Fernando Mires - ARTE

 



La pregunta ¿qué es el arte? pertenece a la categoría que he titulado: “preguntas que cada vez se pueden responder de un modo diferente”. Pregunta que me sigue desde los tiempos de juventud universitaria, cuando sumando copa y copa intentábamos responderla entre amigos, como si en esa respuesta se nos fuera la vida. Entre ellos había algunos artistas (poetas, pintores) quienes del mismo modo como a los enamorados no importa la definición del amor, eran a quienes menos importaba la definición del arte. Pero uno, racionalista contumaz, educado en los cánones de la lógica formal, de la supuesta objetividad, de la disciplina metódica y otras cosas que - ahora sé – sirven más bien para entorpecer el arte de pensar, la pregunta, al no poder ser definida de una vez por todas, ha permanecido abierta durante todo el curso de mi vida.

Y anoche (28.12.2020), mientras en la televisión veía, la para unos críticos decepcionante, las para otros, grandiosa película de Florian Henckel von Donnesmarck, Werk ohne Autor (obra sin autor) la pregunta volvió a punzar, esta vez con cierta insistencia. Porque, dejando de lado la opinión de las críticos, la película-mamut de Henckel (tres horas de duración) pasó volando ante mi vista, seña de que, de acuerdo a mi cinemetrómetro personal, me gustó demasiado.

Para no ahondar en detalles Obra sin autor me gustó en primer lugar por una razón política: la lucha permanente entre la opresión y la libertad. En segundo lugar, por una razón erótica: las mujeres claves del film, las dos Elizabeth(s) la tía (Saskia Rosendahl) y la esposa (Paula Beer), son bellísimas. En tercer lugar por una razón teológica: la radical contradicción entre el bien y el mal. Y en cuarto lugar, una razón filosófica, pues el film ostenta sus fragmentos frente mi pregunta permanente: ¿qué es el arte?

En cualquier caso, nobleza obliga, entiendo perfectamente a los críticos que no gustaron de la película. No hay nada más personal que el gusto pues el gusto es lo que a uno y no a otro, gusta (no necesito citar a Kant que más o menos dice lo mismo) Y a uno gusta lo que tiene que ver con la vida de uno y no con la de otro. Todo gusto es biográfico (esto no lo dijo Kant) O como expresa la trillada frase: en cuestión de gustos no hay nada escrito. Nadie puede mandarme a gustar de algo que no me gusta ni, mucho menos, amar a quien que no amo.

Pero vamos al grano. El film consta de tres partes implícitas: 1. El arte bajo el régimen nazi y su “teoría del arte degenerado”, categoría que incluía a lo más excelso del arte contemporáneo. 2. El arte bajo la dominación soviética-staliniana, llamado “realismo” socialista”, mamotreto ideológico destinado a exaltar al proletariado y a la lucha de clases y 3. la pérdida de la noción del arte en la Alemania Occidental y su reencuentro por el pintor Kurt Barnert (Tom Schilling). Las tres partes imbricadas, no contrapuestas sino, como una pintura de Barnert, indeterminadas: la una conteniendo a la otra.

La maldad radical del nazismo ha sido expuestas ya muchas veces, pero vista desde la vida cotidiana de un niño, pocas. La sustitución de la dictadura nazi por la dictadura comunista nos fue revelada intensamente, y en sus más íntimos recovecos, por el mismo Henckel, cuya La Vida de los Otros es un clásico en la historiografía del cine. Más decisivo será el encuentro del pintor con la realidad de Alemania Occidental donde el arte ya había dejado de realizarse bajo el imperio de las religiones y de las ideologías.

El arte, por primera vez en su ya larga historia, había obtenido su libertad. Desde ese momento el dilema será otro: ¿qué hacer con esa libertad? La pregunta no es ociosa: no solo los artistas, muchas personas no saben que hacer con la libertad cuando llegan a ser libres. Libres, hasta el punto de que el profesor de arte de Berlín, Antonius van Verten, exige a sus alumnos que no le muestren sus pinturas, que cada uno siga el dictado de sí mismo, que cada uno haga lo que quiera.

