Fernando Mires - ALEMANIA DESPUÉS DE MERKEL: UNA DISTOPÍA




















El punto que une a las utopías con las distopías es que ambas tienen como objeto el futuro. La diferencia es que las distopías son negativas y las utopías, cuando no son positivas, son idílicas. Hay, además, otra diferencia: las distopías tienen, de hecho han tenido, más posibilidades de imponerse sobre la realidad que las llamadas utopías. La razón es simple: mientras las utopías son deseos -individuales o colectivos- las distopías surgen de miedos no deseados pero sí situados en condiciones precisas y visibles. En breve: mientras las utopías imaginan un futuro, las distopías lo proyectan. ¿Desde dónde? Desde la realidad del presente, naturalmente.

Las distopías proyectan tendencias existentes sobre la base de miedos reales. Una de las más recientes distopías, recordemos, fue la construida por Michel Huoelevecq en su muy comentada novela Sumisión. Allí el escandaloso escritor francés no inventó nada. Todo lo contrario: partió de la observación derivada de la existencia de una población creciente que proviene de los países islámicos. De modo que puede ser posible (puede, no debe) que Francia se convierta en algún momento en un país cuya cultura directriz tenga características islámicas y, más todavía, que esa cultura impregne a la política hasta tal punto que el islamismo pueda llegar a acceder al poder. Pues bien, el mismo procedimiento fue seguido por la brillante autora alemana Juli Zeh al escribir su novela Leere Herzen (Corazones vacíos). Pero en lugar del islamismo, quienes asumen el poder en Alemania son los nacional-populistas, o la ultraderecha, o los neo-fascistas (son todo eso a la vez) es decir, la Afd, organización a la que Zeh encubre bajo el pseudónimo BBB.

Cuando Zeh escribió su novela en 2017, el fin de la era Merkel se veía -obvio- más lejos que en nuestros días. Por eso leerla en el 2020, cuando el tiempo post-Merkel comienza a anunciarse, fue una experiencia -sino literaria, política- muy interesante. Además, alarmante. Las tendencias constatadas por Zeh tres años atrás han comenzado a cristalizar. Punto a favor de la escritora.

Desde los tiempos de Helmuth Kohl no había tenido lugar una crisis política de tal magnitud en un tiempo tan breve. Como es sabido, en las elecciones internas de Turingia, el candidato liberal Thomas Kemmerich fue elegido con la ayuda de AfD, hecho que rompió un tabú: el de nunca hacer alianzas con la extrema derecha. Así fue como los partidos decidieron a nivel nacional la renuncia de Kemmerich hecho que desencadenó una verdadera carambola hasta el punto que la presidenta de la CDU, Annegret Karrenbauer, se vio en la necesidad de renunciar al puesto y con ello a sus aspiraciones para ser nombrada jefa de gobierno. Evidentemente, la que ha tenido lugar ha sido una rebelión interna en contra de la línea política de Angela Merkel.

Los cuatro candidatos a la dirección de la CDU tienen puntos comunes. En primer lugar, son hombres. En segundo, están ligados al mundo de la economía. En tercero, dos de ellos, sobre todo el con mayores probabilidades de ser elegido, Friedrich Merz (enemigo total de Merkel) cuenta con la aprobación de AfD, de modo que una segunda ruptura del tabú -una futura alianza entre el ala más conservadora de la CDU y AfD- ya no aparece como imposible en el horizonte.

Pero la crisis no termina ahí. Viene lo peor: La solución más viable al caso Turingia era convocar a nuevas elecciones. Pero en un momento los dirigentes políticos se dieron cuenta que, de acuerdo a todas las probabilidades, la CDU sería reducida a un grupúsculo, la SPD continuaría su ritmo descendente, FDP desaparecería del mapa y solo la Linke y los Verdes conservarían posiciones. La AfD en cambio, experimentaría un notable crecimiento. De tal manera que ahora los partidos políticos están haciendo todas las maromas posibles para que no haya elecciones, hecho que provoca un desencanto muy grande entre la ciudadanía y sus partidos tradicionales. O sea: con elecciones o sin elecciones, gana AfD.

Turingia está mostrando a escala provincial una tendencia que puede convertirse en nacional, y esa es: reducción del centro político y fuerte crecimiento de los extremos, sobre todo, del extremo derecho. La distopía de la novelista Zeh, queramos o no, se está cumpliendo. La entrada al gobierno de la AfD ya no es una imposibilidad absoluta.

Interesante es que la distopía de Juli Zeh no asoma con caracteres apocalípticos. La entrada de AfD al poder no tiene nada que ver con las pinturas izquierdistas relativas a un retorno del nazismo. En Corazones Fríos no hay cruces esvásticas, ni progrom, ni antisemitismo declarado, ni líderes hitlerianos, ni persecución a los extranjeros residentes. Ni siquiera hay un cambio radical de la política internacional dominada por Trump, Putin y una gran cantidad de naciones “Exit”. Y todo es así porque Zeh ha captado que AfD aparte de su demagógica manipulación de los miedos sociales, no tiene ninguna política. El peligro, luego, lo ve Zeh no en un cambio de política sino en la despolitización radical de la sociedad alemana

En otras palabras, la entrada de AfD al gobierno no ha ocurrido como resultado de su política sino de un vacío de política producido por la implosión de los tres partidos que conformaron el eje tradicional del país: los socialdemócratas, los liberales y los socialcristianos, vale decir, los partidos del pacto social y de la sociedad industrial.

