Los por muchos no esperados resultados de las elecciones presidenciales dejan, independientemente a favoritismos que apasionan tanto a bolivianos como a quienes desde lejos siguen el interesante proceso político del andino país – un saldo positivo.
El país, un año después de los acontecimientos que derivaron en las movilizaciones sociales surgidas del segundo fraude llevado a cabo por Evo Morales y Alvaro García Linera (el primero fue la violación del plebiscito de 2016 que negó la reelección presidencial) ha recuperado la senda política mediante el único instrumento al que puede acceder el pueblo ciudadano: el voto. En eso hay consenso unánime: los comicios fueron limpios, transparentes y la participación electoral, aún pese a la pandemia, fue masiva.
El temprano reconocimiento del triunfo de Luis Arce (52%) por la presidenta Janine Áñez y las felicitaciones de Luis Almagro a Arce en nombre de la OEA, más la absoluta imparcialidad del cuerpo militar, demuestran claramente que la solidez democrática de Bolivia - gracias o pese a Evo Morales, sobre eso habría mucho que discutir – ha alcanzado un grado superior a la de varios de sus vecinos latinoamericanos.
¿Cuáles son las razones que a primera vista explican el triunfo de Arce? Si partimos de la premisa de que los éxitos políticos no siempre ocurren por méritos propios sino también por errores cometidos en el campo adversario, podríamos deducir que la principal razón del resultado electoral fue la imposibilidad de las dos oposiciones para unirse en torno a una plataforma programática única. En tal sentido el argumento de que la oposición habría perdido igual si hubiera ido unida dado que Arce superó el 50%, no es válido. Las elecciones no son como las matemáticas.
Cuando una oposición va desunida, los electores se preguntan si vale la pena votar por ella. Si va unida, y en torno a un programa común, los votos se multiplican. En ese punto cabría indagar si la división opositora fue un error estratégico o simplemente obedece al hecho de que las dos no solo son diferentes sino antagónicas entre sí. En efecto, la contradicción política dominante en la mayoría de los países latinoamericanos y, por supuesto, también en Bolivia, no es la que se da entre una derecha unida y una izquierda unida, sino entre dos derechas y dos izquierdas.
La imposibilidad de formar un frente electoral, a sabiendas que si no lo hacían podían ser descalificados en la primera vuelta, demostró que las diferencias entre los contingentes de Luis Fernando Camacho (Creemos) y los de Carlos Mesa (Comunidad Ciudadana) son superiores a las que ambos mantienen frente a las fuerzas del MAS. Por otra parte, tampoco es un secreto que al interior del MAS hay una disputa entre dos izquierdas: una ideológica, radical, étnicista y socialmente fundamentalista, y otra pragmática, reformista, abierta a las demandas de nuevas clases medias emergidas durante el mismo periodo de Evo Morales. En términos ultra simples, se trataría de una contradicción ya congénita: la que se da entre una izquierda bolchevique y una izquierda socialdemócrata.
¿A cuál de ambas izquierdas pertenece Luis Arce? No lo sabemos todavía, aunque hay signos de que, con algo de optimismo, podríase verse un poco inclinado hacia la segunda.
Las dos oposiciones no solo no pudieron unirse, tampoco pudieron lograr formular un mensaje positivo, un proyecto de país opuesto al de Evo Morales quien, mal que mal, pese a la corrupción, al mal manejo de fondos públicos y a sus arbitrariedades, ofrece un saldo numérico positivo. Las cifras hablan por sí solas. Durante el periodo Morales el producto interno bruto aumentó de nueve mil a cuarenta mil millones de dólares, y el ingreso per cápita logró ser triplicado: Un milagro económico “a la boliviana”.
Evidentemente, Luis Arce, en su calidad de ministro de economía de Evo, capitalizó los números en términos políticos, sobre todo entre los sectores medios emergentes impulsados por el proceso de modernización que ha tenido lugar durante la era Morales. La oposición en cambio, no tenía nada, o muy poco que ofrecer. ¿Para qué cambiar un modelo que hasta ahora había funcionado por otro que nadie sabe como funcionará? Ese fue quizás un razonamiento colectivo que coadyuvó al triunfo de Arce.
De Arce, no de Evo. Vale la pena recalcarlo. Y no sólo por el hecho de que sin fraudes Arce obtuvo una mayor votación que la de Evo con fraudes, sino porque demostró con su pausada retórica y con sus concreta ofertas, poseer un perfil político propio y distinto al presidente cocalero. El segundo error de la oposición, sobre todo en la derecha extrema, fue aún más grande: confundió al evismo con el masismo. Sobre este segundo error cabe hacer algunas precisiones.
