(Alrededor de los libros)
Motivado por los comentarios a la novela “A lo lejos” (“In the Distance”) de Hernán Díaz - escritor nacido en Argentina, socializado en Suecia y culturizado en los EE UU - y naturalmente por los premios que ella ha obtenido en el concierto literario- pensé que sería una ideal lectura para estos días confinados que vivimos.
En cuanto a las distinciones, ninguna objeción: se trata de una gran
novela y Díaz en esa, su primera incursión novelística, reveló
ser un tremendo escritor. Pero en cuanto a la amenidad prometida por
los expertos, debo manifestar mi enfática opinión. Claro que es un
libro ameno pero no solo es eso. Es mucho más: es una novela
profundamente metafísica.
No sé si leí una novela distinta a la que leyó la mayoría de la crítica literaria, a saber: un “redescubrimiento“ del western, un Tarantino hecho prosa, una serie de aventuras violentas. Por cierto, esos ingredientes existen, pero no son ejes centrales sino simples accesorios de un largo viaje que Håkan (el Halcón) comienza en California y termina en Alaska.
En cierto modo Hernán Díaz procedió como una vez lo hiciera Joseph Conrad, pero exactamente al revés. Mientras “El Corazón de las
Tinieblas” nos lleva a un mundo siniestro, el viaje emprendido por
Håkan a lo largo de los EE UU conduce al descubrimiento del ser
ontológico que precede a toda civilización o cultura. Pienso
entonces en que la mayoría de la crítica literaria ha confundido al
argumento de la novela con su escenario. Quizás la culpa la tenga la
propia capacidad literaria de Díaz. Sus descripciones de paisajes
son acuciosas, su amor por el detalle es inocultable.
Todo lo que hemos consumido en cientos de westerns, filmados o
leídos, está ahí: la pradera, el desierto, las caravanas, los
indios, los cuatreros, los tramperos, los búfalos, los balazos, el calor infernal,
el frío aterrador, los salones de juego, la quimera del oro, la
posibilidad de morir a cada paso y el imperativo de matar para seguir
viviendo.
Pero insisto, ese solo es el contorno de Håkan. Pues Håkan no es
un héroe. Ni siquiera es un bienhechor. Håkan es solo un
sobreviviente que avanza, un ser que busca su destino, una existencia
en permanente fuga, la soledad del humano frente a sí mismo y los
demás, un hombre librado a su suerte: a la contingencia pura.
Håkan es la representación de una vida que lucha en contra de la
muerte, un hombre que quiere vivir y no morir. Todas estas son características entregadas en imágenes pintadas por palabras.
Innegable en este caso la influencia ejercida por la cinematografía
en la literatura de Díaz quien, como otros destacados autores de
nuestro tiempo (pienso en la también argentina Mariana Enriquez),
nos devuelve imágenes que, como si fueran películas, son
proyectadas hacia el interior de nuestra mente. En mi caso personal
no pude sino rememorar pasajes del film de González Iñarritu, “The Revenant”, y aunque según la descripción de Díaz, Håkan
es muy distinto a Leonardo di Caprio, “lo veía” a veces
muy parecido al laureado actor.
Sobre el amor apasionado surgido entre el cine y la literatura hay
mucho escrito. Pero, pese al poderío de las imágenes que nos
entrega Díaz, la razón sobredeterminante de la novela no la
encontramos en una imagen sino en una revelación la que como tal
solo puede ser expresada con palabras. De esa revelación Håkan será
solo un portador. Se trata de una revelación científica y
filosófica actuando como símbolo de la historia de los orígenes
del ser humano. Esa revelación fue entregada a Håkan por un
científico que le salvó la vida.
John Lorrimer, el científico, recorría las llanuras y las montañas en busca de la prueba final de su teoría: la de la sustancia primaria que dio origen a la vida humana.
La tesis de Lorrimer no
podía ser más radical: “Dios no creó al hombre, pero sí creó
algo que después se convirtió en el hombre”. Una criatura que no
se asemejaba en nada a lo que somos pero que ha dejado huellas en
nuestra espina dorsal. Así, para Lorrimer, “Adán fue una gelatina
pasiva y translúcida, un grumo de médula”. Pero, y este es el
punto, a diferencias de Darwin, Lorrimer afirmaba que en esa gelatina
estaba no solo la potencia sino la esencia del hombre, vale decir, la
de un pensamiento que todavía no encontraba a su cerebro.
