Raquel Nogueira - LA VIDA SIGUE SIENDO IMPREVISIBLE



Lo que hace que tengamos la percepción de una mayor incertidumbre ahora tiene mucho que ver con lo vertiginoso de los cambios tecnológicos que estamos viviendo, y que están afectando a todas las esferas de la vida cotidiana y cambiando las reglas del juego que habíamos aprendido en el siglo XX. Tenemos un corsé –las normas y las costumbres de todo un siglo– que se nos está quedando obsoleto mucho más rápido que la capacidad de adaptación de nuestra sociedad y mentalidad. Paradójicamente, mientras la incertidumbre al cambio avanza, la inteligencia artificial (IA) y el mundo conectado están acostumbrándonos a que todo sea cada vez más previsible. Tenemos sistemas de IA que calculan por nosotros qué carreteras coger para evitar atascos, que invierten en bolsa, que anticipan a quién es más probable que vote una persona según su perfil de Facebook… hay algoritmos que predicen los delitos, las citas de Tinder o hasta el orgasmo. Hay robots que conducen y pintan cuadros. Se están automatizando cada vez más cosas para intentar hacernos la vida más fácil. Muchos de esos avances son tremendamente beneficiosos –y el campo de la salud es uno de los mejores ejemplos, sobre todo ahora–, pero la vida continúa llena de situaciones que van a seguir siendo imprevisibles. Los humanos y nuestros dilemas no cambiamos, lo que va cambiando es la tecnología. Nunca hemos tenido tanta información disponible, y nos desconcierta descubrir lo vulnerables que somos en realidad: sigue habiendo muchísimas cosas que no controlamos ni vamos a poder controlar. Estamos perdiendo la costumbre –o la humildad– de entender que la tecnología no puede controlarlo todo, aunque tengamos la mayor capacidad de procesamiento de datos de la historia. Otra de las cuestiones que hace que tengamos más incertidumbre es que los cambios tecnológicos se están produciendo en todo el mundo a la vez y en todas las esferas de la vida: en el trabajo, las relaciones humanas, el amor, la salud… El cambio constante lleva mucho tiempo desconcertándonos, mucho antes del coronavirus. Además, tiene una diferencia con respecto a otros momentos de enorme incertidumbre, como los vividos por nuestros abuelos o en el siglo XIX: los cambios los estamos viviendo en tiempo real y tenemos una información disponible que nos desborda y que hace que seamos conscientes del cambio en sí. Esto incrementa mucho más el vértigo.

Los científicos llevaban años alertado de la posibilidad de sufrir una pandemia como la actual, pero parece que nadie estaba preparado. ¿Ocurrirá algo similar con la emergencia climática? ¿Estaremos mejor preparados para lo que nos depare el futuro cuando superemos la covid-19?

Es un momento crucial. La pandemia puede cambiar el mundo de una manera más profunda. Tal vez prestemos una mayor atención a la ciencia y a las advertencias que nos lleva tiempo haciendo; el impacto del cambio climático no va a ser sorpresa para los científicos, como no lo fue para los epidemiólogos el coronavirus. Además, los riesgos de pandemias están muy relacionados con la destrucción de ecosistemas. Y a lo largo de la historia, las pandemias han transformado a las sociedades. Por ejemplo, la peste negra en Europa, que diezmó la población a la mitad en la Edad Media, está relacionada con el shock que sufrió la gente al darse cuenta de que los avances de la medicina, de la razón y del Renacimiento se imponían a los poderes anteriores –los clérigos y los señores feudales–, que no pudieron evitar que algo tan terrible pasara. Los poderes establecidos se tambalearon. Y eso pasa también con la gripe del 1918, que mató a más personas que la Primera y la Segunda Guerra Mundial juntas. Esa pandemia marcó al siglo XX y supuso una enorme inversión y avance científico y de la medicina tal y como la conocemos. Quiero pensar que entre tanto horror que nos trae la covid y entre las muchas cosas que van a cambiar, empezaremos a escuchar más las advertencias en el plano científico y a entender la importancia de prevenir catástrofes en el medio-largo plazo. Hay un desincentivo para los políticos y los gestores que están al frente de las organizaciones y de los países: la importancia de prevenir riesgos catastróficos a medio-largo plazo. Pero lo que nos pase en 2050 sí incumbe a los que están al mando hoy. Esto es algo que con la pandemia queda mucho más claro. Hace falta que la opinión pública lo entienda, porque si no, no va a aceptar que se gaste dinero público para algo que puede pasar o no. Ahora sí entendemos que merece la pena invertir en algo que puede ser devastador y que no es una amenaza que se emita por legislaturas. Por eso hay que cambiar el chip. Hay enormes amenazas en el horizonte, y el peligro del cambio climático es evidente. Se necesita una confianza en la ciencia y en la gestión en el medio y largo plazo para enfrentarnos a él:
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