A diferencia de otros gobiernos llamados populistas, el de Evo no era tan personalista como a primera vista parece. De hecho, el suyo era el gobierno del MAS. ¿Y qué es el MAS? Más que un partido, un tejido social que se extiende hasta las raíces de la nación, una articulación política que integra a sindicatos obreros, a comunidades campesinas e indígenas y a sectores políticos-ideológicos de la antigua izquierda. En cierto modo el MAS es la continuación moderna del MNR de Paz Estenssoro y de Siles Zuazo. Sus equivalentes latinoamericanos del pasado, son el aprismo peruano o el PRI mexicano. En fin, un movimiento social muy organizado, extenso y profundo que ha contribuido, se quiera o no, a dar forma política a la actual Bolivia.
En otras palabras, el MAS no depende de un caudillo como por ejemplo el PSUV dependía de Chávez. O para decirlo de modo algo placativo: Evo no puede existir sin el MAS, pero el MAS puede existir sin Evo. El enemigo a combatir por ambas candidaturas era, por lo tanto, el MAS, no Evo. Al MAS, sin embargo, no se podía combatir sin lesionar las organización social del pueblo boliviano.
Tanto Áñez cuando fue candidata, tanto Camacho y en menor medida Mesa, iniciaron una furiosa cruzada en contra de Evo - su vida sexual fue el principal blanco de ataque – y en contra de lo que ellos imaginaban era el evismo. Por mientras, Arce movilizaba a las bases del MAS y estas continuaban haciendo un trabajo político de topo, hasta alcanzar a las comunidades más alejadas de las urbes, allí donde no hay encuestas ni encuestadores. En esa errada campaña, la ultraderecha boliviana se mostró tal cual es: caudillista, pendenciera, clasista, incluso racista y, por si fuera poco, enarbolando una simbología religiosa correspondiente a la Bolivia militarista y oligárquica del siglo XX.
Luis Fernando Camacho, quizás sin darse cuenta, quebró toda posibilidad de unidad electoral opositora. Su verbo agresivo, su fanatismo religioso, su regionalismo radical, sus peleas contra otros caudillos como Marco Pumani, lo llevaron a ensanchar las de por sí enormes diferencias que lo separaban de la candidatura de Mesa. La impresión final, dicho en síntesis, es que esa oposición, ni aún unida habría dado garantías de gobernabilidad. Así se explica por qué sectores sociales que en el pasado nunca habían sido evistas ni masistas fueron inclinándose poco a poco a favor de Luis Arce, un hombre no mesiánico pero, comparado con Evo, sumamente sobrio.
¿Qué camino tomará Luis Arce? ¿Se convertirá en la simple sombra de Evo? ¿Un personaje que repetirá el rol jugado por Héctor José Campora en Argentina cuando candidateó en nombre de Perón solo para facilitar el regreso triunfal del mitológico caudillo? (su lema era, “Cámpora al gobierno y Perón al poder”) ¿O se desligará de Evo como hizo Lenin Moreno con Rafael Correa en Ecuador? ¿O buscará una vía intermedia? Nadie lo sabe. Lo único seguro es que Arce continuará la línea y el programa del MAS: socialmente inclusivo, ideológicamente socialista, políticamente corporativista, económicamente capitalista.
Desde el punto de vista internacional, el triunfo de Arce no deja de tener cierta importancia. Como todo presidente boliviano, reclamará a Chile una salida al mar (eso está programado). Por otro lado, aumentará el espectro de los gobiernos de “izquierda” en América Latina, pero esta vez sin el furor del fenecido socialismo del siglo XXl iniciado una vez por Chávez. Lo más probable es que no reconocerá al “gobierno” de Guaidó en Venezuela lo que en sí no tiene ninguna importancia pues ese “gobierno” nunca ha existido. Pero siguiendo la ruta de su colega argentino Alberto Fernández y, a diferencias de Evo, tampoco cerrará muy estrechas filas alrededor del impresentable Maduro. Y no olvidemos, si Biden y no Trump llega a asumir el gobierno en los EE UU, Arce deberá suavizar un tanto la retórica antimperialista de la cual profitaba Evo gracias a Trump.
Más de lo dicho no podemos adelantar por el momento. Sería temerario. El futuro es siempre una puerta abierta hacia la oscuridad.