Quien
primero habló en el Banquete fue según Platón el joven Fedro. Como
era lógico esperar, Fedro comenzó haciendo loas a Eros, afirmando
que Eros es un Gran Dios, que es muy admirado y bla bla blá. Parecía
que Fedro iba a hacer un discurso formal, hasta que, al exponer las
razones de la admiración que Eros provocaba, dijo que éstas se
encontraban en su origen, pues de todos los dioses Eros es el más
viejo. Solamente haber dicho eso justificaba su discurso.
El
más antiguo de los dioses
Prueba
de la radical longevidad de Eros, dijo Fedro, es que “Eros no
tiene padres”, o por lo menos no se le conocen. Luego, Eros al ser
el más antiguo y al no tener padres, es él y no otro, creador de
todo lo bueno. Esto significa que aunque Fedro no hubiese dicho nada
más que lo que dijo –y dijo mucho más- habría dicho más que
demasiado, pues con esa afirmación, Fedro se estaba acercando a la
que ya era la religión de los judíos, la que afirmaba entre otras
cosas, que Dios, creador del cielo y de la tierra es el Dios de todo,
y porque está por sobre todo (no tiene padres) proviene de él lo
mejor de la vida que para los griegos (y quizás también para
nosotros) es el amor. Tiene en ese sentido razón quien llegaría a
ser el Papa Benedicto XVl, Joseph Ratzinger, cuando en una de sus más
conocidas tesis teológicas, afirmó que la cristiandad judía no
sólo proviene de la filosofía griega, sino que a la inversa, la
filosofía griega había ya recibido el soplo que viene de la
divinidad cultivada por los judíos o, en las palabras de Ratzinger
ya había tenido lugar en el nivel del pensamiento, una“alianza
entre Atenas y Jerusalén”.1
Ahora, afirmar que Eros nació sin padres, nos puede llevar a dos
deducciones diferentes que no necesariamente se excluyen.
La
primera deducción dice que Eros, al no tener padres, viene de sí
mismo, y luego, está antes que todo y antes que nadie. Por
consiguiente, Eros es todopoderoso porque es eterno e infinito. La
segunda deducción en cambio, permite afirmar lo contrario: que Eros
al no tener padres, es un huérfano, y que, como no hay en este mundo
nada más débil que un huérfano, Eros no puede también ser sino un
Dios débil, o por lo menos frágil. Si aceptamos luego, que ambas
deducciones no se excluyen, habría que decir que Eros puede ser
todopoderoso y a la vez débil. Depende entonces donde y como Eros se
hace presente.
Si
Eros está en todas partes, está también en el ala de una mariposa,
y si analizamos esa ala, es extraordinariamente débil; tanto, que
puede deshacerse al sólo contacto de nuestros dedos. Pero, si esa
ala se pone en movimiento, eleva la mariposa su vuelo hacia la luz
del cielo, con lo cual esa débil ala se muestra mucho más poderosa
que todas las propiedades humanas. Pues si Eros es Dios, y para Fedro
lo es, Dios se representa en las cosas de este mundo, las que son
frágiles y poderosas al mismo tiempo. La débil representación de
Dios se hace presente en la constitución orgánica del ala de la
mariposa. La fuerte representación de Dios se hace presente en el
vuelo del ala. Dios cuando se hace presente en las cosas débiles, es
débil. Cuando lo hace en las cosas fuertes, es fuerte. Dios se
representa ante ti no como El es, sino que como tú eres.
Decir
que Eros no tiene padres tiene enormes consecuencias, pues eso
significa afirmar que el Dios del amor se encuentra antes, por sobre,
y después de los cuerpos mortales, quienes, al hacer el amor, no lo
inventan, sino que simplemente lo invocan. El Dios del amor, estaría
así antes que la Teta, antes que el Ano, antes que el Falo, órganos
que deificados en distintos momentos de nuestra vida, no son más que
precarios agentes sustitutivos, o significantes denominativos de un
amor que los precede, los supera y los contiene, afirmación que por
cierto no disgustaría a Lacan.
Pero
Fedro insinúa algo más, y es lo siguiente: Si de acuerdo al
conjunto de la filosofía griega (y de la revelación cristiana según
San Juan) la idea (la lógica, la palabra, el verbo) precede a “la
cosa”, significa que la palabra del Amor precede a su propia
existencia, de tal modo que el amor al ser invocado, cobra vida, pues
el mismo amor es la palabra que sólo aparece cuando es pronunciada
(invocada, evocada, rezada, solicitada), es decir, el amor es la idea
hecha palabra, la que aparece como respuesta a una demanda, o como
una oferta que proviene de “otra parte” diferente a aquella donde
estamos situados.
