La pandemia de Covid-19 es un desastre mayor de lo que dan a entender las estadísticas. En Europa y Estados Unidos las muertes se cuentan por centenares de miles y los enfermos por millones. Es terrible, pero la opinión pública se está acostumbrando, como si se tratara de un desastre natural y temporal. En verdad el desastre es aún peor: hay muchos pacientes a los que no se ha hecho el test y que, por tanto, no figuran en las estadísticas, y también son innumerables las muertes que pasan desapercibidas en las estadísticas. Las cifras oficiales no tienen en cuenta las familias destruidas definitivamente, las que no se formarán, los niños que no nacerán o quedarán huérfanos y los falsos curados que padecerán toda su vida secuelas físicas, sobre todo respiratorias, y psicológicas. Seis meses después de su aparente recuperación, tres cuartas partes de las víctimas manifiestan síntomas duraderos.
Al balance subestimado de la pandemia hay que sumar todas las víctimas de las enfermedades que no han sido tratadas, de operaciones quirúrgicas aplazadas porque los hospitales están llenos y los médicos, desbordados. A este desastroso balance sanitario, hay que añadir ..