Una de las
ventajas de no ser crítico literario y escribir sobre literatura es
que uno elige lo que quiere leer en lugar de tener que leer lo último
que aparecerá en vitrinas. Además Terra Alta me llegó a las
manos con recomendaciones. Las necesitaba porque a pesar de que
Javier Cercas me ha convencido siempre de su talento, estaba algo
saturado con la idea de seguir dándole vueltas y vueltas al eterno
tema de las sombras que dejó la Guerra Civil española, no detrás,
sino delante de sí. Este no es el caso –me dijeron – es un
simple thriller.
Y, efectivamente, cumple
con todos los requisitos de un simple trhiller. Pero es más que un
trhiller. Mucho
más. Es una historia de
amores, de odios, de venganza, de libros, de redenciones.
Me
explico: alguien a quien le matan los dos amores más grandes de su
vida solo puede sentir odio y como correlato un infinito deseo de
venganza, deseo que explicado en un libro que marcó la vida de
Melchor Marín – “Los
Miserables” de Victor Hugo – lo lleva a redimirse
hasta el punto de que el
hijo de la puta – nacido
en Saint Roc, una ciudad obrera limítrofe con Barcelona-
experimentó
en sí una metamorfosis
que transformó
al
despiadado delincuente que
era, en el
eficaz y valiente policía que
llegó a ser.
El
libro relata y a la vez explica como un
hijo de puta, en sentido
literal, dejó de ser un hijo de puta -en sentido no literal-. No
todos los hijos de puta son hijos de puta es una de la conclusiones
que deja Terra
Alta.
No
es un simple trhiller,
es un gran trhiller
y por eso, más que un trhiller. De los trhiller conserva el suspenso
y esa lucha entre el bien y el mal que hace de cada gran
trhiller una novela metafísica. Pero además, el de Cercas, es un
libro sobre libros. Si hubiera llevado como título “Elogio a la
literatura” nadie podría haber dicho
nada en
contra. Pues desde ese encuentro casi
fortuito de Melchor con
“Los Miserables” de
Victor Hugo, surgió la
inevitable identificación con el héroe central, Jean Valjean, lo
que indujo a Melchor a preguntarse sobre los
destinos
de la vida y, por cierto, a identificarse con el personaje. Algo que
por lo demás hacemos
todos sin darnos cuenta
cuando leemos buenas
novelas:
identificarnos con
alguien.
Las
buenas novelas tienen esa
particularidad: la de identificarnos con seres
diferentes a nosotros, la
de cruzarnos con otras vidas, la de llevarnos
a preguntas sin respuestas
que obligan a leer otro y otro libro
más, sin darnos cuenta
que, después de haber leído un libro ya no somos los mismos de
antes, de modo que, si leemos
un libro ya leído, lo leemos de un modo muy distinto a como lo
leímos la primera vez. Así sucedía a Melchor con Los Miserables.
Hasta
el punto que, ya en su fase de madurez profesional, deja
de identificarse con Jean
Valjean para comenzar
a hacerlo
con el representante de la
justicia:
el inspector Javert. De
modo que, sin
darse cuenta, Melchor estaba dejando atrás su deseo de venganza para
transformarlo
en algo que a veces confundimos con la venganza: el deseo de
justicia.
La
tercera fase aparecerá recién
en las páginas finales de
la novela cuando Melchor descubre
que la justicia, siendo un bien deseable, no siempre es realizable,
por lo menos no en este mundo. Descubre por lo tanto Melchor,
que no toda justicia
reside en el cumplimiento de la legalidad pues llega un momento en
que nos enfrentamos a la
evidencia de que si lo
legal es siempre justo, lo justo no
siempre es legal. Vale
decir: en términos novelados, y
sin que el lector se de
cuenta, Cercas nos lleva a una de las más complejas controversias
que han tenido y tienen
lugar entre los estudiosos
de la filosofía del
derecho. La de la primacía
del derecho legal sobre el natural o la del natural sobre
el legal. Sin citar a Kant
(si
hay un nombre que debe quedar fuera de toda
novela, ese
debe ser el de Kant)
Melchor opta por una salida kantiana, la de no apresar a un criminal
pues sus actos fueron
llevados por la lucha en
contra del Mal, representado en la figura de un
empresario asesinado:
Francisco Adell,
acaudalado propietario de
la firma Gráficas Adell,
imperio industrial,
comercial y financiero, con asiento en Terra Alta.
Pero esa
salida la toma Melchor en
conocimiento de que lo ha hecho en
inconformidad con la ley,
transgresión solo posible para quienes conocen a la ley, tanto en su
letra como en su espíritu.