Fedro, probablemente no se dio cuenta de las profundas consecuencias que tenía aquello que había dicho al suponer a Eros como un hijo sin padres. Más todavía: si sacamos otra conclusión del estado de orfandad de Eros, habría que decir que en la medida que lo invocamos, invocamos de paso su orfandad, a donde habría que agregar, que la entrada del Dios del Amor en nuestros cuerpos, nos convierte en huérfanos, pues nos libera de nuestros padres (más bien, de sus imágenes). Y ahí recién puede comenzar a entenderse porque Jesús, quien también a su modo viene de los griegos, cuando sintió la posesión de todo su cuerpo por el amor del Dios del Amor, negó a su madre como madre (aunque no como “mujer”). Eros precede no sólo al falo, no sólo al ano, sino que también, como ya se dijo, a la propia madre-teta, significantes momentáneos del significado del amor, significado que nos está vedado conocer, sólo intuir a través de sus débiles representaciones materiales y, por cierto, de las palabras, de las que pronunciamos, y de las que callamos. Así dijo Fedro:
“Pues,
en efecto, la norma que debe guiar durante toda la vida a los hombres
que tengan la intención de vivir honestamente, ni los parientes, ni
los honores, ni la riqueza, ni ninguna otra cosa son capaces de
inculcarla en el ánimo tan bien como el amor (p.19)”
Las
virtudes del amor
Eros,
el Dios del amor es, según Fedro, exclusivo y excluyente. Cuando
Eros nos toca a través de sus representaciones, no deja lugar para
ningún otro Dios. Por lo tanto, el sacrificio que entregamos a
Dios-Eros, mide la fuerza de su entrada en nosotros. Si estamos
dispuestos a sacrificar un ídolo, un becerro, un automóvil, una
parte de nuestras riquezas, a Eros, demostramos la intensidad o la
poquedad, la grandeza o la miseria de nuestro amor. El dinero - esa
es una ocurrencia de Levinás 2-
puede ser también una buena medida del amor.
¿Cuánto
estaríamos dispuestos a perder a cambio del amor que nos entrega el
Eros? ¿Es el amor que sentimos parcial o total? Así nos explicamos
porque Jesús le dijo al rico que se desposeyera de sus riquezas si
es que quería entrar al reino de los cielos, frase que hizo creer a
más de algún teólogo de la liberación que Jesús era algo así
como un reformador social, lo que por lo demás nunca quiso ser, pues
si así lo hubiera querido, lo hubiera dicho; pero nunca lo dijo.
Hay,
en efecto, quienes han entregado todo lo que tienen por el amor a
algo o a alguien. Santos y mártires; también amantes, son no sólo
personajes literarios. Incluso en la crónica de los periódicos, y
en los tangos, podemos encontrar casos de amantes que han sido
esquilmados, y hasta el último centavo, por sus amadas o amados. El
gran Santos Discépolo documenta uno de esos casos en uno de sus más
clásicos tangos
Por
ser bueno me pusiste en la miseria
Me
dejaste en la pellejera y me afanaste hasta el colchón
En
seis meses me comiste el mercadito
La
casita de la feria, la ranchera y el mostrador
(“Chorra”)
Hay
quienes incluso que, por amor, ya sea a Dios o a alguna de sus
creaciones, han entregado su propia vida. Suicidios y asesinatos por
amor son el pan de cada día, y parece que eso ocurría aún entre
los muy racionales atenienses, pues de otra manera Fedro no lo
hubiese constatado. En esa ruta, Fedro, entusiasmado por las fuerzas
creativas que nos son introyectadas al ser contactados por la luz
erótica, olvidó mencionar que esas fuerzas, cuando no encuentran el
objeto elegido -e incluso cuando lo encuentran, pues ese objeto se
niega a ser sólo un objeto, sino que también quiere ser un sujeto-
pueden transformarse, las eróticas, en fuerzas tremendamente
destructivas.
Morir
por algo o por alguien que se ama es por lo demás algo muy frecuente
en todos los tiempos de la historia. Suele suceder que la entrada del
Eros en el cuerpo, produce una posesión que a uno lo desposee de sí
mismo, desposesión que en casos extremos puede llegar al propio
abandono del “sí mismo”, cuya expresión más radical es el
suicidio. Dicho en el lenguaje de Freud, padre espiritual de Lacan,
se produce, mediante la relación erótica, una ocupación (en
algunos casos, una usurpación) libidinosa del Yo. Por esa razón,
Freud, maestro de las diferencias, siempre diferenciaba el amor de lo
que el llamaba enamoramiento.