A primera vista pareciera que estamos presenciando escenas de manicomio. La pintura ha sido degradada a una feroz competencia destinada a demostrar quien es más original que el otro en una singular empresa para aniquilar todo lo que hasta ahora habíamos entendido por arte. Kurt. por momentos, se divierte como un niño realizando trabajos sin sentido. No obstante es quizás el único que presiente el sentido de lo que a primera vista no tiene sentido. Un día, en medio de una clase asombra al profesor con una deducción. Nombra una cantidad determinada de números, todos sin orden, al puro azar. Y después pregunta ¿y si estos números se convirtieran en el numero de la lotería? Entonces, los números adquirirían un sentido. El profesor entiende, calla y suspende la clase. Era exactamente lo que él intentaba comunicar, ya no había nada más que decir. Las cosas en sí no tienen sentido, pero enlazadas entre sí pueden alcanzar un sentido inesperado.

El sentido de la obra no está antes de la obra sino durante la obra, presintió el joven pintor. El arte es el sentido del arte. El arte es la búsqueda del objeto del arte, no un encuentro. Para poner sobre sus pies la famosa frase que Picasso puso de cabeza, “yo no busco, yo encuentro”, Kurt parece decirnos “yo no encuentro, yo busco”. ¿Qué es lo que busca?

¿Qué es lo que buscaba el profesor en sus obras, cuando desde un tarro arrojaba porciones de grasa frente a un lienzo? Quienes lo veían movían la cabeza, o reían. La mayoría pensaba que el profesor intentaba comunicar que la función del arte consiste en deconstruir al arte. Muchas pinturas, algunas piezas musicales con sus sonidos sin ton ni son, poemas donde las palabras no juntan ni pegan, parecen corroborar esa actitud. Y, sin embargo, por lo menos el profesor, aparentemente el más radical de todos los personajes, no pensaba lo mismo .

La revelación la obtuvo el joven pintor cuando su profesor pidió que le mostrara sus trabajos. Al echarles un solo vistazo se mostró decepcionado: figuras ingeniosas, múltiples colores y algunas cosas “bonitas”. Fue ahí cuando soltó la pregunta airada: ¿Dónde estás tú ahí? Entonces decidió revelar a Kurt el misterio de sus obras hechas con grasa amontonada.

Abrevio: durante la guerra mundial, el avión en el que iba el bombardero, el mismo profesor, fue derribado. Quedó yaciendo, agonizando sobre la nieve, con el cráneo destrozado. Fue encontrado por campesinos tártaros, nómadas. Lo llevaron a una choza y ahí le curaron la cabeza con grasa y fieltro. Meses transcurrieron, todos los días alguien echando grasa sobre su cabeza, los mismos campesinos que el profesor iba a bombardear. Grasa y fieltro, nada más. - Sin esa grasa y esos fieltros yo habría muerto - dijo el profesor. Esa grasa que arrojo sobre el lienzo es una obra de arte. Gracias a esa grasa estoy vivo. Esa grasa soy yo. ¿Dónde estás tú en tus pinturas? El pintor calló. Entendió. Quemó todas sus pinturas. Decidió comenzar de nuevo.

Definitivamente, para el profesor no era un arte el que moría sino un arte el que nacía: la búsqueda de la vida en uno mismo. El yo de cada uno expresado en la materia, en los sonidos, en el verso. Y si otros seres se encuentran a sí mismos en esas obras sin autor, tanto mejor. El arte es un medio de la libertad, y cuando no expresa la exigencia de liberarse de los otros - pienso en los artistas cubanos de San Isidro – el imperativo es liberarse de uno mismo, de los traumas, de los muertos, de los monstruos. El arte es enloquecer durante algunos momentos para no volverse loco para siempre.