“Todas las especies (humanas) brotaron originariamente de un
sencillo ganglio cerebral”. Eso quiere decir, según Lorrimer, que
“nos hemos desarrollado a partir de un ser informe e inteligente”.
Un ser – parece frase heideggeriana – que precede a su
existencia. No un dios, pero sí un ser que proviene de Dios. Luego,
el pensamiento es anterior a toda forma de existencia. El pensamiento
genera su cerebro y el cerebro genera su cuerpo. Un ganglio que
gracias a su inteligencia forjó los materiales que habrían de
convertirse en su armazón y luego, gracias a esa estructura pensante originaria, modeló a su propia anatomía,
Lorrimer dedujo que
todos seguimos siendo partes de una misma unidad orgánica forjada
por una sustancia inteligente. Los que de ella venimos, somos uno, y
ese uno es inmortal.
La muerte de cada uno no es más que la renovación de las células de esa sustancia orgánica que somos todos en uno. Cada fracción infinitesimal de nuestro cuerpo quiere vivir y para no morir debe defenderse. No somos hijos de Caín, esa es una conclusión, sino seres formados por infinitos caínes orgánicos. Seguir vivo es un imperativo: un fin en sí.
Håkan había matado en defensa propia. El
hecho de matar lo convirtió en leyenda o mito, pero también hizo
que él viviera su vida como expiación de su propio “pecado
original”. Sin embargo, gracias a Lorrimer, logró la absolución
de su pecado. Después de su redención, Håkan
será otro. Su comportamiento posterior fue el del ser que
simplemente vive para no morir. El objetivo de su vida, llegar a
Nueva York y encontrar a su hermano Linus, no pudo ser cumplido y
Håkan sabía en el fondo que nunca lo iba
a cumplir. Por lo menos en esta vida, no. Pero gracias a su objetivo
había logrado mantener en alto sus deseos de vivir.
¿Cuál era su
secreto? Nada menos que el siguiente: No es la vida la que crea sus
objetivos sino los objetivos a la vida.
Nueva York no era para Håkan una ciudad: era nada menos que la
Tierra Prometida, esa que todos llevamos en el fondo de nuestros
corazones, esa que a través de un éxodo que no es sino nuestra vida,
jamás alcanzaremos. Al final de la novela Håkan, ya viejo, lo supo.
Fue entonces cuando comenzó a caminar en otra dirección, desde
Alaska hacia Suecia, pero buscando esta vez no a su destino, sino a
sus orígenes.
Después de haber terminado de leer “A lo lejos” no pude apartar
una pregunta: ¿me habría impresionado tanto esta grandiosa novela
si no la hubiera leído en días surcados por una pandemia
inexplicable que obliga, quiera uno o no, a confrontarse con el
sentido de la vida?
Ante a esa pregunta, no tengo respuesta.
Nota: Hernán Díaz nació en Buenos Aires en 1973 y, en la
actualidad, trabaja en la Universidad de Columbia.
Es el autor
del estudio de teoría literaria “Borges, entre la historia y
la eternidad” (2012) y es el editor de una revista académica
dentro del Hispanic Institute de la propia universidad. Sus cuentos y
ensayos han aparecido en medios como The New York Times, Playboy,
Granta o The Paris Review. Su primera novela “A
lo lejos” (2018; Impedimenta, 2020) fue galardonada con el
Saroyan International Prize, el Cabell Award, el Prix Page America y
el New American Voices Award, entre otros, además de ser incluida
entre los mejores diez libros del año según el Publishers
Weekly. La obra también resultó finalista del Premio
PEN/Faulkner a la mejor ficción y del Premio Pulitzer de 2018 por
“su rechazo de las convenciones del género de la novela histórica,
su análisis de los estereotipos que pueblan nuestro pasado y su
retrato de la alteridad extrema”. Vive en Nueva York.