El
enamoramiento, es en muchos casos, sólo la fase inicial del amor,
que es cuando un determinado ser descubre a otro y quiere convertirse
en el sujeto del otro, quien debe convertirse por lo mismo, en un
objeto (es decir, en un predicado del sujeto). Ese objeto, es un
objeto elegido, y por lo mismo es idealizado, es decir, para seguir
hablando con Freud,corresponde más bien al Ideal del Yo que al Yo
Ideal.3
El objeto, es idealizado de modo extremo, pues, según Lacan lo que
busca el sujeto para ser sujeto no lo encontrará nunca en el objeto,
predicado, encontrado o elegido. De ahí que el enamoramiento
concluye siempre en la fase de la desilusión, la que, si el Yo no es
suficientemente maduro (consistente) para resistirla, puede llevar a
ese Yo a ser agresivo consigo mismo, o con el objeto que una vez ese
Yo eligió.
Lo
cierto es que los seres humanos al ser ero(idio)tizados en las fases
iniciales del proceso amoroso, pierden el contacto con otros objetos
que no sean aquellos que simboliza su amor, hecho que cada uno, más
o menos, puede comprobar revisando detalles de su propia biografía.
Para el bueno de Fedro, ese abandonarse a sí mismo, era una muestra
de la nobleza del alma humana. Efectivamente, puede serlo, pero no
porque sí, sino que digamos, por causa del objeto amado.
Hay
objetos nobles, y hay otros que no lo son tanto.
Arriesgar
la vida por la mujer o por el hombre, o por cualquier prójimo que se
ama, es algo digno de elogio. Pero el objeto no es neutral, olvidó
decir Fedro. Pues no es lo mismo lanzarse al agua torrentosa,
sabiendo apenas nadar, a fin de salvar la vida de un hijo ahogándose,
que dar la vida, como hicieron muchos imbéciles por Hitler. En
cierta medida, cambiando un poco el sentido del proverbio, podría
afirmarse aquello de “díme a quien amas y te diré quien eres”,
un proverbio al que Lacan habría sometido a un buen análisis. Y es
evidente, como no hay objeto amado sin sujeto amante, el objeto que
elige el deseo del uno, es el deseo al otro y, además, al Otro (el
Gran Desconocido de Lacan.
Se trata de un objeto que sólo intermedia el verdadero objeto que
persigue ese deseo, objeto que a veces está más allá de nuestra
propia vida, lo que significa que en el proceso que lleva al
cumplimiento de su goce de vida, el deseo puede querer intentar pasar
a través del propio umbral de la muerte, hasta llegar a situarse
después de ella, en “otra vida”. Pero tan lejos no va Fedro. El
no era Sócrates, que de todos los filósofos griegos, con cierta
exclusión del, en ese entonces, muy joven Platón, era el único que
estaba en contacto con aquella realidad que existe más allá de la
muerte. Sólo Sócrates conocía el humano secreto de que el logro
del goce humano sólo es posible a partir de la transgresión, y que
la transgresión que busca el ser en el ser viviente, es la de su
propia vida. No es que el transgresor sea un suicida. El goce del
transgresor no es la muerte, sino la vida, pero una vida tan intensa,
que es-imposible encontrarla en la vida; por lo menos no en la que
nos correspondió a vivir.4
No
obstante, Fedro anduvo cerca, bordeando el problema socrático, ya
que de un modo u otro, estableció un vínculo entre el amor y la
muerte y, en medio de ese banquete, que ya con las palabras de Fedro
amenazaba ser tan legendario como lo es, me puedo imaginar a
Sócrates, recostado en los hombros de Agatón, con su copa llena de
vino, siguiendo con atención las palabras de Fedro, al fin y al cabo
uno de sus discípulos más aventajados, esperando ver hasta donde
era capaz de llegar. No llegó, de verdad muy lejos. Pero dijo un par
de cosas interesantes. La relación entre el amor y la vergüenza,
por ejemplo.
La
vergüenza de amar
Desde
luego, Fedro era un idealista, y como tal idealiza: habla del amor
como una relación compartida; y cualquiera que haya caído en las
redes del amor, aunque sea por un corto tiempo, sabe que ésta es una
relación que, con excepción de aquella que se da en algunos film
norteamericanos de los años cincuenta, es por lo general mal
compartida, lo que significa que siempre hay alguien que recibe menos
y da más, afirmación con la cual estaría muy de acuerdo Lacan. Con ese cálculo económico,
lo que quiero decir es que el amor, tanto en la posición de quien da
más, tanto en la del que recibe menos, es en la mayoría de los
casos asimétrico, tan asimétrico que más de algún momento en mi
ya larga vida he llegado a preguntarme sino es acaso la asimetría
una de las condiciones del amor. Pero esa es sólo una teoría; no me
hagáis mucho caso, en tal punto, sobre todo si sois jóvenes.
