convertiría, en los tiempos de la modernidad tardía, en esa especie que, aún después de la era totalitaria, sigue presente en tantos lugares de la tierra. Me refiero, sin dudas, a quien fuera el héroe del siglo veinte: el político ideológico.


1 En un pié de página expone Kant su idea acerca del mejor gobierno, citando a Mallet de Pan: "dejémos a los desvaríados discutir acerca del mejor gobierno; el mejor conducido es el mejor". Y agrega Kant, esto significa: "el gobierno mejor conducido es el mejor conducido". Aaparentemente esas frases no dicen nada. Pero si se toma en cuenta que la guía de conducción de Kant es el Derecho, se entiende todo. (1795 pág. 291)

2 Claude Lefort al comentar la novela de Ruschdie afirma que el autor se siente próximo a la sociedad musulmana. Su disencia fue sólo haber introducido el principio de la duda en sus textos (Lefort, E`crire, Calman-Levy, Paris 1992 pág.54). Ahora bien; justo ahí reside "lo satánico" de Rudschie. La teocracia como el totalitarismo puede soportar los peores ataques e incluso insultos. Aquello que no pueden soportar, es la duda. Entra la duda, metódica o no, a través de las paredes teocráticas y totalitarias, y estas se vienen abajo

3 Garve, Christian Abhandlung über die Verbindung der Moral mit der Politik oder einige Betrachtungen über die Frage, inwiefern es möglich sei, die Moral des Privatslebens bei der Regierung der Staaten zu beobachten. Breslau 1788