La
deducción del policía Melchor fue,
al parecer,
la siguiente: el derecho
natural solo nos es revelado cuando conocemos el derecho post-natural
(o constitucional). En
cierto modo la ley sigue ejerciendo primacía. Aunque no más allá
de ella. El potentado
Armengol hizo asesinar al
matrimonio Adell por venganza, y esa venganza hizo, a
la vez, justicia. El
criminal Armengol - así
lo entendió Melchor - actuó
en representación simbólica de todos aquellos que viven su vida
clamando venganza por una injusticia. Entre
ellos, el mismo Melchor.
Todo
esto,
por supuesto, son deducciones mías,
vale decir, las de un lector identificado con otros textos y otros
mundos diferentes a los del propio
autor. Con lo cual sería
confirmada una de mis tesis – digamos mejor, una
de mis sospechas- la de
que nunca un
mismo libro, leído por dos o más personas, será el mismo libro.
Sospecha que confirma Melchor cuando confiesa a Olga que no
le gustan
las películas sobre libros, no porque sean malas, sino porque nunca
serán iguales a las
que uno mismo se ha hecho al leer el libro. Y así es: al leer una
novela construimos imágenes que tienen que ver con experiencias
diferentes a las de otros
lectores, incluyendo
aquellas de las que no somos conscientes.
Olga.
Olga y Melchor. Melchor y Olga. Pocas veces he leído una historia
de amor tejida de modo tan
fino,
donde instantes, gestos, sonrisas, pliegues y palabras - palabras
espontáneas y palabras de libros - configuran
una relación intensa entre un hombre y una mujer. Relación que se
da a partir de los libros – Olga era bibliotecaria- en
conversaciones sobre los libros y a través
de cada palabra, nace y crece un deseo que los llevará más allá,
mucho más allá de
los libros.
La
finura narrativa de Cercas emerge en ese don de pocos, el de saber
captar instantáneas que revelan las esencias de
la vida: en este caso, la
de un amor que nace a través de las palabras leídas y dichas,
espiritual en el cuerpo,
corporal en las almas. Un
amor que redime, sostiene
y salva. Un amor tan
grande que hace olvidar a Melchor sus odios. “Odiar es como
beberse un vaso de veneno creyendo que vas a matar a quien odias”:
fueron palabras de Olga.
Un amor que,
además, duele. No voy a contar el porqué.
Cierto,
de las novelas de Cercas esta es tal vez la menos política, pero
Cercas no sería Cercas si no dejara transcurrir en la narración
ráfagas de esa Cataluña
profunda que no logra encontrarse consigo
misma después de las heridas que dejó
la guerra. Menos en ese
ese espacio geográfico
donde tuvo lugar la
batalla del Ebro, más sangrienta no pudo ser. Entonces asoman,
de modo menos imperceptible que en sus
novelas anteriores, los
fantasmas que acosan a Cataluña
y por ende,
al mismo Cercas.
Viejos
que después de ochenta años
no saben sino hablar de la guerra pero sin nombrar razones, causas o
consecuencias. O
esos
otros jóvenes
que callan, como si allí nunca hubiera pasado nada. Dos formas de
eludir un pasado que siempre vive, incluso hoy, en las tumultuosas
calles de Barcelona, donde muchos imaginan luchar en nombre de la
independencia de una
nación que nunca ha sido nación, cuando
en el fondo lo hacen por
algo que no saben que es: por
una historia que no pueden
ni quieren entender. Un
daño
horrible que hicieron Franco y el franquismo a toda España,
incluyendo a Cataluña.
Rastros de esas heridas permanecen escondidos pero no invisibles en
zonas provincianas como
Terra Alta, “donde nunca pasa nada” pero donde está todo.
Acoplamiento
de relaciones basadas en
el trabajo servil con
empresas muy internacionales, gente que trabaja en condiciones
pre-capitalistas a cambio de salarios de hambre,
aires de costumbres liberales coexistiendo con penumbrosas
relaciones eclesiásticas
(Opus Dei), grandes y
modernos empresarios que son a la vez patriarcas medievales. Una
España con un pie en el pasado y otro en el futuro y entre ambos
pies, un
espacio
indefinido por donde
surcan indescifrables telarañas.
Telarañas:
ese es precisamente el título de uno de los últimos artículos
políticos de Javier Cercas. Quizás, cuando
lo escribió, pensaba en
Terra Alta. O al revés: cuando pensaba en Terra Alta pensaba en esas
telarañas que impiden a Cataluña liberarse del pasado. Un pasado
que continuará viviendo más allá de los muchos muertos y de los
pocos vivos que restan. Y
también – o sobre todo
- en esas iracundas
generaciones de jóvenes
actuales,
herederos de relatos inconclusos, confusos y atormentados. Como
los de Terra Alta.