Sin confrontación no hay política. Sin
dialogo tampoco.
El diálogo es la puesta de la confrontación
en forma política. Por eso hay que diferenciar entre diálogos
informales y formales. Los primeros ocurren casi siempre, aún en
condiciones no políticas como son las determinadas por autocracias y
dictaduras. Los segundos, más ceremoniales, son los que culminan en
un acuerdo entre dos fuerzas antagónicas. Podríamos llamarlos
diálogos-negociaciones.
Joaquín Villalobos, un salvadoreño que no
solo aprendió a negociar en libros, en uno de sus últimos de
sus varios artículos sobre negociaciones en Venezuela, los
caracteriza así:“Las negociaciones no son entre amigos sino entre
enemigos que no se reconocen política y moralmente. Por lo mismo no
parten de la confianza sino de la desconfianza“ (El País, 05.07.
2020)
La negociación, vista así, no es punto de
partida sino de llegada. Suele aparecer bajo dos condiciones: que una
fuerza haya derrotado a otra o que exista un empate que, sin la
existencia de negociaciones, puede terminar con la destrucción de
ambas. En otras palabras, un diálogo formal, o negociación, no es
un fin en sí. Es un instrumento de lucha. O si se quiere: la
continuación de la confrontación por otros medios.
Quien pone como objetivo una negociación sin
tener con qué negociar, o va derecho a la capitulación o solo
intenta usar las negociaciones para llevarlas al fracaso. De ahí
que, antes de proponer una negociación hay que conocer muy bien el
capital político con que se cuenta, tanto en su cantidad como en su
calidad. Una fuerza política que no está en condiciones de
representar a grandes contingentes sociales, o cuyas filas están
diezmadas, desmoralizadas y divididas, estaría en muy malas
condiciones para emprender una vía negociadora. Ni con generales sin
regimientos, ni con caciques sin tribus, puede haber buenas
negociaciones.
En el caso concreto de la oposición venezolana
a la que se refiere Villalobos, hay que tener en cuenta que en estos
momentos no existe una dirección única en condiciones de
representar a la oposición como conjunto. Hay que partir entonces
del hecho objetivo de que se trata de una oposición que sufre una
profunda crisis hegemónica, vale decir, de una que no ha resuelto el
tema de su estrategia política ni en sus medios ni en sus fines.
Peor aún: dentro de esa oposición hay dos
líneas transversales, las que se excluyen entre sí. La primera levanta una línea
insurreccional (fin de la usurpación) y la segunda una línea en
defensa de la constitución. La primera es ofensiva, privilegia el
acto heroico y el uso de la violencia, apuesta a golpes de estado y a
intervenciones extranjeras. La segunda, más bien defensiva, pone el
acento en la conquista de espacios democráticos, en los medios
pacíficos y en la lucha por elecciones libres y soberanas, esto es,
en todos los terrenos donde el gobierno es más débil que fuerte.
Frente a ambas oposiciones -quizás está de
más decirlo- el gobierno de Maduro no siente ninguna necesidad de
negociar. Solo lo hará cuando se vea realmente amenazado por alguna
de ellas y de eso, quiera uno o no, se está muy lejos. De tal manera
que para enfrentar a la autocracia gubernamental, la primera tarea no
pasa por una negociación sino por resolver el tema de la hegemonía
política al interior de la oposición. O dicho con más crudeza: si
esa oposición va a continuar siendo representada por un grupo de
extremistas aventureros cuyos fracasos han sido insistentemente
demostrados, o retoma esa línea política que la llevó a conquistar
la AN el año 2015.
Vista así, la línea fundamental que separa a
la oposición no es entre partidarios y enemigos del diálogo sino
entre militaristas y constitucionalistas. Algunos sectores de estos
últimos ponen. sin embargo, el acento en el diálogo-negociación y
no en la constitucionalización de la política.
¿Habrá
que repetirlo? El diálogo-negociación no es en sí una línea
política sino el resultado de una línea política que puede
incluirlo o excluirlo. Hay ejemplos de lado y lado. Walesa en Polonia
dialogó con el general Jaruzelzki para impedir una invasión
soviética. Ni Aylwin ni Lagos en Chile dialogaron con Pinochet.
Simplemente lo derrotaron con la Constitución en la mano.
Insistir en una negociación sin tener
capital político puede llegar a ser tan absurdo como insistir en el
fin de una usurpación sin tener un capital militar.
En el caso venezolano todo
parece indicar que un diálogo-negociación
pasa por la redefinición
de la oposición, proceso que a su vez, hay que aceptarlo, deberá pasar por
ineludibles rupturas. Dicho
aun más claro:
ha llegado el momento en que la parte democrática de la oposición
deberá separarse de su parte no-democrática. Los diálogos,
si es que son necesarios, vendrán después.
Cada cosa tiene su tiempo, cada política tiene su momento.
Como reza el Eclesiastés
(3) Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo
que se hace bajo el cielo:
un
tiempo para nacer,y un tiempo para morir; un tiempo para plantar, y
un tiempo para cosechar
(….)
Traducido
al idioma político podría decirse: hay un tiempo para unir y
otro para separar; hay un tiempo para confrontar
y
otro para dialogar.
Equivocarse
de tiempo, sea en la guerra como en la política, suele ser fatal.