Seguid
soñando si así os gusta, y a mí me gusta, con el amor simétrico,
aquel donde todos recibimos y damos por igual, seguid soñando con
ese amor casi comunista, donde a cada uno se le da según sus
necesidades y cada uno recibe (extra) según sus capacidades, aunque
cuando despertemos, nos demos cuenta que para que la igualdad exista
se requiere de la desigualdad, del mismo modo que para que la
simetría del amor sea soñada se requiere de su asimetría,
condición del sueño (deseo) de la simetría. Como es sabido, el
deseo de la simetría era, entre los griegos, el ideal de todos los
ideales.
Para
volver a Fedro, cuando no nos sentimos dignos, ya sea del amor que
damos ya sea del que recibimos, nos da vergüenza. Y a ese punto
quería llegar Fedro antes de que yo interrumpiera su discurso: que
el amor no está hecho para los sinvergüenzas, lo que expuesto de un
modo más literario quiere decir, que el amor, para Fedro, es una
fuente de dignidad. Según Fedro, quien ama quiere aparecer digno de
ser amado ante la persona amada, e incluso se esforzará para
aparecer frente a ella, bajo esa bella cualidad. Quien ama puede
soportar el sentimiento de no ser digno frente a cualquiera, menos
frente a la persona amada. En suma, lo que quiere decir Fedro, es que
el amor nos convierte en seres a-mables. Pues no cualquiera puede ser
a-mable.
La
prueba de nuestra amabilidad es que somos amados. Por lo tanto, el
amor ayuda, bajo ciertas condiciones, a vivir en una sociedad amable,
o lo que es parecido, es más fácil construir una democracia con
personas amables que con personas odiables. No hay nada más
antipolítico que el amor, pero sin amor, es difícil hacer política,
no porque la política venga del amor, sino porque el amor crea seres
amables, cuya amabilidad es una condición para hacer política.
Amable, significa en este caso, digno de ser amados, aunque no seamos
amados. Cuando decimos que alguien es amable, en el sentido cotidiano
de la palabra, no decimos que amamos a ese alguien, pero sí
suponemos que ese alguien reúne condiciones que lo hacen digno de
ser amado.
No
obstante, en un punto hay que corregir un poco la buena opinión de
Fedro. Es cierto, no cabe duda, que cuando Eros nos posee, podemos
entrar en un estado de éxtasis que nos hace ser amables con el resto
del mundo. La amabilidad que nos confirma el objeto amado, crea de
por sí un surplus, que nos hace compartir esa amabilidad hasta con
quienes no se la merecen. He conocido personas que cuando están
enamoradas terminan perdonando a sus peores enemigos. El amor, no
cabe la menor duda, puede cumplir una excelente función social. No
obstante, si el amante es rechazado por el objeto, o si no tiene
acceso al objeto que ama, si es que no cambia rápidamente de objeto
de elección, puede llegar a transformarse rápidamente en un ser
repudiable. Y para explicar mejor lo que estoy diciendo, nada mejor
que contar una breve anécdota.
Hace
algún tiempo, estando yo sentado en la sala de espera del dentista,
había también ahí una madre con un niño de unos tres o cuatro
años quien jugaba muy entusiasmado con un camioncito de madera,
puesto ahí por el dentista, entre otros juguetes, para que los niños
se entretuvieran antes de entrar a la sala de tortura. Después de
ser brevemente atendido por el dentista, el niño volvió a su
camioncito, y lo tomó en sus manos con el ánimo de querer
llevárselo a su casa. Su madre, dulcemente, tomó el camioncito y lo
volvió a dejar a su lugar, explicando al niño que el camioncito no
podía ser suyo, pero que ella le iba a comprar después uno igual.
Sin embargo, mientras la madre arreglaba alguna cuenta con la
secretaria, el niño volvió sobre sus pasos, y levantando su débil
pierna, pisó al camioncito con todas sus fuerzas, destruyéndolo por
completo. Si el camioncito de madera que en ese momento amaba ya no
podía ser suyo, el camioncito ya no tenía derecho a existir.
El
amor puede convertir a los humanos en ángeles, pero puede hacer
también de ellos, demonios. Idea profundamente socrática.
1 Ratzinger,
J. Glaube, Wahrheit, Toleranz Das
Christentum und die Weltreligionen,
Herder , Freiburg im Br, 2004, p.138
3
Freud, Sigmund Zur Einführung des Narzißmus, Fischer,
Frankfurt, 1996
4
Quién más intensamente ha trabajado el tema de la relación entre
el goce y la transgresión después de Platón, ha sido sin duda
Lacan. Ver por ejemplo, Lacan, J. El
Seminario, Libro 7, la ética del psicoanálisis, Paidos, 2003, pp.
234-235