Las palabras y los actos siempre dicen. La Revolución cubana globalizó la consigna “¡Patria o muerte! ¡Venceremos!”, que ofrecía una opción aparente: o construimos un proyecto propio o se acabó, mejor no vivir. La revolución quedó atrapada en su dicotomía y acabó igualando patria con muerte. Yotuel Romero y un grupo de músicos cubanos respondieron a esa consigna con una canción: “Ya no gritemos patria o muerte sino patria y vida / Y empezar a construir lo que soñamos / Lo que destruyeron con sus manos”.
Si patria es la herencia que legamos a las próximas generaciones es comprensible que cualquier político desee modelarla y que los grandes sucesos representen una oportunidad única para dejar su marca. Pero es extremadamente tenebroso cuando la patria se asocia a la muerte.
Varias naciones de América Latina se han vinculado con ese costado tétrico de la patria. Venezuela, Brasil, Nicaragua, México o Argentina, por ejemplo. El pésimo manejo de la pandemia —cientos de miles de muertos en unos, oscuridad informativa en otros— ha estado cruzado por el discurso patriotero de los gobernantes.