Los resultados de las
elecciones austriacas del domingo 29-9 no pudieron ser mejores para
las fuerzas democráticas de Europa. Es cierto que en algunos países
– Holanda, Dinamarca- la derecha nacional-populista ya había
obtenido derrotas, pero nunca tan dramáticas. La de Austria fue
catastrófica: 16,2%, casi un 10% menos que en las elecciones del
2017.
Los partidos democráticos con
excepción de los socialdemócratas (21,2% con un descenso de 5,7%)
obtuvieron excelentes resultados. Los conservadores cristianos del
antiguo y nuevo canciller, Sebastián Kurz, alcanzaron un 37,5%
subiendo 6%. Los Verdes un 13,8% subiendo nada menos que 10% y los
liberales (NEO) 8,1% subiendo un 2,8%. En síntesis, un amplio arco
donde Kurz puede elegir a quienes lo acompañarán en su próximo
gobierno. La primera enseñanza que dejan entonces las elecciones
austriacas es que, frenar el avance del
nacional-populismo, y más aún, infligirle derrotas, es posible
cuando es enfrentado
con fuerza y decisión
Los
medios, en su gran
mayoría, han señalizado
como causa de la derrota ultraderechista al escándalo de su líder
Heinz Christian Strache
quien fuera sorprendido
vendiendo su política a
una empresaria rusa.
Fechorías a las que se ha
sumado recientemente su esposa, receptora de lujosos regalos de
dudosos grupos financieros.
Curioso
es
que esos mismos
medios habían predicho
que las corrupciones del matrimonio Stracher no mermarían la
votación de FPÖ, opinión
apoyada en encuestas,
incluso por
algunas prestigiosas.
Hay
dos posibilidades: o las encuestas eran falsas, o el repudio a
Stracher se debe a razones que van
más allá de su corrupto
comportamiento. La segunda
parece ser más plausible. Querría
decir que el descenso de los nacional-populistas se debe más
a motivos
políticos
que mediales.
Uno
de ellos
es que, como todos los partidos xenófobos europeos,
FPÖ es mono-temático. Su
éxito solo puede ser posible si los emigrantes son percibidos como
amenaza. Durante 2017, cuando los
ultraderechistas batieron
sus propios récords
de popularidad, así sucedió.
Pero
desde fines
de 2018,
diversos gobiernos, entre ellos el del propio Kurz, optaron
por regular los
problemas migratorios en
la UE. Hay
que agregar, además,
que el avance migratorio
ya no es tan imponente como en un comienzo. Mala
noticia para los nacional-populistas. Sus partidos no viven de
programas, ni siquiera de ideologías, sino de miedos. Para
ellos rige el lema: tanto peor, tanto mejor.
Las
elecciones de septiembre
dejaron una segunda
enseñanza:
desde sus diversas
tiendas los demócratas
austriacos demostraron
unidad en un propósito
común: impedir el avance de FPÖ. En diversos foros esa unidad fue
más que visible.
De modo más implícito que explícito los
partidos democráticos demostraron
estar ligados por una
suerte de pacto histórico: el
de no permitir
transgresiones a valores
heredados de la Ilustración.
Como pocas veces los ciudadanos austriacos, comúnmente
muy localistas,
actuaron de modo tan europeo. A
su vez, con sus
permanentes ataques a la Europa moderna, los
extremistas de la derecha lograron
una unidad en contra suya,
una que no reconoce fronteras partidarias y
que no
cabe
en el
corset izquierda-derecha. No deja de llamar la atención el
beneplácito con que fue recibido el triunfo de Kurz y
de su ÖVP por partidos
ideológicamente contrarios al que representa el joven candidato.
Una
vez más ha sido
demostrado que ante los
peligros que asolan a Europa, elecciones apenas mencionadas en los
noticieros adquieren una
importancia gravitante. La conciencia de que todo lo que sucede en
otro país afecta al propio, es cada vez más notoria. Europa, valga
la paradoja, ha sido políticamente europeizada. La derrota de FPÖ
fue también una derrota para los gobiernos que han hecho del
anti-europeísmo una doctrina. Entre
ellos se cuentan los
vecinos italianos y húngaros. Y algo más lejos, el británico de
Johnson. Pero sobre todo
el de Putin para quien los
partidos nacional- populistas son
fichas muy importantes en
el tablero
del
ajedrez internacional
Tan
europeas han llegado a ser las elecciones nacionales que incluso de
manera inequívoca se repitieron
en Austria dos tendencias continentales. Una
fue
la caída brutal de los
socialdemócratas. La “culpa” como es común en estos casos, la
llevan los candidatos.
Cierto es que la socialista Pamela Rendi-Wagner estuvo
muy lejos de ser una
candidata carismática. Pero también es cierto que los
socialdemócratas se han condenado a sí mismos a la derrota.
Insólito por ejemplo es
que en un país
donde el tema central es el migratorio, los socialdemócratas
trataban de evitarlo por todos los medios. Del mismo modo evitaban
referirse al
cambio climático, probablemente para no asustar a trabajadores y
empresarios de las empresas industriales. El hecho es que los
socialistas austriacos ya
no tienen política que ofrecer, ni para el futuro ni para el
presente. La derrota del que fuera uno de los partidos históricos de
la nación es merecida. Para
no pocos entendidos anuncia,
como suele ocurrir, la que sufrirán los socialistas alemanes en
el futuro próximo.
De
igual manera el notable apoyo que recibieron los Verdes, partido que
ha sabido unir las demandas ecológicas con las sociales, corresponde
a una tendencia continental. Definitivamente
los Verdes europeos han dejado de ser aliados menores de los
socialistas para llegar a ser lo que ya son: sus sucesores
históricos. Los Verdes austriacos fueron los grandes vencedores de
las elecciones de septiembre.
Y si
todo marcha bien, podrían - mejor dicho, deberían- ser miembros de
la coalición del gobierno de Kurz.
ÖVP
puede aliarse con los Verdes, con los socialistas, con los liberales,
e incluso con los nacional-populistas, para formar gobierno.
Matemáticamente es
posible. Políticamente, no tanto. Lo
ideal sería con
los Verdes. Pero para que esa alianza sea viable
es necesario que en ambos
partidos sean vencidas fuertes resistencias.
En
ÖVP existen desconfianzas frente al “anticapitalismo” de algunas
fracciones verdes. Entre no pocos verdes el ÖVP sigue siendo un
partido anti-ecologista. Además está el tema migratorio, y ahí las
diferencias entre ambos partidos son más
grandes. Pero ¿no
es la política el lugar dónde no
solo se dirimen sino también conviven
las diferencias? Lograr una alianza entre conservadores y
ecologistas sería sin duda una primicia histórica. Una que daría
luz verde (valga la redundancia) a otra
similar que podría tener
lugar en Alemania después
de las elecciones de 2021.
Si se diera esa
posibilidad, ya estaríamos hablando de palabras mayores. Pero
para eso falta tiempo.