Eugenio Tironi - EL IMBUNCHISMO


Dicen que en “El obsceno pájaro de la noche” José Donoso buscó representar la historia de Chile a través de la figura del “imbunche”, que se remonta a la mitología mapuche. Se trata de un ser raro, deforme, contrahecho; un “collage” en el que no se reconocen sexo, etnia, clase; un monstruo que llega a provocar el horror a sus propios padres. El retiro del diez por ciento de los fondos de pensiones tiene mucho de esto.

Si el 18-O ha quedado consignado como el “estallido”, el 30 de julio (30-J) debiera quedar patentado como el “aluvión”. En cosa de horas, cinco millones y medio de cotizantes elevaron la solicitud para hacerse de un dinero que el Congreso les ha dicho que es suyo y que lo pueden usar a su amaño. Lo curioso es que a la cabeza de la iniciativa estuvieron políticos que abogan por que los recursos previsionales pasen desde las cuentas individuales a una bolsa común. Pero la cosa no quedó aquí: de inmediato, las mismas voces que advertían que este acto conduciría a una catástrofe económica se levantaron para decir que no sería para tanto e, incluso, que traería beneficios, mientras el mercado se activaba con ofertas de consumo, inversión o ahorro dirigidas a capturar los recursos que pasaron de las AFP a los bolsillos de los afiliados. Así, no sería extraño que la experiencia de estos días refuerce el rechazo a la colectivización y estatización de los fondos de pensiones. Ni que el sistema de capitalización individual manejado por privados salga redimido, sobre todo si los recursos se entregan con más eficacia que las cajas de alimentos.

El retiro del diez por ciento, en suma, podría volver a los chilenos más capitalistas e individualistas, no menos. Lo que confirmaría la proverbial astucia y adaptabilidad del capitalismo, cualidades que lo llevaron a derrotar al socialismo y levantarse como horizonte ideal de los pueblos que aspiraban a eliminarlo de la faz de la tierra. Como canta Rubén Blades, “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay, Dios”.

Otro imbunche es el cambio de gabinete y el proceso que lo precipitó.

Un gobierno que ha defendido a ultranza el papel del Tribunal Constitucional no se atreve a recurrir a él cuando estima que una ley aprobada por el Congreso vulnera la Carta Fundamental, porque teme el sentido y las consecuencias de su fallo. Parlamentarios oficialistas que recelan la inestabilidad institucional que produciría una Convención Constituyente se alzaron contra su propio gobierno y se plegaron a sus colegas de oposición para forzar la reforma constitucional que posibilitó el retiro del diez por ciento. Un Presidente de la República que denuncia la arremetida del “parlamentarismo de facto” termina formando un gabinete con líderes parlamentarios, distribuyendo milimétricamente los cargos para satisfacer a partidos y facciones internas de su coalición.

¿Había otra alternativa? Ya no. Con una coalición oficialista desangrándose, con una oposición embravecida ante el sorpresivo apoyo conseguido en las filas adversarias, con un Presidente en el piso de su popularidad y con desafíos gigantes en los ámbitos sanitario, socioeconómico y de orden público, una crisis de gobernanza podría estar a la vuelta de la esquina. Para detener la hemorragia había que restablecer la unidad en el oficialismo a cualquier precio. El nuevo elenco, con la rudeza y pragmatismo que dan años en los tira y afloja parlamentarios, parece adecuado a este objetivo, siempre que actúe con autonomía.

Pero esto no acaba aquí. Somos testigos, en todos los ámbitos, de cómo las teorías y modelos que proveían una lectura de las cosas racional, unívoca y predecible, estallan como lo hacen todas las fantasías. La realidad es más oscura, ambigua, mestiza, mutante, indomesticable, como ese imbunche en el que José Donoso creyó encontrar el porfiado hilo de nuestra historia.