Más allá de que AfD intente hacer política simbólica prohibiendo burkas que nadie usa, cerrando restaurantes turcos no rentables, sustituyendo el arcaico federalismo, o limitando la importación de cerveza no alemana (¡!) solo unos pocos nostálgicos recuerdan los tiempos de Merkel, descubriendo que en ellos eran felices sin darse cuenta, cuando había debates y discusiones parlamentarias, valores y derechos, causas por las cuales luchar, en fin, política. El ocaso de la razón política ha permitido en cambio la entrada en gloria y majestad de la -desde Weber a Habermas- tan temida hegemonía de la razón instrumental, a saber, la empresarización de la vida cotidiana, la digitalización de las costumbres, un mundo donde vivir no es existir sino funcionar. Con sumo ingenio, Zeh ilustra la nueva realidad con encuestas. Entre ellas una en donde personas al ser preguntadas si estarían dispuestas a cambiar el derecho a voto por una lavadora automática, 60% se manifestaron de acuerdo y un 15% indecisos. En síntesis: bajo el gobierno formal de AfD (o BBB) comienza, según Zeh, el periodo pospolítico de Alemania.

La heroína central de la novela, la psicoterapeuta Brita, comenzó su vida profesional con el loable propósito de ayudar a pacientes en avanzado estado de depresión. Muy pronto se daría cuenta de la enorme cantidad de personas con predisposición suicida que acudían a su consultorio. En el hecho, 10.000 suicidios anuales de los cuales 75% eran cometidos por hombres. Junto a su estrecho colaborador informático de origen irakí, Babak, descubrió Brita un vacío en el mercado: la producción de mártires, vale decir, personas que no buscaban el sentido de la vida sino el sentido de la muerte, seres que no querían morir como desesperados sino al servicio de una causa superior.

La demanda de mártires terroristas no era poca. Ella provenía de organizaciones nacionalistas, independentistas, ecologistas, islamistas, fascistas. Fue así como Brita y Babak crearon una agencia con el emblemático nombre de El Puente (Die Brücke) En realidad se trataba de un puente entre la oferta de suicidas y la demanda terrorista.

El Puente era una empresa que funcionaba con criterios similares a las inmobiliarias o a las agencias matrimoniales. En su buena conciencia, Brita y Babak imaginaban que, al mismo tiempo que se hacían millonarios, prestaban un gran servicio social. Gracias a ellos el terrorismo ya no sería ejecutado por anarquistas enloquecidos, sino por seres seleccionados en una rigurosa escala de 1-12, en condiciones de efectuar actos de terror de modo sistemático sin causar muchas víctimas colaterales.

Pero como hablar más sobre el tema sería contar el argumento del libro -algo que suelen hacer los malos críticos literarios- nos detendremos aquí. Cabe solo reiterar que todos los elementos que dan forma a la novela se encuentran potencialmente dados durante los días del merkelismo. No se trata de que la persona de Merkel, a pesar de sus grandes dotes políticas y su rol de “madre de la nación” - jugado sin proponérselo- sean los causantes del abismo político que se avecina, no solo en Alemania sino también en los EE UU de Trump y en la mayoría de los países europeos. Más bien ocurre lo contrario: el vacío de política, con la consiguiente disgregación de la condición ciudadana, ha cerrado la posibilidad del aparecimiento de un “merkelismo sin Merkel”.

Usando un tono más bien cínico, Juli Zeh hace un llamado a salvar los valores de nuestro tiempo, entre otros, los que solo pueden surgir de esa intensa comunicación discursiva que se deriva de los usos políticos. Sobre los méritos literarios del libro no nos pronunciaremos. Algunos críticos puramente literarios han indicado que Corazones Fríos yace bajo el nivel de otras obras de la autora, entre ellas, su magistral Unterleuten. Desde el punto de vista político, en cambio, no podemos sino afirmar que se trata de un libro imprescindible, sobre todo para aquellos que vemos como esa luz que una vez llegó de Atenas (Arendt), la luz de la democracia, comienza si no a apagarse, a languidecer bajo las ruinas de la modernidad pre-digital.

Terminaré este artículo hablando en primera persona: si yo estuviera en ejercicio docente, incluiría la novela Corazones Vacíos en una bigliografía para estudiantes de Ciencias Políticas. O quizás dirigiría un seminario titulado Distopías en donde serían analizados diversos textos literarios, desde el 1984 de Orwell, pasando por Sumisión de Huoelevecq, hasta llegar a Corazones Vacíos de Zeh.

Pero como ese ya no es el caso, me limito solo a escribir este artículo.