Algunas palabras sobre el film:
el argumento está basado en la autobiografía del pintor alemán Gerhard Richter. Los tres momentos del film narran primero la niñez de Kurt (Kai Cohrs) durante el periodo nazi donde fue testigo de la tragedia de su algo excéntrica tía Elizabeth, víctima de los planes eutanásicos de Hitler, ejecutados por quien iba a ser su futuro suegro en la RDA, el médico nazi Carl Seeband (Sebastian Koch). Durante la dominación comunista, Kurt, dedicado al arte socialista – no había otro - perfeccionó su técnica pictórica. El padre de Kurt, un ex maestro de escuela, fue obligado por el régimen a fregar escaleras. No soportando su triste destino, se suicidó.

En Berlín Occidental, Kurt encontraría al arte y a través del arte, a sí mismo. Final feliz que no soportan algunos críticos para quienes una obra solo puede ser maestra cuando termina de modo desgraciado. Los detalles de la filmación, la recepción de la película entre la crítica especializada, el reparto estelar, y otros detalles, puede buscarlos el lector en Wikipedia. Yo no se lo voy a contar.


Como espectador, debo confesar, quedé feliz. No solo por el final sino porque logré acercarme, si bien no a una definición del arte, unos centímetros más a la realidad del arte. El film, en cierto modo, me corroboró una tesis que he venido mascullando. Esa tesis dice que no existe el arte sub-real ni sobre-real: todo arte es real, tan real como la película de Henckel. El tema es por lo tanto ¿a qué espacios de la realidad accede el arte?¿A la realidad trascripta con esmero? ¿a la realidad copiada desde nuestros sentidos? ¿o a la realidad interna, la de nuestro yo, ese yo que sin ese arte no lograríamos encontrar?

Beethoven dijo que la música expresa lo que no podemos decir con palabras. Hölderlin en su poesía afirmó en cambio, que su tarea era llegar a expresar con palabras lo que no podemos decir con esas mismas palabras. A su modo Hölderlin quería llegar con sus versos adonde no llegaban sus íntimos amigos filósofos, Hegel y Shelling. Hölderlin caería en la locura; probablemente había traspasado los límites de la realidad que imponen las palabras y, al hacerlo, calló, y calló para siempre.

Buscando la realidad que está detrás de la realidad, los artistas son a veces más realistas que las personas que llamamos realistas. O para decirlo de modo platónico, hay artistas que con su arte van más allá de las apariencias de las cosas y navegan hacia una realidad externa a nuestros sentidos, de nuestros pensamientos e ideas. Nunca lo lograrán. Pues la belleza que busca el arte es la belleza de la verdad y el reino de esa verdad no es de este mundo.

Todo lo verdadero es bueno” dijo la bella tía Elizabeth, desnuda frente al niño Kurt. Puede que no sea así: la verdad es a veces cruel. Pero todo lo que es verdadero, es bello. No poder alcanzar esa belleza total es también nuestro fracaso. Es también el fracaso del arte, pero a la vez, su grandeza.

Kurt por lo menos logró encontrarse consigo mismo, con ese “yo” negado por dos dictaduras implacables. Su pintura se convirtió, en sentido literal, en una búsqueda. Sirviéndose de la realidad “objetiva”, fue transponiendo fotos, recreándolas en sus pinturas, creando una dimensión de diversos tiempos en rostros y figuras que se contienen entre sí de modo recíproco. Terminada sus pinturas, las cubría con rayas en forma de rejas, dejando ver, no la imagen, solo su nebulosidad, tal como asoman los recuerdos en cada uno. No avanzó más allá. A su manera, era consciente de que para los mortales hay realidades que son inaccesibles.

Puede ser que en las rayas temblorosas que traza por primera vez un niño sobre una hoja de papel, esté contenida la verdad final que busca cada artista. El problema es que, artistas y no artistas, la hemos olvidado. El arte es un medio para recordar aquello que existía antes de que llegáramos a vivir a este mundo. Mientras más cerca estamos, y mientras menos la vemos, más real es la realidad. Esa realidad es una obra sin autor.


Trailer: Obra sin Autor https://www.youtube.com/watch?v=k3c8OsyTm30